XIX
Thalia acepta una oferta

Inspeccionar los preliminares de la insolvencia de Brabazon llevó más de una semana y, pasado ese tiempo, Thalia salió del banco con el sueldo de una semana en su pequeña billetera de cuero sin perspectivas inmediatas de trabajo.

El inspector Parr no se anduvo con pelos en la lengua cuando se dirigió a la muchacha delante de un impresionante auditorio:

—Sólo la exime de una grave acusación que yo la vi salir de la casa de Marl y que acto seguido presencié cómo él cerraba la puerta —dijo.

—Y también me habría dado por contenta, aunque sólo me hubiera librado del sermón —dijo Thalia, con indiferencia.

—¿Qué piensa de ella? —preguntó Parr, mientras la chica desaparecía tras las puerta giratoria de la oficina.

—Me desconcierta bastante —Parr había dirigido la pregunta a Derrick Yale—, y cuanto más pienso en ella, más me intranquiliza. La Macroy dice que ha estado implicada en varios robos desde que entró en el banco, pero no hay evidencias de ello. A decir verdad, la única persona que podría aportar alguna prueba contra ella es nuestro amigo ausente, Brabazon. ¿Por qué no la llamó como testigo en la acusación contra Barnet?

—Hubiera sido la palabra de Barnet contra la suya —dijo el detective, negando con la cabeza—. Y el caso contra Barnet era tan claro que no necesitaba ninguna evidencia más, excepto la de mis propios ojos.

Yale fruncía el ceño, pensativo.

—Me pregunto… —dijo, casi para sí mismo.

—¿Qué es lo que se pregunta?

—Me pregunto si esta chica podría aumentar en algo la información que hasta el momento tenemos del Círculo Carmesí. Casi estoy decidido a contratarla.

Parr farfulló algo entre dientes.

—Sé que me toma por loco, pero lo cierto es que mi locura conlleva un método. No hay nada que robar en mi oficina; la tendría siempre bien vigilada y, si estuviera en contacto con el Círculo, seguramente me enteraría de todo. Además, ella me interesa.

—¿Por qué le estrechó la mano? —preguntó Parr, curioso, y el otro se echó a reír.

—Ésa es la razón por la que me interesa. Quería obtener una impresión y la impresión que tuve era la de una fuerza oscura, siniestra, que está en el trasfondo de su vida. La chica no trabaja por su cuenta, hay algo tras ella…

—¿El Círculo Carmesí? —sugirió Parr, con un deje de ironía en el tono de su voz.

—Muy probablemente —contestó el otro, serio—. De todas formas, voy a ir a verla.

Aquella tarde, Yale llamó al apartamento de Thalia y su sirvienta lo condujo hasta una preciosa salita de estar. Un minuto después, Thalia hizo su aparición y sus bellos ojos se iluminaron con una sonrisa nada más reconocer al visitante.

—Bien, señor Yale, ¿ha venido a dedicarme unas palabritas de advertencia?

—No exactamente —rió Yale—. Estoy aquí para ofrecerle un empleo.

Ella arqueó las cejas.

—¿Busca usted una ayudante —dijo ella irónicamente—, basándose en el principio de que para coger a un ladrón hay que utilizar a otro ladrón? ¿O quizás tiene alguna noción sobre cómo enderezarme? Mucha gente quiere reformarme —dijo.

Se sentó en la silla del piano con las manos a la espalda. Yale sabía que se estaba burlando de él.

—¿Por qué roba, señorita Drummond?

—Porque ésa es mi inclinación natural —dijo, sin dudar un instante—. ¿Por qué debería ser la cleptomanía[54] un privilegio exclusivo de las clases dominantes?

—¿Obtiene algún placer de ello? —inquirió—. No le pregunto por mera curiosidad, sino como estudioso de la naturaleza humana.

Ella agitó la mano como para abarcar todo el apartamento.

—Disfruto de un hogar muy confortable —dijo—, tengo una criada eficiente y no me voy a morir de hambre precisamente. Todas estas cosas me resultan especialmente gratas. Ahora cuénteme algo sobre el empleo. ¿Quiere que me convierta en una mujer policía?

—No exactamente —sonrió—, pero necesito una secretaria, alguien en quien pueda confiar. Mi trabajo aumenta a un ritmo tremendo y no doy abasto con toda mi correspondencia. Además, me gustaría añadir que en mi oficina no tendrá muchas oportunidades de practicar su vicio favorito —dijo bromeando—, y, de todas formas, estoy dispuesto a correr el riesgo.

Ella reflexionó un instante, sin dejar de mirarlo fijamente.

—Si usted está dispuesto a correr el riesgo, yo también —dijo finalmente—. ¿Dónde está su oficina?

Él le dio la dirección.

—Me presentaré ante usted a las diez de la mañana. Ponga bajo llave su talonario de cheques y saque del despacho toda la calderilla que tenga.

«Una muchacha poco corriente», pensó mientras regresaba al centro de la ciudad.

Había contado la verdad cuando le confesó a Parr que la chica lo desconcertaba, a pesar de estar acostumbrado al trato con todo tipo de criminales, y probablemente sabía más de la psicología del crimen que Parr, con toda su experiencia.

Sus pensamientos derivaron hacia Parr, aquel infeliz que había caído en desgracia. Se preguntaba cuánto tiempo más lo soportarían en la jefatura de policía, tras este tercer fracaso en la persecución del Círculo Carmesí.

Las reflexiones del señor Parr seguían aquella noche los mismos derroteros. A su llegada a la jefatura de policía, lo estaba esperando un breve memorando[55] oficial, que leyó con el rostro marcado por la tristeza. Presentía que las cosas irían a peor y sus miedos se apoyaban en buenas razones.

A la mañana siguiente se le requirió en casa de Froyant y allí se encontró ya con Yale.

A pesar de sus buenas relaciones, el caso del Círculo Carmesí había derivado en un duelo entre estas dos personalidades tan singularmente distintas. En la prensa era un secreto a voces que la inminente ruina del señor Parr no se debía tanto a las desenfrenadas villanías del Círculo Carmesí como a la genialidad sobrehumana de su rival privado. En honor a la verdad, Yale hizo cuanto pudo para desmentir esos rumores, sin demasiado éxito.

Froyant, a pesar de toda su mezquindad y de su conocimiento de los elevados honorarios de Yale, había contratado sus servicios nada más recibir la amenaza. Su fe en la policía se había evaporado y no hacía ningún esfuerzo por ocultar su escepticismo.

—El señor Froyant ha decidido pagar —fueron las palabras que recibieron al inspector.

—¡Ah, por supuesto que pagaré! —explotó el señor Froyant.

Froyant había envejecido diez años en los últimos días, pensó Parr. Su rostro estaba más lívido y demacrado y parecía haberse estado consumiendo interiormente.

—Si la jefatura de policía permite a esta maligna organización amenazar a ciudadanos respetables y ni siquiera es capaz de proteger sus vidas, ¿qué otra cosa puedo hacer, sino pagar? Mi amigo Pindle ha recibido una amenaza similar y ha pagado. Yo no puedo aguantar más esta presión.

Se paseaba por la biblioteca como un demente.

—El señor Froyant pagará —dijo Derrick Yale, lentamente—. Pero creo que esta vez el Círculo Carmesí ha ido demasiado lejos en su osadía.

—¿Qué quiere decir? —inquirió Parr.

—¿Tiene usted la carta, señor? —preguntó Yale, y Froyant abrió impetuosamente un cajón, poniendo una tarjeta, ya muy familiar, encima del escritorio de un violento manotazo.

—¿Cuándo llegó esto? —dijo Parr, mientras cogía la cartulina, en la que se distinguía al instante un Círculo Carmesí.

—En el correo de esta mañana.

Parr leyó las palabras que había en el centro:

«Iremos a recoger el dinero a la oficina del señor Derrick Yale a las 15:30 de la tarde del viernes. Los billetes no deben tener numeración correlativa. Si no encontramos el dinero allí, morirá esa misma noche».

El inspector Parr leyó tres veces el breve mensaje, y después suspiró.

—Bueno, esto lo simplifica todo —dijo—. Obviamente, no se presentarán…

—Yo creo que sí lo harán —dijo Yale, suavemente—, pero estaré esperándolos y me gustaría tenerlo a usted cerca, señor Parr.

—Si hay algo seguro en este mundo —dijo el inspector Parr, flemático—, es que estaré cerca. Pero no creo que vengan.

—No comparto su opinión al respecto —dijo Yale—. A quienquiera que sea la figura central del Círculo Carmesí, hombre o mujer, no le falta coraje. Y por cierto —dijo, bajando la voz—, encontrará a una vieja amistad en mi oficina.

Parr le dirigió una fugaz y escéptica mirada y vio que estaba un tanto divertido.

—¿Drummond? —preguntó.

Yale asintió.

—¿Finalmente la ha empleado?

—Me interesa bastante, y presiento que nos va a ser de gran ayuda en la resolución del misterio.

En ese momento Froyant entró y cambiaron de conversación con tacto.