REGRESO

…me estaba abofeteando suavemente la cara. Bueno, no tan suavemente. Di un manotazo.

—Uff… —boqueé.— ¿Qué ha pasado?

Mis compañeros me rodeaban ansiosamente, incluso Depredador. Estaba tendido en el suelo.

—¿Estás bien? —preguntó nerviosamente Zabul.— No reaccionabas, como si estuvieras muerto.

—¿Cuánto…? ¿Cuánto tiempo? —susurré.

—Un par de minutos; aunque tenías que haber visto tu cara cuando intentamos sacarte del sillón. Parecías otra persona, y en un momento dado empezaste a gritar.

Palpé algo que corría por mis mejillas. Eran lágrimas.

—Era otra persona. ¿Has dicho un par de minutos?

—Sí.

Me incorporé con un esfuerzo, a pesar de la baja gravedad.

—Pues me parece haber vivido otra vida entera. Una vida horrible. ¿Dónde está mi casco?

Fue Depredador quien me lo alargó en silencio. Me lo fijé de nuevo sobre los hombros con el spray de trajes.

—¿Oannes? —recordé de repente.

—¿Sí, Jonás? —respondió mi amigo rápidamente.— ¿Cómo ha sido tu experiencia con el «secador»?

Le conté un resumen.

—Suena horrible.

—Es peor que horrible. Ese desgraciado vivió en una zona judeo-cristiana, aunque en todas partes sucedía lo mismo. Reconocí a una ciudad musulmana en una especie de televisión… cambiaban los ropajes de los sacerdotes, y los nombres de las divinidades. Sin embargo, el resto era igual. Vid-varahas…, ¿te das cuenta de lo que significa? La Esfera es una trampa de muerte para los pobres desgraciados que viven en los planetas troyanos. Los habitantes de la cáscara tienen todo el poder: controlan el suministro de energía, y pueden bombardear a placer con asteroides donde sea y a quien sea. En cambio ellos son inaccesibles. Tus contemporáneos fueron unos estúpidos dejándose encerrar.

—Quizás no fueron tan estúpidos; —dijo el delfín en tono defensivo— los que quedaron en la Tierra eran fanáticos. ¿Qué civilización esperabas que surgiese de ahí? A esto se debió unir la hambruna, y el retroceso técnico inherente a un descenso tan tremendo de población.

—A pesar de eso, los sacerdotes encontraron la manera de mantenerse en la cima —dije con rencor.

—Amigo Jonás, los sacerdotes siempre se las arreglan, bien para mantenerse en la cima, o bien para no hundirse, cuando menos.

—Esos ángeles, entonces, ¿eran los antepasados de los colmeneros?

—Coinciden con los diseños que se hicieron en mi época, pero… faltaban voluntarios. Los colonos del Halo preferían seguir usando escafandra. Me pregunto qué ocurriría para que su mentalidad cambiase de tal modo… Imagino que los primeros «ángeles» eran humanos normales, y empezaron modificando y adaptando a sus hijos. Luego… bien, ya has visto. Cuando me encontré con los colmeneros a mi regreso, pensé que habían fracasado.

—No, no fracasaron. Los colmeneros son el último paso de la adaptación del hombre al espacio, cuyo primer paso fueron los Ángeles. Por cierto, ¿para qué las alas?

—Bah, un simple mecanismo de refrigeración. La piel gruesa es, por necesidad, un aislante térmico demasiado bueno. ¿Por qué lo preguntas?

—Por un momento pensé que era para impresionar. No me explicaba que adoptasen voluntariamente un rasgo tan tétrico —yo no podía apartar de mi pensamiento las imágenes de aquel mundo de pesadilla.— Pobres gentes.

—No pienses más en todo esto. Murieron hace veinticinco millones de años; de ellos, de sus ciudades y sus industrias sólo quedan unos pocos fósiles incrustados en las rocas. Es como sentir piedad por los dinosaurios.

—No sé qué es un «dinosaurio», —contesté— pero si vivieses dos minutos como uno de ellos sentirías lo mismo que yo.

—Es posible —convino el delfín.

—Veinticinco millones de años; —dije pensativo— y los angriffs se extinguirán dentro de ciento setenta y cinco millones de años. Esos números deben significar algo, pero ¿qué?

Oannes no contestó, aunque ¿qué mas daba? Había comprobado hasta qué punto los colmeneros jugaban con nosotros como un niño con unas figurillas de cera. Cualesquiera que fuesen sus planes, seguro que no iban a ser buenos para la especie humana.

Aunque ahora, al menos, yo tenía alguna esperanza de causarles daño, aunque fuera mínimo.

—Bueno, sigamos —dije.— ¿Dónde está esa maldita nave angriff? Oannes, guíanos, por favor.