EL INFORME DE LABORATORIO que Kramer recibió a las once de la mañana siguiente fue lo que le permitió tomarse los infortunios de Pembrook con filosofía.
—Según el Departamento de Homicidios de Jo’burg, mañana le dan el alta —explicó a Zondi—; les dije que no se preocuparan mucho del asunto. De todas formas, visto a dónde nos lleva el lápiz de labios, la entrevista con Miss Sally puede ser mucho más instructiva.
—¿Pero de qué se ríe, jefe?
—La historia demencial de que lo arrestaron… Por cierto, esta vez volverá en autobús, de manera que debemos avisar a un coche para que lo recoja en la estación.
—¿Cuándo?
—Mañana, a última hora de la tarde.
—De acuerdo. ¿Iba a decirme algo sobre el informe?
Kramer lo abrió ceremonioso.
—Según dice aquí, la muestra de lápiz de labios que obtuve de la chica en el Club —Penny Jones— corresponde a una marca barata y fácil de encontrar en bazares, tiendas y en la mayoría de las farmacias. Ahora bien, aunque el carmín encontrado en el cigarrillo resulta aparentemente del mismo color visto bajo luz artificial, la marca es en realidad mucho más cara y las diferencias resultan apreciables con luz de día. Se llama Tasty Tangerine, y el fabricante es Rochelle.
—¿Y?
—Rochelle es una de esas marcas de lujo que no deja que cualquiera venda sus productos. Su representante en Durban afirma que el único establecimiento en Trekkersburg donde se puede encontrar es la farmacia en la esquina de De West Street y Parade. Y para allá que me voy.
—¿Y del cigarrillo?
—Léelo tú mismo, so manta.
APOSTADO CONTRA EL ALTO VENTANAL, el coronel fijaba la vista en la calle sin ver nada. Tenía problemas. Graves problemas.
Un periodista acababa de salir de su despacho tras pasar media hora luchando por conseguir en una entrevista que fuese al grano. Su jefe de redacción estaba recibiendo, al parecer, un número inusual de cartas relacionadas con el trabajo policial. Comprometida como siempre con el servicio a la comunidad, la Gazette no había publicado nada hasta el momento, con el pretexto de que no tenía espacio disponible. Pero el cronista principal estaba hartándose ya de tanto párrafo de relleno… y además, pronto se vería obligado a publicar una o dos cartas sobre la cuestión. Les vendría bien que saliera algo nuevo, bien sobre el asesinato del niño o sobre el trágico incendio. Mucha gente empezaba a pensar que la ausencia de noticias escondía algo, y comenzaban a circular rumores sobre la presencia de terroristas. El mismo reportero había oído en un bar que en la espalda de Boetie Swanepoel habían tatuado el símbolo de un movimiento guerrillero. Y en relación con el niño hindú carbonizado en el furgón policial, el abuelo había visitado el despacho del redactor jefe para decirle que le habían dicho que el niño estaba sano y salvo; lo que, si se añadía al rumor de que el cuerpo calcinado pertenecía a un enano de Nigeria infiltrado para fomentar la insurrección en las escuelas, era materia más que sobrada para pensárselo…
Al coronel lo que le dio fue la risa, como cabía esperar. Pero no con ganas, porque el mensaje estaba muy claro, y esos miedos tenían un fundamento racional.
Para responder a las cuestiones sobre el caso Govender, declaró que el caso ahora estaba en manos de los tribunales y que esa tarde precisamente estaba prevista una audiencia a puerta cerrada. Todo cuanto podía decir sobre el otro caso es que en ese mismo momento el asunto estaba en las competentes manos de un oficial experimentado, y que se rogaba encarecidamente la cooperación de la prensa para evitar molestias a las familias afectadas.
Al final, todo cuanto pudo ofrecerle al reportero fue una rotunda negativa oficial a cualquier vinculación con cuestiones políticas… e insistió en que ninguno de los rumores debía publicarse. Resultado: un silencioso suspiro de desesperación.
El coronel no estaba acostumbrado a que lo presionaran los periodistas. Le fastidiaba considerablemente, pero no podía negar que todo avanzaba a una velocidad inusitadamente lenta. Impropio de Kramer. El coronel confiaba en que su relación sexual con la profesora del Instituto Boomkop no lo estuviera desconcentrando.
Y hablando del rey de Roma, allí iba él, como un torbellino de más de metro ochenta, en dirección a Parade.
El coronel decidió que podía dedicarse a su propio trabajo toda la jornada, gran parte de la cual estaría absorbida por el cretino del agente Hendriks.
ZONDI RESPONDIÓ A LA LLAMADA de la viuda Fourie y mantuvieron una conversación de diez minutos. Al colgar anotó un mensaje y lo dejó sobre el teléfono.
Las conclusiones del informe en relación con la colilla eran lógicamente limitadas. En la colilla del Texan habían quedado huellas del lápiz de labios Rochelle, había sido consumido antes de ser aplastado, y el cigarrillo (de acuerdo con el análisis de humedad presente en el tabaco) podía haber sido extraído del paquete en el plazo de un mes. El experto añadía, entre paréntesis, que las arrugas del papel eran resultado de una manipulación posterior a haber sido fumado el cigarrillo. Era de cajón. La pequeña cantidad de tabaco que se había encontrado en falta podía explicarse por las mismas razones.
Lastima que no existan las huellas labiales.
A Zondi se le ocurrió entonces una idea muy concreta, que lo mantuvo atareado durante la siguiente media hora, al término de la cual llamó a un agente bantú y le encargó un recado urgente. Le transmitió el mensaje de palabra, diciéndole que eran órdenes del teniente Kramer… o, al menos, eso es lo que debía decirle a los médicos.
ERA MEDIODÍA cuando Kramer volvió cojeando a la oficina, aparentemente muy satisfecho, mostrándole a Zondi un albarán de factura.
—Lo tenemos —dijo—, aunque hubo que revisar todas las copias en papel carbón, porque la representante de Rochelle está de permiso. Una entrega a los Jarvis de hace seis semanas que incluía una barra de lápiz de labios Tasty Tangerine.
—¿Y cuántas más personas pudieron comprar lo mismo, jefe?
—¡Joder!, ya está bien… ¿Cuántas personas del círculo de Boetie podían permitirse ese lujo?
Zondi rió, y cambió la silla de Kramer por su taburete habitual.
—¿Sabe usted a quién me recuerda, jefe? En la misión había un cura viejo que nos machacaba con que Dios era el gran espíritu que estaba detrás de todas las cosas. Usted podría cambiar a Dios por Jarvis y el resultado sería el mismo.
Kramer le tiró de un golpe el sombrero al pasar junto a él.
—A eso se le llama fe, más que pagano. Has de tenerla si quieres llegar a algo en esta vida.
—Ya, pero al cura ése se lo comió un cocodrilo.
—No me digas…
El pie lastimado por la rápida caminata le dolía tanto a Kramer que se vio obligado a reposar un momento. En cuanto tuviese tiempo, llamaría a Strydom para que le pusiese unos puntos de sutura.
—Y bien, ¿qué me cuentas? —preguntó Kramer por encima de los zapatos apoyados en la mesa.
—Tenía usted razón, jefe. El sargento Louw recibió un mensaje del tenista; en efecto, no volvió al calvero donde encontró el cadáver.
—¡Bingo! Ahora sólo nos queda averiguar cómo llegó allí la colilla. Recuerda que esa tarde estuvo lloviendo un buen rato. Creo que podemos descartar al asesino, de entrada; luego, las mujeres no matan de esa forma y…
—Pero si se trataba de un montaje…
—No importa, aun así las probabilidades son nulas. Además hay que tener en cuenta la rama donde apareció la hoz, así que una mujer tendría que medir más de 1,80. En la farmacia se hubiesen acordado de ella si fuese tan alta, lo que no es el caso.
Zondi había empezado a engarzar unos clips, formando dos cadenitas de hierro, y se removía nervioso, como si estuviese a la espera de algo.
—Joder, ¿por qué no dejas quietas las manos? ¿Qué estaba diciendo?
—Que el asesino tuvo que ser un hombre.
—Ah, sí, y muy precavido además; se preocupó de no dejar ningún rastro. ¿Pero y si hubiera tenido un cómplice?
—¡Olvídelo, jefe!
—Cosas más raras se han visto, y lo sé por experiencia, Zondi. En Inglaterra, por ejemplo, atraparon a una pareja que había matado a seis niños… y casi siempre de la misma forma. Obtenían un placer sádico de esa forma. Los abordaban en la calle y se los llevaban a un descampado.
—Pero les decían si querían ir a su casa ¿no?
Kramer estaba a punto de decirle a Zondi que cerrara el pico cuando su mandíbula se rebeló.
—Joder —dijo—, eso es exactamente lo que ocurrió con el último… ¡Se confiaron! Hasta tenían a un amigo invitado en la casa. Una pareja no mucho mayor que el tipo ése, Glen, y que la hija mayor de los Jarvis. Podría ser un caso de violación y asesinato, después de todo. Si bien…
—¿Si bien qué, jefe?
—No, ¡imposible! ¿Sabes por qué nos la hemos cogido con papel de fumar en todo este caso? Pues porque debemos andar con tiento y dar con la pista buena, he ahí por qué. Los Jarvis son una familia respetable, no como ese par de británicos, unos cualquiera, y meteríamos la pata si Boetie nos hiciera tomar la pista equivocada… ¿Qué estás pensando? No has propuesto nada hasta ahora.
—Se me podría acusar de meterme donde no me llaman —respondió Zondi.
—Venga, hombre, a ti te trae algo de cabeza.
Antes de que Zondi pudiera replicar, el detective bantú irrumpió enérgicamente en la oficina y depositó sobre la mesa la camisa de Boetie. Le pasó una nota a Kramer.
—¿Qué es esto? ¿La has llevado a la tintorería?
Es cierto, la camisa aparecía muy bien plegada dentro de la bolsa de plástico.
Kramer leyó la nota y despidió al mensajero. Después se acercó a Zondi y volvió a quitarle de un capón el sombrero.
—¡Moreno insolente! Tú ahí haciéndote el loco mientras yo te cuento la Biblia en verso, y va y resulta que ya sabías que había restos de tabaco en el bolsillo del chaval…
—¿Restos de un Texan, jefe?
—¿De qué si no? Y el análisis microscópico recoge también una pequeña mancha de Tasty Tangerine.
EL BAR Ye Old Englishe Tea Shoppe, en la esquina de De Wet Street, estaba lleno de secretarias de las que compran bocadillos de roast beef con bonos de comida, y de petimetres al acecho de carne fresca. No faltaban tampoco el habitual grupo de dientas intrépidas y veteranas levantando a su alrededor campamentos de defensa con muchos paquetes, como en previsión de un ataque de los camareros zulúes.
Pero la viuda Fourie había reservado mesa, y Kramer pudo sentarse y relajar el pie mientras la esperaba. Había tenido el cinismo de decirle sólo la hora y el lugar, dejando todo lo demás a la conciencia de Kramer. Pero no era tanto la sensación de culpa lo que le llevaba ahí como una excusa que le permitiera aplazar un nuevo encuentro con los Jarvis.
Todavía le faltaba el detonante, el rayo de inspiración que permitiese unir a Boetie y a Andy y que lo empujase a la acción.
Zondi, después de haber resuelto eficazmente lo de la enigmática colilla del Texan, esperaba impaciente que Kramer diese el próximo paso. Pero Kramer prefería ignorar en buena medida los nuevos interrogantes derivados de su deducción. Aun dando por descontado que Boetie no hubiese conservado el Texan si no lo creyese importante y fuese una pista fundamental a juicio del chico, a. Kramer tampoco se le escapaba que la colilla había sido localizada a seis metros de donde se había recuperado la camiseta. La otra hipótesis de Zondi —que el cigarrillo se habría caído durante el forcejeo— no se tenía en pie porque el bolsillo era profundo, y la camiseta del niño muy ajustada. Y además, el informe médico demostraba la inexistencia de violencia.
—Hola, Trompie.
Kramer movió la silla de ella.
—Gracias, espero no haberte hecho esperar demasiado. Estamos de rebajas.
—Sigues muy ocupada, por lo que veo.
—Bastante, ¿y tú?
—No paro.
—¿Sigues con el muchacho asesinado en el Country Club? No he vuelto a leer nada en los periódicos.
—¿Cómo están los niños?
—Bien. Preguntan por ti.
—Vaya.
El camarero se acercó a tomar nota.
—Para mí una tortilla —dijo la viuda Fourie sin consultar el menú—, de queso y sin tomate. Para el señor un filete poco hecho, con ensalada y guarnición de patatas.
Kramer sonrió.
—¿Aún recuerdas mis costumbres? —preguntó, mientras ella revolvía en el bolso.
—Al cabo de tres años, Trompie, tengo mucho que recordar.
La viuda Fourie abrió una pitillera con sus iniciales grabadas afectuosamente y se la acercó. Kramer no hizo ademán alguno de coger un cigarrillo. Qué golpe más bajo…
—¿Por qué no? —dijo ella—; tu filete va a llevar tiempo.
Quizá no había mala intención en ella, al fin y al cabo.
—¿Qué es esto? —preguntó él con sorna—. ¿Fumas Texan y toses como un vaquero?
La viuda Fourie se rió.
Después frunció las cejas, perpleja. La silla de Kramer estaba vacía… Se había largado sin decir palabra.
LA SECRETARIA DEL DIRECTOR del instituto se había tomado la tarde libre, así que Lisbet podría hablar a sus anchas con Kramer, y con tanta libertad e intimidad como le permitía su modestia y pudor.
Pero cuando al fin pasaron la llamada, se encontró con una voz desconocida. El nombre era incomprensible.
—¿Eres bantú? —preguntó ella finalmente.
La respuesta fue afirmativa.
—¿Dónde está tu jefe? No importa quién soy, chico, limítate a contestar mis preguntas. ¿Así que te ha dado esa orden? Bien, pues soy Miss Louw, profesora del instituto. ¿Satisfecho?
Completamente, y con disculpas incluidas.
—Vamos, no pierdas el tiempo. Dime dónde está y cuándo volverá, nada más. ¿Tres horas? ¿Qué es esta historia?
Lisbet escuchó atentamente, formulando alguna pregunta ocasional.
—Gracias —dijo al fin—, no te preocupes. No le diré nada. Me has hecho un gran favor.
ERA INÚTIL PASAR A buscar a Zondi… la investigación se había desplazado fuera de su marco de competencias. Pero Kramer encontró un hueco para telefonear desde la clínica donde le habían extirpado el quiste a Caroline Jarvis.
—¿Así que no hay mensajes? Estupendo. Bien, he conseguido lo que me faltaba y ahora estoy de camino hacia la casa de los Jarvis. No, no está aquí… le han dado de alta esta mañana, pero aún tiene que guardar cama unos días, así que seguro que la encontraré en casa. ¿Argyle? Me alegro. Pues vete a verle si te apetece, hombre. Joder, no tengo tiempo ahora, amigo, pero te daré una pista: la palabra «vaquero» en el primero de los códigos de Boetie es su forma de referirse a una de las pruebas. ¡La prueba A! Descubre tú mismo de qué se trata…
Kramer sonrió obsequiosamente a la enfermera jefe, que había insistido en dejarle solo mientras hablaba, y cojeó a paso rápido en dirección al aparcamiento.
Mierda, se había olvidado de decirle algo a Zondi: su teoría de por qué el Texan había aparecido a seis metros de la ropa de Boetie. Se fundaba en la razonable hipótesis de que el chaval debió de considerarla una pista fundamental… y puesto que el asesino no se preocupó en eliminarla, su presencia debió pasarle inadvertida. Teniendo en cuenta ambos factores, sería plausible que Boetie, temiendo algún peligro, hubiese tirado el Texan para que no lo asociasen con su persona. Un sencillo test había bastado para demostrar que ésa era la distancia a la que podía haberlo arrojado. Ahora bien, si esto era así, a Kramer aún le quedaba por explicar el hecho de que el asesino, que seguramente vigilaba estrechamente a su víctima, no hubiera visto nada, y sobre todo, ¿por qué Boetie se había ido llevándose consigo el indicio?
KRAMER ENTRÓ EN TERRITORIO COMANCHE compartiendo cabalgadura con una enorme langosta adosada al capó de su Chevrolet. Había conseguido aferrarse a él desde que, en el último cañón urbano cercado de rascacielos, el conductor había disminuido la velocidad para repasar por última vez los detalles. Al fin y al cabo, se exponía a que le arrancaran el cuero cabelludo. Pero diez minutos más tarde aún parecía tener el viento en popa, siempre que evitase atajos y siguiese el camino correcto.
Decidido, Kramer se detuvo ante el número 10 de Rosebank Road y ató sus caballos.
Fue el mismo capitán Jarvis el que abrió la puerta tras el tercer golpe con el llamador de bronce.
—La maldita criada tenía que estar aquí ya hace media hora —gruñó—. No esperaba volver a verle por aquí, camarada.
—Es siempre buena señal —replicó Kramer, que no esperó a que lo invitasen para entrar.
—¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó Jarvis en tono agresivo.
—Su hija Caroline… me gustaría hablar con ella.
—Si es sobre ese niño, Swanepoel, ya le dije…
—No tiene que ver con eso, capitán. De eso se encarga ahora un subordinado. Estoy realizando nuevas investigaciones sobre la muerte de Andrew Cutler.
—¡Dios mío! Creía que ese maldito asunto estaba cerrado.
—También nosotros… hasta que pillamos al ladrón que ha estado actuando en Greenside. Nos ha contado unas historias muy curiosas.
Jarvis rebuscó en los bolsillos y extrajo una pipa de madera nudosa; agitó el mango frente a Kramer.
—¿Pero qué tiene que ver esto con Caroline?
—Tiene que ver con todas las personas que viven en esta casa, capitán —respondió solemnemente Kramer—, pero yo quisiera tomarle a ella la primera declaración.
Con un movimiento sorprendentemente rápido, Jarvis retrocedió y se colocó de tal modo que bloqueó el paso de las escaleras.
—No pasará de aquí, teniente, hasta que no se explique con toda claridad. ¡Esto es peor que la Gestapo!
Kramer ya conocía esa cantinela.
—¿No se le ha ocurrido pensar, capitán, que la muerte de Cutler fue extrañamente brusca para un joven de su edad… así, sin más, caerse en la piscina?
—Según el forense —su forense—, pudo ocurrirle si fue rodando hasta la piscina. Cuestión de mala suerte.
—Pero también pudo ser empujado.
—¿Por quién, teniente?
—Por un ladrón que intentaba huir y se encontró con que el muchacho le obstruía el paso.
La rigidez se deshizo, y Jarvis bajó repentinamente hacia el escalón inferior.
—Esto es asombroso, teniente. Nunca se me pasó por la mente que…
—Por la nuestra tampoco. Hasta que este sospechoso nos obligó a reflexionar. Para ser un reincidente parecía muy angustiado de que le hubiésemos pillado… se comportaba como si hubiera alguna… circunstancia agravante.
—Disculpe, pero no le sigo.
—Esos casos en que el robo puede acabar en pena capital. Comprobamos nuestros archivos y descubrimos dos cosas interesantes: la primera es que no había robado una casa desde la noche del quince de noviembre.
—¿La noche en que murió Andy?
—Exacto, aunque sólo pudimos asociar ambos hechos después de comprobar el parte de los delitos de esa semana. La segunda cosa fue que entre los bienes recuperados se encontraba una barra de lápiz de labios; es una marca poco habitual y pudimos seguir la pista de una barra similar que, al parecer, fue comprada en esta casa.
—¡Pues qué cosa más rara para robar!
Claro que era rara. Kramer, que ya casi había empezado a creerse la historia, se aplicó a sí mismo una bofetada invisible. Pero no se hizo daño.
—Este negro es un tipo verdaderamente curioso —añadió—, un poco loco… Está de acuerdo con todo lo que uno le dice.
—¿Le han preguntado si fue él quien lo hizo?
—Naturalmente.
—¿Y qué responde?
—Como le he dicho, dice que sí a todo… pero la acusación confía en que yo pueda encontrar al menos alguna prueba material.
—¿Le ahorcarán en cualquier caso?
—¿Quién sabe? Personalmente, yo creo que se lo llevará el loquero.
Jarvis encendió la pipa.
—Entiendo que su visita ha de considerarse, entonces, poco más que una mera formalidad.
—Oficiosamente: sí.
—¿No habría por qué molestar a Caroline en ese caso?
—Lo que yo creo es que usted debería darse cuenta de que cuando el coronel da una orden, la misión consiste en hacer todo lo necesario para acatarla.
Las palabras de Kramer volvieron a hacer que Jarvis se pusiera a interpretar. Estiró el cuerpo y asintió secamente.
—Por supuesto. Había olvidado que en realidad son ustedes un destacamento casi paramilitar. Y eso, bien mirado, no es ninguna broma, si me permite la expresión. Le anunciaré a Caroline su llegada e inmediatamente podrá subir a verla.
Kramer entrechocó los tacones.
Y mientras aguardaba, contempló con detenimiento las extrañas placas de bronce que adornaban la viga del techo.
PEMBROOK HABÍA MEJORADO tanto desde después del almuerzo que se lo sacudieron dándole el alta. La decisión fue adoptada por el forense adjunto, que obviamente consideraba un exceso de celo por parte de su superior prescribir todo un día de descanso.
—Hay un buen partido de rugby en el club de policía —le aconsejó—. Vaya y tome un poco de aire fresco.
—Eso haré —dijo Pembrook, mientras se encaminaba en línea recta hacia la parada de coches, donde encontró a alguien que lo acercara hasta el 39 de Woodland Avenue, que resultó ser la casa más lujosa que había visto en su vida.
Y eso que no le permitieron pasar del vestíbulo hasta que la señora fue informada de su presencia por una sirvienta bantú arrogante hasta decir basta. La actitud de esa tipa negra le daba a entender claramente que le hubiera correspondido presentarse por la puerta de servicio, lo cual lo ofendía profundamente.
Pero tal vez fuera una sirvienta nueva en la casa, y no tenía por qué de ser un calco exacto de su ama, ya que la abuela de Sally Jarvis, la señora Trubshaw, resultó ser excepcionalmente amable, a pesar de su lógica inquietud por no haber sido avisada con antelación. La señora Trubshaw le condujo a la sala y envió a otra criada en busca de su nieta, con una orden adicional para que preparase el té.
—Y ahora —dijo, recogiendo su bordado— hábleme de usted. Es tan poco habitual frecuentar a nadie de los nuestros.
Tenía que estar bromeando.
LA IMAGEN DE LA CHICA, tumbada bajo un edredón de rayas multicolores, con el rostro reservado y expresión melancólica, hubiera podido dar una falsa imagen de ella, de no ser porque Kramer enseguida vio el stick de hockey y las espinilleras debajo de la ventana. Debía ser fuerte, si jugaba de portera. Por lo demás, a juzgar por su cabeza, era la imagen perfecta de la chica que acude a su puesta de largo (ahora que el presidente del Estado autorizaba esas cosas): cabello rubio hasta los hombros, cejas depiladas, nariz respingona y barbilla arrogante. Tenía los ojos verdes, desafiantes, y una boca con una mueca que parecía un poco de autoconmiseración.
—Hola, Caroline, soy el teniente Kramer, brigada criminal.
—Hola.
—¿Cómo te encuentras… algo mejor?
—Sólo me duele un poco, gracias.
—¿Te importa si me siento aquí? Me gustaría hacerte un par de preguntas.
—Mi padre ya me ha avisado.
Estaba nerviosa aunque intentase ocultarlo… se notaba en el tono de la voz. Pero, curiosamente, no tan nerviosa como había previsto Kramer.
—¿Y qué ha dicho tu padre?
—Que quiere hablar sobre Andy. Algo relacionado con un ladrón.
Kramer abrió su bloc de notas y escribió el nombre, Caroline, en la parte superior.
—El examen del forense dice que Andy se ahogó alrededor de las diez de la noche… ¿dónde estabas a esa hora?
—Pero si ya lo he…
—Por favor, olvida todo lo anterior, es como si empezásemos desde cero. Sólo responde a mis preguntas.
—Estaba aquí, en cama, dormida. Volví a mi habitación justo antes de las diez, tomé una ducha y escuché algo de música pop en Springbok Radio. Debí dormirme antes de los anuncios, porque no los recuerdo.
—Digamos… ¿hacia las diez y media?
—Sí.
La misma vieja historia de siempre: demasiado fácil, demasiado correcto, demasiado relamido. Caroline mentía. Él sacaría una pepita de oro de todo aquello a poco que removiera. Y pudiera probarlo.
—¿Y si yo te dijera que Springbok no puso música pop esa noche? Acuérdate, era el aniversario del General Marais… todas las emisoras programaron música clásica.
—Entonces sería la emisora de Lourengo Marques. No presté atención. ¿Es importante?
Kramer garrapateó una señal en el margen.
—¡Pues, no! Es que los polis tenemos la costumbre de examinar con lupa los hechos. Así que estabas aquí dormida. ¿No te despertó algo? ¿No escuchaste ruidos?
—Nada en absoluto hasta que Jackson vino a traerme el zumo de naranja por la mañana.
—Más allá del bien y del mal —farfulló para sí Kramer, mientras garrapateaba otro palito.
—¿Cómo dice?
—Nada. ¿Te gustaba él?
—¿Quién?
—El americano. Di: ¿te gustaba sí o no?
—No —respondió espontáneamente, antes de quedarse algo consternada.
—No te preocupes, tu padre ya me ha dicho que era un poco raro.
—¡Qué gracia!
—¿Qué pasa?
—Mi padre es mucho más listo de lo que pensaba. Mis amigas y yo pensábamos que Andy era afeminado hasta que descubrimos la verdad.
Kramer intentó ganar tiempo, mediante una pequeña demostración de su mala tos de fumador.
—¿Pero seguro que no era tan terrible? —graznó como una rana.
—¡Mucho peor! Un auténtico maniaco sexual con unas manazas de araña peluda que no dejaban de sobarte.
—No te creo —le contestó él.
Era su propia aportación a tanta mentira; Caroline parecía completa y sorprendentemente sincera en su acusación. Kramer empezó a sentir la confusión de una serpiente perdida en un trombón.
—¡Es verdad!
—A ver, demuéstramelo. Cuéntame algo más.
—¿Va a seguir anotando?
—No, y también te prometo que no se lo contaré a nadie. Pero me ayudaría mucho a hacerme una idea.
Lo miró con los ojos de las colegialas que se hacen confidencias jugosas antes de despedirse. Ni siquiera Lisbet había hecho que Kramer se sintiera tan joven.
—Bueno —dijo Caroline—. Prométame que no va a decírselo a mis padres, pero una noche ¡le encontré en mi cama! De verdad, no me invento nada. Y lo peor de todo es que empecé a desvestirme antes de darme cuenta que él estaba allí. Había vuelto a casa bastante tarde y no quise encender la luz para evitar que mi padre la viese bajo la puerta y armase una bronca. Es muy estricto con que nos acostemos a las diez… a ninguna de mis amigas les obligan a eso. Es verdaderamente injusto…
—¿Pero qué paso cuando lo descubriste?
—No se lo va a creer. Sacó sus pantalones que tenía escondidos debajo de la manta… ¡y me pidió que los colgase en el perchero!
—¿Y lo hiciste? —sonrió Kramer con complicidad.
—¡Por supuesto que no! Le aticé tan fuerte como pude con una percha… y salió por piernas. Tuve que tirarle los pantalones al pasillo, por lo deprisa que se había marchado.
Kramer y la chica compartieron la carcajada.
—¿Pero por qué no se lo dijiste a tus padres, Caroline? El tipo parecía peligroso.
—Usted no los conoce, claro. Hubiesen montado un número tremendo. Peor aún, se habrían puesto histéricos, por lo que pensaría de ellos la gente si poníamos a Andy de patitas en la calle, así sin previo aviso. Mi padre se ha pasado la mitad de la vida pensando en el Ejército y la otra mitad en el honor de la familia. No cree que haya diferencias entre ambas cosas. La primera noche le dijo a Andy: «Bienvenido al club de oficiales», y esto le convirtió automáticamente en invitado. Es decir en algo muy especial. Hubiese sido lamentable para el buen nombre de la familia que Andy se fuese, porque todos habrían pensado que era culpa nuestra.
—¿Así que no lo sentiste demasiado cuando se ahogó?
Caroline boqueó sin aliento.
—¡Qué cosa tan terrible acaba de decir! Por supuesto, por supuesto que lo sentí… aunque todavía no me acabo de creer que haya ocurrido, me parece irreal, y a veces lo olvido cuando hablo de él…
—Lo siento.
—Sabe, se comportaba mucho mejor cuando vio como éramos mis amigas y yo. Y en cierta forma no era del todo culpa suya. América es tan diferente. Una vez recibió una carta de Puerto Rico, y con la carta una fotografía de su novia, ¡embarazada y en bikini!
¿Qué?
—Sí, la madre de él, ni más ni menos, la había llevado allí para abortar.
—¿Pero y la madre de la chica?
—Andy solía decir que estaba demasiado harta como para preocuparse por eso. Ya le había ocurrido antes.
—Estos americanos…
—Pero no todos son así. Tracy Williams, la chica que está en casa de los Flint, no tiene nada que ver con eso. No es partidaria del amor libre, la marihuana y todas esas cosas, y hasta dijo que allá, en su país, Andy no tendría nada que hacer en su clase social.
—¿Cómo le eligieron para el intercambio?
—Creo que fue un pequeño error.
—Y que lo digas…
La conversación estaba adoptando un tono demasiado cortés para que Kramer no albergase sus sospechas. Cerró su cuaderno de notas, se acercó a la ventana y vio a Jarvis riñendo al jardinero en el césped de delante de la casa.
—No parece que haya habido mucha suerte aquí con los invitados —murmuró Kramer en tono indiferente.
—¿Qué quiere decir?
Otra vez había nerviosismo en su voz.
—Boetie, Boetie Swanepoel. Parece que se portó muy mal… —Kramer se volvió con el tiempo justo para capturar una expresión de fría indiferencia en el rostro de Caroline—. Tampoco a tu padre le agradaba mucho él.
—¿Ah, sí?
—¿Te sorprendió lo ocurrido en el Country Club, Caroline?
—Creo que es un escándalo.
—¿Y aparte de eso? Pareces muy observadora para tu edad. ¿Cómo crees que pudo ser atraído hacia allí?
Caroline estaba obligada a responder.
—Bueno, creo que era el tipo de chico que nunca dejaría pasar ni una oportunidad. Un oportunista, como dice mi madre. Sólo se fijó en la pobre Sally por venir a disfrutar de la piscina, eso se notaba a la legua. Pero claro, a ella no se lo podías decir. Siempre salía en su defensa, sobre todo porque no era… bueno, porque no era inglés.
—¿Qué te molestaba de él en particular?
—Ya se lo he dicho, trataba a Sally como si fuera el tiquet de entrada en esta casa. Y siempre andaba fisgoneando por ahí. Una vez le pillé en mi habitación, curioseando en mi tocador.
—¿No me suena algo todo esto? —inquirió flemáticamente Kramer—. ¿Pero se quitó los pantalones?
Caroline se sonrojó… pero de cólera.
—Me parece que es mejor que hable con mi padre.
—Sólo era un chiste, nada más. No te rías si no quieres. ¿Solía contar chistes Boetie?
—No.
—Entonces sí es el momento de volver a tu padre. Me dijo que Boetie te había contado un chiste verde la última vez que coincidisteis. ¿Es cierto? ¿O acaso es mentira todo lo que me has contado?
—¡Mi padre le echará a patadas en cuanto le oiga decir eso!
—Responde o…
—¿O qué?
—A tu padre le interesará mucho saber lo que estaba pasando en esta casa, delante de sus narices.
Caroline literalmente se encogió de pavor… la primera vez que Kramer observaba algo así en la casa de los Jarvis. Le envolvió una cálida sensación de fraternidad humana. El miedo era una gran niveladora, y mucho más práctica.
—No fue un chiste, fue otra cosa…
—Soy todo oídos.
—Una cosa espantosa y horrible, que me soltó, de repente, y sin venir a cuento en absoluto.
—Las palabras exactas, por favor.
—Boetie… Boetie dijo que me había visto luchando con Andy… En el jardín. Por la noche. Que yo estaba sentada sobre él… y que estaba desnuda.
—¿Luchando?
Caroline asintió, con los húmedos ojos mirando al suelo.
—¿Y cuándo dijo que había visto esto? Caroline, por favor, dame una respuesta.
—¿Cree que pude soportarlo mucho tiempo? —estalló—. Fui a decírselo enseguida a mi padre… pero no le conté los hechos con toda exactitud por miedo a que explotase. Se llevó a Boetie a su despacho y le dijo que no volviese nunca más.
—¿Y por qué crees que Boetie pudo decirte eso?
—Porque no era más que una repugnante y pervertida escoria, por eso. No me sorprende en absoluto que acabara como acabó.
—Mira —dijo Kramer— lamento haberte llevado hasta estos extremos, pero me has dado una información muy valiosa sobre Boetie que nadie más hubiera podido darme. Nos ayudará mucho a solucionar el caso.
La mirada de Caroline se dirigió inevitablemente hacia él.
—Pero usted dijo que había venido a verme para hablar sobre Andy —susurró—. ¿Era un engaño?
—No, pura coincidencia. Ya no me ocupo de la muerte de Boetie, pero transmitiré la información sin facilitar nombres. Ya te he robado demasiado tiempo a tu convalecencia y no quiero perturbarte. ¿Quiere añadir algo más sobre Andy?
—Me parece que no.
—Bien, y ahora si no tienes inconveniente, ¿te importaría darme la dirección de tu novio?
Caroline se incorporó, con un gesto que traicionaba una punzada dolorosa pero pasajera.
—¿Y qué tiene que ver Glen con Andy? —preguntó.
—Pura rutina… para corroborar tu declaración.
—¡Por favor!, no le pregunte nada a él, se lo contaré todo yo misma.
Kramer se sentó a un lado de la cama y estiró las piernas. Con un gesto la invitó a que hablase.
—Verá, no he dicho toda la verdad sobre la noche en que murió Andy. Yo no estaba aquí… salí del cuarto después de las diez, cuando mi padre pensó que ya estaba acostada. Glen me esperaba en su coche. Había una fiesta de despedida para Tracey… Sally dejó abierta la puerta trasera.
—¿Es eso cierto?
—Se lo prometo.
—¿Supon que le pregunto a Sally?
—Hágalo, le dirá lo mismo. La desperté hacia las tres, arrojando piedrecitas al cristal de su ventana, y luego…
—Te creo, Caroline —exclamó con un suspiro de sinceridad el teniente Kramer—. Olvida mi amenaza de contarle nada a tu padre. Lo que me has dicho no saldrá de aquí, soy una tumba.
Pobre muchacha. Kramer intentó alcanzar la puerta antes de que le embargara una sensación de compasión.
—Un momento, teniente —dijo la chica.
¿Sí?
—¿No iba a preguntarme algo sobre mi lápiz de labios? Eso es lo que dijo mi padre.
—Ah, claro.
—Mi lápiz de labios desapareció esa noche, y lo sé porque pensaba utilizarlo para ir a la fiesta. Pero no pudo ser el ladrón; antes de la cena ya me di cuenta de que había desaparecido.