Los angriffs son mil veces más tercos que un phante sobrecargado. A pesar de que nuestra comunicación era ya bastante fluida, Depredador no entendía el concepto de «aliado».
—Tú eres un ser inteligente, igual que yo —repeti fatigosamente por enésima vez.— Cada uno de nosotros tiene tras de sí una historia evolutiva diferente. Ha crecido en un contexto cultural totalmente incomprensible al otro, con unas normas de comportamiento distintas. Somos mutuamente alienígenas. Pero tenemos algo en común: una mente capaz de razonar, y de guiarse por la lógica.
»Es posible que tus instintos te obliguen a considerarme como presa. Sin embargo, tu cerebro inteligente no puede detenerse ahí. Debes ver en mí al aliado potencial que soy. Debemos cooperar mutuamente para conseguir beneficiarnos ambos. Esto es lo que te interesa, tu inteligencia puede comprender que es así; debes vencer a tus instintos si éstos actúan en contra de tus intereses… —apagué el micrófono.— ¿Lo estás traduciendo todo, Vidya?
—Sí.
Mientras mis palabras iban siendo convertidas en aquellos horribles chirridos, Depredador no dio muestras de haber comprendido nada. Permaneció allí, con la cabeza ladeada, y sus ojos ranurados fijos en mí. Un instante después, empezó a emitir su siniestra voz.
—Es un argumento irrefutable —tradujo Vidya.— Me pregunto cómo no se me ocurrió a mí antes. ¿Por qué no entras aquí conmigo y lo discutimos amigablemente?
—Dijo la araña a la mosca —pregunté a Vidya:— ¿Es eso literalmente lo que ha dicho?
—Literalmente no. Aunque he sido todo lo fiel que he podido a la esencia de sus palabras —el ordenador hizo una pausa. Rara vez hacía comentarios propios, aunque ahora lo hizo.— La cosa no marcha demasiado bien, ¿verdad?
Sonreí.
—En absoluto, amigo Vidya, todo marcha a las mil maravillas. Estoy encantado.
Vidya nunca pareció más semejante a un ser humano confuso.
—No obstante, no puedes tomar literalmente sus palabras. Creo que esa criatura no es sincera. Teniendo en cuenta que no habéis llegado a un acuerdo, la conclusión más probable es que te desuelle vivo si entras a esa jaula.
—Por supuesto que no era sincero, Vidya. ¿No lo entiendes? —exclamé sin poder contener la risa.— Este cruce de mantis, serpiente y cuervo pretendía ser irónico. Tiene sentido del humor. Quizás no sepas lo que es…
—Lo sé, aunque nunca he logrado entenderlo. Según he podido deducir, los humanos ríen cada vez que se encuentran con algo nuevo y de aspecto amenazante, aunque inofensivo. En otra escala, se produce ante paradojas y antinomias lógicas, situaciones absurdas o contrafácticas. Sin embargo, yo no puedo experimentarlo.
Pensé un momento.
—¿Por qué se necesitan tres acaryas para resolver una ecuación? —pregunté de repente.
—Basándome en analogías con otros chistes, —respondió serenamente el ordenador— diría: porque uno sostiene la tiza y los otros dos mueven la pizarra para escribir. ¿Se supone que debo reírme?
Hubo un momento de silencio. Luego dije:
—De verdad, Vidya, a veces pienso que tienes sentido del humor.
—¿Y nuestro prisionero también? —hábilmente, Vidya me devolvió a la realidad.
—Eso creo. Lo que significa que, a pesar de lo extraño que pueda parecernos, sus mecanismos psicológicos no pueden ser tan distintos de los nuestros. Puede que nos cueste, pero creo que al final lograremos comunicarnos con ellos. Eso es cuestión de tiempo.
Hubo una breve ráfaga de chirridos.
—Hablando de tiempo, nuestro prisionero se impacienta. Pregunta de qué hablas con tu Máquina Pensante —tradujo Vidya.
—Lo siento… quiero decir, discúlpate. Traduce: tienes tanto motivo como nosotros para odiar a los colmeneros. Esto crea una zona de intereses comunes entre nuestras dos razas…
—Jonás… —dijo la voz de Vidya en mi oído.— He traducido «colmeneros» por «dioses». Lo digo para que entiendas la dimensión que ellos dan a ese concepto.
Mientras decía esto, traducía simultáneamente. No sé cómo se las arreglaba.
—Sí, gracias, Vidya. Añade que tenemos pruebas de que los… sus dioses han estado jugueteando con sus cromosomas. No, espera, quizás esto suene a irreverente.
—No, no lo creo, Jonás. Tengo que pedirte perdón, pero que temo que mi declaración es incompleta.
—¿Qué quieres decir?
—Su idioma es tan alienígena, y lleno de giros peculiares…
—Por favor, Vidya, ve al grano.
—La palabra «dioses» no está en absoluto cargada de respeto ni nada parecido. Más bien al contrario, tiene un matiz siniestro.
—¿De veras? —pregunté interesado.— En ese caso, ¿no hubiera sido mejor llamarlos «demonios»?
—No estoy seguro. El fenómeno religioso es algo que me resulta incomprensible. Se supone que los demonios son malignos; sin embargo, las divinidades humanas a menudo lanzan catástrofes inexplicables sobre sus devotos. La distinción entre dios y demonio es a menudo sutil y relativa. Por ejemplo, en sánscrito «deva» significa «dios» y «asura» significa «demonio». En persa (un idioma terrestre emparentado con el sánscrito), los significados son contrarios. Esto es demasiado para un pobre ordenador.
Pensé que la ironía de Vidya era imitada de Oannes.
—Pregúntale si creen los angriffs que han sido creados por demonios.
Vidya tradujo.
—Sí, naturalmente —fue la respuesta.
—¡Entonces saben que los colmeneros alteraron sus genes! —me sentí repentinamente excitado.— Dile esto: a nosotros también nos han manipulado. ¿No crees que debemos colaborar contra ellos?
Un repentino huracán de chirridos salió de sus orificios. Era como un teatro lleno de grillos durante una mala representación. Retrocedí en mi asiento, sin poderlo evitar.
—¿A quién pretendes engañar? —tradujo Vidya.— Eres un instrumento de los dioses. ¿Por qué había de creerte?
—No te entiendo —dije confuso.
Hubo otra furiosa andanada de chirridos.
—No te hagas el estúpido. Los dioses os han enviado para destruir nuestra colonia, y ahora te han mandado a ti para engañarme.
Me sentí realmente atónito.
—No entiendo nada de lo que dices. ¿Por qué los dioses nos enviarían para destruiros?
Más chirridos.
—Lo sabes perfectamente, Presa —tradujo Vidya. Su voder logró imprimir el tono exacto de desprecio y odio a la última palabra.
—Si yo fuera un enviado de los dioses, ¿crees que perdería el tiempo aprendiendo vuestro idioma? —ahora era mi vez de mostrarme furioso.— ¿O preguntándote algo que ya sé? ¡Sé razonable por una vez! Esta situación es tan nueva para mí como para ti.
Silencio. Depredador volvió a hablar.
—Hay algo de razón en lo que dices. ¿Qué quieres saber?
—Somos náufragos —expliqué con todo cuidado.— Venidos de más allá de la Esfera. No tenemos nada que ver con los dioses, sino que vinimos por nuestra propia decisión. Pero estamos encallados aquí. Si los dioses son vuestros enemigos, también lo son nuestros.
—Eso es absurdo; —dijo Depredador— ¿qué hay más allá de la Esfera?
—Estrellas y planetas. Podéis verlas a través de una de las aberturas de la Esfera, todos los años.
Depredador aguardó un momento, como pensando.
—Comprendo; —chirrió— pero un Depredador no puede aliarse con una Presa. Sería… inestable.
Agitó a un lado y otro su largo cuello como un látigo. ¿Sería su forma de reír?
—Dime: ¿por qué querrían destruiros los dioses?
—Porque hemos faltado al Mandamiento Único.
—¿Y qué dice ese mandamiento?
—«No saldrás jamás del planeta Criadero».
—¿El planeta Criadero?
—Jonás; —cuchicheó Vidya en mi auricular— creo que se refiere a la copia desértica de la Tierra.
—Y, si los dioses os lo prohibieron, —pregunté— ¿por qué desobedecísteis?
Depredador pareció observarme con mayor atención.
—En los otros planetas se vive mejor. Hay más agua y comida. ¿Quiénes son los dioses para prohibir que viajemos a donde se nos antoje? Si un dios viniera en persona a darme esa orden, para mí no sería más que otra Presa. Sin embargo, los muy cobardes no lo hacen. Se esconden en la cáscara, donde no podemos llegar.
—¿Y qué hacen si desobedecéis?
Otra explosión de coléricos chirridos.
—Nos matan. Destruyen nuestras naves en el espacio, o nos mandan a los juggernaut a que las destruyan.
—¿Cómo viajáis, entonces?
Depredador sacudió de nuevo su cuello.
—Algunas veces nos dejan. No sabemos por qué.
—Jonás, soy Oannes —cuchicheó la voz de mi oído.— No voy a aparecerme para no asustar a vuestro invitado, no obstante, he estado escuchando, y todo esto es muy extraño. ¿Por qué los colmeneros no incluyeron en su programación genética la obediencia ciega a sus creadores? Para ellos no habría sido difícil.
—No; —contesté— pero ¿habría servido de algo? Recuerda lo que pasó con las máquinas Von Neumann. Cualquier característica genética que dificulte la supervivencia es eliminada por selección natural.
»Recuerda que los colmeneros deben de pensar en grande. Deben tener en cuenta los miles de mutaciones que aparecen con los millones de años. Nosotros mismos también hemos sido manipulados, aunque no hasta el punto de privarnos de nuestro libre albedrío. Si lo hicieran así tendrían en sus manos simples máquinas… perdona, Vidya, no quería ofenderte.
—No me has ofendido —replicó el aludido.— Para mí, los robots y ordenadores corrientes no son mejores que unas estúpidas calculadoras de bolsillo. Ni siquiera saben que existen.
Miré su terminal con franco asombro.
—No importa, Jonás; —añadió Vidya— ¿vas a seguir con el interrogatorio?
—No, tengo ahora datos que procesar. La cosa empieza a tomar forma, aunque necesito pensarlo —me levanté.— Por favor, Vidya, pregúntale a nuestro prisionero si necesita algo para sentirse más cómodo.
Hubo un intercambio de chirridos.
—Dice que quiere saber una cosa: cómo funciono.
—¿Qué? Me temo que no entiendo.
—Quiere saber cómo funciona tu «máquina que piensa».
Por un momento la sorpresa me dejó sin saber qué decir.
—Bueno, Vidya, creo que tú eres el más indicado. ¿Te importa?
—En absoluto —y se enfrascó en un animado intercambio de chirridos con nuestro prisionero.