XVII
El soplador de pompas de jabón

Era bastante después de medianoche y Derrick Yale se hallaba en su pequeño y bonito estudio (residía en un piso con vistas a un parque), cuando llamaron a la puerta y se levantó para recibir al inspector Parr. Parr le relató el incidente de aquella noche.

—Pero ¿por qué no me llamó? —preguntó Derrick Yale, con un deje de reproche, y seguidamente se echó a reír—. Lo siento —prosiguió—, parece que siempre me entrometo en sus asuntos. Pero ¿cómo consiguió escapar el asesino? Dice usted que mantuvo acordonada la casa durante dos horas. ¿Salió la chica?

—Desde luego; salió y se marchó a su casa en coche.

—¿Y no entró nadie más?

—No me atrevería a jurarlo —contestó Parr—. Quienquiera que estuviera en la casa debió de llegar mucho antes de que Marl regresara del teatro. Tras inspeccionar la zona descubrí que hay una posible salida a través del garaje en la parte posterior de la casa. Exageraba cuando dije que la casa estaba acordonada. Hay una salida en el jardín de atrás que yo no conocía. Ni siquiera sospechaba que hubiera un jardín. Sin duda se escapó por la puerta del garaje.

—¿Sospecha de la muchacha?

Parr negó con la cabeza.

—¿Y cómo se le ocurrió vigilar la casa de Marl? —preguntó Derrick Yale en tono serio.

La respuesta fue tan extraordinaria como inesperada.

—Porque Marl ha estado bajo vigilancia policial desde que regresó a Londres —dijo Parr—. En realidad, desde que descubrí que fue él quien escribió la carta cuyos restos encontré y cuya escritura comparé con su letra la semana pasada… Le pedí la dirección de su sastre.

—¿Marl? —preguntó Yale, incrédulo.

El inspector Parr asintió.

—Ignoro la relación existente entre el viejo Beardmore y Marl, y tampoco sé por qué motivo vino a la casa. He tratado de reconstruir la escena. Recordará que cuando Marl llegó tuvo un fuerte sobresalto.

—Lo recuerdo —dijo Yale asintiendo—, Jack Beardmore me habló del asunto. ¿Y bien?

—Él rehusó quedarse en la casa y dijo que iba a regresar a Londres —dijo Parr—, pero en realidad no pasó de Kingside, una estación que dista ocho o nueve millas. Envió su bolso a Londres y regresó a pie. Probablemente, él fue la persona que el asesino vio en el bosque aquella noche. Ahora bien, ¿por qué regresó, estando tan asustado, cuando se había apresurado a marcharse a la primera oportunidad? ¿Y por qué escribió aquella carta para entregarla esa misma noche, cuando había tenido tantas oportunidades de hablar con James Beardmore durante el tiempo que pasó con él?

Hubo un largo silencio.

—¿Cómo mataron a Marl? —preguntó Yale.

El otro movió la cabeza de un lado a otro.

—Eso es un misterio para mí. El asesino no tuvo la posibilidad de entrar en la estancia. Tuve una entrevista con Flush Barnet (aún no sabe nada del asesinato) y ha admitido que entró en la casa con el propósito de robar. Dice que escuchó ruido de alguien moviéndose en torno a la casa y naturalmente se escondió. También dice que escuchó un extraño sonido silbante, como de aire escapándose de una tubería. Otra pista notable es una mancha de humedad redonda en el almohadón. Su forma era exactamente circular. Al principió pensé que se trataba del símbolo del Círculo Carmesí, hasta que encontré otra mancha en la colcha. El médico no ha sido capaz de dictaminar la causa de la muerte, pero el móvil está claro. Según su banquero (acabo de hablar con Brabazon por teléfono) ayer retiró del banco una elevada suma de dinero. Así pues, Brabazon cerró su cuenta. Tuvieron alguna disputa por hache o por be. Por supuesto, Flush abrió la caja fuerte, pero no se le encontró dinero encima cuando fue registrado en comisaría. Algo que resulta bastante curioso es que descubriéramos algunas fruslerías que Flush había robado. Ahora bien, ¿quién se llevó el dinero?

Derrick Yale se paseaba por la habitación con las manos en la espalda y la barbilla apoyada en el pecho.

—¿Sabe algo de Brabazon? —preguntó.

El otro no contestó inmediatamente.

—Sólo sé que es banquero y que realiza muchas operaciones en el extranjero.

—¿Es solvente? —preguntó Derrick Yale sin rodeos, y el inspector alzó sus ojos apagados hasta que se pusieron a la altura de los de su interlocutor.

—No —dijo—, y no tengo reparos en decirle que hemos recibido quejas sobre sus métodos.

—Marl y Brabazon… ¿eran buenos amigos?

—Bastante buenos —fue su vacilante respuesta—. La impresión que me ha quedado después de leer algunos informes es que Marl tenía algún tipo de influencia sobre Brabazon.

—Y Brabazon era insolvente —reflexionó Derrick Yale—. Y esta tarde, Marl cierra su cuenta. ¿Bajo qué circunstancias? ¿Acudió él al banco?

El inspector relató brevemente lo sucedido. De todo lo que ocurría en el banco Brabazon no parecía ser mucho lo que él ignoraba.

Derrick Yale comenzaba a sentir respeto por aquel hombre al que en un principio había mirado con amable desprecio, como a un tipo algo ignorante.

—Me pregunto si me sería posible ir a la casa de Marl esta noche…

—Iba a sugerírselo —dijo el otro—. De hecho, tengo un coche aguardándonos con esa intención.

Derrick Yale no dijo una sola palabra durante el trayecto a Bayswater y sólo rompió el silencio una vez se hallaron en el vestíbulo de la casa de Marisbrug Place.

—Deberíamos encontrar un pequeño cilindro de acero en alguna parte —dijo lentamente.

El agente que estaba de guardia en el vestíbulo se adelantó y saludó al inspector.

—Hemos encontrado una pequeña bombona de acero en el garaje, señor —dijo.

—¡Ah! —exclamó Derrick Yale, triunfante—. ¡Lo suponía!

Subió las escaleras casi corriendo, muy por delante del inspector, y se detuvo en el pasillo, que ahora estaba iluminado. La mesita de roble continuaba arrimada bajo el ventilador y Yale se dirigió hacia ella. Después se puso a gatas sobre el suelo, olfateando la alfombra. Repentinamente comenzó a sentir asfixia y tuvo un ataque de tos. Tuvo que incorporarse con el rostro congestionado.

—Déjeme ver ese cilindro —dijo.

Se lo trajeron. La descripción que el policía había hecho del objeto llamándolo botella era bastante correcta. Era una botella de hierro de cuyo extremo salía un pequeño tubo equipado con una llavecita reguladora.

—Y ahora debería haber una taza por alguna parte —dijo Yale, mirando a su alrededor—, a menos que lo trajeran en una redoma[52].

—Había una ampolla de cristal en el garaje cerca de esto, señor —dijo el agente que lo había encontrado—, pero está rota.

—Tráigamela inmediatamente —dijo Yale—. Sólo espero que no esté tan destrozada y que aún quede algo de su contenido.

El robusto señor Parr lo contemplaba sombrío.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó, y Yale se echo a reír.

—Es una nueva forma de asesinar, mi querido Parr —dijo Yale, en tono desenfadado—. Entremos ahora en la habitación.

El cuerpo de Marl yacía en la cama cubierto por una sábana y aún no se había secado la mancha de humedad redonda que había en el almohadón. Las ventanas estaban abiertas y el viento hacía ondular las cortinas intermitentemente.

—Por supuesto, aquí no se puede oler —dijo Yale para sí mismo, y de nuevo volvió a arrodillarse para olfatear la alfombra. Y, una vez más, volvió a toser y se incorporó rápidamente.

Para entonces ya habían regresado con la mitad inferior de una ampolla de cristal. Contenía unas pocas gotas de líquido, y Yale se las echó en la mano.

—Agua y jabón —dijo—. Supuse que se trataría de eso. Y ahora voy a explicarle cómo fue asesinado Marl. Su ladrón, Flush Barnet, escuchó un sonido silbante. Era el sonido que producía un gas pesado al escaparse de este cilindro. Quizás me equivoque, pero me atrevería a creer que en esta ampollita hay gas venenoso[53] suficiente para dar cuenta de todos nosotros. Por cierto, aún sigue en el suelo. Es uno de esos gases pesados que tienden a descender.

—Pero ¿cómo pudo el gas matar a Marl? ¿Lo metieron a presión por la rejilla hacia su cabeza?

Derrick Yale negó con la cabeza.

—El Círculo Carmesí empleó un procedimiento mucho más sencillo y mucho más mortífero —dijo tranquilamente—. Hicieron pompas de jabón.

—¡Pompas de jabón!

Derrick Yale asintió.

—La boquilla de este cilindro (aún se pueden ver restos de jabón sobre ella) fue primero untada en una solución jabonosa y luego se introdujo por la rejilla del ventilador. Después se abrió la espita y se formó una pompa que era despedida de golpe. Desde el ventilador… —Yale había salido de la habitación y saltado sobre la mesa—, sí, me lo suponía —dijo—, él podía ver la cabeza de Marl. Seguramente erró el blanco con dos o tres pompas. Una estalló en la almohada, pero creo que ésa se lanzó después de su muerte; otra fue a parar a la pared, como pueden ustedes deducir de esa mancha húmeda; no obstante, una, y probablemente más, impactaron en su rostro. Debió morir casi instantáneamente.

Parr no podía hacer otra cosa que mirarlo boquiabierto.

—Me lo imaginé cuando estábamos de camino hacia aquí. La mancha circular de la almohada me recordó mis diabluras infantiles y sus desastrosos efectos cuando me ponía a soplar pompas de jabón en el dormitorio. Y cuando usted mencionó el ventilador y el sonido silbante, me convencí de que mi teoría era correcta.

—Pero no olía a gas cuando entramos en la habitación —dijo Parr.

—El viento pudo haberse llevado las emanaciones —dijo Derrick Yale—. Pero aparte de eso, el peso del gas lo haría descender directamente al suelo, y por su propia densidad se distribuiría uniformemente… ¡Miren! —encendió un fósforo, lo resguardó un momento hasta que prendió bien, y luego lo fue bajando lentamente hacia el suelo. A unos centímetros de la alfombra, la cerilla se apagó de repente.

—Ya veo —dijo el inspector Parr.

—Ahora, ¿qué les parece si inspeccionamos el lugar?

—Quizás pueda serle de utilidad —sugirió Yale, pero su propuesta de ayuda no fue recibida con mucho entusiasmo.

Un pequeño auditorio de policías, que había escuchado estupefacto mientras Yale desarrollaba su teoría, podía hacerse cargo de los sentimientos del inspector. También Yale lo notó porque, riendo de buen humor, formuló sus excusas y se marchó a casa. Hay momentos en que los policías profesionales tienen que permanecer a solas con sus sentimientos. Nadie mejor que Derrick Yale comprendía esto.