Peces peces soy yo, os llamo: hermosas manos ágiles es el agua. Peces os parecéis a la mitología. Vuestros amores son perfectos y vuestros ardores inexplicables. No os acerquéis a vuestras hembras y permaneced exaltados ante la sola idea de la semilla que os sigue como un hilo, ante la idea del misterioso depósito que produjo en la sombra de las aguas relucientes otra exaltación muda, anónima. Peces no intercambiéis cartas de amor, encontráis vuestros deseos en vuestra propia elegancia. Flexibles masturbadores de los dos sexos, peces me inclino ante el vértigo de vuestros sentidos. Quiera el cielo, quiera la tierra otorgarme el poder de salir así de mí mismo. Cuántos crímenes omitidos, cuántos dramas contenidos en el hoyo del apuntador. Vuestras transparentes exaltaciones. Dios mío, ah, cuánto las envidio. Queridas divinidades de las profundidades, me yergo y me agito al pensar un solo instante en el instante de vuestro espíritu en el que se forma la bella planta marina de la voluptuosidad cuyos brazos se ramifican en vuestros seres sutiles, mientras el agua vibra alrededor de vuestras soledades y emite un canto de arrugas hacia la orilla. Peces, peces, prontas imágenes del placer, puros símbolos de las poluciones involuntarias, os amo y os invoco, peces semejantes a globos aerostáticos. Echad al hueco de vuestros surcos un lastre pasional, signo de vuestra grandeza intelectual.
Peces peces peces peces.
Pero también el hombre hace a veces el amor.