MOTÍN

Salté del asiento. De tener las piernas normales, habría atravesado el techo; a pesar de ello me di un topetazo contra él.

Con el corazón batiéndome como loco, miré a mi espalda. Durante unos horribles segundos había temido ver a una horda de cadáveres ambulantes encañonándome. Traté de introducir nuevamente aire en los pulmones, y de pensar. Por supuesto, los disparos, aun de haberlos, no sonarían en el vacío. Por tanto…

La radio. Conectada.

De repente, sentí como si un trozo de hielo bajase por mi espina dorsal.

—¡¡Oannes!! ¡¡Vidya!! —aullé.— ¡Algo está pasando en la nave angriff!

Silencio. Volví a llamarles a gritos.

Idiota, pensé, a Oannes no le ha llegado la onda.

—¡Zabul! ¡Hamalnarat! ¡Contestad, por el Profeta Inmortal! —grité.

Una voz me contestó.

Era el chirrido de Depredador.

De modo que, cuando Oannes chilló: «¿Qué son esos disparos? ¡Jonás, contesta, por favor!», yo ya había tenido tiempo de serenarme.

—Tranquilízate, Oannes, ya es tarde. Recuerda el retraso…

No escuchó, naturalmente. Oí mis propios gritos, retransmitidos desde la nave de Oannes.

—Por favor, Jonás, ¿no me oyes? Oh, mierda, el retraso.

—Escucha, Oannes. Han sonado disparos en la nave angriff. Ni Zabul ni Hamalnarat contestan, sólo se oyen los chirridos de ese… ¡Kamsa y Putana!

Di un puñetazo sobre el brazo del sillón, con ira impotente.

Silencio… silencio… silencio.

—Jonás, aquí Vidya —me dijo la voz inexpresiva del ordenador.— Depredador quiere hablarte…

—¿Sobre el menú del día? —tuve el suficiente humor para decir.

—… te propone términos de rendición. El diálogo va a ser un poco difícil por el retraso, pero traduciré.

Asentí cansadamente, sin darme cuenta de que no podía verme.

—Dile que se vaya al infierno.

Silencio… silencio… silencio.

—Depredador dice: «No temas, Jonás, no voy a hacerte daño».

—Pregúntale qué ha pasado con Zabul y Hamalnarat. Pregúntale por qué debería confiar en él.

Silencio… silencio… silencio.

—Están muertos. Pero a ti no tengo motivo para matarte. No intenté atacarlos hasta que estuviste fuera de la nave. No quería que resultases herido.

—Pregúntale qué quiere —inconscientemente, yo me dirigía a Vidya en lugar de dirigirme a aquel monstruo.

Silencio… silencio… silencio.

—Quiero que vengas conmigo. A mi planeta.

—¿De veras? ¿Qué piensas hacer conmigo?

Silencio… silencio… silencio.

—Jonás, tú eres muy… —Vidya intercaló.— No entiendo esa palabra, probablemente «valioso», «útil», «favorable». Continúo: nos serías de mucha ayuda.

Abrí la boca. Sentí un infinito cansancio.

—No… no sé que… no sé qué decir. Por favor, Vidya, dale cuerda. Ya sabes.

Silencio… silencio… silencio.

—Tú no eres un matador. Nosotros lo somos, y tú has matado indirectamente a miles de los nuestros. No somos vengativos, pero queremos tu talento.

—¿Crees que voy a ir al matadero por voluntad propia? ¿Por qué iba a confiar en un angriff otra vez?

Silencio… silencio… silencio.

—Aquí Vidya. Según parece, Depredador es más astuto de lo que pensábamos. Dice que no te queda elección.

—¿Qué planes tiene para mí? Vidya, esto último es sólo para ti y Oannes. ¿Hay algo que podáis hacer?

Mientras el mensaje iba y venía, me di cuenta de lo absurdo del pensamiento. La respuesta fue la que me temía.

—Jonás, lo siento; —este era Oannes— como comprenderás, estoy inmovilizado. Este hijo de perra con pico dice: «Ya te lo he dicho, queremos tu conocimiento. Es muy posible que, con tu ayuda, emprendamos la guerra contra los dioses. Y somos muchos. ¿No te gustaría eso?».

Estaba tan estupefacto que por un momento no supe qué decir.

—Eso no era idea mía, sino de Chait Rai. Y está loco.

Silencio… silencio… silencio.

—No importa, confía en mí. Yo podría haberos matado en cualquier momento desde que subísteis al ascensor de la babel.

—Pregúntale… ¿qué piensa hacer si no voy a su nave?

Silencio… silencio… silencio.

—Tienes una reserva limitada de aire. Si te quedas ahí morirás. Yo puedo permitirme esperar. Aguardo silenciosamente tu respuesta.

A continuación habló Oannes.

—Jonás, Vidya me recuerda que, teóricamente, tú eres el comandante de la nave. A ti te toca decidir.

Es una elegante manera de lavarse las manos, casi grité. Pero tenían razón. La decisión era mía, y sólo mía.

Miré por una portilla. La nave angriff tenía un aspecto más amenazador que nunca.

Lentamente cogí una de las dagas, símbolo de los soldados adhyátmicos de la Hermandad. Era un imponente cuchillo levemente curvado como un yatagán[75], con una hoja de veinticinco centimetros de largo.

Parecía un arma tan débil frente a las garras de Depredador…

Depredador ignoraba que yo tenía una botella de oxígeno, todavía llena. Sólo serviría para prolongar la agonía unas horas más.

Pero ese margen era con lo que yo contaba. Si Depredador se hallaba tan ansioso por cogerme vivo, no me dejaría asfixiarme. Vendría a por mí, cuando el plazo se estuviera acabando.

Y yo tendría aún aire…

Yo nunca he sido un hombre de acción. Mi defecto físico me impidió dedicarme a los deportes, y por otro lado, mi temperamento no es tampoco el de un aventurero.

Pero aquí, sin gravedad, mis piernas no son imprescindibles. Eso compensa la limitación física.

Y, en cuanto a la limitación temperamental… bueno, hay que ver lo valiente que se vuelve uno cuando la alternativa es pasarse el resto de la vida en un planeta de monstruos, enjaulado como una mascota.

Yo mismo no podía creerlo, pero canturreaba mientras buscaba un arma de fuego.