MATERIA EXTRAÑA

EL AUDITORIO DE LA ESFERA estaba lleno a rebosar. Impresionaba ver una sala tan grande atestada de gente de todo tipo. Universitarios, tipos trajeados con pinta de funcionarios internacionales, algún que otro barbudo con aspecto de ecologista y, cómo no, un nutrido contingente de físicos del CERN.

De hecho, a falta de diez minutos para el inicio de la conferencia no quedaba una sola plaza libre. Irene empezaba a desesperar cuando distinguió unos largos brazos agitándose en una de las primeras filas. Era Héctor señalándole el asiento que le había guardado junto al suyo.

Había acudido después de todo. Irene no daba crédito a sus oídos cuando Héctor mencionó la conferencia de Helena durante el paseo.

—Tengo entendido que la directora del CERN da unas charlas estupendas. Igual me acerco.

—Yo también pensaba ir.

Luego la conversación había tomado otros derroteros. Su trabajo, el de él, la coincidencia de que ambos fueran físicos… El tema no había vuelto a salir, quizá porque ninguno de los dos se había decidido a formalizar una cita.

O eso creía ella hasta ese momento.

—¡Menos mal! —exclamo él cuando Irene se sentó a su lado—. Empezaba a pensar que me habías dado plantón.

Parecía otro. Llevaba un traje azul oscuro, muy formal, que le sentaba estupendamente y se había peinado las greñas. Definitivamente era un hombre atractivo, aunque lo que más le gustaba de él era lo primero, el hecho de que fuera un hombre, no un adolescente perpetuo como la mayoría de sus compañeros, como el propio Bob, como, sospechaba a veces, el gremio científico al completo.

* * *

Bob Cousins presumía de ser íntimo de Helena Le Guin. Presumía demasiado, de hecho. No perdía ocasión de explicar, siempre que se presentaba la ocasión y su mujer no estaba presente, cómo Helena y él habían pasado dos magníficas semanas en los Alpes quince años atrás, trabajando en uno de los seminales artículos que habían publicado juntos.

—Claro que no todo era trabajo. Dedicábamos tres horas diarias a esquiar. Helena es una gran esquiadora. Pero baila aun mejor que esquía. ¡Una delicia!

Dependiendo del interés del público y las copas que llevara encima, la narración se extendía hasta rozar tangencialmente los detalles escabrosos. Muy tangencialmente, por caballerosidad o por sentido común, Bob nunca cruzaba la línea roja. Pero se quedaba cerca.

—¡Qué gran mujer! ¡Si la hubiera conocido antes!

Dando por supuesto que Helena Le Guin hubiera estado encantada de aceptar las proposiciones de un pelma como él. Aunque lo cierto era que, más allá de su chabacanería, la admiraba encendidamente.

—¡Un talento prodigioso! No pierdas la ocasión de asistir a una de sus charlas. Ya verás qué espectáculo.

Por el momento, sin embargo, Helena no hacía otra cosa que aguardar pacientemente a que el presentador terminara su larga perorata, declamando el curriculum de su ilustre invitada. Pasó una eternidad hasta que aquel pesado se dio por satisfecho, le colocó el micrófono en la solapa y le cedió por fin la palabra.

Pero Helena se limitó a pasear hasta un extremo de la tarima, para regresar luego al centro con pasos lentos y casi provocativos, como una modelo exhibiendo su elegante combinación, una blusa de color violeta a juego con sus ojos y una falda que dejaba a la vista sus bonitas rodillas, enfundadas en medias de seda. Era una mujer hermosa. Debía de ser de la edad de Bob, bien pasados los cincuenta, pero apenas tenía arrugas y cualquier jovencita envidiaría sus firmes pantorrillas, las bien torneadas caderas, la fina cintura. Llevaba un toque de carmín en los labios y una sombra de rímel que resaltaba el inquietante color de sus ojos. La cabellera morena y lustrosa, que otras veces le había visto recogida en una gruesa trenza, caía libre sobre sus hombros.

Bruscamente la sala se quedó a oscuras. La voz de Helena, amplificada por los micrófonos, pareció llenar la sala.

—Hágase la luz.

Un colosal fogonazo estalló de repente, deslumbrando a Irene, obligándole a cerrar los ojos. Cuando volvió a abrirlos, una esfera tridimensional parecía flotar por encima de la cabeza de la conferenciante. Tardó un segundo en darse cuenta de que se trataba de una magnífica holografía. Curvándose sobre su superficie se dibujaba el símbolo img2.png, el aleph, la primera letra del alfabeto hebreo.

—La esfera que tienen ante sus ojos representa el universo un instante después de la gran explosión —dijo Helena—. Qué o quién lo ha hecho explotar es una pregunta a la que ni yo ni ningún científico podemos responder. ¿Dios? ¿Una fluctuación del vacío? Son ustedes libres de escoger la hipótesis que más les guste.

»Pero cualquiera que haya sido la causa, la gran explosión ha creado un infierno más candente que todos los que alcanzará a imaginar el hombre. Ese infierno con el que comienza el cosmos es el Aleph, el principio de todo.

»La materia, tal como la conocemos, no puede existir en semejante averno. Los núcleos atómicos serían vaporizados inmediatamente en protones y neutrones, y éstos a su vez en quarks, las partículas elementales que los componen. Miren.

Helena chasqueó los dedos con cierto retintín de duquesa llamando al servicio. A su gesto, una curiosa colección de figurillas comenzó a condensarse de la nada, flotando, impávidas, sobre la tarima. Se trataba de objetos geométricos, prismas, cubos, cilindros y diversos poliedros, cada uno de los cuales estaba formado por centenares de bolitas de hielo, pegadas entre sí. Un haz de luz las iluminaba, haciéndolas brillar como los objetos ideales de la cueva de Platón.

—Imaginen el universo —continuó, señalando las figuras— mucho tiempo después de la gran explosión. Se ha enfriado tanto que podemos compararlo con una nevera cósmica, cuyo congelador contiene objetos variopintos. Las diminutas bolas de hielo que forman las figurillas representan los protones y los neutrones, y éstas, a su vez, simbolizan los diferentes núcleos atómicos.

Un nuevo chasquido de dedos y las figuras comenzaron a descomponerse, desintegrándose a medida que lo hacían en gotas de agua que se desvanecían en el aire.

—Si la temperatura empieza a subir, llega un momento en que las figuras se rompen y, finalmente, el hielo se funde, quedando en su lugar un líquido donde las moléculas de agua pueden moverse libremente. Siguiendo con nuestra metáfora, los quarks serían esas moléculas y el líquido resultante de la fusión de la materia sería el estado conocido como plasma de quarks.

La esfera luminosa apareció de nuevo, excepto que había aumentado tanto en tamaño que parecía llenar el enorme anfiteatro. El color de su superficie era azul pálido.

—Consideren el universo cuando estamos a punto de agotar la primera millonésima de segundo de su historia. La temperatura ha descendido mucho, hasta unos tres mil miserables billones de grados. El Aleph inicial se ha expandido hasta un radio gigantesco. Observen su color. Empieza a hacer tanto frío que es imposible mantener la sopa cósmica que llamamos plasma de quarks en estado líquido. Hace tanto frío que los quarks van a desaparecer para siempre, congelados en el interior de protones y neutrones.

Las holografías desaparecieron y la luz de la sala recuperó su intensidad normal. Helena paseaba de un lado al otro de la tarima con las manos a la espalda, como reflexionando.

—Justo antes de que el plasma se condensara —dijo— contenía dos tipos de quarks. Lo que podríamos llamar quarks ordinarios, componentes de la materia de la que ustedes y yo estamos hechos, y los quarks que llamamos extraños, precisamente porque no hay rastro de ellos en la materia corriente.

»Sin embargo, en las colisiones entre haces de alta energía que se estudian en el CERN se crean las partículas llamadas hiperones, idénticas a los protones y los neutrones, excepto por el hecho de que contienen uno o más quarks extraños sustituyendo a los quarks ordinarios de la materia nuclear.

«¿Podemos imaginar estados más complejos, formados por muchos de estos hiperones, al igual que los núcleos de los elementos pesados, como el hierro o el uranio, están formados por muchos protones y neutrones? ¿Podría darse el caso de que esos núcleos extraños fueran estables? Algunas teorías recientes sugieren que la materia extraña, a diferencia de la materia normal, es tanto más estable cuanto más pesados son los agregados que forma. Si estas teorías son ciertas, podría darse el caso de que el universo estuviera poblado de objetos compuestos exclusivamente de materia extraña. Estos objetos no serían sino núcleos gigantes con una masa varias veces superior a la del Sol, condensada en un radio de unos pocos kilómetros.

—Qué interesante, ¿verdad? —susurró Héctor a su oído—. Me gustaría leer más sobre esto.

—Te mandaré un par de artículos —dijo Irene, relamiéndose de placer anticipado.

—¿Cómo se forman estas estrellas extrañas? Muy posiblemente devorando una estrella de materia ordinaria, tan densa que los protones y los neutrones en su núcleo acaban por romperse debido a la presión enorme a la que están sometidos. Se forma entonces un plasma de quarks, donde pueden aparecer quarks extraños que a su vez comiencen a acumularse en agregados cada vez mayores.

»Puesto que la materia extraña es tanto más estable cuanto más masiva es, su apetito por la materia ordinaria no tiene límite. Una vez que se forma un conglomerado inicial, lo que podríamos llamar una burbuja extraña, ésta crece y crece, devorando la estrella hasta convertirla en un núcleo gigante de materia extraña.

»Por otra parte, si la materia extraña es más estable que la materia ordinaria, si tiende a devorarla al entrar en contacto con ésta, ¿por qué el universo parece compuesto casi exclusivamente de protones y neutrones, y no de hiperones? Si la pregunta les parece demasiado abstracta, puedo formularla de otra manera. ¿Por qué estamos aquí? La vida nunca se hubiera desarrollado en un universo dominado por la materia extraña. La vida necesita carbono, agua, oxígeno, elementos ligeros que sólo existen porque la materia ordinaria no es absolutamente estable.

»Una posibilidad sería la siguiente. Es posible que al enfriarse el plasma de quarks, tras el primer microsegundo del universo, se produjera un curioso fenómeno de destilación, que separó la materia extraña de la normal. Los detalles son un poco engorrosos, pero el efecto sería el siguiente. Imaginen el plasma de quarks como una sopa caliente, que al bajar la temperatura se va condensando en grumos. Esos grumos, en principio, deberían haber contenido iguales proporciones de los quarks ordinarios y extraños, pero el mecanismo de destilación los hace pasar por un tamiz que separa unos de otros. Mucho más tarde la materia ordinaria formará estrellas y galaxias, mientras que la materia extraña permanece inerte e invisible, llenando el cosmos. Si esta teoría es cierta, podría darse el caso de que la mayor parte del universo estuviera compuesta de esta materia oscura y sin vida.

Helena hizo una última pausa, suspiró teatralmente y sonrió. Irene se dio cuenta de que la había localizado entre el público y la miraba de frente.

—Quisiera concluir con la siguiente reflexión. Supongan que, de hecho, lo que llamamos materia extraña constituya la mayor parte del universo. Miren al cielo esta noche. Díganse a sí mismos que entre cada una de esas islas de luz se extiende un desierto inerte de astros muertos, formados por aglomerados de quarks extraños.

»¿Extraños? Si constituyen la mayor parte de la materia del universo, si son la terrible norma, entonces esos témpanos desolados merecerían el nombre de materia ordinaria, la que domina el cosmos.

»En cambio, quizá la auténtica materia extraña del universo, por su escasez, por su versatilidad, por su capacidad para crear vida e inteligencia, es aquella que nos anima, la materia de la que estamos formados.