Jack Beardmore regresó a su casa enfurecido y con el corazón destrozado. Thalia Drummond constituía una obsesión para él, a pesar de que tenía excelentes razones para pensar lo peor de ella. Era un idiota, un condenado idiota, pensaba, mientras se paseaba por la biblioteca con las manos metidas en los bolsillos, nublado por una sombra de desesperación su noble rostro juvenil. Sintió en aquel momento deseos de herirla y mortificarla, del mismo modo que ella lo atormentaba a él. Se derrumbó de golpe en un sillón y permaneció durante una hora con la cabeza entre las manos, trazando el mismo recorrido mental con las razones de siempre, un trayecto que ya estaba grabado en su memoria, con huellas antiguas y familiares.
Se puso en pie, abatido y hastiado, y fue a abrir una caja de caudales, de la que sacó un fajo de documentos, y los echó sobre la mesa. Allí estaba el sobre lacrado y dirigido a su padre, aún sin tocar, y sintió un pueril deseo de abrirlo, aunque solamente fuera por despecho hacia Thalia.
¿Por qué temería ella de modo tan vehemente que él pudiera ver la fotografía que contenía el sobre? ¿Tanto le interesaba Marl? Recordó, malhumorado, que ella había pasado con aquel hombre la tarde del día en que murió tan misteriosamente. Se levantó de nuevo y, haciendo un montón con los papeles, se los llevó a su alcoba. Estaba tan extenuado que no sentía ni curiosidad por averiguar el misterio que iba unido a la fotografía de una ejecución. Se estremeció al pensar en el tétrico contenido y, dejando caer el fajo de papeles sobre su mesita de noche con un gesto de pesadumbre, comenzó a desnudarse con desgana.
Estaba convencido de que pasaría la noche en vela; su agitación y el estado de su mente parecían prometer ese colofón a un día tan desagradable, pero la juventud, si bien tiene sus desazones, también goza de ciertas compensaciones naturales. Se quedó dormido casi tan pronto como su cabeza tocó la almohada. Soñó con Thalia Drummond y en su sueño ella se hallaba en poder de un ogro, cuyo rostro guardaba un notable parecido con el del inspector Parr. Soñó con Marl, una figura totalmente caricaturesca, a quien en alguna forma asociaba con la abuela del inspector Parr, aquella «madre» que tanta impresión le había producido.
Un poco más tarde, lo despertó el reflejo de una luz en el espejo de la mesilla de noche. La luz había sido apagada cuando se incorporó en la cama pero, aún medio dormido, tuvo la certeza de que había visto un destello de alguna clase… y todavía no había llegado la época de los relámpagos.
—¿Quien anda ahí? —preguntó, tanteando para alcanzar la lámpara; pero la lámpara ya no estaba allí, alguien la había cambiado de sitio. Cuando se dio cuenta, saltó de la cama en menos de un minuto.
Oyó un movimiento cerca de la puerta y corrió hasta allí. Había cogido a quien merodeaba, alguien que se retorcía y peleaba por soltarse. Entonces dejó a su presa con una exclamación de asombro. Era una mujer… Un sexto sentido le indicó que era Thalia Drummond.
Alargó la mano lentamente, buscando a tientas el interruptor, y la estancia quedó llena de luz.
Era Thalia…, Thalia, tan lívida como la muerte, y temblando. Thalia, que ocultaba algo tras ella y que mantenía la dolorida mirada de él, en un trágico intento de desafío.
—¡Thalia! —suspiró, sentándose en una silla.
¡Thalia en su dormitorio! ¿Qué había estado haciendo?
—¿Por qué ha venido? —inquirió, trémulo—. ¿Y qué está ocultando?
—¿Por qué se trajo esos documentos a su habitación? —preguntó ella, casi con ferocidad—. Si los hubiera dejado en su caja de caudales… ¡Oh! ¿Por qué no los dejó en su caja de caudales?
Y entonces Jack vio que ella sujetaba el sobre lacrado que contenía la fotografía de la ejecución.
—Pero…, pero Thalia —balbució—, no alcanzo a comprenderla. ¿Por qué no me dijo…?
—Le dije que no mirara la fotografía. No podía ni soñar que pudiera usted traérsela a su dormitorio. Ellos han venido aquí esta noche a buscarla.
Ella estaba sin aliento, casi a punto de llorar, y no sólo a causa de la ira contenida.
—¿Qué han venido aquí esta noche? ¿Quiénes?
—El Círculo Carmesí. Ellos saben que usted posee esa fotografía. Entraron y forzaron su biblioteca. Yo me hallaba dentro de la casa. Cuando llegaron, recé…, recé —se retorció las manos y él pudo ver la ansiedad en sus ojos—. Recé por que la encontraran, pero no fue así, y ahora pensarán que usted ha visto la fotografía. ¡Oh! ¿Por qué hizo eso?
Jack se puso la bata al darse cuenta de que su indumentaria era algo escasa, y la tibieza de ese complemento le proporcionó un poco más de seguridad.
—Me sigue usted hablando en chino. Lo único que he entendido perfectamente es que han asaltado mi casa. ¿Quiere usted venir conmigo?
Thalia lo siguió escaleras abajo hasta llegar a la biblioteca. Ella había dicho la verdad. La puerta de la caja de caudales colgaba de las bisagras como un borracho a punto de derrumbarse. Habían practicado un agujero en el postigo de la ventana, que aparecía abierta de par en par. El contenido de la caja fuerte estaba desparramado por el suelo; los cajones del escritorio estaban igualmente abiertos, forzados, y al parecer se había efectuado una exploración entre sus documentos. Hasta la papelera había sido puesta boca abajo y registrada.
—No puedo entenderlo —murmuró Jack, mientras corría las pesadas cortinas de la ventana.
—Ya lo irá comprendiendo, aunque guardo la esperanza de que no llegue a comprenderlo todo —dijo ella con torvo acento—. Ahora, por favor, tome una hoja y escriba lo que yo le dicte.
—¿A quién tengo que escribir? —preguntó sorprendido.
—Al inspector Parr. Escriba: «Estimado inspector: aquí está la fotografía que mi padre recibió el día anterior a su fallecimiento; no he abierto el sobre, pero quizá a usted pueda interesarle».
Jack, obediente, escribió lo que Thalia le ordenaba y firmó la carta que ella introdujo en un sobre grande, junto con el de la fotografía.
—Y ahora, la dirección —dijo ella—. Escriba en la esquina izquierda del sobre «De Jack Beardmore» y ponga después de eso «Fotografía muy urgente».
Thalia caminó hasta la puerta, con el sobre en la mano.
—Lo veré a usted mañana, señor Beadmore, si sigue usted vivo.
Él habría esbozado una sonrisa, pero había algo en la contorsión del rostro de Thalia, algún mensaje en sus labios temblorosos, que lo impulsaron a contenerla.