Leyendas hasídicas según la interpretación de un distinguido erudito
Un hombre viajó a Chelm a fin de pedir consejo al Rabino Ben Kaddish, el más sabio de todos los rabinos del siglo XIX y quizás el noodge[4] más importante de la Edad Media.
—Rabino —preguntó el hombre—, ¿dónde puedo encontrar la paz?
El hasídico lo miró y dijo:
—¡Rápido, mira detrás tuyo!
El hombre dio media vuelta, y el rabino Ben Kaddish le dio en la nuca con un candelabro.
—¿Es paz suficiente para ti? —le dijo ajustándose su yarmulke[5].
En esta parábola se hace una pregunta absurda. No sólo es absurda la pregunta, sino también el hombre que viajó a Chelm para hacerla. No es que estuviera muy lejos de Chelm, pero ¿por qué no pudo quedarse donde estaba? ¿Por qué fue a molestar al rabino Ben Kaddish? ¿Acaso el Rabino no tenía suficientes problemas? La verdad es que el Rabino estaba hasta la coronilla de este tipo de graciosos, porque una tal señora Hecht habría mencionado su nombre en un juicio de paternidad. No, la moraleja de este cuento es que este hombre no tiene nada mejor que hacer que vagabundear y poner nerviosa a la gente. Por ello, el rabino le golpea la cabeza, algo que, según el Torah, es uno de los métodos más sutiles de demostrar interés. En una versión similar de este cuento, el Rabino salta encima del hombre en un estado de frenesí y le graba la historia de Ruth en la nariz con un estilete.
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El Rabino Raditz de Polonia era un rabino muy bajo con una barba muy larga. Se dice de él que inspiró muchos progroms con su sentido de humor. Uno de sus discípulos le preguntó:
—¿Quién era el preferido de Dios? ¿Moisés o Abraham?
—Abraham —replicó el Saduceo[6].
—Pero Moisés condujo a los judíos a la Tierra Prometida —dijo el discípulo.
—Pues bien, entonces Moisés —contestó el Saduceo—. Comprendo, Rabino. Fue una pregunta estúpida.
—No sólo eso, sino que eres un imbécil, tu mujer es un meeskeit[7], y si no dejas de pisarme, quedas excomulgado.
En este caso, al Rabino se le pide que emita un juicio de valor entre Moisés y Abraham. No es asunto fácil, en especial para un hombre que jamás ha leído la Biblia y que siempre lo ha disimulado. Además, ¿qué significa el término, espantosamente subjetivo, «mejor»? Lo que es «mejor» para el Rabino no es necesariamente «mejor» para el discípulo. Por ejemplo, al Rabino le gusta dormir panza abajo. Al discípulo también le gusta dormir sobre la panza del Rabino. Aquí el problema es obvio. También es preciso señalar que pisar el pie de un rabino (como lo hace el discípulo en el cuento) es un pecado, según el Torah, comparable a acariciar matzos[8] con cualquier intención que no sea comerlos.
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Un hombre, que no podía casar a una hija suya muy fea, visitó al Rabino Shimmel de Cracovia.
—Tengo una gran pena en el corazón —le dijo al Rev— porque Dios me ha dado una hija fea.
—¿Cuán fea? —preguntó el Rabino.
—Si la tumbara en un plato al lado de un arenque, usted no podría distinguir quién es quién.
El Rabino de Cracovia pensó un largo rato y por último preguntó:
—¿Qué clase de arenque?
El hombre, sorprendido por la pregunta, pensó rápidamente y contestó:
—Eh… un arenque Bismarck.
—¡Qué lástima! —exclamó el Rabino—. Si fuera del Báltico tendría más posibilidades.
He aquí un cuento que ilustra la tragedia de las cualidades transitorias de la belleza. ¿Se parece realmente esta muchacha a un arenque? ¿Por qué no? ¿Habéis visto algunas de esas cosas que caminan por ahí estos días, en especial, en lugares de veraneo? Y aun cuando así sea, ¿acaso todas las criaturas no son hermosas a los ojos de Dios? Quizás, pero, si una muchacha parece estar más a gusto en un pote con salsa de vinagre que en un traje de noche, entonces tiene, sí, graves problemas. Por una extraña casualidad, se decía que la mujer del Rabino se parecía a un calamar, pero sólo de frente, aunque su tos carrasposa suplía con creces este defecto —algo que no alcanzaré jamás a comprender—.
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El Rabino Zwi Chaim Yisroel, erudito ortodoxo del Torah y que hizo de la lamentación un arte hasta entonces desconocido en Occidente, fue unánimemente considerado como el hombre más sabio del Renacimiento por sus hermanos hebreos, quienes totalizaban un dieciseisavo del uno por ciento de la población. En una ocasión, cuando se encaminaba hacia la sinagoga para celebrar la fiesta sagrada judía, que conmemora la renuncia de Dios a toda promesa, una mujer le detuvo y le hizo la siguiente pregunta:
—Rabino, ¿por qué no podemos comer cerdo?
—¿No podemos? —preguntó incrédulo el Rabino—. ¡Ah, ésa sí tiene gracia!
Ésta es una de las pocas leyendas de toda la literatura hasídica que trata la ley hebrea. El Rabino sabe que no debería comer cerdo; pero a él no le importa porque le gusta el cerdo. No sólo le gusta el cerdo, sino que se harta de huevos de Pascua. En suma, a él le tiene muy sin cuidado la Ortodoxia tradicional, y considera la alianza de Dios con Abraham como «un disparate más». Por qué la ley hebraica proscribió el cerdo es algo que aún no ha sido aclarado, y algunos estudiosos creen que el Torah simplemente sugiere que no se debe comer cerdo en ciertos restaurantes.
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El Rabino Baumel, erudito de Vitebsk, decidió llevar a cabo una huelga del hambre con el objeto de protestar contra la injusta ley que prohibía a los judíos rusos usar zapatillas fuera del ghetto. Durante dieciséis semanas el religioso se tendió en un jergón rústico mirando al techo y se negó a tomar alimento alguno. Sus pupilos temían por su vida, y, un día, una mujer se acercó al camastro e, inclinándose sobre el sabio erudito, le preguntó:
—Rabino, ¿de qué color eran los cabellos de Ester?
El Rev se giró débilmente a un lado y la miró.
—¡Mira lo que se te ocurre preguntarme! —dijo—. ¿Sabes el dolor de cabeza que tengo de no probar bocado durante dieciséis semanas?
De inmediato, los discípulos del Rabino escoltaron a la mujer al sukkah[9] donde comió vorazmente del cuerno de la abundancia hasta reventar.
Hay en este caso un tratamiento muy sutil del problema del orgullo y la vanidad, y todo parece indicar que el ayuno es una tremenda equivocación. En especial con el estómago vacío. El hombre no debe ser el promotor de su propia infelicidad; en realidad, el sufrimiento es fruto de la voluntad de Dios, aunque jamás alcance a comprender por qué Él disfruta tanto con ello. Algunas tribus ortodoxas creen que el sufrimiento es la única manera de redimirse; los eruditos escriben sobre los miembros de un culto, llamados los Esenitas[10], quienes de forma premeditada andaban por ahí golpeándose la cabeza contra las paredes. Dios, según los últimos libros de Moisés, es benévolo, aunque haya aún muchos temas que él prefiere no tocar.
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El Rabino Yekel de Zans, quien tenía la mejor dicción del mundo hasta que un Gentil le robó el amplificador que llevaba oculto, soñó tres noches consecutivas que, con sólo viajar a Vorki, allí encontraría un importante tesoro. Se despidió de su mujer y sus hijos y se puso en marcha diciendo que volvería en diez días. Dos años más tarde, se le encontró vagabundeando por los Urales, liado con un panda hembra. Congelado y muerto de hambre, el Rev fue trasladado de vuelta a su hogar donde se le pudo hacer volver a la vida a fuerza de sopas calientes y flanken[11]. A continuación, le dieron algo de comer.
Después de la cena, narró su historia: a los tres días de su partida de Zans, fue asaltado por nómadas salvajes. Cuando se enteraron de que era judío, le obligaron a zurcir todas sus chaquetas sport y a hacerles el dobladillo a los pantalones. Como si no fuera suficiente humillación le pusieron crema de leche en los oídos y se los taparon con cera. Por último, el Rabino se escapó y se encaminó hacia la ciudad más próxima, pero, en cambio, terminó en los Urales, porque tenía vergüenza de preguntar direcciones.
Después de contar la historia, el Rabino se puso de pie y se fue a dormir al dormitorio, y ¡atención! debajo de la almohada encontró el tesoro que había ido a buscar. En éxtasis, bajó de la cama y dio gracias a Dios. Tres días después, vagaba otra vez por los Urales, pero esta vez con un traje de conejo.
Esta pequeña obra maestra ilustra ampliamente el absurdo del misticismo. El Rabino sueña tres noches seguidas. Los Cinco Libros de Moisés, restados de los Diez Mandamientos, suman un total de cinco. Menos los hermanos Jacob y Esaú, nos quedan tres. Fue un razonamiento parecido el que llevó al Rabino Yitzhok Ben Levi, el gran místico judío, a ganar la apuesta doble en el hipódromo durante cincuenta y dos carreras consecutivas y aun así terminar viviendo del seguro social.