Juana Azurduy, viuda de Padilla, necesita el sosiego y la protección para restañar las profundas heridas anímicas que el destino ha producido en su espíritu.
La convulsionada Tarija no puede proveérselo y por ello parte hacia el sur, en busca de alguien a quien Manuel Ascencio mucho estimaba y de quien Arenales, les había hablado con entusiasmo. Alguien a quien, como hemos visto, ya doña Juana había solicitado ayuda cuando la anarquía iba deshaciendo la fuerza de sus partidarios.
Martín Güemes era, probablemente, lo más parecido a su esposo que podía hallarse: también provenía de una familia acomodada y, a pesar de ello, convencido de sus ideales de libertad y justicia, había empuñado las armas en contra de los intereses de su propia clase social. El también era alto, fornido, muy bien parecido. El también sabía hacerse amar por sus hombres, que eran capaces de dar la vida a una orden suya.
El gran caudillo salteño recibió a la teniente coronela con demostraciones de afecto y admiración y, sabiendo que sería la mejor forma de ayudarla, incluyó a doña Juana en su ejército, asignándole tareas de mando y responsabilidad.
Güemes aparece con una personalidad controvertida en opinión de los historiadores que se ocuparon de él, aunque quizás ello estuviese influenciado por el hecho de que dichos textos fueron escritos al calor de las luchas intestinas entre unitarios y federales, deformando la visión que de él se transmitió a la posteridad.
«Este caudillo —escribiría José María Paz, su contemporáneo—, este demagogo, este tribuno, este orador, carecía hasta cierto punto del órgano material de la voz, pues era tan gangoso, por faltarle la campanilla, que quien no estaba acostumbrado a su trato, sufría una sensación penosa al verlo esforzarse para hacerse entender. Sin embargo, tenía para los gauchos tan unción en sus palabras y una elocuencia tan persuasiva, que hubieran ido en derechura a hacerse matar para probar su convencimiento y su adhesión.
»Era además Güemes relajado en sus costumbres y carente de valor personal, pues jamás se presentaba en el peligro. No obstante, era adorado de los gauchos, que no veían en su ídolo sino al representante de la ínfima clase, al protector y padre de los pobres, como lo llamaban, y también, porque es preciso decirlo, el patriota sincero y decidido por la independencia: porque Güemes lo era en alto grado. El despreció las seductoras ofertas de los generales realistas, hizo una guerra porfiada, y al fin tuvo la gloria de morir por la causa de su elección, que era la de América entera».
Quizás un general español que combatió contra Güemes pueda darnos una visión más ajustada de lo que significó el caudillo salteño y sus gauchos para nuestra independencia:
«Los gauchos eran hombres del campo, bien montados y armados todos de machete o sable, fusil o rifle (carabina de caballería), de los que se servían alternativamente sobre sus caballos con sorprendente habilidad, acercándose a las tropas con tal confianza, soltura y sangre fría que eran admirados por los militares europeos, que por primera vez observaban a aquellos hombres extraordinarios a caballo, y cuyas excelentes disposiciones para la guerra de guerrillas y sorpresa tuvieron repetidas ocasiones de comprobar. Eran individualmente valientes, tan diestros a caballo que igualan si no exceden, a cuanto se dice de los célebres mamelucos y de los famosos cosakos (sic), porque una de las armas de estos enemigos consistía en su facilidad para dispersarse y volver de nuevo al ataque, manteniendo a veces desde sus caballos y otras veces echando pie a tierra y cubriéndose con ellos, un fuego semejante al de una buena infantería». (García Camba, Memorias).
Doña Juana pasó varios años junto a Güemes durante los cuales no es imposible que hayan sostenido alguna relación amorosa, ya que la teniente coronela era todavía una bella hembra a pesar de que el sufrimiento había dejado huellas en su cuerpo, en tanto que Güemes era un varón a quien mucho gustaban las mujeres; como eran mentas de la época.
La vida afectiva de la teniente coronela parece ser un tema tabú para los historiadores que de ella se han ocupado, como si fuese inimaginable y quizás descalificante reconocer en tan idealizable figura de nuestra historia supuestas debilidades de su carne. Por el contrario, todo parece indicar que la pasión en su lucha patriótica seria similar a la que alimentaba sus deseos de mujer, como lo muestra el elevado nivel erótico que adornaba su relación con Manuel Ascencio y que seguramente también dio calor a vínculos de doña Juana con otros hombres.
Otra circunstancia que la unía a Güemes era su compartida enemistad contra el general José Rondeau, quien llegó a distraer el Ejército del Norte a su mando, acampado en Jujuy, para atacar al caudillo salteño.
Este, seguramente disconforme con el mando de Rondeau, previendo que un ejército tan indisciplinado estaba condenado al desastre, abandonó, con sus gauchos, el Ejército del Norte y se dirigió hacia Salta. En el camino se apropió del armamento que había quedado almacenado en Jujuy, y luego, ya en Salta, se hizo elegir gobernador. Esto de alguna manera significaba una rebeldía ante Buenos Aires, ya que hasta entonces las autoridades provinciales habían sido designadas por el gobierno central.
Güemes había regresado sinceramente indignado por la corrupción del ejército porteño, lo que hizo que en Salta cundieran exagerados rumores de que Rondeau y sus subalternos cabalgaban con sus alforjas llenas de oro.
Como una prueba más de su ciega incapacidad, Rondeau decidió escarmentar al caudillo salteño y se dirigió a enfrentarlo con su ejército. Como no podía ser de otra manera, fue derrotado contundentemente por las experimentadas montoneras de Güemes, quienes dejaron a las tropas sin víveres, ya que habían retirado todo el ganado que hubiese en su camino, a tiempo que les producían crecientes bajas a favor de un decisivo predominio en la caballería.
«Es inconcebible tanta imprevisión, mucho más en un general que sabía prácticamente lo que era la guerra irregular o de montonera y lo que valía el poder del gauchaje en nuestro país, pues lo había visto en la Banda Oriental. No puedo dar otra explicación, sino que se equivocó en cuanto a las aptitudes de Güemes y el prestigio que gozaba entre el paisanaje de Salta».(José M. Paz, Memorias).
Como es de imaginar, estos desatinos en el interior de las fuerzas patriotas provocaron su debilitamiento, lo que se hizo grave, pues un poderoso ejército realista, al mando del general Ramírez Orosco, invadió Salta. Eran 6 batallones, 7 escuadrones y 4 piezas de artillería, formando un total de aproximadamente 4000 hombres.
A pesar de la desorganización de las guerrillas argentinas y de no poder contar con el refuerzo de las tropas regulares, la resistencia de los gauchos salteños fue admirable y eficaz.
Al proclamar ante el Cabildo de Salta, su nuevo triunfo, un Güemes más preocupado que eufórico decía:
«A pesar de no haber sido oportunamente auxiliados, una vez más hemos conseguido, aunque a costa del exterminio de nuestra provincia, el escarmiento de los tiranos».
No hay registro de la intervención de la teniente coronela en las luchas intestinas argentinas; es posible que ella haya querido evitarlo y, por otra parte, que Martín Güemes le haya ahorrado ese calvario.