VI

Cuando volvió, la madre de Kemal tampoco era su madre.

Cuando Kemal era muy pequeña, su padre le había pedido que cogiera una vieja camisa suya y la llenara de paja para hacer un espantapájaros para el jardín. Y, cuando vio a su madre inclinada ante la puerta, sin peso, con la mano en el vientre, la piel del color del tabaco echado a perder, las mejillas como piedras afiladas y la cara de lobo bajo el velo, Kemal pensó en ese espantapájaros, en que el espantapájaros necesitaba más paja de relleno.

A partir de entonces, Kemal apenas veía a su madre. Su madre no desayunaba ni cenaba, y Kemal no podía hablar con ella, ni siquiera darle la mano. La habitación de su madre siempre estaba cerrada.

Cuando Kemal tocaba la gaita, esperando que pudieran tocar juntos, su padre se la quitaba de encima y pedía silencio. Pero no había silencio. Puertas que se abrían y cerraban, agua en el cuarto de baño. Y, en su habitación, la madre de Kemal lloraba suavemente y su padre intentaba consolarla: su voz era tranquilizadora para ella, pero aterradora para Kemal. ¿Por qué no le hablaba así a Kemal? ¿Por qué él le podía dar la mano a su madre, mientras que Kemal no? E, incluso cuando su madre no lloraba, la voz de su padre mantenía a Kemal despierta.

Por la noche abrazaba su gaita, con el rostro enterrado en el meh como si fuera un seno, chupaba la boquilla, respiraba ese olor a cabra y rezaba a Alá para que calmara las cosas.

Una vez, mientras su madre se duchaba, Kemal se coló en su cuarto y rebuscó en un cajón lleno de paquetes de jeringuillas. Toda la habitación olía a alcanfor, a meados y mierda, y el suelo estaba cubierto con grandes plásticos, para evitar que las alfombras se mancharan. En la esquina encontró una caja de bolsas de nailon, cogió una e intentó inflarla, para hacer música.

La puerta se abrió y su madre entró con un albornoz. Tenía la cabeza calva, no suavemente afeitada como la de Kemal, sino a trozos. Kemal vio que bajo el albornoz su madre llevaba una bolsa como la que tenía ella.

—¿Qué ha pasado con tu pelo? —le preguntó Kemal.

—No está tan mal, en realidad —le dijo su madre.

Se observaron una a la otra, mientras el agua le caía bajo la bata y las gotas resonaban contra el plástico.