LA VANGUARDIA

Chan Zar abandonó el camarote del comandante Azmeri y avanzó por el pasillo. Lilith se apartó, pegando la espalda al mamparo para dejarle pasar. El ksatrya iba embutido en su armadura de combate, con el casco bajo el brazo, y flanqueado por dos infantes de marina. La pesada armadura tintineaba con un rítmico sonido metálico a cada paso.

—Doctora Lilith, ha llegado la hora de los héroes —dijo Chan Zar con una amplia sonrisa cuando llegó a la altura de la bióloga.

El ksatrya parecía más amable de lo que había sido en el viaje. Indudablemente, la proximidad del combate lo hacía estar en su elemento. O tal vez, pensó Lilith, es el efecto de la khora. Juraría que noto el olor de ese mejunje en su aliento.

—¿Van a entrar en la Esfera?

—Sí, a bordo de una fragata. Si no nos convierten en confetti en el plazo de unas pocas horas, podrán seguirnos ustedes.

—Ya veo. Atraerán el posible fuego enemigo.

—Esa es nuestra misión. Intentaremos comunicarnos con los colmeneros; si no lo logramos, aunque tampoco somos atacados, ustedes nos seguirán. En realidad, si se inicia el combate con los colmeneros, será una forma de comunicación, ¿no cree?

—Sí, un mensaje bastante inequívoco.

Lilith se preguntó qué pasaría si la fragata era destruida. Los colmeneros no habían hecho ningún gesto hostil en la primera visita; aunque en dicha ocasión no se trataba de una flota armada hasta los dientes.

Y en este caso, ¿qué decisión tomaría el almirante Paryagat? Lilith se sentía segura en el centro de la flota más poderosa del Imperio; sin embargo, ¿qué sorpresas les tenían reservadas los colmeneros? De repente sintió lo solos y alejados de toda posible ayuda que se encontraban. Claro que ella ya había pasado por eso.

—Les deseo suerte, comandante.

—Gracias, aunque no la necesitaremos; tenemos el daksa.

Se despidió con un gesto de su mano enguantada, avanzó un par de metros, y giró sobre sus talones.

—Doctora Lilith…

—¿Sí, comandante?

—Eh… quería decirle que en Ksatryaloka no todos estamos de acuerdo con la situación de nuestras mujeres. Algunos luchamos para que las cosas cambien… pensé que debía decírselo.

Zar se volvió precipitadamente, como avergonzado por una debilidad, y prosiguió su camino.