VII

Era la época de la cosecha del tabaco, así que Kemal observaba desde la ventana la carretera: oscura antes de la puesta de sol, llena de carros y gente. Oía cantar a las mujeres, a sus hijos alborotando a sus espaldas, soñolientos en sus hatillos. Las lámparas de aceite brillaban y las antorchas ardían y, mientras los carros traqueteaban y la gente subía a las montañas, parecían una serpiente cortada en pedazos: un trozo golpeando y persiguiendo al otro, sin ninguna conexión entre ellos.

Pero ella no recogería tabaco.

Su padre había vuelto a hacer gaitas.

—Necesitamos dinero —había oído que le decía a su madre—. Si necesitas algo —le había dicho—, sopla en este puntero.

Así que, en el taller, Kemal le ayudó a completar un encargo: treinta gaitas para tres colegios de la región. Trabajaban por las mañanas, pero su trabajo no iba bien. De vez en cuando su padre se detenía y le decía que se callara.

—¿Es eso que suena —preguntaba— un puntero?

A la hora de comer iba a cuidar de su madre, mientras Kemal seguía trabajando. Había pieles de cabra amontonadas a su alrededor, esperando a que las convirtiera en mehs. Había madera vieja y seca en las esquinas —ciruelo, tejo—, y en cajas, para la decoración, cuernos negros de búfalo, que brillaban a luz de mediodía. Se sentía bien en el taller. Incluso comía allí —queso de cabra y pan blanco— y bebía agua del pozo en una jarra sudorosa, mientras el serrín trazaba espirales y se pegaba a las paredes.

—Hay una cosa —dijo su padre una vez— que he oído decir a los viejos maestros. Cien gaitas, si se tocan a la vez junto a un enfermo, alejan la muerte.

Cien gaitas, quería decirle Kemal, eran muchas gaitas. ¿Cómo encontrarían pieles para cien gaitas?

Esa noche, en el patio, Kemal le ayudó a desenterrar una olla que había debajo del peral, una olla llena de billetes enrollados. Con ese dinero, comprarían más pieles. Esa misma semana, su padre anuló los tres encargos de los colegios. Pero en sus telegramas a los directores no habló de los pagos que ya había recibido, ni de las pieles que ya había comprado con la financiación del Partido.