LA NAVE

Seguimos las indicaciones de Oannes hasta que nos encontramos con otro mamparo añadido. Zabul y Hamalnarat montaron el láser para cortarlo.

—Jonás; —dijo de pronto Oannes— he estado pensando en el significado de esas dos cifras.

—¿Cifras? ¿Qué cifras? —dije distraído. El láser empezó a morder la pared con su taladro de luz.

—Veinticinco millones de años y ciento setenta y cinco millones de años. No sé si te has dado cuenta, pero suman doscientos millones de años.

Aquello me pareció la mayor simpleza que había oído por parte de Oannes.

—Asombroso; —ironicé— ¿lo has calculado tú, o te ha ayudado Vidya?

—Si puedes contener tu agudo ingenio, quizás encuentres esto interesante.

—Bueno, te escucho.

Mientras Zabul y Hamalnarat bregaban con el muro, Oannes dijo:

—Como hemos visto, los colmeneros hacen planes a muy, muy largo plazo. Esa cifra de ciento setenta y cinco millones de años no ha sido escogida al azar.

»Pregunto ahora: ¿qué acontecimiento ocurrirá dentro de ciento setenta y cinco millones de años, que impulsa a los colmeneros a desear ver muertos a los angriffs?

Pensé. La magnitud de las cifras era enorme, como sólo puede enfrentarlas la Geología, la Biología o…

La Astronomía.

—¿Qué sucederá? No, mejor… ¿qué clase de suceso astronómico ocurrirá entonces?

—Has hecho la pregunta adecuada, Jonás. Así que Vidya ha efectuado simulaciones de toda clase de movimientos de Akasa-puspa, la Galaxia, cúmulos globulares vecinos, etc.

Me senté. El mamparo se vaporizaba y chispeaba; al parecer era más grueso que los anteriores, y aquello iba a tardar.

—¿Cuál es la solución? Me tienes en ascuas.

—Pues verás: Akasa-puspa tarda doscientos millones de años en describir una órbita en torno a la Galaxia.

Oannes hizo una pausa. Pero yo no dije nada, y siguió.

—Dentro de ciento setenta y cinco millones de años, Akasa-puspa cortará el plano de la Galaxia por segunda vez… al decir «segunda vez», me refiero a que primero lo cortará dentro de setenta y cinco millones de años. Luego volverá a salir y, cien millones de años más tarde, lo cortará otra vez; o sea dentro de ciento setenta y cinco millones de años a partir de ahora. Entonces será la extinción.

Pensé intensamente en ello.

—Pero ¿por qué en la segunda vez? ¿Por qué no en la primera?

—¿Por qué no ahora? No, Jonás, los planes de los colmeneros no contemplan un simple genocidio. Los colmeneros tienen un proyecto para ellos.

—Pero… por Putana, ¿cuál? —grité. Zabul se volvió; sin embargo, no dijo nada. Continuaron perforando.

—Cálmate, Jonás —me rogó.— Voy a decirte lo que pienso, y tú me dirás si ves algún fallo en mi razonamiento.

»Dentro de ciento setenta y cinco millones de años, Akasa-puspa cortará el disco galáctico. Los angriffs no existirán. Por lo que la intersección es un suceso importante para los colmeneros.

»Ahora bien, la primera intersección debe significar algo. ¿Qué harán los colmeneros? Trata de encontrar tú la respuesta.

Oannes esperó. Traté de imaginarme algo parecido a lo que vi hace seis años (¿tanto tiempo?) en la Konrad Lorenz. Recordé las imágenes de terror de los humanos ante aquella esfera de soles que caía sobre la Tierra. Pero ahora…

¡Las máquinas Von Neumann!

—Los están convirtiendo —grité excitado— en máquinas vivientes de guerra. Contra las Máquinas. Cuando Akasa-puspa vuelva a cortar el disco galáctico, ya no existirán. Y quizás las Máquinas tampoco…

—Lo que explicaría por qué los criaron en el planeta desierto. Quieren que puedan sobrevivir en lugares inhóspitos. Con lo cual —concluyó Oannes— los humanos podrán colonizar la Galaxia. Esos cabrones de colmeneros no son malos del todo. A fin de cuentas, son humanos y quieren una Galaxia poblada por humanos.

—Muy amables. Podían habernos preguntado antes —dije con amargura.— A algunos nos gusta vivir en Akasa-puspa.

Quizás Oannes fue a decir algo; sin embargo, mis lóbregos pensamientos quedaron bruscamente interrumpidos.

Hubo un gran estampido. ¡El mamparo! Zabul había desaparecido por el hueco circular que estaba perforando, y una tromba de aire amenazó con arrastrarnos a los demás. Extendí las manos en busca de un asidero, y logré sujetarme a algo… que resultó ser la garra de Depredador. Me sujetó con firmeza mientras yo oscilaba, arrastrado por aquel huracán. Me sentía como una hoja seca en el viento otoñal.

—¿Qué pasa? ¡Jonás, contesta, por amor de la Tierra! —gritó el delfín.

—¡Había… hay… vacío al otro lado del muro!

—Ah, bien. Lo esperaba. Eso es el hangar. ¿Algún muerto?

¡Lo esperaba! Fui a lanzarle una réplica incisiva, aunque luego recordé su insistencia en que lleváramos los trajes sellados. Me maldije por mi descuido.

Depredador no se había olvidado, y se había atado a un montante con un cable.

—Gracias —farfullé.

—No hay de qué, Jonás —dijo el angriff, traducido por Vidya.

La tromba amainaba poco a poco. Supuse que debían haberse cerrado las compuertas, dejando sellada aquella sección. Cuando cesó, me arrastré hacia el orificio y me asomé con precaución.

En efecto, aquello era un hangar. Había miles de aquellas navecillas simplificadas. Hilera tras hilera tras hilera.

Busqué con la mirada a Zabul. Había sido despedido como el tapón de una botella de vino espumoso, junto con el disco de material que había cortado. La fuerza de marea era tan débil que caían con lentitud propia de un sueño, agitando brazos y piernas. La inercia le hacía describir una enorme parábola, y activó los chorros de su traje para reducir su velocidad horizontal.

La caída era tan lenta que no se hizo el menor daño, a pesar de que la altura era de doscientos metros. Con breves disparos de los chorros de maniobra, logró orientar su caída y se posó grácilmente de pie como un gato; nos hizo señas de que se hallaba bien.

Unas nubecillas de aire congelado se alejaban lentamente.

—Bueno, al menos no hace falta escalera —murmuré.

Procurando contener el vértigo, me dejé caer. El espectáculo era inquietante, ya que el paracaidismo era un deporte imposible para mí. Moví cuidadosamente brazos y piernas para caer de pie, como había hecho Zabul.

La caída duró varios minutos… los suficientes para aburrirme del primeramente aterrador paisaje. A pesar de la debilidad de mis piernas, pude soportar la caída sin problemas. Cerca de mí se posaron Hamalnarat y Depredador, cayendo tan suavemente como plumas.

—Ya recuerdo el lugar; —dijo Depredador— en aquella dirección.

Señaló con una mano. Zabul, que había sido alejado varios metros por la ráfaga de aire, se acercó con paso saltarín. Todos seguimos al angriff.

Atrás dejamos las inacabables hileras de naves de forma troncocónica, construidas del mismo material gris que las babeles o el propio Jambudvida: moléculas nucleares. Pero al rato empezamos a encontrar huecos en las filas.

—Mi nave —señaló Depredador. En efecto, allí se encontraba.

La nave angriff tenía el aspecto más estrafalario que hubiéramos visto en ningún vehículo espacial. El material de que se hallaba construida resultó ser cemento, como el que nosotros usamos en nuestras mandalas. ¿Habían aprendido esa técnica de nosotros? Pero al instante recordé que «nuestros» angriffs no tenían comunicación con los de la Esfera. Aquello debía ser un descubrimiento independiente.

La nave tenía forma de bala, y de su popa surgía lo que evidentemente era un impulsor de masas. Y sobre ese impulsor había algo.

Al principio no reconocí lo que era. Del impulsor surgía una serie de mástiles delgados como cañas y cables tensos que soportaban unas… ¡pieles de angriff herbívoro! Había centenares de ellas.

—¿Es una especie de símbolo tribal o algo así? —pregunté a Depredador.

—No —contestó.— Es la fuente de energía, naturalmente. Las pieles absorben luz ultravioleta y son conductoras, por lo que generan un potencial eléctrico.

Lo miré boquiabierto. Miré aquella nave boquiabierto. La tecnología angriff tenía inexplicables contrastes; sin embargo, esto era increíble. ¡Naves espaciales de cemento con células fotovoltaicas de piel! Lo comenté con Oannes.

—No es tan extraño —me dijo.— La piel de los angriffs absorbe el noventa y cinco por ciento del ultravioleta. ¿Cuál es la eficiencia de vuestras células solares?

—No lo sé exactamente, —dije— pero es mucho menor.

—Desde luego. Sabes, en la Tierra había un animal llamado «oso polar»… un gran carnívoro semiacuático, que viví en el Ártico. Su piel absorbía también el ultravioleta, aunque no era conductora. Su pelo era blanco, y cada pelo era una perfectisima fibra óptica que conducía la luz hasta la piel. Tan efectivo era su sistema, que los ingenieros hicieron placas solares con pelos artificiales; esto ayudó a resolver parte del problema energético hasta que se construyó la Esfera. De modo que no consideres primitivos a los angriffs por eso.

—Eso es demasiado bueno. ¡Pantallas solares peludas! —reí entre dientes.— Supongo que las peinaban, ¿no?

—¿Cómo lo has adivinado? —se sorprendió Oannes.— Lavaban regularmente las placas para eliminar el polvo depositado por el viento, y luego las peinaban para orientar los pelos al mediodía.

—Ah… una simple suposición. Entremos —dije en voz alta. Saltamos a la escotilla.

Depredador cerró la escotilla y accionó una serie de mandos. Se oyó el silbido del aire al llenar la cámara, y tras comprobar las lecturas de unos diales, se quitó el casco. Tras una vacilación, Hamalnarat se quitó el suyo. Frunció la nariz, aunque no se cayó muerto, y lo imitamos.

El aire era caluroso y olía a caucho.

El interior de la nave angriff no se parecía en nada a cualquier nave que hubiésemos visto, lo que sin duda era bastante lógico. Parecía más bien una cueva. Los corredores eran cilíndricos, las puertas circulares, las salas tenían forma de tambor. Ni un solo ángulo recto a la vista.

Depredador nos condujo al puente. Seguía pareciendo una cueva, poblada por trogloditas supercientificos. Por las paredes habían medidores, instrumentos y paneles de aspecto complicado.

El angriff se apoyó (no me atrevo a decir que se sentara) en una especie de taburete frente a lo que debía ser el tablero principal. Accionó una hilera de interruptores.

Las luces del tablero cobraron vida, así como varias pantallas circulares de televisión. No tenían mucha definición… para ojos humanos, desde luego. Aquello no le gustó a Zabul, que aferró su repetidora. Ahora el angriff podía llevarnos a cualquier sitio, sin que nosotros pudiéramos evitarlo. Estábamos en sus manos.

Se oyó un silbido de propulsores, y aquella extraordinaria nave se alzó unos metros con un prolongado crujido. A través de los monitores apenas vimos unas formas confusas.

Lentamente, algo negro y enorme bostezó hacia nosotros. La nave se fue deslizando hacia el exterior, y en un momento dado estuvimos ingrávidos.

Lentamente nos separamos de Jambudvida. La débil aceleración centrífuga nos llevaría a una órbita superior sin apenas gasto de materia eyectable.

—Estupendo —dijo repentinamente Oannes.— Habéis salido y os tengo en el telescopio.

Siguiendo las instrucciones de Oannes (chirriadas por Vidya), Depredador dirigió la nave hacia el pecio de la Hermandad.

Las horas fueron pasando.