V

El primer día de colegio, Kemal se levantó antes de que cantaran los gallos. Cuando salió de la casa, su padre le echó agua en los pies, para darle buena suerte. Dijo que le gustaría que su madre pudiera verla. Kemal llevaba una camisa blanca y pantalones negros, pero los zapatos eran de su primo. «Arrastra los pies un poco», le dijo su padre, para que no se le cayeran. En el patio del colegio le dieron una bandera de papel, blanca, verde y roja, y la pusieron en fila con los demás niños. Mordió el mango de la bandera, que era como un palo de algodón, y una maestra le regañó. Divak, la llamó, pensando que Kemal era un chico: un salvaje. Kemal estaba al borde de las lágrimas. Pero recordó lo que su padre le decía a la gente. «Mi hija —les decía— no conoce las lágrimas. Ni siquiera lloró al nacer». Así que, cuando la maestra no miraba, Kemal dio un mordisco al palo de la bandera, lo masticó y lo tragó. El palo estaba salado por todas las manos que lo habían tocado, pero cuando la llevaron al aula ya se había comido la mitad. Cuando le llegó el turno de recitar el poema, ya estaba masticando la bandera. Una maestra había ido a casa de Kemal un mes antes para asegurarse de que tenía un ejemplar. Un clásico de Ivan Vazov. Àç ñúì áúëãàð÷å, decía el poema. Soy un pequeño búlgaro. Vivo en una tierra libre. Amo todo lo que es búlgaro. Soy el hijo de una tribu heroica. Cuando Kemal dijo «tribu heroica» tosió un trozo de bandera. Su saliva había borrado el tinte y el trozo yacía húmedo en el suelo como una lengua de gato. Todos los niños se echaron a reír. La maestra mandó a Kemal a casa para que fuera a buscar a su padre.

—Debes olvidar ese poema que has aprendido —dijo su padre al volver del despacho de la directora—. Tú no eres búlgara, da igual lo que te diga la gente. Tú naciste turca y serás turca ante el Todopoderoso cuando te llame. «Kemal, te dirá el Todopoderoso, recítame un poema». ¿Qué le dirás, Kemal, si no quieres que te arroje al Yahannam para que comas espinas del árbol de las espinas?

—¿Qué poema, Todopoderoso? —respondió Kemal, con miedo de mirar a su padre—. No recuerdo ningún poema.