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La noche del martes 23 de noviembre, dos fechas antes del día de Acción de Gracias y dos semanas después de su milagroso despertar, Rip van Rosie —consenso de toda la prensa amarilla— concedió su primera entrevista en directo por televisión.

Con su cabellera rehabilitada (cortesía del experto nuevo peluquero), ataviada con un elegante sobretodo (cortesía del departamento de modas de unos importantes grandes almacenes), se apeó de la larga limusina blanca (cortesía de la cadena) que la había trasladado desde el Waldorf Astoria, donde aquella mañana le habían alojado en una suite de lujo del ático (cortesía de la dirección), hasta los estudios del West Side. Flanqueada por miembros del servicio de seguridad, avanzó hábil y valerosamente a través de la zafiedad desconsiderada de los reporteros.

—Fui ayudante de producción en la CBS-TV antes de mi matrimonio —explicó a la maquilladora que la atendía.

—He oído eso en alguna parte —repuso la maquilladora, mientras la empolvaba.

—En la década de los sesenta, las mujeres se quedaban en casa después de casarse —dijo Rosemary—. Al menos, yo lo hice.

—Yo podría soportarlo —afirmó la maquilladora, mientras le cepillaba el pelo.

Entronizada en una alta silla, cubierto el vestido (cortesía de un importante salón de bodas) con una toalla (cortesía de la maquilladora), Rosemary no pudo por menos que admirar a tía Peg, reflejada en el espejo. Cuarenta y cinco años, como máximo.

—Eres un hada —elogió.

—Tienes una cara preciosa —repuso la maquilladora, mientras le aplicaba el pulverizador.

—Lo que queda de ella —dijo Rosemary.

* * *

Había elegido aquel programa por dos motivos: primero, porque se emitía en directo, de forma que no había posibilidad de que suprimieran lo que pensaba decir, en el caso, sorpresa, de que pensaran que estaba loca; y segundo, porque el presentador parecía inteligente y sinceramente interesado por su audiencia.

Se enfrentó a él por encima de una estrecha consola, con las cámaras al acecho.

—Díganos, Rosemary —empezó el locutor, inclinándose por encima de sus brazos cruzados—, ¿qué fue lo primero que pensó al recuperar el conocimiento?

El hombre iba, como de costumbre, en mangas de camisa; llevaba tirantes y una chapa de Iimg2.pngANDY.

Rosemary sonrió. Servido en bandeja.

—En lo primero que pensé fue en mi hijo Andy —dijo.

—Sí, ya sé que en alguna parte tenía o tiene usted un hijo llamado Andrew. Así que en realidad lleva usted su chapa por dos Andys, ¿no?

Rosemary aspiró hondo —bendito hombre— y dedicó una sonrisa a la chapa de Iimg2.pngANDY prendida en su propio vestido.

—No —dijo, acarició la chapa y levantó la cabeza—, la llevo sólo por un Andy, mi hijo, Andrew John Woodhouse. Vivíamos en el piso contiguo al de unas personas que se llamaban Castevet, amigas nuestras. Sucedió, al parecer, que cuando caí en coma, ellos se hicieron cargo de Andy y lo cuidaron. Quizá lo adoptaran legalmente. Confío en encontrar pronto a mi hijo, ahora que estoy en pie.

El presentador se la quedó mirando a través de los cristales de las gafas.

—¿Está diciendo, Rip… Rosemary, que Andy, Andy Castevet es hijo suyo?

—Sí —respondió Rosemary—. Sé que se suponía que Minnie Castevet fue su madre, pero era demasiado vieja. Nuestro piso, el piso en que vivíamos Andy y yo, estaba junto al de los Castevet, pared con pared. Estaba en la Bram, la casa Bramford.

El rostro de Rosemary no salía de los monitores del estudio, la cámara repasaba cuidadosamente su boca, sus ojos.

—¿Y… Román Castevet era el padre de Andy?

—No —dijo ella—. El padre de Andy fue mi exmarido, un hombre llamado Guy Woodhouse. Creo que ya ha muerto.

El entrevistador, parpadeó tras los cristales de sus gafas y dijo:

—Una declaración asombrosa, Rosemary Reilly. Es de conocimiento general, ya sabe, que la Bram fue el hogar en que Andy pasó su infancia.

—No, yo ignoraba eso —repuso Rosemary—. Lo de que sea de conocimiento general, me refiero.

—¿Ha intentado ponerse en contacto con él?

—Eso es lo que estoy haciendo ahora —manifestó Rosemary—. Pensé que éste sería un modo de ahorrar un montón de explicaciones a un montón de personas que se mostrarían absolutamente escépticas.

—Lo encontraremos —aseguró el presentador, y le dirigió una sonrisa por encima de la consola—. Puede que tengamos noticias de Andy antes incluso de que acabe el programa. —Se volvió hacia la cámara, con expresión incrédula. En primer plano, declaró—: Uno nunca sabe… Aquí hemos anunciado una candidatura presidencial, aquí se ha arrestado a un malversador de fondos… ¿por qué no podemos presentar a la auténtica madre de Andy? Vamos a hacer una pausa; enseguida volvemos con Rosemary Reilly, «Rip van Rosie», y pasaremos imágenes de las apariciones de Andy en este estudio, además de las llamadas telefónicas de ustedes… y acaso tengamos también la reacción del propio Andy. ¡Ya saben que no van a tocar esa tecla!

* * *

Las compañías telefónicas de todo el mundo registraron la mayor oleada de conferencias de tres minutos que jamás se había producido.

* * *

Tras dos nuevas pausas, el presentador se inclinó hacia adelante, encorvados los hombros, y dijo:

—Rosemary, en el transcurso de la última interrupción hemos recibido una llamada de Diane Kalem, coordinadora de prensa de los Hijos de Dios, que también estuvo invitada en este programa. Andy se encuentra en su retiro de Arizona, pero le han informado de las alegaciones que ha hecho usted aquí esta noche, en el sentido de que es usted su verdadera madre. Durante el último cuarto de hora ha estado viendo el programa. —Miró la cámara que tenía encendida la luz roja—. ¡Hola, Andy! —y volvió la vista hacia Rosemary—. Diane me dice, lo cual no constituye ninguna sorpresa, que Andy le desea a usted lo mejor, de todo corazón, y se une a la enhorabuena general por su milagrosa recuperación.

—Muchas gracias, y también muchas gracias a Andy —dijo Rosemary.

Dirigió la mirada a la cámara, de la luz roja.

—Diane me dice también que Andy tiene una pregunta para usted. ¿Está dispuesta a responderla?

—Naturalmente —accedió Rosemary.

—Andy quisiera saber —dijo el presentador, mientras el cámara accionaba el zoom para tomarle en primer plano— si recuerda usted qué estaba haciendo exactamente en el momento en que cayó en el estado de coma en que ha permanecido durante veintisiete años y medio.

Corte a Rosemary.

—Sí, lo recuerdo —afirmó—. En mi memoria eso ocurrió hace sólo quince días. Estaba sentada ante el escritorio, junto a la ventana de mi alcoba. Él escritorio era un antiguo pupitre escolar, de esos cuya superficie es una tapa que se levanta. Escribía una carta en una Olivetti portátil. —Se volvió hacia la cámara de la luz roja y dijo—: Andy estaba echado en el suelo, boca abajo. Miraba la televisión. Kukla, Fran y Ollie

Por encima de la consola que los separaba, el presentador emitió una risita al mirar a Rosemary.

Kukla, Fran y Ollie… —Se volvió hacia la cámara y sacudió la cabeza, sonriente. Comentó—: Para mí, eso tiene el timbre de la verdad. Aguardaremos a ver cuál es la reacción de Andy. Nunca se sabe qué va a ocurrir aquí a continuación. Malmoe, Suecia, ¡adelante!

* * *

Andy solicitó disponer de un poco de intimidad, de forma que se produjo otra pausa y trasladaron a Rosemary al despacho de alguien, un despacho vacío, en cuyo escritorio parpadeaba la lucecita roja de un teléfono.

La mujer tomó asiento, respiró hondo y levantó el auricular. Se lo llevó al oído.

—¿Andy? —dijo.

Las lágrimas de Rosemary brotaron copiosamente.

—¡Me dijeron que habías muerto! ¡Me siento tan furioso en este momento… y tan feliz, todo a la vez…!

Ninguno habló. Rosemary probó a abrir un cajón del escritorio —cerrado con llave— y luego hizo lo propio con otro, en busca de pañuelos de papel.

—¿Sigues ahí?

Ella se pasó el dorso de la mano por debajo de los ojos para secarse las lágrimas.

—¡Sí, cariño!

—Atiende. Mi coordinadora de prensa está hablando con ellos por otra línea. Si no quieres, no tienes por qué intervenir en el último espacio del programa. ¿Vas a hacerlo?

Rosemary lo sopesó, mientras se secaba las lágrimas.

—Lo haré —determinó—. Nos hemos encontrado gracias a él, no voy a dejarlos estancados ahí solos, en mitad del programa.

Andy vertió en el oído de Rosemary el tintineo de una risa.

—Había olvidado lo dulce que eres. No, no lo había olvidado. Hablaré yo también. Tendremos que convocar mañana una conferencia de prensa, a menos que no lo desees. ¿Dónde te han hospedado?

—En el Waldorf —dijo Rosemary—. ¡Esto es fantástico! ¡Estoy hablando con un hombre adulto y ese hombre eres tú! ¡Hace dos semanas tenías seis años, Andy!

—¿Cuándo estarás allí, madre?

—¡En cuanto termine el programa! —dijo—. ¡En cuanto pueda llegar al hotel!

—Teniendo en cuenta el tráfico, habrás llegado hacia las diez y media. Yo estaré allí a las once menos cuarto.

Rosemary se quedó boquiabierta.

—¿Desde Arizona?

—Estoy en el Columbus Circle. Tengo un apartamento aquí, sobre las oficinas de los Hijos de Dios de Nueva York. Digamos que voy volando. ¿Qué número de habitación tienes?

—¡No lo recuerdo! ¡Es una suite de lujo en el ático!

—Allí me tendrás. ¡Estás divina en televisión!

Riendo y llorando al mismo tiempo, Rosemary respondió:

—¡Oh, ángel mío, tú sí que eres estupendo!