XX
La llave de la casa del río

Se decidió que Froyant retiraría de su banco la suma suficiente para pagar la demanda el lunes por la mañana y que Yale iría a recoger el dinero y se encontraría con Parr en su oficina con tiempo suficiente para preparar adecuadamente la llegada del visitante.

En el camino de vuelta a la jefatura de policía, Parr pasaba por delante de la mansión donde Jack Beardmore vivía en soledad.

Los acontecimientos de las últimas semanas habían producido un cambio extraordinario en el joven. Había dejado de ser un muchacho para transformarse en un hombre equilibrado y sensato. Había heredado una inmensa fortuna, mas, coincidiendo con ello, la vida había perdido para él gran parte de su incentivo. Nunca podría alejar de su memoria a Thalia Drummond: su rostro se le aparecía, tanto dormido como despierto, y, aunque se tildaba de necio y era consciente de que el asunto podía tratarse desde una lógica consecuente, todos sus razonamientos se desvanecían ante la imagen que el joven tenía grabada en el corazón.

Entre el inspector Parr y Jack había surgido una curiosa amistad. Si bien es verdad que hubo un tiempo en el que casi llegó a aborrecer al sólido hombrecillo, su buen juicio le sugería que, a pesar del importante papel que el sentimiento tuviera en su propia vida y en la dirección de sus acciones, todo esto no podía tener cabida en el bagaje moral de un oficial de policía.

El inspector se detuvo frente a la puerta de la casa y estuvo a punto de continuar su camino, pero, obedeciendo a un impulso, subió lentamente las escaleras y llamó al timbre. El criado que lo recibió formaba parte de la docena de lacayos que acentuaba el vacío de la mansión.

Jack se encontraba en el comedor, fingiendo interés por un desayuno tardío.

—Entre, señor Parr —dijo, levantándose—. Supongo que habrá desayunado hace horas. ¿Hay alguna novedad?

—Ninguna —dijo Parr—, salvo que Froyant ha decidido pagar.

—Era de esperar —dijo Jack desdeñosamente y, después, por primera vez en mucho tiempo, se echó a reír—. No me gustaría estar en el lugar del Círculo Rojo, o Carmesí, o como se llame.

—¿Por qué no? —preguntó Parr con un deje de diversión en la mirada, pues adivinaba la respuesta.

—Mi pobre padre solía decir que Froyant se consumía por cada céntimo que le quitaban y que nunca descansaba hasta que volvía a recuperarlo. Cuando a Harvey Froyant se le pase el pánico, se lanzará tras el Círculo Carmesí y no descansará hasta que el último billete le sea devuelto.

—Muy probablemente —reconoció el inspector Parr—, pero aún no se han apoderado del dinero.

Refirió a Jack el contenido de la carta que Froyant había recibido por la mañana y su joven anfitrión no pudo ocultar su sorpresa.

—Se están arriesgando mucho, ¿verdad? Hace falta ser muy astuto para ganarle la partida a Derrick Yale.

—Eso es lo que yo pienso —dijo el inspector al tiempo que cruzaba las piernas cómodamente—. Tengo que quitarme el sombrero ante Yale, hay cosas en él que admiro enormemente.

—¿Sus poderes parapsicológicos, por ejemplo? —sonrió Jack, pero Parr negó con la cabeza.

—No sé lo suficiente sobre esas cosas como para admirarlas. Me resultan extrañas, pero en cierto modo empiezo a entenderlas. No, yo me refiero a otras cualidades.

Parr dejó de hablar bruscamente y Jack sospechó su decaimiento.

—No está usted pasando por un buen momento en la jefatura de policía, ¿verdad? No creo que estén precisamente satisfechos con la inmunidad del Círculo Carmesí…

Parr asintió.

—No estoy precisamente en un lecho de rosas en estos momentos —admitió—, pero eso no es lo que más me preocupa —miró fijamente a Jack—. Por cierto, su joven amiga tiene un nuevo empleo.

Jack miró fijamente al inspector.

—¿Mi joven amiga? —tartamudeó—. ¿Se refiere a la señorita…?

—Me refiero a la señorita Drummond. Derrick Yale la ha contratado —dijo, con una leve sonrisa, para desconcierto de Jack.

—¿Que Yale ha contratado a la señorita Drummond? Está bromeando, ¿no?

—Yo también pensé que era una broma cuando lo sugirió. Este Yale es un bicho raro.

—Mucha gente piensa que debería estar en la jefatura —dijo Jack, dándose cuenta de que había realizado un faux pas[56], incluso antes de acabar la frase.

Ahora bien, si Parr se sintió herido por el comentario, no dio muestras de ello.

—No contratan a gente que no forme parte del cuerpo —dijo el inspector, con una sonrisa, aunque él rara vez sonreía—. De ser así, señor Beardmore, ¡ya le habríamos contratado a usted! No, nuestro amigo es astuto, pero no esperará usted que el responsable de la jefatura admita que un detective, digamos, «visionario», sea otra cosa que un entrometido… Con todo, Yale es astuto.

Se habían ido acercando a la ventana y estaban contemplando la tranquila calle en que la mansión de Jack estaba situada.

—¿No es ésa la señorita Drummond? —dijo súbitamente.

Parr ya la había visto. La joven caminaba lentamente por el otro lado de la calle, mirando los números de las casas. Luego cruzó la calle.

—Se dirige hacia aquí —jadeó Jack—. Me pregunto qué es lo que…

No esperó a terminar lo que iba a decir, sino que salió precipitadamente de la habitación para abrirle la puerta antes de que ella pusiera el dedo en el timbre.

—Me alegro de verla, Thalia —dijo, estrechándole la mano cálidamente—. ¿Quiere pasar? Un viejo amigo suyo está en el comedor.

Ella levantó las cejas.

—No será el señor Parr…

—Es usted una adivina maravillosa —rió Jack, mientras cerraba la puerta tras ella—. ¿Quería verme a solas? —preguntó repentinamente.

Ella negó con la cabeza.

—No, sólo le traigo un mensaje de parte del señor Yale. Desea que le deje la llave de la casa que posee junto al río.

En ese momento ya habían llegado al comedor y la muchacha, al encontrarse con mirada inexpresiva de Parr, realizó un seco saludo.

«Está claro que no le gusta mi amigo», pensó Jack. Explicó el motivo de la visita de la joven.

—Mi pobre padre tenía una propiedad abandonada junto al río. Hace años que no se habita y los peritos no consideran rentable su restauración, pues costaría lo mismo que la propiedad entera. Por alguna razón, Yale piensa que Brabazon querrá usarla como refugio. Brabazon llevó la administración de la casa durante algún tiempo, mientras intentaba venderla. Él se encargó de algunas propiedades de mi padre. Pero ¿se le iba a ocurrir meterse allí?

Parr frunció sus grandes labios y parpadeó pensativamente.

—Lo único que puedo asegurar sobre él es que todavía no ha abandonado el país —dijo finalmente—. No creo que vaya a esconderse en una casa en la que sabe que lo buscarán —miró a Thalia distraídamente—. Y, sin embargo, podría ser —añadió pensativo—. Supongo que tiene una llave del lugar. ¿Qué es? ¿Una casa?

—Es mitad casa, mitad almacén —dijo Jack—. Nunca la he visto, pero creo que es una de esas viviendas que usaban los mercaderes de hace dos siglos, cuando la gente residía en los mismos lugares en que tenía el negocio.

Abrió con una llave su escritorio y sacó una caja repleta de llaves, cada una con su etiqueta.

—Creo que es ésta, señorita Drummond —dijo, al tiempo que le extendía la llave—. ¿Le gusta su nuevo empleo?

Le hizo falta cierto valor para hacer la pregunta, pues se sentía casi embelesado por su presencia.

La muchacha esbozó una sonrisa.

—Es divertido —dijo—, ¡sin que llegue a ser nada excitante! Todavía no le puedo contar nada, porque acabo de empezar esta mañana —se volvió hacia el policía—, y no voy a causarle muchos problemas, señor Parr —dijo—. La única cosa de valor que hay en la oficina es un pisapapeles de plata… Ni siquiera tengo que echar las cartas al correo —continuó burlonamente—. La estructura de la oficina sigue el modelo americano y hay un tobogancito en el despacho privado del señor Yale que envía las cartas directamente al buzón del vestíbulo de abajo. ¡Es realmente decepcionante!

El brillo burlón de sus ojos desmentía su actitud solemne.

—Es usted una mujer extraña —dijo Parr—, pero tengo la certeza de que hay algo de bondad en usted, a pesar de todo.

El comentario pareció causar en ella una gran satisfacción. Se rió hasta que se le saltaron las lágrimas y Jack sonrió con simpatía. Parr, por el contrario, no se mostró divertido en absoluto.

—Tenga cuidado —dijo, con voz siniestra, haciendo que la sonrisa se esfumara de sus labios.

—Puede estar seguro de que tendré mucho cuidado, señor Parr —dijo—, y, si me encuentro en cualquier tipo de dificultad, igualmente puede confiar en que lo llamaré inmediatamente.

—Así lo espero —dijo Parr—, aunque tengo mis dudas.