Habían aparecido misteriosamente tres hombres en la habitación (los mismos que habían capturado al espía de Parr, dos noches antes), y en un santiamén Yale quedó esposado de pies y manos. Una diestra mano le extrajo de un tirón la pistola que llevaba en el bolsillo. Un tercer hombre le lanzó a la cabeza un saco y lo sacaron apresuradamente de la estancia.
El inspector Parr se enjugó el sudor que le perlaba la frente y se dirigió a su asombrado auditorio.
—Señores —dijo, con voz temblorosa—, si tienen ustedes la bondad de excusarme esta noche, completaré mañana el resto de la historia.
Ellos lo rodearon, abrumándolo a preguntas, pero él sólo se sintió capaz de negar con la cabeza.
—Ha pasado muy mal rato —era la voz del coronel—, y nadie lo sabe mejor que yo. Le quedaría muy agradecido, señor Primer Ministro, si accediera a la petición del inspector, permitiendo que las explicaciones que restan se aplacen hasta mañana.
—Quizás el inspector quiera almorzar con nosotros —propuso el Primer Ministro, y el comisario aceptó en nombre de Parr.
Cogido al brazo de Jack, el inspector Parr abandonó la habitación y salieron a la calle. Un taxi los esperaba y Parr empujó dentro al joven sin ceremonias.
—Me parece que he estado soñando —dijo Jack, cuando se notó capaz de hablar—. ¡Derrick Yale! ¡Imposible! Y sin embargo…
—Oh, es perfectamente posible —dijo el inspector con una sonrisa.
—Entonces, ¿él y Thalia Drummond trabajaban de común acuerdo?
—Exactamente —fue la contestación.
—Pero, inspector, ¿cómo llegó a hilvanar toda la historia?
—Madre me dio el hilo —fue la inesperada respuesta—. No sabe usted lo inteligente que es madre. Anoche me dijo…
—Entonces, ¿ha regresado?
—Sí, ha regresado. Quiero que la conozca usted. Es un tanto dogmática e inclinada a la polémica, pero yo siempre la dejo exponer sus deducciones en asuntos detectivescos.
—Y puede estar seguro de que yo también lo haré —dijo Jack sonriendo, aunque no estaba de humor—. ¿Cree usted realmente que tiene en sus manos al Círculo Carmesí?
—Estoy tan seguro como de estar sentado en este taxi con usted, y tan seguro como lo estoy de que madre es la anciana más sabia del mundo.
Jack guardó silencio hasta que entraron en la avenida.
—Entonces, esto quiere decir que Thalia se hunde más abajo aún —dijo lentamente—. Si ese Yale es, como cree usted, el Círculo Carmesí, no habrá misericordia para ella.
—Estoy seguro de eso, pero ¡por Dios, señor Beardmore!, ¿por qué romperse la cabeza por Thalia Drummond?
—¡Porque la quiero, pedazo de idiota! —estalló Jack salvajemente y, acto seguido, pidió perdón por su grosería.
—Ya sé que soy algo estúpido —las palabras del inspector se entrecortaban por la risa—, pero no soy el único en Londres, señor Beardmore, créame. Si consintiera usted en seguir mi consejo, se olvidaría de que Thalia Drummond haya existido jamás. Y si le sobra algo de cariño…, ¡déselo usted a madre!
Jack estuvo en un tris de decir algo poco lisonjero sobre aquella maravilla de abuela, pero reprimió su impulso.
La casita de Parr ocupaba un primer piso y el inspector subió delante las escaleras; abrió la puerta y permaneció en el umbral.
—Hola, madre —saludó—. He traído al señor Jack Beardmore para que la vea a usted.
Jack oyó una exclamación.
—Pase, señor Beardmore, pase a saludar a madre.
Jack penetró en la estancia y se quedó tan tieso como si le hubieran descerrajado un tiro. Frente a él había una muchacha sonriente, algo pálida y con aspecto cansado; pero, indudablemente, a menos que se hubiera vuelto loco, o que soñara, era… ¡Thalia Drummond!
Ella tomó entre las suyas la mano que él había alargado y lo condujo hasta la mesa, donde había una comida servida para tres personas.
—Papá, me dijiste que ibas a traer al comisario —dijo la muchacha en tono de reproche.
—¿Papá? —tartamudeó Jack—. Pero usted me dijo que era su abuela.
Ella le dio unos golpecitos en la mano.
—Papá ha llegado a desarrollar un sentido del humor que raya en lo angustioso. Siempre me ha llamado «madre» en casa, debido a que lo he cuidado como una madre desde murió mi propia madre. Y ese cuento sobre su abuela es un disparate, así que tiene que olvidarlo.
—¿Su padre?
Thalia asintió.
—Thalia Drummond Parr, así es como me llamo. Gracias a Dios, usted no es detective, porque, de haberlo sido, habría hecho averiguaciones y habría descubierto mi terrible secreto. Ahora, tómese la sopa, señor Beardmore: la he preparado yo misma.
Pero Jack no podía comer ni beber sin saber algo más. Entonces ella comenzó a aclararle el asunto.
—Cuando ocurrió el primero de los asesinatos del Círculo Carmesí y le encargaron a papá el caso, yo sabía que le esperaba un trabajo inmenso y lo más probable era que fracasara. Papá tiene muchos enemigos en la jefatura y el comisario le pidió que no aceptara el proyecto, sabiendo lo difícil que sería. El comisario es mi padrino, ¿sabe? —prosiguió, sonriendo—, y naturalmente se toma interés por nuestros asuntos. Pero papá insistió, aunque creo que se arrepintió en el mismo instante en que tomó las riendas del caso. Yo siempre he sentido mucho interés por el trabajo policíaco, y tan pronto como papá empezó a perseguir a la organización del Círculo Carmesí y se enteró del método que empleaba para reclutar a sus ayudantes, decidí emprender mi carrera de delincuente.
»El padre de usted recibió la primera amenaza tres meses antes de que se llevara a efecto. Yo solicité el puesto de secretaria a Harvey Froyant dos o tres días después, debido a que su finca lindaba con la de ustedes. Él era amigo de su padre, lo que me proporcionaba una ocasión excelente para vigilar. Ya había intentado yo conseguir un empleo con su padre. Quizás usted no lo sepa —dijo con suavidad—, pero fracasé, y lo más lamentable, yo estaba en el bosque cuando lo mataron —apretó con simpatía la mano de él—. No pude ver quién disparó el arma, pero corrí hasta donde yacía su padre, para descubrir que no podía hacer nada por él, desgraciadamente. Luego, al ver entre los árboles que ustedes venían corriendo por el prado en dirección al bosque, pensé que lo más prudente era apartarme. Tanto más —agregó—, cuanto que en aquellos momentos llevaba yo un revólver en la mano, pues había visto a un hombre caminar sigilosamente por el bosque y me había internado en él para investigar.
»Cuando su padre murió, ya no había motivo para que yo continuara al servicio de Froyant. Yo quería acercarme al Círculo Carmesí y sabía que el mejor método era iniciar una carrera de delincuente. No fue casualidad el que ustedes pasaran frente a la casa de préstamos cuando yo acababa de empeñar el ídolo de oro del señor Froyant. Mi padre lo preparó todo y, cuando me describió como una ladrona y cómplice de ladrones, lo hizo para crear una atmósfera que impresionara a Derrick Yale o a Ferdinand Walter Lightman, para llamarlo por su verdadero nombre. No había ningún peligro de que me enviaran a la cárcel. El juez me trató como a una delincuente principiante, pero mi reputación quedaba por los suelos, e inmediatamente, como yo esperaba, recibí una llamada del Círculo Carmesí para entrevistarme con su cabecilla.
»Celebramos la entrevista una noche en la plaza Steyne. Creo que papá me estuvo vigilando todo el tiempo y que me siguió como una sombra de vuelta a casa. Nunca andaba lejos de mí, ¿no es así, querido padre?
—Sólo en Barnet, cuando huiste como una demente de la casa de campo del ministro Willings —repuso el inspector negando con la cabeza—. Aquella vez llegaste a asustarme, madre.
—Mi primer trabajo como miembro del Círculo Carmesí fue dirigirme a Brabazon: el método consistía en conseguir que un miembro espiara a otro, ya sabe. El señor Brabazon me desconcertaba. Nunca estaba segura de si él estaba actuando legal o ilegalmente y, claro, al principio yo no podía imaginar que fuera miembro de la banda. Tuve que dedicarme a robar de nuevo para acreditar mi propensión al delito. Esto me valió una reprimenda de Brabazon, mi enigmático jefe, pero acabó teniendo su utilidad, pues me puso en contacto con la banda de criminales y lo llevó a él, sin haberlo preparado, a Marisburg Place la noche en que murió Felix Marl.
»El objeto de Yale al emplearme era alejar toda sospecha de sí mismo. Además, él intentaría más tarde poner un bello final a mi juvenil existencia. La noche en que mató a Froyant, el Círculo Carmesí me ordenó deambular por la casa con un cuchillo y una manopla similares a los que Yale utilizó para cometer su horrible crimen.
—Pero ¿cómo escapó de la cárcel?
—Mi querido niño, ¿cómo quería usted que me escapara de la cárcel? Me puso en libertad el Gobernador a medianoche y me fui a casa escoltada por un respetable inspector de policía.
—Pretendíamos forzar la mano de Yale, ¿comprende? —explicó Parr—. Tan pronto como supo que madre se había escapado, se puso nervioso y comenzó a apresurar los planes de fuga. Cuando se encontró con que su oficina había sido saqueada, quedó completamente convencido de que Thalia era algo más de lo que había supuesto.