LOS MANIPULADORES

Durante casi cinco minutos fui incapaz de pronunciar palabra.

—Estás de broma.

—Jonás, yo no bromearía con algo así. Alguien desea que los angriffs sobrevivan ciento setenta y cinco millones de años y no más.

Solté la almohadilla y me alejé nadando de espaldas, mientras pensaba. De un coletazo, Oannes lanzó hábilmente la almohadilla en mi dirección, y nadó hacia mí.

—Eso no tiene sentido —la braza de espalda me permitía hablar mientras nadaba.— Si alguien desea la extinción de la especie…

Hice una pausa cuando mi cabeza se sumergió.

—… ¿por qué no matarlos ya? ¿Por qué ese plazo? Y, en primer lugar, ¿quién?

Oannes dio unas cuantas volteretas en el agua, como con indiferencia.

—Ah, siempre hay muchas preguntas. Lamentablemente, su número excede al de las respuestas. Tratemos de usar la lógica:

»Los manipuladores tienen que reunir las siguientes condiciones:

»a. son maestros en la ingeniería genética;

»b. son humanos; usaron el material que mejor conocían.

»c. no son los humanos de Akasa-puspa; su genética molecular no está tan avanzada para esto.

»De donde se deduce que están en algún lugar de la Esfera.

Contuve el aliento. Ya sospechaba a dónde iba a parar. Casi pude adivinar lo próximo que diría, palabra por palabra.

—No están en ninguno de los seis planetas. Yo los hubiera descubierto, aunque se escondieran bajo tierra. De donde se deduce que están en la cáscara.

—Los colmeneros —murmuré. De nuevo me apoyé en la almohadilla.

—¿Lo sospechabas?

—Algunas veces, pero ¡Oannes! —de repente recordé algo.— ¡Los angriffs creen que sus dioses viven en la Esfera!

Repentinamente irrumpió fuera del agua, con un chapoteo.

—Los angriffs. ¿Es posible que lo sepan?

—No…, glub… —el repentino oleaje me había hecho tragar agua.— Quiero decir…, ¡cof!…, no todo.

Intenté recordar lo que, hasta entonces, no era para mí más que una exótica teología.

—Dicen que los dioses les trajeron a la Esfera y los encerraron en su planeta. No le presté demasiada atención a esta historia, hasta ahora… Pero ¿podría esconderse ahí una civilización supertecnológica?

—Depende de lo que entiendas por ello. ¿Cómo reconocer algo que ni siquiera sabes cómo es?

»No olvides que la Esfera es grande. Como forma geométrica, la superficie de la Esfera equivale a más de mil doscientos millones de veces la de un planeta ordinario como la Tierra. Ciento dos veces todos los planetas habitados de Akasa-puspa. Claro que la Esfera no es continua; si sumásemos la superficie de los asteroides que la forman, sería varias veces esta superficie. Aquí podrías esconder cualquier cosa.

—Pero… pero —recordé los estudios de Yusuf— si son sólo animales. Si alguna vez tuvieron inteligencia, la han perdido.

—A pesar de eso, son los descendientes de los colonos humanos del Halo Cometario. Y participaron en la construcción de la Esfera. Esas fueron dos hazañas de ingeniería genética. ¿Es posible que hayan limitado su desarrollo tecnológico a la biología?

—¡Pero han pasado veinticinco millones de años! —repliqué.— Fueron capturados por Akasa-puspa y todo se fue a Putana. Los pocos humanos que quedaron en el sistema solar colonizaron Akasa-puspa; y los humanos adaptados al vacío degeneraron. Yo he visitado una de sus colmenas…

Y, sin embargo, mientras hablaba, mis propios argumentos me sonaban poco convincentes. ¿Por qué habrían de degenerar los humanos de la Esfera? De repente pensé algo: ellos mismos eran expertos ingenieros genéticos. De haber habido degeneración, lo habrían descubierto y remediado.

Me tendí de espaldas, haciendo el muerto, mientras mis pensamientos giraban a toda velocidad. Oannes, al verme callado, decidió desentumecer sus músculos con unos cuantos largos de piscina.

Con los ojos cerrados para no ver el feroz sol de la Tierra, recordé el pequeño aunque complejo cerebro de un colmenero muerto, que Yusuf me había mostrado. ¿Qué más había dicho? La información sobre los colmeneros existente en el Imperio había sido borrada por… alguien. ¿Fueron los propios colmeneros? Pero ¿cómo pudieron aquellas criaturas infiltrarse en los archivos y ordenadores imperiales?

Más pensamientos enloquecidos surgían en mi mente como cohetes.

¿Y por qué, cuando Oannes regresó al sistema solar, lo encontró despoblado? Los pobladores que quedaron, y luego colonizaron Akasa-puspa, eran fanáticos religiosos que se negaron a abandonar sus lugares sacros. ¿Quién los empujó a abandonarlos, y con qué medios?

¿Estaban los colmeneros tras el nacimiento de nuestra propia civilización? ¿Fundaron la Hermandad, o el Imperio? ¿Por qué nuestra civilización ha decaído y resurgido tantas veces, alternando utsarpini y avasarpini? ¡Veinticinco millones de años y ni siquiera habíamos alcanzado a los prajapatis!

Aquello iba a volverme tan paranoico como Chait Rai. Aspiré, me di la vuelta y me sumergí. Cuando asomé de nuevo, Oannes se me aproximó.

—Adivino que, nunca mejor dicho, ya empiezas a sumergirte en estas extrañas aguas. Quizás sería mejor que te diga ahora… no puedo ocultártelo más.

Lo miré fijamente.

—¿Hay algo más? ¿Algo grave?

Oannes nadó en círculo, como buscando las palabras. Yo me estaba poniendo más y más inquieto.

—Cuando descubrí que los angriffs estaban manipulados…

—¿Sí?

—Me puse a investigar vuestras células. Compréndeme; al principio no me preocupé de buscar, porque no sabía qué buscar. Sin embargo, conservo algunas de las muestras de sangre que os tomé; a la gente de Akasa-puspa, quiero decir. He hecho cultivos celulares, y…

Jamás en mi vida me he sentido tan aterrado y horrorizado. El agua de la piscina pareció convertirse en nitrógeno líquido.

—Oannes, dime la verdad: ¿nosotros también tenemos un «reloj de la muerte»?

—¿Qué? ¡Oh, no!, en absoluto. Discúlpame si te he hecho pasar un mal rato. Se trata de otra cosa más sutil, que no entraña vuestra extinción.

Sentí lo que podría llamar un orgasmo de alivio. (Bien mirado, era una tontería preocuparse por lo que podría suceder dentro de millones de años. Sin embargo así es la mente cientifica).

—Entonces, ¿de qué se trata?

—Digamos, un «seguro contra mutaciones».

Me sentía perplejo. A pesar de eso, callé.

—Vuestras células —prosiguió Oannes— poseen un complejo multienzimático reparador del ADN. No lo poseen los ciudadanos, ni lo poseo yo.

»Recuerda que habéis vivido veinticinco millones de años aislados. En ese plazo, la evolución apenas ha actuado sobre vosotros. Tenéis cuatro dedos en los pies, os falta la muela del juicio, y vuestros ojos son más sensibles al naranja que al amarillo. Aunque eso es una insignificancia, comparado con la evolución que han sufrido animales y vegetales.

»Con una agravante. En Akasa-puspa estáis sometidos a un ambiente cuatro veces más rico en radiaciones que en la Tierra, debido a la intensa actividad del núcleo de Akasa-puspa. Y vuestra gente es viajera del espacio, lo que representa más radiación.

Fui a preguntarle qué era aquella «muela del juicio», pero no lo hice porque se me ocurrió un argumento en contra.

—Espera; podría haber surgido por evolución natural. Un mecanismo de defensa…

—Lo pensé al principio. Aunque no es así: ese complejo enzimático es artificial.

—Explícame por qué lo crees.

—Bueno… —el delfín dio unos nerviosos coletazos. Luego me hizo una rara pregunta:.— ¿Has visto mis aletas?

—Sí. Pero…

—Un momento —elevó uno de los citados miembros.— Mis aletas tienen la misma estructura que tu brazo: húmero, cúbito, radio, etc. Porque tienen un origen evolutivo común.

Asentí. Recordé mis conversaciones sobre evolución con el reverendo Hari Pramantha. Era uno de mis argumentos. ¿Dónde estaría ahora el pobre Hari? Quizás la Hermandad le hubiera echado mano. Qué ironía si hubiera corrido la suerte que los Hermanos me reservaban a mí.

Oannes continuó:

—Del mismo modo que los órganos evolucionan, las moléculas de proteína, como los enzimas, también evolucionan.

»Por ejemplo: la tiroxina es una hormona del crecimiento; pero en los antepasados de los vertebrados era una especie de moco con la que aglomeraban las particulas alimenticias que filtraban por las branquias.

»Las hormonas tirotropa y adreno-corticotropa, ambas proteínas, eran al principio una sola, aunque luego se diversificó en dos. Se sabe porque poseen en común parte de sus secuencias de aminoácidos.

»Otro ejemplo: la hemoglobina está formada por cuatro cadenas de aminoácidos, dos «alfa-hemoglobina» y dos «beta-hemoglobina». Ambas comparten casi el setenta y cinco por ciento de los aminoácidos, lo que indica un origen evolutivo común. De hecho, las lampreas… un tipo de pez muy primitivo… poseen una hemoglobina formada por una sola cadena de aminoácidos.

»¿Me sigues?

—Desde luego. Sin embargo, me gustaría que Lilith o Yusuf estuvieran aquí.

Los imaginé flotando a mi lado y discutiendo sobre esotéricos temas, como aminoácidos, ADN, y estructuras de proteínas. Reprimí a duras penas una risita.

—El caso es que entiendas que podemos comparar proteínas equivalentes (digamos tu hemoglobina y la mía), del mismo modo que tu mano y mi aleta…

—Con lo que descubrimos su origen común. Está claro —asentí.— Es el método que usamos los técnicos imperiales y yo para descubrir que este planeta era el origen de la vida bhutani.

—Me alegro, porque eso ahorra tiempo. Verás, Vidya y yo supusimos que ese complejo corrector de mutaciones evolucionó a partir de los enzimas replicadores del ADN. De hecho, hay algunos que actúan como reparadores, corrigiendo las mutaciones.

»Pues bien: hemos comparado la secuencia de aminoácidos de los enzimas reparadores del ADN, que poseemos los ciudadanos y yo, con esos nuevos y más perfectos enzimas reparadores que sólo poseéis vosotros.

—Y adivino que no son iguales.

—No se parecen ni por el forro —confirmó Oannes.— La secuencia de aminoácidos es totalmente distinta; la estructura tridimensional de la molécula es distinta. En fin: son tan distintos como… digamos, un remo o una pala de hélice y mis aletas. En conclusión: esos enzimas han sido diseñados para una eficiencia mayor que la de los naturales.

»Se me ocurre otra cosa. Entre los humanos antiguos, el cáncer era una de las principales causas de muerte. ¿Lo es también en Akasa-puspa?

—¿Cáncer? No. Es una enfermedad muy rara entre nosotros.

—Ahí lo tienes. Los agentes cancerígenos son todos ellos mutágenos. Esto prueba que el complejo reparador está muy extendido entre vosotros.

—Prueba además —se me ocurrió de pronto— que quien nos manipuló, lo hizo después de tu marcha, y cuando toda la población humana estaba concentrada… en la Esfera. ¡Todo concuerda! Esos hijos de Kamsa…

Sentí la ira agolparse en mi garganta. Di un puñetazo en el agua.

—Nos han hecho un favor; —dije con amargo sarcasmo— muy amables. Pero ¿con qué fin? ¿Qué planes tienen para nosotros?

—¿Y qué planes tienen para los angriffs? —retrucó Oannes.

¡Es verdad! De repente sentí una asombrosa simpatia por los angriffs, e incluso compasión. A los pobres bastardos les aguardaba el genocidio.

Aquellos asuras de colmeneros nos habían hecho la peor violación que pueda hacerse a una criatura consciente: manipular nuestra descendencia sin nuestro conocimiento.

¿Y quién nos garantiza, pensé con un escalofrío, que un día no decidieran hacer con nosotros lo mismo que con los angriffs?