Una vez más los Padilla regresaron a su querida Chuquisaca, donde fueron otra vez recibidos con muestras de cariño. Allí los alcanza una carta del general Rondeau en la que no sólo los anoticia de la injustificable debacle de Sipe-Sipe sino que también, irreverentemente, como si no los hubiese ofendido al dejarlos fuera de su ejército, como si no hubiese diezmado las fuerzas de los Padilla con su mala conducción, los urge a continuar en la lucha. Es decir, a guardar sus espaldas mientras huye desvergonzadamente:
«Cuartel General en Marcha.
»A 7 de Diciembre de 1815.
»Señor Coronel Comandante en jefe del Departamento de Chuquisaca, Don Manuel Ascencio Padilla:
»Después del contraste de nuestras armas en los campos de Sipe-Sipe y Viluma, me hallo en retirada con dirección a la ciudad de Salta, donde cuento con elementos de refuerzo, debiendo luego tomar de nuevo la ofensiva para volver sobre mis operaciones de guerra. Estaré de regreso sin que pase mucho tiempo. U. S. que ha prestado a la causa de la Patria tan constantes y distinguidos servicios, debe ahora redoblar sus esfuerzos para hostilizar entre tanto al enemigo sin perder los medios más activos y que sean imaginables para lo que queda U. S. autorizado ampliamente.
»Espero que en esta ocasión será U. S. tan diligente y entusiasta en obsequio de la Santa Causa de la Patria, como ha sido ejemplar y benemérita su conducta y su valor desde un principio en todos tiempos.
»Dios guarde a U. S. —José Rondeau».
Para hacernos una idea del vigor en sus convicciones que evidencia la carta con la que Manuel Ascencio responde a Rondeaur, y en la que reafirma su indómita decisión de continuar en la lucha, hay que tomar en cuenta que un caudillo de los quilates de Antonio Álvarez de Arenales, vencida ya su moral por Sipe-Sipe, convencido ya de que nada cabía por hacer y que la ineptitud de Rondeau y la anarquía y venalidad de sus hombres habrían desperdiciado la última oportunidad en el Alto Perú, decide abandonar el campo de batalla y se dirige con sus hombres más fieles hacia Jujuy.
Imaginable es la indignación con que Padilla, seguramente alentado por su esposa, redactó la famosa carta que transcribimos en su totalidad porque así lo merece:
«Reservada.
»Señor General:
»En oficio de 7 del presente mes, ordena U. S. hostilice al enemigo de quien ha sufrido una derrota vergonzosa; lo haré como he acostumbrado hacerlo en más de 5 años por amor a la independencia, que es la que defiende el Alto Perú, donde los altoperuanos privados de sus propios recursos no han descansado en 6 años de desgracias, sembrando de cadáveres sus campos, sus pueblos de huérfanos y viudas, marcado con el llanto, el luto y la miseria, errantes los habitantes de 48 pueblos que han sido incendiados, llenos los calabozos de hombres y mujeres que han sido sacrificados por la ferocidad de sus implacables enemigos, hechos el oprobio y el ludibrio del Ejército de Buenos Aires, vejados, desatendidos sus méritos, insolutos sus créditos y en fin el hijo del Alto Perú mirado como enemigo, mientras el enemigo españoles protegido (sic) y considerado. Sí Señor, ya es llegado el tiempo de dar rienda suelta a los sentimientos que abrigan en su corazón los habitantes de los Andes, para que los hijos de Buenos Aires hagan desaparecer la rivalidad que han introducido, adoptando la unión y confundiendo el vicioso orgullo autor de nuestra destrucción.
»Mil ejemplares de horror pudieran haber irritado el ánimo de estos habitantes que U. S. llama en su auxilio. La infame conducta que con el mayor escándalo deshizo, rebajó y ofendió el virtuoso Regimiento de Chuquisaqueños que habían salido a morir por su patria, la prisión de los Coroneles Centeno y Cárdenas por haber hostilizado a Goyeneche y debilitado sus fuerzas para que él las batiera y premiar a hombres que habían desolado a millares de habitantes (pero eran del Alto Perú), la pena impuesta a los Vallegrandinos por haber propuesto destruir a los enemigos para vengar sus agravios y los de la Patria. La prisión de mi persona por haber pedido se me designe un puesto para hostilizar a Pezuela con altoperuanos, que siempre sin sueldo, siempre a su costa, sin partidos y por solo la Patria, han sacrificado su vida y su fortuna, con otros millones de insultos que han sufrido en general todos los pueblos, desde el primer mandatario hasta el último cadete de Buenos Aires no han podido mudar el carácter honrado y sufrido de los altoperuanos, nosotros amamos de corazón nuestro suelo, y de corazón aborrecemos una dominación extrangera (sic), queremos el bien de nuestra Nación, nuestra independencia y despreciamos el distintivo de empleos y mandos, olvidamos el oro y la plata sobre la que hemos nacido y donde ha sido nuestra cuna.
»La justicia de nuestra causa y nuestros sacrosantos derechos, vivifican nuestros esfuerzos y nivelan nuestras operaciones contra esta generalidad de ideas. El Gobierno de Buenos Aires manifestando una desconfianza rastrera ofendió la honra de estos habitantes, las máximas de una dominación opresiva como la de España han sido adoptadas con aumento de un desprecio insufrible, la prueba es impedir todo esfuerzo activo a los altoperuanos, que el ejército de Buenos Aires con el nombre de auxiliador para la Patria se posesiona de todos esos lugares a costa de la sangre de sus hijos, y hace desaparecer sus riquezas, niega sus obsequios y generosidad.
»Los altoperuanos a la distancia sólo son nombrados para ser zaheridos. ¿Por qué haberme destinado al mando de esta Provincia amiga sin los soldados que hice entre las balas y los fusiles que compré a costa de torrentes de sangre? ¿Por qué corrió igual suerte el benemérito Camargo mandándolo a Chayanta de Sub-delegado dejando sus soldados y armas para perderlo todo en Sipe-Sipe? ¡Olvídese muy en buena hora el empeño del Alto Perú y sus revoluciones de tiempos inmemorables para destruir la monarquía! Si Buenos Aires es el autor de esa revolución, ¿para qué comprometernos y privarnos de nuestra defensa? El haber obedecido todos los altoperuanos ciegamente, el haber hecho esfuerzos inauditos, haber recibido con obsequio a los ejércitos de Buenos Aires, haberles entregado su opulencia, un degrado y otros por fuerza, haber silenciado escandalosos saqueos, haber salvado los ejércitos de la patria ¿son delitos? ¿A quiénes se debe el sostén de un gobierno que siempre nos acuchilló? ¿No es a los esfuerzos del Perú que ha entretenido al enemigo, sin armas por privarle de ellas los que se titulan sus hermanos de Buenos Aires?
¿Y ahora que el enemigo ventajoso inclina su espada sobre los que corren despavoridos y saqueando debemos salir nosotros sin armas a cubrir sus excesos y cobardía? Pero nosotros somos hermanos en el calvario y olvidados sean nuestros agravios abundaremos en virtudes.
»Vaya US. seguro de que el enemigo no tendrá un solo momento de quietud. Todas las Provincias se moverán para hostilizarlo, y cuando a costa de hombres nos hagamos de armas, los destruiremos para que U. S. vuelva entre sus hermanos. Nosotros tenemos una disposición natural para olvidar las ofensas: quedan olvidadas y presentes. Recibiremos a U. S. con el mismo amor que antes, pero esta confesión fraternal, ingenua y reservada, sirva en lo sucesivo para mudar de costumbres, adoptar una política juiciosa, traer oficiales que no conozcan el robo, el orgullo y la cobardía.
»Sobre estos cimientos sólidos levantaría la patria un edificio eterno. El Altoperú será reducido primero a cenizas que a la voluntad de los Españoles. Para la patria son eternos y abundantes sus recursos, U. S. es testigo. Para el enemigo está almacenada la guerra, el hambre y la necesidad, sus alimentos están mezclados con sangre y, en habiendo unión para lo que ruego a U. S. habrá patria.
»De otro modo los hombres se cansan y se mudan. Todavía es tiempo de remedio: propenda U. S. a ellos si Buenos Aires defiende la América para los americanos, y si no…
»Dios guarde a U. S. muchos años. “La Laguna, Diciembre 21, 1815. Manuel Ascencio Padilla”».
Un renombrado historiador boliviano señala que en ese potente «y si no…» debe buscarse la base del posterior deseo altoperuano de independizarse no sólo de España sino también de la Argentina, doble cometido que se cumplió en 1825.