Thalia Drummond estaba escribiendo una carta cuando le anunciaron un invitado; y, de todas las personas cuya visita pudiera haber esperado Thalia, la de Milly Macroy hubiera sido la última. La joven parecía enferma y abatida, pero no había perdido el contacto con la realidad hasta el punto de no poder admirar el refinado salón al que la propia Thalia la condujo, pues era tarde y su criada ya se había marchado.
—Pero, chica, ¡esto es un palacio! —dijo, al tiempo que contemplaba a Thalia con admiración antagónica—. Tú sí que sabes cómo hacer bien las cosas, mejor que el pobre Flush.
—¿Cómo está el elegante Flush? —preguntó Thalia con descaro.
El rostro de Millie Macroy se oscureció.
—Escúchame bien —dijo con aspereza—. No le permito a nadie que hable de Flush en ese tono, ¿entiendes? Él está donde tú tendrías que estar. Estabas en el ajo tanto como él.
—No seas tonta. Quítate el sombrero y siéntate. ¡Vaya, Macroy, cuánto tiempo sin verte!
La visitante masculló algo para sus adentros, pero aceptó la invitación.
—Precisamente, he venido a hablarte de Flush —dijo—. Hay rumores de que quieren empaquetarle cargos de asesinato, pero tú sabes que él no ha cometido ningún asesinato.
—¿Qué yo lo sé? ¿Por qué debería saberlo? —preguntó Thalia—. Ni siquiera me enteré de que estaba en la casa hasta que leí los periódicos por la mañana. ¡Una se sorprende de la maravillosa habilidad de la prensa para obtener esa clase de primicias!
Milly Macroy no había acudido allí para hablar de la profesión periodística. Fue directamente al asunto que le interesaba, que era Flush Barnet y sus perspectivas más inmediatas, como Thalia ya había supuesto.
—Drummond, no me voy a pelear contigo —dijo.
—Eso me complace —replicó Thalia—, pero no termino de ver la razón por la que debiéramos pelearnos.
—Puede que la haya y puede que no —dijo la señorita Macroy irónicamente—. La cuestión es ésta: ¿qué vas a hacer por Flush? Tú conoces a todos esos peces gordos, y trabajas para ese cerdo de Yale —dijo, casi silbando—. Fue Yale quien puso a Parr sobre la pista del trabajo de Marisburg Place; Parr no tiene cerebro suficiente como para descubrirlo él solo. ¿Has estado trabajando con Yale todo el tiempo?
—No me hagas reír —dijo Thalia desdeñosamente—. Cierto es que ahora trabajo para Yale, si se le puede llamar trabajo a escribir sus cartas y ordenar su mesa. Pero ¿de qué peces gordos estás hablando? ¿Y qué puedo hacer yo por Flush Barnet?
—Puedes ir a ver al inspector Parr y contarle la vieja historia de siempre —dijo Macroy—. Ya lo tengo todo preparado. Puedes decir que Flush estaba colado por ti, que te vio entrar en la casa, te siguió y después no pudo salir.
—¿Y qué hay de mi juvenil reputación? —replicó Thalia con descaro—. No, Milly Macroy, tenías que haber pensado algo más elegante. Y, en cualquier caso no creo que lo acusen de asesinato, a juzgar por lo que dijo Derrick Yale esta mañana.
Se levantó y comenzó a dar vueltas lentamente por la habitación, con las manos a la espalda.
—Además, ¿qué intereses me unen a mí con tu novio? ¿Por qué tendría que tomarme la molestia de hablar por él?
—Yo te diré por qué.
La señorita Macroy se levantó y, con las manos en jarras, le dirigió una mirada fulminante a Thalia.
—Porque, cuando el caso Brabazon siga adelante, no habrá nada que me impida subir al estrado de los testigos para tirar de la manta sobre cómo hacías dinero fácil cuando eras secretaria de Brab. ¡Vaya, señoritinga! ¡Parece que eso te ha espabilado!
—Cuando el caso Brabazon siga adelante… —dijo Thalia despacio—. ¿Por qué? ¿Acaso han cogido a Brabazon?
—Le echaron el guante anoche —contestó la muchacha triunfante—. Fue Parr quien lo detuvo. Yo estaba en la comisaría haciendo averiguaciones sobre un dinero que Flush había dejado para mí, cuando lo trajeron.
—Brabazon preso —dijo Talía lentamente—. ¡Pobre Brab!
Macroy la contemplaba a través de sus pestañas entrecerradas. Nunca le había gustado Thalia Drummond, y ahora la odiaba. También le tenía miedo: había algo siniestro en aquella extraña frialdad. A continuación, Thalia habló.
—Haré lo que pueda por Flush Barnet —dijo—. No porque tenga miedo de que subas al estrado de los testigos (de toda la sala de justicia, ése es el lugar en donde te sentirías más incómoda, Macroy), sino porque ese pobre diablo es inocente del asesinato.
Milly Macroy tragó saliva al oír aquella descripción de su amado.
—Hablaré con Yale mañana por la mañana. No estoy segura de que sirva para algo, pero hablaré con él sin rodeos, en cuanto me brinde una oportunidad.
—Gracias —contestó Milly Macroy, con un poco más de cortesía. A continuación, comenzó a alabar el apartamento en un lenguaje convencional.
Thalia se lo fue enseñando habitación por habitación.
—¿Qué hay en este cuarto?
—La cocina —contestó Thalia, sin hacer el menor intento de abrir la puerta. La chica la miró con suspicacia.
—¿Tienes ahí a algún amigo? —preguntó, y, antes de que Thalia pudiera detenerla, ella había abierto la puerta y penetrado en la estancia.
La cocina era pequeña y estaba vacía. La luz estaba encendida, algo que sugirió a la señorita Macroy que Thalia había dejado la cocina para responder a su llamada.
Thalia estuvo a punto de sonreír ante la obvia decepción en el rostro de Macroy, pero su sonrisa se esfumó cuando Macroy fue hasta el fregadero y cogió una botella.
—¿Qué es esto? —dijo, mientras leía la etiqueta.
La botella estaba medio llena de un líquido incoloro, y la señorita Macroy no intentó destaparla. La etiqueta le había dicho todo lo que quería saber.
—«Cloroformo y éter» —leyó, al mirar a la otra—. ¿Para qué has usado el cloroformo?
El desconcierto de Thalia apenas duró un segundo; después, comenzó a reír.
—Verás, Macroy —titubeó—, cuando pienso en el pobre Flush Barnet, preso en la cárcel de Brixton[65], tengo que meterme algo en el cuerpo para quitármelo de la cabeza.
Milly dejó la botella sobre la mesa de un golpe y resopló.
—Eres mala persona, Thalia Drummond, y uno de estos días te despertarán a las ocho de la mañana para preguntarte si tienes algún mensaje para tus amigos.
—Y yo contestaré —dijo Thalia dulcemente—: «Entiérrenme junto a Flush Barnet, el eminente ladrón».
La señorita Milly Macroy no encontró una respuesta adecuada hasta que no estuvo en Marylebone Road, y entonces cayó en la cuenta de que Thalia Drummond no le había prometido nada durante toda la entrevista.