LA GALAXIA

—Estoy durmiendo y/o loco —dije.

—¿Por, Jonás? —era Axzel quien me hablaba.

—Normalmente, yo tengo dos piernas y… Kamsa, ¿qué estoy diciendo? ¿Qué hago dentro de este cuerpo? Quiero el mío.

¡Nunca me sentí más ridículo en mi vida!

Axzel rió. Sin palabras. Una serie de escenas pasaron por mi mente: soles en órbita en torno a una mota de polvo. Agujeros negros sonriendo. Neutrinos pesados como sandías. Yo mismo, flotando desnudo en el vacío y tapándome con una hoja de parra… había más imágenes como estas, ligadas a fenómenos imposibles, muchos de ellos demasiado extraños para que pudiera entenderlos.

El humorismo colmenero es apenas comprensible para la mente humana.

—Estás bien despierto, amigo —dijo Axzel.

Aquel «amigo» venía acompañado de una imagen mental: yo acariciaba la cabeza de un perro. No me gustó nada.

—Dentro de un colmenero, y tan tranquilo. ¿A eso le llamas estar bien despierto? Vaya, espero no tener pesadillas.

Axzel pareció a punto de reír; sin embargo, se puso repentinamente serio.

—Nosotros nos llamamos «los Eternos» —dijo.

Con ello venía otra imagen: la del comandante Isvaradeva. Casi me cuadré. ¿Se sentían ofendidos por llamarles «colmeneros»? Axzel debió leer mi pensamiento.

—A vosotros os llamamos «los Caminantes».

No acabó de satisfacerme; la imagen de «caminar» se encontraba cargada de connotaciones de inferioridad. Era como si nos llamasen «los que se suben a los árboles y comen plátanos».

—Llamaos como os dé la gana —dije. Colmeneros o Eternos, no me caían bien.— ¿Por qué me siento tan relajado? Debería estar al borde de la locura. ¿Me habéis drogado o algo así?

—¡Oh, no! —imagen: un hechicero exorcisando espíritus malignos.— La relajación que sientes es inherente a tu condición actual. Los Eternos somos incapaces de sufrir emociones negativas, como has descubierto.

—¿Ah, sí? Pues la idea de arrancar los dos brazos a un Eterno despierta en mí emociones muy positivas.

Avancé hacia él con un fluido impulso de mi cola, extendiendo las manos. La idea debió divertirle mucho. Rió sin palabras; otro torbellino de absurdos remolineó en mi mente, aunque no le hice caso.

—No. <ja, ja, ja, ja> Deberías ver lo gracioso que estás. Nos vas a <ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja> matar de risa a todos.

Me vi desde su punto de vista. Un colmenero agresivo era tan <ja, ja, ja> imposible como un phante con alas.

<colmenero, ja, ja, ja>, proyecté deliberadamente. Aquello cortó las risas.

Risas.

—¿Quién es toda esa gente? —pregunté.

—No te preocupes, todos estamos conectados —imagen: un millón de personas con auriculares y micrófonos.

Puede que parezca increíble, pero visualicé un millón de rostros distintos.

—Estamos dispersos por toda la Esfera. Normalmente sólo intervendría yo, pero tus pensamientos-imágenes han sido demasiado para ellos. Eh, vosotros, callaos.

Imagen: un gran teatro lleno de gente. Los de las últimas filas tardaban en enterarse de lo que sucedía en el escenario, y el maestro de ceremonias ordenaba silencio. Tampoco en esta ocasión tuve dificultad en visualizar sus rostros, uno por uno.

—Repito: ¿qué habéis hecho conmigo?

—Nada que deba preocuparte —imagen: yo, tendido en la cama de un hospital.— No te hemos convertido en Eterno, lo lamento. Eso es imposible.

—… —pensé, aguardando una explicación.

Como respuesta a mi pensamiento, apareció ante mí una imagen proyectada. Era mi cuerpo, tendido en un tanque de líquido, con una cinta plateada rodeando mi cabeza. Las paredes de la sala en la que se hallaba eran las de una colmena.

Supe, no sé cómo, que esta escena era real y no uno de aquellos desconcertantes pensamientos-imágenes.

—Tu cuerpo se encontraba <explosión, descompresión, asfixia> muy dañado. Lo estamos <hace seis meses de esto> curando. Mientras tu cuerpo <quedarás bien> reposa y se recupera, tu cerebro se comunica con el de uno <se ha prestado amablemente a ello> de nosotros.

Me resultaba difícil seguir sus líneas triples o cuádruples de pensamiento cargado de imágenes.

—¿? —pregunté.

Imagen-recuerdo: yo me colocaba en la cabeza el dispositivo del «sillón de los sueños».

—¡! —exclamé asombrado. Los Eternos habían mejorado el artefacto. Transmitir y recibir directamente. ¡Muy sencillo!

Tan sencillo como ponerle imagen a la radio e inventar el televisor. Mi imagen dormida desapareció.

—¿Por qué no me dejásteis abandonado en el espacio?

Emití una imagen de mis recuerdos: un preso harapiento y barbudo, encerrado años y años en una celda maloliente. Tomé la imagen de una novela-film llamada El conde de Montecarlo que había visto en la biblioteca de Vidya.

¿Montecasino?

—Montecristo —rectificó Axzel.— Te necesitamos. Os necesitamos a todos vosotros.

Proyecté mi escepticismo: Su Divina Gracia vestido de bata blanca y apretando las teclas de un ordenador. Axzel rió de nuevo sin palabras.

—Te he elegido a ti como inter<más bien exter>mediario. Hubiera sido imposible comunicarse contigo a través de tu <ejem> primitivo cerebro-más-sentidos. Hubiera sido incapaz de descifrar nuestros mensajes, y para nosotros sería <¿te das cuenta de que sólo llevamos cuatro segundos proyecthablando?> terriblemente tedioso hablar a vuestra manera.

—¿Dices que mi cerebro-más-sentidos es imperfecto? Pues podíais haberlo mejorado, como hicísteis con otras cosas.

Con deliberado sarcasmo, proyecté otra imagen: un hombre-mono, todo lo feo que pude concebirlo, cogiendo una piedra del suelo y usándola sin desbastarla, luego lamentándose de que no sirva para cortar.

Juraría que Axzel se hallaba desconcertado. Sus ojos parpadearon por primera vez y emitió su contraataque: la piedra hablando y quejándose.

Yo repetí la imagen del hombre-mono. Añadí verbalmente:

—Asquerosas sabandijas de colmena. Ratas de cloaca. Dioses de pacotilla. Habéis jugado con nosotros como si fuésemos simples cobayas.

—Vamos, Jonás, no intentes ponerte <sabes que es imposible> violento…

Proyecté lo que había aprendido en Jambudvida, bajo el sillón de los sueños. Fue menos de un segundo, aunque fue completo.

Axzel no se inmutó.

—Jonás, nosotros no tenemos la culpa. Sucedió hace mucho tiempo. Y nosotros somos víctimas de aquello tanto como tú. ¿Quieres saber por qué? ¿Sabes a qué nos enfrentamos?

Las Máquinas Von Neumann.

—Sí. Hay algo que quiero que veas.

Y entonces emprendimos el viaje.

Llego ahora a la parte más difícil de mi relato. ¿Cómo transcribir la inmensidad? ¿Cómo puede la débil palabra expresar lo que vi… o creí ver? Trataré de narrar ordenadamente mis impresiones.

Nos elevamos como flechas a través de los árboles. De repente, atravesamos la cáscara y la Esfera quedó atrás. Era una negra pelota que ocultaba los soles de Akasa-puspa, como un agujero en el tapiz de estrellas. Comenzó a empequeñecerse: nos alejábamos. El vacío intergaláctico se abrió ante nosotros.

Yo no tenía cuerpo. Lo que estaba experimentando no era, por supuesto, real, sino otra imagen.

—Estás en lo cierto; sin embargo, la imagen corresponde a la realidad.

No veía a Axzel, aunque sabía que se encontraba a mi lado.

Flotamos entre Akasa-puspa y la Galaxia. Esta última se acercaba más y más, girando lentamente como una peonza gigante.

—No es en tiempo real —explicó Axzel innecesariamente.

Continentes de estrellas se alzaban ante nosotros. ¡Qué pequeño se veía Akasa-puspa! En el vacío negro flotaban otros globos de estrellas rojizas, cerca de un centenar (recordé). Se encontraban distribuidos de forma aproximadamente esférica en torno a la Galaxia, como polluelos en torno a su madre.

Nos acercamos a uno de los brazos espirales; todo era de una magnificencia deslumbrante. Las cegadoras estrellas azuladas, las ocasionales nubes negras, la complicada estructura de los brazos, la gorda joroba rojiza del núcleo…

Nos sumergimos en el brazo. Nos vimos rodeados por un cielo de pocas estrellas; era bello en su impresionante oscuridad. Resultaba difícil creer que la Galaxia tuviera doscientas mil veces más estrellas que Akasa-puspa. Bien es verdad que su diámetro era mil veces mayor.

El núcleo, que tanto me recordaba a Akasa-puspa, era visible ahora sí, ahora no. Debido a nuestro movimiento, era eclipsado por enormes nubes de gas y polvo de cuatrocientos o quinientos años luz de diámetro, como el sol por las nubecillas de verano. «Nubecillas», he dicho. ¡Toda Akasa-puspa cabría dentro de una de esas «nubecillas», y habría sitio para cuatro o cinco más!

—Lo que estás viendo no es una simulación —decía Axzel.— Son imágenes <algo antiguas; tienen un par de millones de años> captadas por uno de los juggernauts espías que mandamos a la Galaxia.

Nos acercamos a un sistema solar. Era una estrella amarilla, cegadora como el sol de la Tierra. Había un planeta, y sin duda habrían más, aunque no los vi.

Caímos en picado. Vi que era de un color terroso, roto por las manchas blancas de las nubes y los casquetes polares, con sólo ocasionales parches de azul. Lo rodeaban tres lunitas, como pequeñas monedas plateadas, en órbitas muy cercanas; una de ellas proyectaba un nítido disco negro sobre la superficie del planeta.

—Arruinado. Era una de las primeras colonias humanas, tan habitable como la Tierra, y ahora <temperatura media = 60 grados, humedad atmosférica = 1%> fíjate lo que parece. Esa es la obra de las Máquinas Von Neumann. Todos los antiguos mundos <que hemos explorado> habitables de la Galaxia están así.

Una lucecita empezó a brillar en mi mente:

temperatura + humedad = Planeta Criadero

Planeta Criadero ==> angriffs

angriffs ==>…

—Observa.

Observé. Era una estrella como las demás, pero que se movía más rápido. Mi corazón, o el de mi huésped, empezó a latir más rápido…

Ya sospechaba qué era esa «estrella». Y no me equivoqué: una nave de fusión, quizás un estatorreactor Bussard.

Cuando se acercó, pude verla a pesar de su color negro mate. Emitía un discreto infrarrojo. Era una serie de esferas unidas entre sí, como cuentas de un collar. Ambos extremos acababan en conos invertidos, cuya altura era una vez y media el diámetro de una de las esferas, y el diámetro de la base igual al de una esfera.

El efecto era el de un colosal tren de mercancías interestelar. No podía juzgar su tamaño por falta de puntos de referencia; sin embargo, indudablemente era grande.

—Eso es una Máquina Von Neumann —afirmé.

Una Máquina Von Neumann… Con mi cerebro humano apenas me pude imaginar todo el alcance de estas palabras. Con mi cerebro de colmenero <de Eterno> visualicé aquel primer momento de diáspora interestelar. Los humanos de la vieja Tierra construyendo las Von Neumann y lanzándolas al espacio con una única misión: preparar los planetas hostiles de la Galaxia para su futura llegada, terraformados para que pudieran albergar la vida humana. Cada Máquina estaba regida por un complejo programa, pero que básicamente tenía dos directrices:

a. terraformar planetas

b. producir todas las copias de sí misma que fueran posibles

Fue un error. Ahora me <es elemental> asombro de la ingenuidad de aquellos antiguos humanos.

Tan incontrolable como… las imágenes acudieron a mi mente.

Una pelota de nieve en una ladera nevada.

Un neutrón en una masa supercrítica de uranio 235.

Un mesón pi sin carga.

Las Máquinas se copiaban en otras Máquinas que se copiaban a su vez en <recursivamente> otras. Lo hacían en la medida en que había materia prima disponible, y en tanto no hubiera contradicción con la primera directriz. Mi mente de colmenero <Eterno> podía ver con facilidad el ritmo de crecimiento:

Generación Número
0 1
1 2
2 4
3 8
4 16
5 32
6 64
7 128
8 256
9 512
10 1.024
11 2.048
12 4.096
13 8.192
14 16.384
15 32.768
16 65.536
17 131.072
18 262.144
19 524.288
20 1.048.576
n 2n

etcétera. Solamente para las primeras 60 generaciones, el número sería de 1.152.921.504.606.850.000, unos 1'15 trillones (¡!).

Mi mente humana se perdía en estas cifras, pero mi mente colmenera estaba tan familiarizada con ellas como con el número de mis dedos. Yo podía visualizar este inmenso enjambre de seres extendiéndose arrollador por la Galaxia de estrella en estrella. En veinticinco millones de años habían tenido tiempo de circunnavegarla, incluso a un centésimo de la velocidad de la luz <1'257% de C, para ser exactos>.

E, inevitablemente, era cuestión de tiempo que apareciesen los mutantes. La ley de los grandes números garantizaba que eso podría suceder incluso en las primeras veinte generaciones. Y con los primeros mutantes llegó la selección natural.

Aquí las leyes eran algo distintas que en un planeta. La Galaxia rebosa de materia, pero las distancias son enormes. Por ello, la directriz b) primó sobre la directriz a). Mejor dicho: aquellos mutantes carentes de directriz a) tuvieron más tiempo, energía y recursos que dedicar a hacer copias de sí mismos. Por ello, los tipos mutantes sobrepasaron en número a los no-mutantes.

Durante un instante que me pareció eterno vislumbré el inmenso hormiguero en que se había convertido la Galaxia. Los miles de millones de planetas arrasados. La reproducción seguiría… ¿hasta cuándo? ¿Cuándo empezaríamos a ver soles apagándose, a medida que el excesivo número les forzase a acaparar <¿Esferas de Dyson?> hasta el último ergio de energía en la Galaxia? ¿O empezaría antes el asalto a Akasa-puspa?

La Máquina orbitó el planeta desértico que acabábamos de ver. Una diminuta escotilla se abrió en su proa, y surgió una navecilla que de inmediato deceleró y empezó a descender hacia el planeta. Otras más la siguieron, y pronto la atmósfera se encontraba surcada por los finísimos hilos de fuego de sus reentradas.

Estaba tan absorto en este mágico espectáculo, que parpadeé (figurativamente) cuando una chispa llameando un azul violáceo emergió del costado de la gigantesca máquina, alejándose a gran velocidad. Aquello…

—En efecto, es un misil —dijo Axzel.

¿Contra quién? De repente sentí un atisbo de esperanza. ¡Alguien atacaba a la Máquina! ¿Había vida inteligente en la Galaxia que luchaba activamente contra tales horrores? Axzel pareció fríamente burlón ante mi pensamiento-imagen.

Pronto supe contra qué enemigo disparaba. Algo surgió de detrás de una de las diminutas lunas.

Apenas era visible sobre el negro fondo, pero irradiaba infrarrojos y microondas en varias longitudes de onda. Era un objeto largo y delgado, con la elegancia mortal de un pez carnicero. La chispa azul del misil volaba hacia él.

De repente una luz que no era luz me cegó. ¿Un láser de rayos X o gamma? El misil explotó en silencio; un segundo destello de aquella luz que no era luz, y algo explotó en el casco negro de la Máquina.

La nave atacante creció lentamente en tamaño. La Máquina no hizo ningún otro disparo: sus sensores debían estar quemados, o bien había volado su lanzador. Un tercer disparo hizo estallar el cono anterior de la Máquina.

Fragmentos de metal al rojo blanco flotaban en el vacío, enfriándose lentamente. El atacante se aproximó despacio, con lo que me pareció cautela. Quizás era lógico, ya que apenas tenía un cuarto del volumen de la Máquina destruida. Yo estaba impaciente por ver los rostros de los tripulantes, pues aún pensaba en ellos como en seres vivos.

Y entonces, la nave atacante abrió la boca.

El helado humor de Axzel debió habérmelo hecho imaginar. De la boca de la nave atacante, como hormigas de la boca de un cadáver, surgieron… máquinas.

Y empezaron a comerse a la Máquina muerta. Ante mis ojos atónitos, fue desguazada y sus fragmentos transportados a la oscura bocaza de aquella Máquina «carnívora».

¡Carnívora! Por supuesto: ¿para qué refinar minerales para copiarse a sí misma, si otras máquinas los han refinado ya? Las mutaciones habían hecho aparecer depredadores y presas (o autótrofos y heterótrofos). ¿Bastaría esto para frenar la expansión?

No. La máquina destruida había dejado «semillas» en el planeta. Sin duda, a pesar de parecer indefensas, las Máquinas «herbívoras» proliferaban. El cazador responsable no extermina a su presa.

Los cazadores controlarían el número de las cazadas, manteniéndolas dentro de los límites naturales al crecimiento. Pero, si descubrían un nuevo hábitat <¿Akasa-puspa?>, tanto cazadores como presas lo explotarían.

¿Qué clase de complicadas relaciones desarrollaban las Máquinas entre sí? Por mi mente pasó la imagen de la Galaxia, como un colosal ecosistema mecánico. Pero no tuve tiempo para elucubrar.

Súbitamente se abrió una escotilla en el centro de la nave cazadora. Una chispa de luz surgió… y se abalanzó hacia nosotros.

Hice un gesto instintivo de apartar la cabeza.

La chispa creció con demoníaca velocidad, hasta convertirse en una esfera llameante.

Crecía… crecía… crecía… llenó mi campo de visión…

Y de repente me hallé de nuevo en la Esfera, entre los árboles.

—Mataron a nuestros observadores, por toda la Galaxia —decía Axzel.— Ese fue el último. No sabemos lo que sucede allí, y esto <tal vez hayan descubierto el Impulso Túnel> nos preocupa.

Algo relampagueó en mi mente: Impulso Túnel.

¿?

¡!

Mi anfitrión lo sabía.

Era algo predicho por la mecánica cuántica. El Principio de Indeterminación.

Una particula subatómica no tiene una posición y velocidad exactamente definidas. Tiene probabilidades de posición y de velocidad, o como suele decirse, su posición y velocidad tienen «incertidumbre».

Ambas están relacionadas: si la posición está exactamente definida, su velocidad no, y a la inversa.

De ello se sigue que un electrón, por ejemplo, tiene una probabilidad de viajar de un lugar a otro por «efecto túnel» sin atravesar el espacio intermedio.

¡¡¡!!!

Los Eternos han descubierto cómo hacer eso con objetos macroscópicos. Una nave espacial puede franquear un millón de años luz en exactamente cero segundos, sin gastar apenas energía.

Claro está, para un observador exterior, el salto se realiza a la velocidad de la luz. Un salto de un millón de años luz dura un millón de años para un observador exterior y cero para el sujeto.

La velocidad de la luz es infranqueable. Pero la ley de conservación de la energía no. ¡En qué Universo vivimos!

Comprender todo esto me llevó un milisegundo. Me encontraba tan fascinado por la revelación, que casi me perdí las siguientes «palabras» de Axzel.

—Si las Máquinas conocen este pequeño truco, podrían estar aquí mañana <corrección: si lo conocían hace quince mil años> mismo.

Desde luego. Era un medio de transporte increíblemente eficaz. Recordé que incluso las mejores naves del Imperio rara vez rebasan la mitad de la velocidad de la luz, siempre a un coste aterrador en energía. ¡Y no digamos los veleros!

—Este es el principal punto de controversia entre yo-y-otros y mis colegas. Ellos confían demasiado en el Plan, pero yo-y-otros pensamos que si las Máquinas llegan a Akasa-puspa, todos nuestros planes se irán abajo.

»Desde luego, las probabilidades están a nuestro favor. Hay muchos cúmulos globulares, todos pobres en metales —imagen: una especie de termita metálica comiendo con fruición una barra de hierro.— No somos un objetivo apetitoso. Pero yo-y-otros insistimos en que no podemos correr el riesgo. Debemos estar preparados.

—¿Qué es el Plan?

Impaciencia.

—Los angriffs.

Oh, claro.

Una imagen de la Galaxia de unos dos metros apareció ante mí.

—Esto sí es una simulación —dijo Axzel.

También aquí eran visibles los cúmulos globulares. Uno de ellos era de un color más vivo: Akasa-puspa.

Surgió de la Galaxia y empezó a trazar un círculo en torno a su núcleo. Se detuvo cuando hubo recorrido un octavo de su trayectoria.

—Esto es ahora.

Claro: veinticinco millones de años. 25 × 8 = 200. Oannes tenía razón.

—Dentro de setenta y cinco millones de años.

Akasa-puspa cortaba de nuevo el plano de la Galaxia.

Inmensas astronaves transportaban a millones de angriffs fuera de Akasa-puspa y hacia las estrellas cercanas de la Galaxia. Angriffs artificialmente evolucionados, para desarrollarse en planetas desérticos. Una monstruosa diáspora de negros guerreros sanguinarios.

Los angriffs eran organismos a la medida del Plan. Adaptables, de crecimiento rápido…

Primero, angriffs herbívoros serían lanzados sobre planetas con vida vegetal incipiente, que según los Eternos está basada en la tétrada carbono/nitrógeno/oxígeno/hidrógeno y nutrida por <los fotones son baratos> fotosíntesis.

De ellos se desarrollarían explosivamente generaciones partenogenéticas de herbívoros. Cuando su número amenazase con el hambre, se desatarían los sutiles mecanismos hormonales que darían lugar al nacimiento de carnívoros, bisexuados e inteligentes, que mantendrían la población de herbívoros dentro de límites fijados por la disponibilidad de recursos y espacio; de los carnívoros nacerían nuevas generaciones por reproducción sexual, de las que nacerían a su vez…

Mi mente humana se sintió abrumada. Con la tecnología que los Eternos les darían, barrerían la Galaxia.

—Dentro de ciento setenta y cinco millones de años.

Akasa-puspa completaba su círculo, y volvía a entrar en un punto diametralmente opuesto, que debido a la rotación de la Galaxia, casi coincidía con el anterior: la «zona liberada» en primer lugar.

—Y vosotros colonizaréis la Galaxia, con nuestra ayuda.

Y los angriffs estarían extinguidos casi al mismo tiempo.

—¿Y qué diablos os importa a vosotros, los Eternos, que nosotros colonicemos la Galaxia? —pregunté.

Axzel permaneció dos milisegundos en silencio.

—Vosotros sois humanos. Como nosotros. Vosotros vivís en planetas y nosotros no. Son todos vuestros. Todos los planetas de la Galaxia son vuestra herencia.

Emití una imagen ridícula: un humano estrechando la pata a un perro.

—¿Como vuestros esclavos?

—¡Oh, no! —el pensamiento-imagen se hallaba cargado de horror.

—Sois unos malditos bastardos —imágenes: la Hermandad sojuzgando Vaikunthaloka. Títeres en un escenario. Perros entraillados y con bozal. Angriffs como muñecos de trapo arrojados al fuego.

—Caramba, Jonás, estás consiguiendo que asome tu instinto agresivo incluso a través de la mente de un Eterno —Axzel parecía fríamente divertido.

—¿Por qué no hacéis vosotros el trabajo sucio? Os habéis complicado mucho la vida con todo esto.

—Precisamente por eso. Teniendo un espacio vital casi infinito, no somos territoriales como vosotros; ==> no somos agresivos.

—Despachásteis nuestras naves con gran rapidez —dije con sarcasmo.— Menos mal que no sois agresivos.

De nuevo pareció sentirse desconcertado.

—Eso fue defensa propia. La Esfera debe protegerse a sí misma. No podríamos sobrevivir sin tener esta <eh…> característica. Si se nos ataca, responde automáticamente. Las plantas se coordinan <como las células de un gran organismo> entre ellas. No hay <¿verdad?> agresividad en ello.

¿Verdad? Ahora creo más bien que los Eternos no están tan exentos de «emociones negativas» como ellos creen, o les gustaría admitir.

—No importa. Eso nos lleva al motivo por el que te hemos despertado.

De nuevo me vi etéreamente llevado fuera de la Esfera. Pero esta vez no fuimos lejos.

Veinte estrellas blanquiazules destellaban en el firmamento. Hidrógeno caliente ==> el Imperio.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!!!

¿Se hallaba Lilith a bordo de aquella flota? Probabilidad = 0.99999…, dijo mi mente colmenera.

—Tus amigos han enviado esa ridícula flota con la intención de controlar la Esfera. Me temo que sus esfuerzos resultarán inútiles —imagen: hombre tratando de coger un neutrino con las manos.— Pero nos obligarán a defendernos de nuevo, y eso no nos gusta. Detestamos la violencia.

Emití una imagen de incredulidad: un acarya predicando la paz, en un púlpito blindado y empuñando una ametralladora. Axzel no hizo el más mínimo caso.

—Mis compañeros me culpan de esto. Yo fui quien insistió en romper el secreto que nos rodeaba. Mi idea era que vosotros os defendiérais de las Máquinas Von Neumann si llegaban aquí. No podemos <ya sabes lo que le cuesta al Imperio derrotarlos> dejar a los angriffs sueltos por Akasa-puspa. Si <toquemos madera> las Máquinas llegan, deberéis ser vosotros los que luchen. Y para ello necesitáis 1) estar unidos por un solo gobierno y 2) estar informados de todo. Por eso <cintamanis acelerados> pusimos en peligro el sistema de transporte interestelar. Pero las cosas no se han <ay> desarrollado como nosotros queríamos. Sois más agresivos de lo que esperábamos; habéis creado muchos problemas. Y ahora ahí está <para acabarlo de arreglar> la flota cargada de bombas de fusión y dispuesta a usarlas. Intentaremos primero <espera a ver> intimidarles. Pero si no…

Hizo una pausa. Habló/proyectó muy lentamente.

—No nos van a dejar muchas opciones, a menos que tú nos sirvas de intermediario.