LA FRAGATA

Lilith se sirvió una taza de té con naranja de la máquina dispensadora y se dirigió al puente. Le sorprendió comprobar lo tranquilo que se encontraba todo; las luces estaban al mínimo, y casi toda la iluminación procedía de las pantallas y monitores. Había una sensación de relajamiento, consecuencia de que el comandante Azmeri no se hallaba en el puente, sino descansando después de las últimas horas de tensión.

La bióloga se apoyó contra un mamparo, y sorbió un trago del humeante té. En la pantalla geodésica, una deslumbrante estrella mostraba la situación de la fragata en la que viajaban Chan Zar y el resto de los mercenarios.

La nave se encontraba a punto de introducirse por una de las aberturas polares. Le chocó aquella tranquilidad en un momento tan crucial; pero claro, lo que estaban viendo ya era historia: había sucedido hacía casi una hora. En estos momentos, la nave de fusión podría ya no existir, y sus átomos vagar dispersos por el interior de la Esfera. La luz era tan lenta cuando se trataba de distancias cósmicas… Imaginó que para los marinos, pensar así debía de ser una costumbre.

Tras la tensión de la llegada, el comandante necesitaba un descanso. Si algo le sucedía a la fragata de vanguardia, no podría alcanzarles a ellos antes de por lo menos otra hora. Había tiempo; en el espacio, siempre había tiempo. Lilith jamás había visto una batalla espacial (por fortuna, pensaba) aunque sabia que era algo así: naves acercándose, disparándose desde millones de kilómetros de distancia. Rayos de particulas atravesando el negro vacío con una lentitud exasperante, y misiles saltando de una nave a otra con aun mayor lentitud.

Había oído decir que, en ocasiones, navíos que habían sido dañados e inmovilizados, habían visto viajar hacia ellos la muerte en forma de misiles de fusión, durante horas, sabiendo que no había fallo en sus trayectorias, que serían alcanzados y todo acabaría, pero incapaces de hacer nada sino esperar.

Misericordiosamente, llegado el instante preciso, la muerte sería rápida e indolora. Al menos a Lilith le quedaba ese consuelo, si el Asura Nama era destruida, no sentiría nada, una llama de fusión devorando aquella burbuja de vida que era una nave espacial, no dejaba tiempo para sufrir a las minúsculas hormigas que la ocupaban. Al menos eso le habían asegurado.

Aunque, claro, nadie lo podía afirmar por experiencia propia.

Se volvió y vio a Kot a su lado, observando la pantalla geodésica tan ensimismado como ella. El se dio cuenta de que ella había percibido su presencia, y dijo:

—Impresionante, ¿verdad? Hay seres humanos como nosotros cabalgando esa estrella. Cuando uno va montado en ella no parece tan espectacular. ¿Te das cuenta del poder que es necesario para cruzar los años luz? No es sorprendente que los prajapatis construyeran la Esfera. Pero ellos el problema lo tuvieron multiplicado por diez.

En ese momento la fragata de fusión entro en la esfera, y su potente llama se eclipsó. Sin embargo, aun era posible verla como una débil luz moviéndose tras una espesa nube de humo verdinegro.