PERSONAJES:
SEÑORA DE SAINT–ANGE, EUGENIA.
SRA. DE SAINT–ANGE: ¡Eh! Buenos días, hermosa mía; te esperaba con una impaciencia que fácilmente adivinarás si lees en mi corazón.
EUGENIA: ¡Oh, querida mía! Creí que no llegaría nunca, tanta era la prisa que tenía por estar en tus brazos; una hora antes de partir, he temblado de miedo a que fuera imposible venir; mi madre se oponía rotundamente a este delicioso viaje; pretendía que no era conveniente que una joven de mi edad viniese sola; pero mi padre la había golpeado tanto anteayer que una sola de sus miradas ha dejado anonadada a la señora de Mistival; ha terminado por consentir lo que me concedía mi padre, y he acudido corriendo. Me han dado dos días; es absolutamente preciso que tu coche y una de tus criadas me devuelvan pasado mañana.
SRA. DE SAINT–ANGE: ¡Qué breve es ese intervalo, ángel mío! Apenas podré, en tan poco tiempo, expresarte todo lo que me inspiras…, y además tenemos que hablar; ¿no sabes que es en esta entrevista en la que debo iniciarte en los misterios más secretos de Venus[3]? ¿Tendremos tiempo en dos días?
EUGENIA: ¡Ah, si no sé todo, me quedaré!… He venido aquí para instruirme y no me iré sin ser sabia.
SRA. DE SAINT–ANGE, besándola: ¡Oh, amor querido, cuántas cosas vamos a hacernos y decirnos una a otra! Pero, a propósito, ¿quieres almorzar, reina mía? Es posible que la lección sea larga.
EUGENIA: Querida amiga, no tengo otra necesidad que oírte; hemos almorzado a una legua de aquí; ahora esperaré hasta las ocho de la tarde sin sentir la menor necesidad.
SRA. DE SAINT–ANGE: Pasemos, pues, a mi tocador, ahí estaremos más a gusto; ya he prevenido a mis criados; tranquilízate, que a nadie se le ocurrirá interrumpirnos.
Pasan a él abrazadas.