Prólogo

Cuando un género literario como la Erótica, que, desde Ovidio hasta Bataille, ha enriquecido nuestra cultura de obras fundamentales del pensamiento universal, ha estado tantos años en España sumergido en catacumbas, es una auténtica satisfacción para un editor poder extraerlo por fin de las sombras. Tan acostumbrados están en nuestro país los aficionados a este género a permanecer ocultos, a ser vilipendiados, rechazados y perseguidos por las ideologías inquisidoras que tanto sus autores como sus lectores siguen aún, con frecuencia, aterrados tras sus máscaras anónimas en espera de tiempos mejores en los que se les permita expresarse y gozar de la lectura libremente, sin prejuicios, ni perjuicios.

Como todo género literario, la Erótica no escapa a los estragos de los profesionales de la producción quiosquera, y por cada Faulkner, Chandler, Julio Verne o Marqués de Sade corresponde a la Literatura soportar mil novelas rosas, «de tiros», «del oeste», «verdes» o pornos. Mientras la proporción en la demanda de libros siga siendo esta, no cabe duda de que volver a publicar hoy en España[1] un clásico del género como lo es Gamiani, de un autor de la talla de Alfred de Musset, seguirá siendo un hecho cultural del que no podemos más que alegrarnos y enorgullecemos.

Gamiani o dos noches de quimera se inscribe en la línea del movimiento romántico francés de la primera mitad del siglo XIX. Con Alfred de Musset (1810–1857), autor, entre otras obras de Cuentos de España y de Italia, Mardoche, Rolla, Las noches, Lorenzaccio, Comedias y proverbios, etc., este movimiento alcanza su plenitud, y la mayoría de sus obras expresa con fuerza todo lo patético de la pasión. Musset, un romántico exasperado, vivió a lo largo de su corta existencia la angustiada e impetuosa rebeldía que dio en llamarse «el mal del siglo» y que tan bien describe en Confesiones de un hijo del siglo. Poeta, dramaturgo, ensayista, Alfred de Musset vivió su época con el arrojo de quien es consciente de ser uno de sus principales protagonistas. En sus célebres Cartas de Dupuis y de Cotonet (1836) define así el Romanticismo: «Es la estrella que llora, el viento que ruge, la noche que se estremece, la flor que vuela y el pájaro que exhala; es el flujo inesperado, el éxtasis languideciente, el estanque bajo las palmeras, la esperanza rojiza y sus mil amores, el ángel y la perla, el blanco traje de los salces. Es el infinito y lo estrellado, lo cálido, lo roto, lo desencantado, y, no obstante, es a la vez lo lleno y lo redondo, lo diametral, lo piramidal, lo oriental, lo descarnado, lo estrechado, lo abrazado, lo arrollador; ¡qué nueva ciencia!».

El libre curso de la imaginación creadora —a veces hasta el absurdo—, la busca del instante absoluto, pleno, total, la entrega sin condiciones —a costa incluso de la propia vida— son algunas de las características románticas que sitúan Gamiani entre las obras más íntimas del gran poeta. Escrita en dos noches, según cuenta la leyenda (¿quién sabe si en alguno de los períodos más tormentosos de su relación con la escritora George Sand, quien más tarde lo abandonó por Chopin…?), puede decirse hoy que es un ejemplo muy genuino de novela erótica romántica, en la que el personaje de la condesa Gamiani, apasionada, impulsiva y exasperada, surge de la capacidad imaginativa de un autor que, en su romántica insubordinación a las normas literarias, no vacila en alcanzar situaciones extremas, delirantes, totalmente irreales. Y así debe leerse Gamiani.

El Editor.