Thalia Drummond regresó al alojamiento que había ocupado antes de entrar al servicio de Harvey Froyant como secretaria residente y, aparentemente, la había precedido la historia de sus malos pasos, ya que su zafia patrona le dispensó un frío recibimiento. De no haber continuado pagando la renta de su habitación durante el tiempo que pasó trabajando para Froyant, muy probablemente no habría sido readmitida.
Su habitación era pequeña y austera, aunque pulcramente amueblada, y, sin reparar en el hosco rostro de la patrona ni en su gélida bienvenida, se marchó en dirección a su cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
Había pasado una semana bastante penosa, bajo custodia, y sus ropas parecían exhalar el húmedo hedor de la cárcel de Holloway[31]. No obstante, Holloway poseía una ventaja sobre el número 14 de Lexington Street: un admirable sistema de baños, que la muchacha recordó con un sincero agradecimiento mientras se cambiaba de ropa.
Tenía muchos temas con los que ocupar su mente. Harvey Froyant…, Jack Beardmore… Frunció el ceño como si estuviera pensando en algo desagradable y trató de quitarse al joven de la cabeza. Fue un alivio volver a pensar en Froyant. Casi lo odiaba. Ciertamente, lo detestaba. El tiempo que había pasado en su casa había sido el más miserable de su vida. Al tomar las comidas con el resto del servicio, se había dado cuenta de que cada bocado había sido pesado, medido y distribuido por un hombre a quien le habrían aceptado cheques de siete cifras.
«Al menos no intentó cortejarte, querida», se dijo a sí misma. Por alguna razón, no podía imaginar a Harvey Froyant cortejando a alguien. Recordó los días en que lo siguió por su enorme casa con una libreta en la mano, mientras él buscaba alguna evidencia de la negligencia de sus sirvientes, pasando los dedos por los pulcros anaqueles de la biblioteca, buscando en vano algún rastro de polvo, dándoles la vuelta a las esquinas de las alfombras, escudriñando la vajilla de plata y haciendo inventario del contenido de su bodega, algo que efectuaba regularmente cada semana.
Racionaba el vino que se servía en la mesa y contaba las botellas vacías, incluso los corchos. Solía jactarse de que podía notar la ausencia de una flor en su enorme jardín. Periódicamente mandaba las flores al mercado, junto con las hortalizas que cultivaba y los melocotones que maduraban en lo alto del muro y, ¡ay del desventurado jardinero que se atreviera a hurtar una sola manzana de aquella huerta!, pues Harvey Froyant poseía un extraño instinto que lo conducía hasta el árbol saqueado.
Thalia sonrió irónicamente al recordar todo aquello y, una vez hubo terminado de cambiarse, salió cerrando la puerta tras de sí. Su patrona la observó mientras bajaba por la calle y sacudió la cabeza con inquietud.
—Parece que su huésped ha regresado —dijo una vecina.
—Sí, ha vuelto —dijo la mujer gravemente—. Una muchacha decente… ¡No me lo creo! Es la primera vez que alojo a una delincuente en mi casa y será la última. Se lo haré saber esta noche.
Ajena a las críticas, Thalia subió a un autobús en dirección al centro de la ciudad. Se apeó en Fleet Street[32] y se dirigió a las extensas oficinas de un conocido periódico. En el mostrador cogió el formulario para los anuncios por palabras y, después de mirar la hoja de papel en blanco durante un instante, escribió, como reflexionando:
«SECRETARIA.— Joven señorita de las colonias ofrece sus servicios como secretaria. Preferentemente, secretaria residente. Pide modesto sueldo. Taquigrafía y mecanografía».
Dejó un espacio para el número de registro, entregó el anuncio a través del mostrador y abonó la tasa.
Estuvo de vuelta en Lexington Street a la hora del té, que le fue servido por su patrona en una bandeja abollada.
—Escúcheme bien, señorita Drummond —dijo la honorable mujer—. Tengo que decirle unas cuentas palabras.
—Dígalas —replicó la muchacha, con despreocupación.
—Necesitaré su habitación la próxima semana. Thalia se volvió lentamente.
—¿Significa eso que tengo que marcharme?
—Eso es lo que significa. No puedo tener a personas como usted viviendo en una casa respetable. Me he llevado una buena sorpresa con usted, pues siempre la consideré una señorita distinguida.
—Continúe pensando así —dijo Thalia fríamente—. Soy joven y distinguida.
Pero la robusta patrona no estaba dispuesta a dejarse interrumpir en su bien ensayada diatriba[33].
—¡Vaya una señorita distinguida que da mal nombre a mi casa! —dijo ella—. Ha estado en prisión durante una semana. Quizás usted creía que no me iba a enterar, pero leo los periódicos.
—Estoy segura de ello —replicó la muchacha con calma—. Eso haré, señora Boled. Abandonaré su casa la semana próxima.
—Y me gustaría decirle… —comenzó la mujer.
—Échelo por debajo de la puerta —dijo Thalia, cerrando la puerta en las narices de la encolerizada señora.
Como estaba oscureciendo, encendió una lámpara de queroseno[34] y dedicó la tarde a hacerse la manicura, operación que tuvo que interrumpir por la llegada del correo de las nueve. Escuchó el toc-toc en la puerta y el pesado arrastrar de pies de su patrona por la escalera.
—Una carta para usted —la llamó la patrona.
Thalia abrió la puerta y le cogió el sobre de las manos.
—Debería decir a sus amigos que va a cambiar de domicilio —dijo la mujer, poco dispuesta a dejar la disputa a medias.
—No les he dicho a mis amigos que vivo en este lugar tan horrible —dijo Thalia dulcemente, cerrando la puerta tras de sí antes de que la patrona pudiera dar con una respuesta adecuada.
Sonrió mientras acercaba el sobre a la luz. La dirección estaba escrita con caracteres de imprenta. Le dio la vuelta para leer el remite antes de abrirlo y extrajo una gruesa tarjeta blanca. Con el primer vistazo al mensaje, su rostro cambió de expresión.
La tarjeta era cuadrada y en su centro había un gran Círculo Carmesí. Dentro de éste, escrito con los mismos caracteres de imprenta, aparecía el siguiente texto:
«La necesitamos. Suba al coche que encontrará esperándola en la esquina de la plaza Steyne, mañana, a las diez de la noche».
Colocó la tarjeta sobre la mesa y se quedó mirándola fijamente.
¡El Círculo Carmesí la necesitaba!
Había estado esperando esta citación, pero había llegado antes de lo que ella había previsto.