LA FIGURA DEL PROTAGONISTA de esta novela está inspirada en cada uno de los soldados republicanos españoles que después de la II Guerra Mundial se sintieron traicionados por De Gaulle y, locos de rabia y desesperación, quisieron traspasar las líneas defensivas de la España de Franco robándole material bélico al Ejército francés.
«Yo no me enteré (…). Si lo hubiese sabido, me hubiese ido con ellos», manifestó Daniel Hernández en 1998, superviviente de La Nueve y soldado del «Guadalajara», en una entrevista realizada por Evelyn Mesquida.
Aquellos soldados terminaron sus días en otra guerra que ni les iba ni les venía: Vietnam. En total fueron mil cien exiliados españoles, entre voluntarios y forzosos, los que pusieron rumbo a Indochina a las órdenes del general Leclerc. Al fallecimiento de este, en 1947, permanecieron en la Legión Extranjera sujetos por su contrato o condena. En 1954, en la sangrienta batalla de Diên Bien Phu, fallecieron la mitad. La mayoría de los supervivientes desertaron y se unieron a las filas del Vietcong. En 1965, en el primer desembarco de las fuerzas norteamericanas en el puerto de Da Nang, estos españoles formaban parte del contingente vietnamita que se enfrentó al invasor. A gran parte de los supervivientes españoles se los repatrió en 1967.
Cuando, en 1969, Antonio Vilanova publicó su libro, Los olvidados, aseguró que aún quedaban republicanos españoles combatiendo contra los norteamericanos en Vietnam. Pero, curiosamente, ese mismo año, Franco envió tropas en apoyo del Ejército de los Estados Unidos, que se asentaron a cuarenta y cinco kilómetros de Saigón, en Go Cong. Una vez más, ahora en el delta del Mekong, españoles en bandos diferentes.
Respecto de la toma del Nido de Águila, la polémica de quién lo coronó primero se ha mantenido hasta hoy en día. Eisenhower aseguró que fue la 3.ª División de Infantería norteamericana. Hasta mostró fotos de soldados yanquis en el interior (sin especificar el instante en que fueron tomadas). Los franceses defendieron que soldados de la II División Blindada de Leclerc fueron quienes lo conquistaron. Pero ante polémicas verbales, lo mejor es acudir a la tiranía de las pruebas:
«Nosotros, los de la Nueve, continuamos rápido hasta el Nido de Águila y logramos izar la bandera francesa… Allí tuvimos que enfrentarnos a miembros de las juventudes hitlerianas que lucharon hasta la muerte. Yo fui uno de los que tuve la alegría de entrar en la guarida nazi… El interior estaba intacto. En uno de los salones vi un ajedrez del Führer y me lo llevé. Más tarde lo vendí a un americano por quinientos francos… Mucho dinero entonces», añadió Daniel Hernández en la entrevista citada.
«Yo iba en el “Santander”… Llegamos a Berchtesgaden. No pude subir al Nido de Águila porque me hirieron en el pueblo… Gitano sí subió, con algunos otros», dijo Faustino Solana a Evelyn Mesquida en 1998.
«El interior estaba casi intacto (…). Muchos cogieron de allí lo que quisieron. Se trajeron muchas cosas (…). En el Nido de Águila, el general Leclerc brindó con champán con todos», manifestó en el 2005 Germán Arrúe, soldado del «Teruel», a Evelyn Mesquida.
En agosto de 2004, recordando el sexagésimo aniversario de la liberación de París, se colocó una placa a orillas del Sena patrocinada por el Ayuntamiento de la capital francesa, que recordaba la gesta de estos hombres. «Aux republicains espagnols composante principale de la colonne Dronne», reza su leyenda. El 10 de abril de 2010, el Ayuntamiento de París entregó la medalla Vermeil a los tres únicos supervivientes españoles de la II División Blindada: Manuel Fernández Arias (Ibias, Asturias, 1919-Bretaña, Francia, 2011), soldado de la 11.ª compañía del Regimiento de Marcha del Tchad; Luis Royo (Barcelona, 1920), soldado de La Nueve en el «Madrid»; Rafael Gómez (Almería, 1920), soldado de La Nueve con destino inicial en el «Guernica» y más tarde en el «Don Quijote».
La realidad es que la mayoría de los exiliados que combatieron a Hitler se nos fueron en silencio, sin vanagloriarse de su gesta. La guardaron para sí, encerrando en su alma una pesada roca. Dejaron que las lápidas cubrieran sus cuerpos como jalones en la ruta desde Normandía a Berchtesgaden, pasando por las dunas del desierto del norte de África, bajo cuyas arenas y el dibujo de las cadenas de los blindados del Afrika Korps, quedaron enterrados de a miles. Ellos habían aprendido a callar, y fuimos otros los que los bautizamos como irrepetibles.
En estos momentos, a punto de cerrar el ordenador, me asalta una duda: si ellos —que pensaban que nada en la vida era imposible— no pudieron cambiar el mundo, ¿quién lo hará?
Desde la intrahistoria, a 31 de enero de 2012.