VII
El ídolo robado

Jack lo escuchó anonadado. Se quedó inmóvil y sin habla, mientras la muchacha, como si no fuera consciente de la inspección, paraba un taxi y se marchaba en él.

—Y ahora, ¿qué diablos habrá estado haciendo ahí? —se preguntó Parr.

—Una ladrona y cómplice de ladrones —repitió Jack, mecánicamente—. ¡Por Dios! ¿A dónde va usted? —preguntó rápidamente, al ver que el inspector se disponía a cruzar la calle.

—Intento averiguar qué ha hecho en la casa de empeños —dijo Parr, impasible.

—Seguramente ha venido aquí por encontrarse apurada de dinero. No es un delito necesitar dinero.

Jack se dio cuenta de la escasa consistencia de su defensa mientras pronunciaba estas palabras.

¡Thalia Drummond, una ladrona! ¡Era increíble, imposible! Sin embargo no pudo evitar seguir al detective cuando éste cruzó la calle: fue tras él por un oscuro pasillo que llevaba al departamento de préstamos y estuvo presente en la oficina del gerente una vez que un empleado trajo el artículo que la muchacha había empeñado. Se trataba de una pequeña figura dorada de Buda[26].

—Me pareció extraño —dijo el gerente, cuando Parr dio a conocer su identidad—. Sólo quiso diez libras y su valor sobrepasa las cien.

—¿Qué explicación dio? —preguntó Derrick Yale, que hasta entonces se había limitado a observar en silencio.

—Dijo que andaba escasa de dinero y que su padre tenía muchas bagatelas[27] como ésta, pero que prefería empeñarlas por poco dinero para poder recuperarlas después más fácilmente.

—¿Dejó su dirección? ¿Qué nombre dio?

—Thalia Drummond —informó el empleado—, del número 29 de Park Gate.

Derrick Yale dejó escapar una exclamación.

—Ésa es la dirección de Froyant, ¿verdad?

Demasiado bien sabía Jack que aquélla era la dirección del mezquino Harvey Froyant, y le dio un vuelco el corazón cuando recordó que a Froyant le gustaba coleccionar antigüedades orientales. El inspector entregó un recibo a cambio del ídolo y se lo guardó en el bolsillo.

—Tendremos que ir a ver a Froyant —dijo, y Jack replicó desesperadamente:

—Por el amor de Dios, no metan a esa chica en problemas —rogó—. Ha tenido que ser una tentación repentina… Yo arreglaré este asunto, si se trata de dinero.

Derrick Yale lanzó al muchacho una mirada grave y comprensiva.

—¿Conoce a la señorita Drummond?

Jack asintió; se encontraba demasiado abatido para hablar y sentía un absurdo deseo de escapar y esconderse.

—Eso no puede hacerse —dijo el inspector Parr con decisión. Se acababa de convertir en un policía convencional—. Voy a visitar a Froyant para comprobar si este artículo se empeñó con su consentimiento.

—Entonces lo hará por su cuenta —dijo Jack, irritado.

No podía soportar la idea de ser testigo de una humillación semejante para la chica. Era monstruoso y resultaba cruel por parte de Parr, le dijo a Yale cuando estuvieron solos.

—¡La chica no sería capaz de cometer un robo tan vil, como piensa ese estúpido cretino! ¡Ojalá no hubiera atraído la atención sobre ella!

—Fue él quien la vio primero —apuntó Yale y, colocando su mano en el hombro del joven, dijo—: Jack, creo que está usted está un poco nervioso. ¿Por qué está tan interesado en la señorita Drummond? Es cierto que —dijo repentinamente— ha debido verla mucho cuando estaba en casa, ya que la finca de Froyant linda con la suya, ¿no es así?

Jack asintió.

—Si Parr se hubiera consagrado con tanta energía a la captura del Círculo Carmesí como dedica a la persecución de esa pobre chica —dijo amargamente—, mi pobre padre aún estaría vivo.

Derrick Yale trató de consolar al joven. Se lo llevó de vuelta a su oficina e intentó que sus pensamientos se centraran en cosas más agradables. Llevaban allí un cuarto de hora cuando el teléfono comenzó a sonar: era Parr quien llamaba.

—¿Y bien? —preguntó Yale.

—He arrestado a Thalia Drummond y presentaré cargos contra ella mañana por la mañana —fue el lacónico mensaje.

Yale colgó el auricular suavemente y se volvió hacia el joven.

—¿Ha sido detenida? —adivinó Jack, antes de que el otro pudiera decir palabra.

Yale asintió y el joven Beardmore palideció.

—Ya lo ve, Jack —dijo Yale, despacio—, probablemente se ha dejado engañar tanto como Froyant. La chica es una ladrona.

—Aunque sea una ladrona y una asesina —dijo Jack con obstinación—, la amo.