¿Qué clase de armas quería Chait Rai? ¿Y cuáles sería posible producir? Curiosamente, Chait Rai no quería tratar personalmente con Oannes y su ordenador. Sospechaba que habían ocultado deliberadamente la presencia de los angriffs, y no pude persuadirle de lo contrario. Pasé innumerables sesiones con él y el terminal de Vidya.
Chait Rai quería todo lo que un ejército de infantería necesita: armas automáticas, granadas de mano y de fusil, morteros, antitanques… Y por supuesto, artillería, tanques, aviación, etc. La lista era inacabable.
Empezamos reduciendo la lista a lo esencial. Nada de cañones ni de misiles, aunque sí alguna clase de «artillería de bolsillo». Algo que pudiese ser transportado con facilidad a lomos de antilofante…, o a lomos de soldado: un tubo lanzacohetes, como un bazoka pesado. Granadas de mano; pueden lanzarse con honda.
Descubrí una sustancia que, mezclada con alcohol, daba una especie de gelatina incendiaria. Con ella fue fácil improvisar unos eficientes lanzallamas.
Los tanques necesitarían motores muy potentes. Habría de confiar principalmente en tropas montadas en motocabras. Aunque sí insistió mucho en disponer de aviación.
¿Y qué hay de armas personales? Los ciudadanos tenían, y sabían usar, armas blancas; se necesitaban de fuego. ¿Pero cuáles?
Según nos explicó cuidadosamente Vidya, nuestro problema era análogo al de un fabricante que debe elegir entre producir mucho y malo y barato, o producir poco y bueno y caro. La mayoría —nos informó nuestro sabio ordenador— elige una solución de compromiso.
Pues a buscarla. Vidya nos pidió ciertos parámetros: potencia de fuego de un arma (expresable en número de disparos por minuto), número de soldados a equipar (otro número). Horas de trabajo necesarias para producir un arma (otro número), número de operarios disponibles y sus tipos (otros números), tiempo necesario para instruir en sus tareas a los operarios (otros números). Cantidades de materias primas disponibles (otros números). Distancias entre las Ciudades (más y más números). Plazo de tiempo disponible…
Metió esa montaña de números en su batidora cerebral y, en menos de medio minuto, nos proporcionó un plan para armar a los ciudadanos en siete meses. Confeccionó planes de producción (por ciudades y hasta por artesanos individuales), itinerarios de transporte y, mientras escuchábamos anonadados, nos informó de que la producción se detendría en el día 68 (a las 11 AM para ser exactos) por falta de cobre para las cápsulas. Sugirió como sustituto el aluminio, extraído de la arcilla.
Oannes nos dijo que esta tarea era «pan comido» para Vidya. Una de sus principales funciones era la de administrador colonial al término del viaje, y disponía de buenos programas y modelos económicos.
El plan de Vidya consistía en tres tipos de armamento individual. El más abundante consistiría en «carabinas», fusiles de retrocarga de un disparo: de estos se produciría para todos los hombres que no tuviesen los otros tipos. Un segundo tipo eran fusiles de repetición, de cerrojo, uno por cada diez hombres. El tercero era una versión de la repetidora 21, una por cada cincuenta (astutamente, la munición de los dos últimos tipos era intercambiable). En la medida de lo posible, las armas usarían las mismas piezas para simplificar la producción.
Chait Rai insistía en las armas automáticas; decía que una ametralladora tiene la potencia de fuego de cien hombres. Finalmente se convenció cuando Vidya (con números en la mano) demostró que se podían producir cien fusiles de un solo tiro con el mismo esfuerzo que 0'098 ametralladoras.
Dejar sin armas a cien hombres por disponer de un décimo de ametralladora era más bien ridículo, así que dio su aprobación con modificaciones: quería revólveres y fusiles más cortos para la «caballería». Vidya reajustó sus planes, y pronto nos pusimos al trabajo.
No se crea que todo lo que yo hacía era vivir en el nirvana mientras hacía preguntas a Vidya. Pronto empezaron los problemas: suministros que no llegan o llegan al sitio erróneo, transporte que se retrasa, discusiones. Pasé la mayor parte de los meses siguientes viajando en el reptador de una Ciudad a otra (por desgracia, nuestras exigencias obligaron a las Ciudades a ampliar el radio de sus vagabundeos en busca de materiales). Me presentaba en una Ciudad como «mensajero divino» (¡vaya mensajero!) e indagaba dónde estaba esto o aquello o por qué cierto fabricante afirmaba haber producido X articulos cuando en realidad había producido Y, y el plan exigía que produjera Z… Chait Rai amenazó con cortar algunas cabezas (lo hubiera hecho si yo no le hubiese persuadido de la necesidad de mano de obra) y la producción empezó a marchar.
En verdad, sólo hubo una cosa en la que Vidya nos falló.
Cuando Chait Rai le pidió aviones… Vidya no sabía cómo construirlos.
Claro, en sus archivos figuraban la teoría del vuelo y varios esquemas y fotos. Pero planos detallados…, órganos de control…, aparatos de navegación…, servomandos…, ¡no tenía ni idea!
Chait Rai se subía por las paredes. A los diseñadores de Vidya y las Ciudades no se les ocurrió que los colonos necesitasen una escuadrilla de bombarderos nada más llegar; muchas cosas, por ejemplo, aviación, debían ser desarrolladas por los propios colonos. Algo habrían de hacer para no aburrirse.
Chait Rai se exasperó; por unos terribles días creí que retornaba su paranoia y me veía fusilado, o algo peor. Aquellos hijos de Putana de neopardos habían crecido aprisa y tenían demasiado buen apetito…
Yo trataba de razonar con él; que, aunque tuviésemos planos detallados, quizás hubieran resultado demasiado difíciles de construir con nuestros pobres medios.
¿Pero es que no hay nada que hacer?, vociferaba. ¿Ni siquiera un ultraligero?
¿Ultraligero?
Se trataba de una especie de mini-avión, explicó Chait; hecho de plástico y tubos de metal y cables, movido por un motorcito de poca potencia. Llevaba un hombre y pesaba un centenar de kilos. Un deporte muy popular en el Imperio. ¿Ni siquiera eso?, clamaba.
Al instante Vidya respondió: «Sí, puedo diseñar un ultraligero». Y me pareció que su voz sonaba con embarazo.
Ante nuestras indignadas preguntas, Oannes nos explicó que la memoria de Vidya era «direccionable por ficheros». Había encontrado los planos de varios tipos de aviones ultraligeros en el subdirectorio «Deportes» en lugar de el de «Aviación». ¡Pero no se le ocurrió buscar allí hasta que Chait Rai pronunció la palabra mágica! Empecé por vez primera a darme cuenta de las limitaciones de la inteligencia artificial… y de la de Chait Rai, al que me costó mucho convencer de que Vidya no pretendía ocultar nada deliberadamente.
Los hicimos, y resultaron una belleza. Unos trastos semejantes a cometas, ligeros como plumas y de escaso techo y autonomía, que se manejaban con un sola palanca y que aterrizaban en un pañuelo. No podían llevar mucho equipo: algunas bombas no muy pesadas, o equipo fotográfico. Aunque tal vez bastase… a no ser que los angriffs tuviesen aviones «adultos».
Los ciudadanos se sentían estupefactos cuando les anunciamos que Chait Rai iba a ¡enseñarles a volar! ¿Hacían falta más pruebas de que Chait era Dios? Pronto se formaron los «Incondicionales del Aire».
Vidya había predicho entre un 5 y un 23 % de accidentes en los entrenamientos, aunque afortunadamente sólo se mataron dos de los nuevos pilotos. Uno elevó el morro en lugar de bajarlo, entró en pérdida y no supo salir. Otro voló sobre la Ciudad… y quedó frito en el haz de microondas que la seguía desde el espacio. Los restantes sólo se rompieron algunos huesos. Esto no enfrió el entusiasmo general.
Como no se usaban las piernas para guiarlos, quise aprender a pilotar. En mi primer aterrizaje me posé impecablemente, ante la admiración de Chait Rai. (Me abstuve de decirle que Vidya me había ayudado con sus mágicos trucos de simulación. Ya había hecho doscientos aterrizajes simulados cuando subí por vez primera a mi aparato).
En lo sucesivo, hice mis viajes a las Ciudades en avión, lo cual mejoró mi imagen como «mensajero divino». Por cierto, descubrí una ventaja a aquellos aparatos: si fallaba el motor, volaban tan bajo y necesitaban tan poca pista que podía posarme en cualquier parte, cosa que me ocurrió no pocas veces.