¿Qué es un proverbio sioux? En la danza blanca y azul que adivina en medio de los esfuerzos de la defecación el hombre que fija su mirada en el embaldosado de los aseos hay más belleza que en la pura aurora —es un proverbio sioux—. Cien francos. Cada cosa tiene su precio. Ah, los mosquitos.

Los espejos tienen sobre las palabras de las que me sirvo la extraordinaria ventaja de que los hacen de dos filos: pequeño y celoso, por ejemplo. Así la luna vacila en utilizar la mar, luego valientemente se refleja en ella. Lo cual llena de valor las pardas cabezas de chorlito de la segunda República. Que no debía ser la última. Fuera mosquitos.

Por qué no he podido en mi vida oír hablar de avellanas sin emocionarme hasta el punto de soñar, de, cómo decís, dormir, me, se. Suponed que todo lo que digo tiene un carácter más bien científico. Cierto dominio sobre sí mismo no podría, ni en circunstancias favorables, hacer de un hombre, de un hombre bien dotado, un emperador. Que no debía ser la última, por ejemplo. Suspiros.

Parece, se dice, o, para ser más justos, se insinúa que todo esto acabará siendo una historia. Sí, para los tontos. Hay que decir que ven en todas partes novelas, romances[14]. Los hay que si se han encontrado un señor con un sombrero rosa lo cuentan. Todo es historia para ellos, un pedacito de madera, un adulterio, una gardenia. Eso constituye un somnífero montón de leyendas. Suponed que todo lo que digo tiene un carácter más bien científico.

Todo esto acabará siendo una historia para la crema, lo no va más, el gratinado, la nata de los tontos. Es una manía burguesa la de disponerlo todo como una historia. A vuestro antojo, si tenéis comprador. Lo que quiero decir es, para que se entienda bien, que, bajo varios nombres, no sigo mi pequeña curva como sigue su trayectoria suavemente, según las leyes de la balística y de la Convención de Ginebra, una bala de cañón en el aire. Nada lo detendría, tiene que firmar, ¡y hostia qué bonita rúbrica! Es puro roble.

Hay gente que cuenta la vida de los demás. O la suya. ¿Por qué extremo la toman? En fin, resumirán cualquier cosa. Una escalera o una corriente de aire. Oyeron de la vida de los demás lo que eran capaces de oír. Pero incluso si fuese así, sería de otro modo. Y además basta ya. Fijaros en un hombre que bosteza. Sus rasgos se deshacen, expresan una melancolía desconocida, una inmensa desesperación física. Sin embargo eso no puede ocupar lugar alguno en una historia propiamente dicha. ¿Quién seguiría minuciosamente la existencia de una vieja, poco a poco llevada a escribir cartas anónimas? Cuántas reflexiones supondría eso.

Es una manía burguesa la de disponerlo todo como una historia. Tengo todo el aspecto de adherirme a ello, hicieron de mí un soldado. No obstante, eso haría reír a alguien que tuviera de mí una visión general. Toma de la estación, con el semáforo al fondo. No, no soy en absoluto un cualquiera. Que haya sido un soldado es un poco más indignante, para un imparcial testimonio imaginario, que si eso le hubiese ocurrido a un pobre perro. Un poco más, un poco menos. Una melancolía desconocida, una inmensa desesperación física. El mismo número de París–Soir que reproducía una carta relativa a una revista que prometía a troche y moche mi colaboración y la de otros más y en una entrevista falsificada de Massimo Bontempelli, anunciaba que seis mil presos, en cifras redondas, habían salido aquel mismo día hacia el presidio[15]. Así es como, con la leyenda Aguas minerales alcalinas naturales, la etiqueta del agua de Evian–Cachat que tengo ante mí presenta sobre un fondo rosa una vista del establecimiento termal en el momento en que ante los jardines pasan una calesa y unos cuantos transeúntes, entre los que se distingue una dama con una sombrilla. Hace sol por lo tanto. Y en la cenefa azul y negro, alrededor de una columna decorativa, se lee en una banderola enrollada las siguientes palabras: Aprobación de la Academia de Medicina. Fijaos en un hombre que bosteza.

El mismo número de París–Soir. Me abandono al desánimo cuando pienso en la multiplicidad de los hechos. Lo que abarco, en comparación con lo que no abarco, no es muy lucido. Vamos, un poco más de humor, qué diablos. Un traguito más de aguardiente. Un hombre que, para no rascarse, siente la invencible necesidad de beber no es ridículo. Además, bebe.

Murmullo, agua fresca del valle del sueño. En el punto en que caes de veinte metros treinta en la extrañeza lisa de las rocas, no por nada la mano del hombre colgó un pequeño belvedere de cartón–piedra[16]. Ahí viene a poner el codo el romanticismo, con una antología en la mano. Cuidado, César, te caerías.

Las noches son frescas. No podría decir lo mismo del pan, Papa (así designo a las nieves eternas). La multiplicidad de los hechos.

Allí donde la desnudez de la roca rechaza el pie tímido, donde el vegetal desanimado ya no desarrollará la seducción de su simiente, allí donde la azada no levanta más que la chispa, encontré mi refugio, más allá del reino azul de las moscas. Soy un animal de las alturas. No podría decir lo mismo del pan. Que aquellos que buscan su alimento dejen de importunarme con su asqueroso cuchicheo.