PRESENTACIÓN

El CAZADOR SORDO —traducción libre del título inglés The Gooseberry Fool, 1974— es la tercera novela de la serie protagonizada por el teniente Tromp Kramer y el sargento cafre Mickey Zondi, de la Brigada de Homicidios de Trekkersburgo, en Sudáfrica.

James McClure publicó antes El cerdo de vapor (The Steam Pig, 1971) y El leopardo de la medianoche (también traducción libre de The Carterpillar Cop, 1972), dos novelas igual de excepcionales, aunque tal vez no tan trepidantes como ésta que el lector tiene en sus manos.

Quienes quieran adentrarse en los orígenes del mundo racista y atávico en el que investiga esta pareja de policías sudafricanos puede acudir a la precuela con que McClure se despidió de la serie, La canción del perro (The Song Dog, 1991), LITERATURA REINO DE CORDELIA, n° 12.

Si hasta ahora nunca han leído un caso de Kramer y Zondi están de suerte. Acaban de encontrar un filón literario con el que disfrutarán enormemente. McClure, además de ofrecer un apasionante argumento policíaco, radiografía en cada título a la sociedad enferma que alimentó el apartheid, con los blancos de origen británico en la cúspide de la pirámide social, seguidos de los blancos de origen holandés —afrikáners como Tromp Kramer— y, por último, en la escala más baja, los negros.

Igual que la novela negra norteamericana mostró al mundo la corrupción política y económica de los años 30, culpable del mayor crack que se recordaba hasta hace unos días, la serie de James McClure ofrece todas las claves para entender la pesadilla que asolaba a Sudáfrica antes de que llegara al poder Nelson Mandela.

En El cazador sordo el protagonismo se desnivela a favor de Zondi, que asume el papel de investigador principal, al tiempo que Kramer se enreda en una compleja telaraña de la que sólo podrá salir con la ayuda de su sargento negro.

Por tanto, será el suboficial cafre quien guíe al lector por los infiernos del apartheid. La entrada de Zondi al asentamiento de Jabula, en donde nada más llegar se encuentra con una vieja ciega que le intenta sacar información en lugar de ofrecerle la que él le pide, recuerda a la aparición de las brujas que profetizan el glorioso futuro del rey Macbeth, víctima final del pronóstico.

La ciega de El cazador sordo marca también, aunque no lo exprese con palabras, un futuro peligroso para Zondi, que sentirá en Jabula la misma desazón y terror que Virgilio cuando bajó al infierno de la mano de Dante y se dio cuenta de que los castigos se repetían eternamente, sin condecer un solo momento de paz a quienes los purgaban. La misma condena que parecen sufrir los negros reasentados en Jabula.

Todos ellos cumplen la penitencia eterna de un pecado original que les conduce a la marginación, al subdesarrollo y a la miseria económica. Sin educación, cultura ni futuro, esa masa miserable se convierte en una fuerza fantasmal, cargada de violencia, que a punto está de costarle la vida al propio Zondi.

Su triunfo será finalmente la gran esperanza metafórica para todos los que, como McClure, lucharon y creyeron en un futuro mejor, conscientes de que la única posibilidad de cambiar la realidad consistía en denunciarla con todas las herramientas posibles. La suya fue la literatura, la Literatura con mayúsculas.

El Editor