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Le llevó de regalo un ángel: un mozalbete de pelo rizado, con una lira, un libro y un precioso par de alas, en relieve sobre una placa de terracota de unos veinticinco centímetros cuadrados, blanca sobre azul Della Robbia.

—Lo modeló Andrea della Robbia —informó Andy—. Hacia el año mil cuatrocientos setenta.

—¡Oh, Dios mío, Andy! —exclamó Rosemary, que acunó el relieve con ambas manos, como si lo adorase—. ¡Es la cosa más bonita que he visto en la vida!

—Se llama «Andy» —dijo él—. Por el ceramista, supongo.

Con una sonrisa en los labios, ella se puso de puntillas y le besó en la cara.

—¡Ah, gracias, cariño, gracias! —Besó también a Andy della Robbia… levemente, muy levemente. Se dirigió a su hijo—: ¡Mi hermoso ángel Andy! ¡Te adoro! ¡Te comería!

Le dio otro beso fugaz, apenas rozándole con los labios.

El desayuno-almuerzo del domingo fue la primera oportunidad que tuvieron de estar juntos. En el aeropuerto, Andy había salido por la puerta de personalidades importantes con dos hombres de edad. Parecían enzarzados en una discusión, de modo que tras un abrazo, dos apretones de mano fuera de la limusina —uno con un chino y otro con un francés—, y un intercambio visual con Andy, Rosemary volvió a la ciudad tal como salió de ella, en el asiento de delante, con Joe. Escucharon cintas de grandes orquestas de jazz de los cincuenta, charlaron acerca de los músicos y admiraron las vallas publicitarias que habían empezado a aparecer el primero de diciembre: Andy les sonreía de modo radiante por encima del texto del anuncio: Aquí, en Nueva York, encenderemos nuestras velas a las siete de la tarde del viernes, 31 de diciembre. ¡Os quiero!

Cuando se apearon de la limusina en la planta inferior del garaje del edificio —a las dos de la mañana, hora de Roma—, Andy sufría el clásico desfase horario. Cumplieron su cita matinal.

Rosemary y el camarero habían desplazado unos metros la mesa del Scrabble, al objeto de dejar espacio junto a la ventana para la mesa y las sillas del desayuno-almuerzo. Rosemary se acercó allí caminando despacio, ahuecadas las manos, y cuidadosa, muy cuidadosamente, dejó apoyada la placa contra el costado del carrito del servicio, de forma que Andy della Robbia fuera bien visible y, a su vez, pudiera verlo todo.

Sentado, al tiempo que untaba crema de queso sobre un bollo, Andy Castevet-Woodhouse manifestó:

—¡Tienes un aspecto espléndido! Ésa es la clase de salto de cama que imaginaba.

—He de reunirme con Joe en el gimnasio a las once y media —repuso Rosemary, ataviada con un chándal y zapatillas deportivas. Se sentó.

—Ajá, ¿Joe y tú…?

—Disfrutamos de nuestra mutua compañía —declaró Rosemary, mientras desdoblaba su servilleta—. Me encantaría decirte que te ocupases de tus propios asuntos, pero la otra noche estuve jugando al Scrabble con Judy, así que no estoy en situación de hablar así. No cabe duda de que las mujeres indias lo hacen, al menos las que se sienten destrozadas, las maltratadas.

Andy emitió un gruñido y llenó su taza de humeante café.

—Realmente, deberías estar avergonzado de ti mismo —Rosemary agitó ante él un sobrecito de edulcorante—. Es una chica lo que se dice estupenda. ¡Y menuda campeona! Me venció dos veces y eso que yo soy buena. Pero no estoy acostumbrada al límite de dos minutos, aunque eso no es excusa. Vamos a jugar la revancha mañana o el martes.

Rasgó una esquina del sobrecito.

—Ya no me atrae —repuso Andy; levantó una loncha de salmón previamente clavada en los dientes de un tenedor de plata—. ¿Qué quieres que haga? ¿Fingir algo que no siento?

—Al menos debiste hablar del asunto con ella cara a cara.

—¡Ah, claro! —dijo Andy—. No la has visto en plan de fiscal del distrito.

Dejó el salmón sobre la crema de queso.

—Tengo la sensación de que no aguantarías un contrainterrogatorio —dijo Rosemary mientras removía el café.

Andy mordió y masticó, al tiempo que miraba por la ventana.

Rosemary tomó un sorbo de café, con los ojos sobre la placa.

—¡Es tan precioso, cariño! —exclamó—. ¡Te lo agradezco tanto!

Suspiró, atrajo hacia sí la cesta de los panecillos y bollos y rebuscó entre ellos.

Andy suspiró a su vez. Dijo:

—Tienes razón. No estoy en mi mejor momento. La llamaré luego. De todas formas, los domingos duerme hasta muy tarde.

Rosemary escogió una fina rebanada de bollo.

—Nos han invitado a una recaudación de fondos para la parálisis cerebral —dijo—. Para combatirla. Ya sabes. En el salón de baile, el miércoles, traje de etiqueta. Voy a ir con Joe. Dice que es un bailarín formidable, ¿lo es?

Andy se encogió de hombros.

—Bastante bueno —dijo. Tomó otro bocado.

—Pensé que quizá Judy y tú…

—Mamá —repuso Andy, y empezó a masticar—, ha dejado de resultarme atractiva. No puedo evitarlo. ¿Vale? Me gustaría poder hacerlo.

Rosemary extendió una delgada capa de crema de queso sobre la rebanada de bollo y lo contempló con los ojos entornados.

—Llévate a alguna otra —sugirió—. ¿Vanessa tiene novio formal?

—No lo sé.

Rosemary se puso un trozo de bollo en la boca y empezó a masticarlo.

—Hice unas pequeñas operaciones en la tienda de Bergdorf —dijo—. Seis conjuntos vieja dama por un vestido tubular de seda arrancado de la espalda de Ginger Rogers. Se me figura que Joe cree ser Astaire y le seguiré la broma. Espero que no se lance por la borda.

Le pegó al bollo un bocado mayor y movió las mandíbulas mientras miraba por la ventana algo que debía parecerle interesante.

Con una sonrisa en los labios, Andy la observó.

—¿No eras la astuta? —dijo—. Tú ganas, somos cuatro. Pero después de Año Nuevo nos vamos a disfrutar de unas pequeñas vacaciones, tú y yo solos. Lo necesitaremos, puesto que durante todo un mes vamos a estar atareados de verdad. —Clavó los dientes del tenedor en un trozo del salmón de su plato, fruncido el entrecejo. Dijo—: Existe peligro real de que la sincronización se vaya al garete. Disponemos de sondeos que demuestran que un once por ciento de veteranos en todo el mundo aún creen que el Encendido se efectuará a medianoche en todas partes. ¿Puedes creerlo? Vamos a tener que hacer algo más. Y luego está el anuncio de los ateos paranoides. Me gustaría celebrar una reunión para tratar del asunto mañana a las tres; ¿te va bien? Craig, Diane y Hank. Quizá también Sandy; a ella suelen ocurrírsele buenas ideas.

—Tú los conoces a todos, yo no.

Levantó el rizo de salmón prendido en el tenedor, se lo puso en la boca y lo engulló, de cara a Rosemary, que tomaba un sorbo de café.

La mujer bajó la taza.

—No lo hagas —recomendó.

—¿Que no haga qué?

—Sigue con el avellana, don Chico Listo —dijo ella—. Hablo en serio, Andy. Y tampoco me vengas con que fue cosa de mi imaginación.

* * *

Rosemary comprendió que disponer en la reunión de información específica sobre grupos de anarquistas paranoides podía ser de gran utilidad, de modo que pasó por la reunión del lunes de la Sociedad Cinematográfica con un susurrado «Hola, a todos» —Craig, Kevin, Vanessa, Polly y Lon Chaney, hijo, en cuya cara brotaba el pelo— y se fue derecha al despacho que aquella mañana había empezado a considerar como suyo. La ayudante de Craig, Suzanne, se lo reclamaría el lunes siguiente al día de Año Nuevo, pero tal vez podrían compartirlo, puesto que tal despacho contaba con dos mesas.

Rebuscó entre las cintas de noticias y documentales, y se disponía a solicitar la colaboración de un ayudante experto en bancos de datos cuando tropezó con la cinta de la producción del año anterior del Sistema de Radiotelevisión Pública titulada Anti-Andy.

Mientras la miraba empezó a albergar serias dudas acerca de su absoluta objetividad —el narrador, un encantador a la par que locuaz sureño, lucía una gran chapa de Iimg2.pngANDY—, pero el metraje se había preparado de forma que las imágenes hablaran concisamente por sí mismas, e iban de lo estúpido a lo aterrador.

El más probable ganador de aquella división de imbéciles era la Brigada Ayn Rand, cuya media docena de cetrinos miembros rapados lucían grandes signos del dólar en sus camisetas de manga corta y otros más pequeños bajo las bandas. Se oponían a las exenciones de impuestos para las instituciones religiosas y apoyaban el «Confiamos en la Razón» sobre el papel moneda, por parte de todos, no sólo de los Estados Unidos. Habían secuestrado en Pittsburgh un tren de mercancías, al que ataron a ambos lados de la locomotora pancartas con la leyenda de ¡PAGAD VUESTROS IMPUESTOS, ANDY Y TODOS LOS HECHICEROS! Lo condujeron a través del país con su miembro femenino en la válvula, pieza simbólica basada en una de las novelas de Ayn Rand, pero que en gran medida carecía de significado para el público en general. Dejaron abandonado el tren en Montana, donde se supuso que la Brigada encontró refugio en un enclave del laissez-faire capitalista.

El terreno propicio para los manifestantes anti-Andy lo representaba la Unión Americana de Libertades Civiles, antes y ahora entregada a la buena lucha. Su portavoz dejó bien claro que amaba a Andy y que admiraba cuanto había hecho para mejorar las relaciones interraciales, suavizar el conflicto sobre el aborto, solucionar el problema irlandés y conseguir que árabes e israelíes volvieran a sentarse a la mesa de negociaciones. Santo Dios, ¿no llevaba dos chapas de Iimg2.pngANDY? Simplemente tenía la sensación de que si Andy se dirigía a grupos como la Junta de Jefes de Estado Mayor y gobernadores de todos los estados, entonces habría que rebautizar a los H. D., Hijos de Dios, como H. M., o sea, Hijos del Mundo, y si aquel era un problema de Europa, entonces, H. T., Hijos de la Tierra. ¿Y realmente tenía Andy que apoyarse tanto en su parecido con Jesucristo?

Brusquedad absoluta. La UALC (Unión Americana de Libertades Civiles) sorprendió a Rosemary.

El aterrador grupo anti-Andy, los Hermanos Smith, sólo la aterraba a ella. Habían sido pasto para los chistes de los cómicos de la madrugada anterior; los sureños presentaron unas cuantas muestras.

Cuatro montañeses con barbas más selváticas que sus tocayos de pastillas para la tos, los Hermanos Smith se habían refugiado en una cabaña de Tennessee pertrechados con lo último en armamento militar y a través de megáfonos advirtieron al mundo que Andy era el hijo de Satanás, el Anticristo, y que no iban a rendirse sin combatir.

El FBI se limitó a esperar a que abandonaran la cabaña y ahora estaban en un hospital federal, afeitados, atendidos médicamente y sometidos a evaluación psiquiátrica.

* * *

La reunión fue positiva en grado sumo y acabó casi antes de empezar. Participaron siete personas —Andy, Judy (con máquina estenográfica), Diane, Craig, Sandy, Hank y Rosemary— y se celebró en el despacho de Andy con vistas al Central Park South y la periferia del centro urbano. Una buena provisión de manjares vegetarianos y frutos secos cubrió la mesita de café; se sentaron en torno a ella, ocupando el sofá de cuero y varios sillones. Hank en su silla de ruedas motorizada.

—¡Tenías razón, Rosemary! —le susurró Judy, cuando entraron, radiante con su sari color ranúnculo y luciendo de nuevo la chapa de Iimg2.pngANDY—. ¡Un encuentro feliz, el de anoche!

Rosemary se alegró por la muchacha.

Y también por Andy, la comadreja embustera. «Mamá, ya ha dejado de atraerme. No puedo evitarlo. Me gustaría poder». Rosemary le sonrió, al tiempo que tomaba un bastón de zanahoria del cuenco que Andy le ofrecía, asimismo con una sonrisa.

Todos se mostraron de acuerdo en que lo sencillo era mejor que lo complicado, tanto por efectividad como por rapidez de producción y, a partir de esa premisa, bote, pirueta y salto a la unánime decisión de emplear la misma técnica que había creado cuatro de los diez anuncios de mayor éxito de Andy… Lo que significaba que Diane y él se sentarían en sendas butacas en el estrado del anfiteatro de la planta inmediatamente inferior, la novena, y charlarían durante un par de horas acerca de los ateos paranoides y de sus derechos, mientras Mohamed y Kevin accionarían sus cámaras manuales. Posteriormente, Diane eliminaría metraje y éste se reduciría. Y se reduciría, y se reduciría, y se reduciría.

Sólo que esta vez, sugirió Diane, debía ser Rosemary quien mantuviese la charla con Andy, puesto que sus emociones y conocimientos del tema eran más sólidos que los de Diane. Por lo que a ella afectaba, podían embarcar a los ateos paranoides rumbo al Polo Sur. Además, Rosemary arrancaría a Andy respuestas emocionales mucho más ricas.

—Y dejar que ella pronuncie también algunas —dijo Diane—. Rosemary irradia honestidad y franqueza.

—¿Qué opinas, Rosemary? —preguntó Craig—. ¿Quieres echar una mano? Lo máximo que podemos perder es unas cuantas horas mañana por la mañana. Andy, doy por supuesto que a ti te parece bien, ¿no es así?

A partir de entonces, fue una fiesta. Andy descorchó una botella de vino, y William y Vanessa irrumpieron con otra. William, nuestro embajador en Finlandia bajo tres presidentes, era guapo y de plateada cabellera…, corbata roja, camisa blanca y traje azul. Aunque también era un tipo divertido, a juzgar por el modo en que asentaba la mano sobre las posaderas de Vanessa cubiertas por la minifalda.

Entraron Yuriko y Polly —Rosemary apenas había intercambiado unas palabras con cada una de ellas—, y Mohamed y Kevin que juguetearon con una de las cámaras. Se dejó caer entonces por allí todo el círculo interior de los Hijos de Dios de Nueva York, todo el diverso equipo que defendía el fuerte o simplemente zanganeaba matando el tiempo durante el generoso año final de vacaciones… los trece miembros de ese círculo.

Además de Rosemary. Tomando sorbos de refresco de jengibre, comentando con Hank y Sandy la temporada de Broadway, tal como era. Vio cerca a Judy; la muchacha le miraba con aire triste, pero su rostro se iluminó de nuevo, radiante, colgada otra vez del brazo de Andy, al que sonreían mientras hablaba con Jay… todo alborotado por unas notas que iban a llegar en enero. Rosemary también tuvo que sonreír cuando Andy calmó a Jay prometiéndole solemnemente, alzada la mano derecha, que el primer día laboral del mes de enero habría colocado en el lugar preciso fondos suficientes para atender todas las obligaciones legales de los Hijos de Dios.

Diane los convocó en el piso de abajo y pidió canapés de cangrejo y tortitas de patata para catorce.

Rosemary habló con Vanessa sobre psicología estimulante, con Yuriko sobre ordenadores y con Sandy y Polly sobre cremas para el cuidado de la piel.

Cuando las ventanas estuvieron encendidas sobre Central Park South y la partida se relajaba, Diane envió a Mohamed, Kevin y Polly abajo, para que se aseguraran de que todo estaba esmeradamente a punto en la planta novena.

Habló con Craig un momento y luego envió también abajo a Yuriko y Vanessa.

* * *

Hecho un brazo de mar con su esmoquin, Joe Maffia conversó durante unos segundos con el director de la orquesta, luego rodeó la pista de baile y se dirigió a la mesa central dispuesta para doce comensales. El cha, cha, cha acabó antes de lo que normalmente se esperaba, y para cuando Joe tomó la mano de Rosemary y Andy se levantó y cogió la de Judy, los músicos habían cambiado de partitura, y algunos incluso de instrumentos, y el director los adentraba por un popurrí de melodías de Irving Berlín.

Cuando Andy y Judy y Rosemary y Joe entraron en la pista, todos retrocedieron y aplaudieron con cierto entusiasmo, aunque no excesivamente, y formaron un círculo admirativo, dentro del cual las dos parejas orbitaron a los acordes de Let’s Face the Music and Dance. Como en una película. Rosemary sonrió a Joe y dijo, apretados los dientes: —¡Oh, Dios, míralos! ¡Tienen un aspecto estupendo! ¡No puedo soportarlo!

—Tranquilízate —respondió Joe, mientras le doblaba el cuerpo hacia abajo—. Yo me encargo del trabajo. —La enderezó de nuevo—. Con el vestido que llevas, eres la verdadera ganadora, Rosemary. Es perfecto para el salón de baile. Lo que me gustaría es haber venido de frac.

Rosemary se relajó, ¿qué otra cosa podía hacer? La copa de champán que había tomado contribuyó a ello y el brazo y la mano de Joe eran sorprendentemente livianos.

—¿Ves lo que quiero decir?

—Eh, Joe, eres grande…

—Ronnie y yo vamos a Roseland dos veces por semana —dijo, reduciendo el ritmo—. ¿Deseaste ir alguna vez? Podrías llevar gafas obscuras, mucha gente las lleva.

—Lo pensaré.

—Allí.

Andy también era un buen bailarín, hacía girar el sari blanco de Judy con elegancia y estilo, ¿y qué hombre no tiene un aspecto absolutamente ideal vestido de esmoquin?

—Le doy lecciones de vez en cuando —dijo Joe, con la mirada en la misma dirección que Rosemary—. Cuando empezamos tenía dos pies izquierdos.

—¡Mastuerzo putrefacto el último! —gritó Andy por encima del hombro de Judy. Los espectadores soltaron la carcajada… y luego se precipitaron a la pista, abarrotándola otra vez, mientras las luces descendían un punto o dos y la orquesta la emprendía con el «Cambio de parejas».

Rosemary exhaló un suspiro.

—A veces me alegro de tenerlo.

Joe sonrió.

—No cabe duda de que tiene una aptitud especial para decir lo adecuado en el momento oportuno, ¿verdad? ¿Crees que eso se debe a que es hijo de un actor?

Rosemary respiró hondo.

—Quién sabe.

—No pretendí decir que tú no hayas contribuido también —se excusó Joe—. Verás, me sorprende que no hayas emprendido ninguna acción contra tu ex desde el año que fuera. Es como si él…

Andy palmeó a Joe en el hombro.

—Cambio de parejas —invocó—. Ordenes de Irving Berlin.

Rosemary y Judy intercambiaron una sonrisa mientras los cuatro obedecían las órdenes.

Andy apretó a Rosemary contra sí y parafraseando la letra de la canción le susurró al oído «que se volvía loco por ocupar el sitio de Joe y le sugería que siguiera bailando con él, sin cambiar más de pareja».

—¿Y tú vas a seguir cantando a media voz?

—Eso va debajo del título de Gran Comunicador. Lo mismo que el traje.

Dio un paso atrás, bailó con ella angélicamente y la sonrió diabólicamente. Al tiempo que saludaba inclinando la cabeza a las parejas que pasaban por su lado, dijo: —Te quiero.

Rosemary contuvo la respiración y le lanzó una mirada en el momento en que él la obligaba a girar.

—Craig anda loco sin saber qué cortar. De tu intervención. Ya ha preparado todo lo mío. En realidad, casi todo. Lo llamaremos anuncio de la mamá de Andy.

—¡Os adoro a los dos! —exclamó una niña de unos ocho o nueve años, que pasaba bailando sobre los zapatos de su padre—. ¡Encenderemos nuestras velas en Colonial Williamsburg!

—¡Yo también te quiero, tesoro! —le respondió Rosemary.

—¡Y yo, cariño! —Andy no podía ser menos. Sonrió a Rosemary—. ¿Quieres hacer otro? —La dobló hacia abajo—. ¿En el momento en que te dispongas a encender la vela, en la zona temporal que sea? —La levantó.

—Me encantaría —accedió Rosemary—. A decir verdad, estoy pensando en emprender toda una carrera.

—No lo hagas —aconsejó él.

Le sonrió.

—¿Por qué no? —quiso saber Rosemary—. Soy la Gran Irradiadora, ¿no es cierto? ¿No irradiaba ayer? Mi resolución para el Año Nuevo es proceder a irradiar la obtención de ingresos independientes, con alguna clase de programa de entrevistas. Todas las redes de emisoras me han invitado a almorzar; empezaré a aceptar esas invitaciones.

Con la mirada sobre Rosemary, mientras daban vueltas en la pista, Andy dijo:

—No concedas demasiada importancia a esos chicos. Hoy se muestran calurosos, mañana todo será frialdad en ellos. Rosemary se echó hacia atrás y le miró con los ojos entornados.

El hombro de Andy se encogió bajo la mano de su madre.

—Sólo quiero que no permitas que tus esperanzas suban demasiado, nada más —dijo. Y desvió la mirada.

—¡Oh, vamos! —repuso Rosemary—. Sé realista, Andrew. Empezará a caérseles la baba en el preciso instante en que les diga que me interesa su propuesta y, desde luego, ni en un caso ni en otro se enfriarán. Te consta que eso es cierto.

Volvió la mirada sobre ella. Asintió.

—Supongo que sí —confesó.

—¿«Supongo»?

—¡Hemos bautizado a nuestros gemelos Andrew y Rosemary! —gritó una mujer al pasar junto a ellos, con su inmenso vientre recubierto por un vestido verde. El marido le hizo eco—. ¡Os queremos a los dos! La orquesta atacó Cielos azules.

—¡Oh, benditos seáis! —les deseó Rosemary, balanceándose con Andy—. ¡Benditos sean!

Dio un tirón a los pelos de la nuca de Andy, que miró a la pareja y declaró: —¡Os quiero!

Y se quedó observándolos mientras se alejaban desplazándose entre los otros bailarines.

Rosemary suspiró, atusó el pelo a Andy y apoyó la cabeza sobre su hombro. Mientras giraban al ritmo de la música canturreó en voz baja una letra que hablaba de cielos azules y de un sol brillante como nunca…

Andy miró por encima de la cabeza de Rosemary. Sacudió la suya para aclarársela. Sonrió a las parejas que bailaban alrededor de ellos.

* * *

Ante la puerta de la suite de Rosemary, las palmas de las manos de Joe planearon sobre los hombros desnudos de la mujer, muy cerca.

—La mamá de Andy —murmuró—. Me cuesta trabajo creerlo.

El conserje se había ausentado de su mesa del vestíbulo. Quizá llegó a la conclusión de que aquel era un buen momento para ir a descargar la vejiga.

—Joe —dijo Rosemary—, a veces se me va el santo al cielo y lo pierdo todo de vista, pero Andy no es Jesucristo y yo no soy María. Soy Rosemary Reilly, de Omaha. Los hombres de mi familia trabajan para Hormel. O solían trabajar para Hormel.

Joe aspiró una bocanada de aire.

—Entiendo —dijo, cogió a Rosemary por los hombros y la besó en la boca. Ella correspondió al beso y lo retuvo contra sí.

Se sonrieron mutuamente y Rosemary sacó del bolso la tarjeta y abrió la puerta. Entraron.

Ella le dejó pasar primero y cerró la puerta tras de sí.

¿Por qué irse por las ramas? Ella estaba cachonda. Él estaba a mano.

Cogieron del bar un par de copas de coñac y dos botellines de Remy Martin y se sentaron en el sofá, con las luces muy bajas. Se abrazaron y se besaron.

Exuberantemente.

—Tengo algo que decirte —articuló Joe, al tiempo que le acariciaba la mejilla—. No me he mantenido precisamente casto desde que Ronnie y yo nos separamos, de modo que, teniendo en cuenta toda la basura que nos rodea, creo que lo mejor es que me dé un repaso antes de que nos comprometamos en, ya sabes, una relación… arriesgada. Pero tengo una sugerencia que me gustaría hacer.

—¿De qué se trata? —preguntó Rosemary.

—Bueno, he pensado en la Nochevieja —dijo Joe—. Sé que vamos a encender las velas todos juntos, bien en la ceremonia del parque, bien en la mansión de Gracie o en cualquier otro sitio, pero se me ha ocurrido que quizá más tarde, a medianoche, tú y yo podíamos encender velas, sólo nosotros dos. Tengo algunas extra.

—Es una gran idea, Joe —dijo Rosemary, y le sonrió.

Se besaron. Joe cogió las copas de encima de la mesita de café y entregó una a Rosemary.

—Se me ocurre que podemos empezar el año con una moña —sonrió y dijo—: Pretendía hacer un juego de palabras.

Sorbió el coñac con la vista clavada en Rosemary. A su vez, ella sonrió y bebió de su copa.

—Si no es al principio del año 2000, ¿cuándo?

Joe asintió, sonriente.

—Si te detienes a pensar en ello —dijo—, puedes apostar que, después del Encendido, el porcentaje de personas que van a entregarse al placer del follaje será el más alto de toda la historia de la humanidad.

—Tienes razón —convino Rosemary—. El año 1000, olvídalo.

Rieron.

—¡Dullsville! —exclamó Joe. Se dieron un besito en los labios—. ¡Dios! —Joe sacudió la cabeza—. ¡Esto es algo que no había previsto!

—Yo sí —confesó Rosemary—. Al mirarte por primera vez, pensé: «Viejo, pero sexy».

—Un montón de gracias, Rosemary.

—Mentalmente, tenía treinta años —dijo ella—. Aún sigo teniéndolos en la cabeza, a veces.

—En los labios no tienes más que dieciocho —piropeó Joe.

Se desprendieron de las copas de coñac.