5: Salida de Morand

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SALIDA DE MORAND

EN EL VERANO DE 1940 sólo os llegaban al campo de Morand noticias parciales o tergiversadas. Lo que estaba muy claro es que Francia, vuestro suelo de acogida, se hallaba dividida en tres territorios: el norte ocupado por Hitler; en el sur, el régimen de Vichy, que consiguió sobrevivir gracias al armisticio claudicante firmado por el mariscal Pétain; y la Francia Libre en el exilio. Desconocías a cuál de los tres pertenecía Morand.

A las noticias y rumores se sumaron más grupos de trabajadores —aunque en realidad eran prisioneros de los colaboracionistas de Vichy o exiliados de los países arrasados por las fuerzas de la Wehrmacht— llegados de los territorios del sur francés, los del norte se convirtieron en huéspedes de los campos nazis.

En el contingente de finales de junio, llegó un muchacho, también español. Se llamaba Luis, pero lo apodasteis Gitano por su tez morena, sus ojos enormes que parecían no pestañear nunca y destacaban aún más en su rostro enjuto. Era tan delgado como tú, y andaluz, nacido en una calle perdida de la judería o morería, como aseguraba él, cordobesa.

Durante las gélidas noches en vuestro pequeño barracón en Morand, te narraba su odisea, que no dejaba de asemejarse mucho a la tuya, a la de tantos:

—El avance de los nacionales nos obligó a recorrer España hasta Barcelona y, a su caída, debimos atravesar la frontera. Los exiliados en Francia éramos legiones; dicen que casi medio millón. Nos alojaron en los campos de refugiados de Argelès, Saint-Cyprien o Barcarès. Sólo veíamos la arena de la playa y las alambradas…

Después de un año rodeado de ancianos o enfermos, pero todos mayores que tú, por fin habías encontrado a alguien de tu edad. En el tiempo transcurrido, ya no quedaba nadie de tu generación: todos los jóvenes se habían alistado en la Legión Extranjera.

—Todo lo que no es de nadie es de la Legión —te arengaba Luis, que evidenciaba intenciones de alistarse, lo que terminó por confesar una noche en la que aún su cuerpo no se había repuesto del castigo al pozo que un gendarme le impuso por retrasarse unos minutos al incorporase a la fila de trabajo.

—En cuanto tenga una oportunidad, me enrolo —te dijo entonces—. No estoy dispuesto a repetir los sufrimientos de Saint-Cyprien.

A ti, la idea de luchar bajo una bandera que no sentías como propia no te seducía. Además, ¿a quién servía ahora la Legión Extranjera? ¿A Hitler o a Pétain y su régimen claudicante de Vichy? Lo cierto es que no estaba bajo las órdenes de la Francia Libre. ¿O sí?

Dos acontecimientos, el último día que Gitano había decidido permanecer en Morand, modificaron tu opinión. El primero ocurrió cuando una unidad de legionarios, que incluía exiliados españoles, acampó en las cercanías. Ahí fue donde volviste a encontrarte con el mayor Amado Granell del Batallón Hierro en la Guerra Civil. Su voz transmitía la misma generosidad de siempre, pero su rostro se veía muy moreno, seco, con arrugas profundas. Y no eran estos los únicos cambios. Al presentarse ante vosotros, anunció:

—Soy el teniente Granell de la…

«¿Qué habrá pasado para que lo degradasen?», te preguntaste, aunque apartaste ese dato de tu mente pues preferías atender a las condiciones de alistamiento que había comenzado a exponer.

—… firmaréis por cinco años y os darán una prima de enganche de quinientos francos. Después os pagarán otros doce diarios; diez irán a vuestras familias y dos para vosotros.

Aquello se apartaba mucho del franco —a veces, incluso medio franco— de las Compañías de Trabajadores Extranjeros. Pero lo que de verdad te convenció fue lo que añadió Granell:

—Si vuestra familia se encuentra en un campo de internamiento, la liberan y le pagan el alquiler de la vivienda en la que se alojen. Y, si lo deseáis, al terminar los cinco años de contrato recibiréis la nacionalidad francesa.

Agregó que su unidad tenía como misión la custodia de la Línea Mareth, aquellos treinta y cinco kilómetros de fortificaciones cerca de Medenine. Sólo quedaba que te entregasen el contrato para firmar, cuando Granell te regaló aquellas palabras:

—Cada mes os darán un permiso de tres días que la mayoría disfrutamos en Orán.

Orán: la cárcel, tu madre y hermana. Un año sin saber de ellas podía superarse, y no sólo eso: su liberación del campo de refugiados estaba solucionada. Ya no lo dudaste: te alistarías en la Legión Extranjera francesa, aunque fuese bajo una bandera que no te gustaba, la del régimen de Vichy. Gitano te acompañó.

Muchos años después de ese día, con la II Guerra Mundial terminada y la independencia de las colonias francesas en África, cuando Argelia finalizó su guerra y la situación política se tranquilizó en el Magreb, recorrí los inmensos arenales desde Marrakech a Túnez. Mi objetivo no sólo era reconstruir tu vida, querido Nico, también vuestra historia y saber lo que se sentía por los caminos de la diáspora. La memoria es corta y apenas encontré huellas de las batallas y del sufrimiento. Hasta las alambradas de Morand, Suzonni, Bou Arfa habían desaparecido y en los campamentos de Kasserine, Gabes o Maknassy ya no quedaba nada. Los únicos restos los encontré en las estrechas y empedradas calles de Orán, Tetuán, Casablanca o Tánger, donde aún subsistían colonias españolas integradas en su parsimonioso transcurrir diario y, a veces, en los patios interiores de sus viviendas se rememoraban los años pasados y el dolor acudía a sus mentes hiriéndolos como el filo de una gumía bien afilada, sin que eso les impidiera caminar.

Aunque esto es en la actualidad y volveré a ello según avance el relato de vuestra gesta, lo que nos interesa ahora es saber que aquella unidad al mando del teniente Amado Granell, que había acampado al lado de Morand, partió con dos voluntarios la madrugada de aquel martes, 6 de agosto de 1940, rumbo a las fortificaciones de la Línea Mareth.