LA FLOTA VII

La pantalla geodésica del Nrisimha se hallaba ocupada por el fantástico espectáculo de la Esfera, que ninguno de los oficiales de la flota había visto excepto en fotografías, pues los archivos gráficos de la Vijaya se habían perdido con la propia nave.

El almirante Ezequiel Paryagat ordenó:

—Velocidad de crucero. Corten ignición.

La ingravidez llegó como una caída sin fin.

Los rostros de los veinte comandantes de la flota aparecían en una ventana colectora, dividida en cuatro filas y cinco columnas de subventanas de visión; cada subventana estaba rotulada con el nombre del comandante y el de su nave. El efecto era el de los carteles de «busca y captura» de una comisaría de policía.

—Tomen la demora de la estrella de Martyaloka —ordenó a los navegantes.

La atmósfera del puente era de tensa expectación. Los oficiales y técnicos apenas osaban hablar en voz alta, como en un servicio religioso. El almirante empezaba a entender los vagos temores de los civiles que habían estado allí.

Pero el almirante se sentía razonablemente confiado. Aquella era la mejor flotilla que había mandado en su aventurera vida; nunca había tenido ocasión de tener bajo su mando armas tan poderosas.

Veinte estrellas blanquiazules que eclipsaban a las estrellas rojas de Akasa-puspa… no era exactamente una entrada discreta. Cualquiera que mirase al cielo y no fuera estúpido podría descubrir la presencia de la flota. Si ese cualquiera tenía un espectroscopio, las bandas de hidrógeno caliente hubieran delatado la presencia de la flota mucho antes y con casi igual facilidad.

Era una lástima, pensó, que los reactores fotónicos tuvieran una determinada frecuencia de trabajo. Si se pudiera hacer que la reacción nuclear emitiera fotones de mayor longitud de onda, se confundirían con estrellas, pero aunque fuera posible hacerlo… bueno, veinte estrellas moviéndose en formación, a una apreciable fracción de la velocidad de la luz, seguían sin ser lo bastante discretas.

Considerándolo bien, algo había que decir acerca de los impulsores de fusión: tenían un gran poder intimidatorio. Recordó cómo la amenaza de encenderlos sobre la atmósfera de un planeta, que era una guarida de piratas, era suficiente para lograr la rendición. Ezequiel Paryagat tenía experiencia en esta clase de lucha.

Y sin embargo, la Esfera era tan grande…

La Marina Imperial había encontrado un remedio para la «mamparitis»: pintar los mamparos de diferentes colores. Esto era visto por los marinos de la Utsarpini (y algunos veteranos imperiales también) como poco tradicional; sin embargo, los cientificos insistían en que lo importante era la efectividad. De modo que los mamparos se pintaron.

El camarote de Yusuf tenía paredes azul pálido y naranja. No obstante, no lograba hacer desaparecer los efectos psicológicos del confinamiento. Encerrado en aquella pequeña habitación, se sentía inquieto.

Pero no, pensó. No es sólo el encierro. Yusuf recordaba muy bien las emociones que él y sus compañeros sintieron a su primera llegada a la Esfera. Y en su caso, no habían perdido fuerza. Intentó librarse de su red de seguridad.

—Doctor Yusuf, permanezca en su camarote —dijo la voz del teniente Ramahani, desde el monitor situado sobre su litera.— A partir de ahora vamos a tener unas horas de gravedad cambiante, mientras los pilotos corrigen los pequeños errores de nuestra aproximación. Si intenta caminar por los pasillos, tiene muchas probabilidades de romperse una pierna.

—Lo sé; —dijo Yusuf con irritación— pero quisiera ver imágenes de la Esfera, ahora que han apagado los reactores.

—Oh, si sólo es eso, le puedo conectar el monitor con la pantalla geodésica del puente. No tendrá que salir de su camarote.

—Muchas gracias, teniente —la irritación se desvaneció.

Yusuf se acomodó en su litera, bajo la red. Gracias a la caída libre, podía permanecer tendido durante horas sin sufrir llagas; pero la caída libre siempre le producía molestias gástricas. Ahora mismo podía sentir una burbuja de gas que no acertaba a encontrar el camino al esófago.

La imagen de la Esfera en el pequeño monitor no tenía la espectacularidad tridimensional de la del puente, aunque a Yusuf le bastaba. No había cambios aparentes desde la anterior visita, por supuesto, pero el ángulo de aproximación era distinto.

Esta vez, la flota enfilaba hacia las aberturas polares. El diminuto y ardiente sol amarillo era visible al mismo borde de la abertura más cercana. Yusuf comprendió las ventajas de esta posición; le ahorraría a la flota varias maniobras difíciles.

Por supuesto, ahora ya conocían la dirección del eje de giro de la Esfera, gracias a los informes del viaje anterior. La flota podría controlar mejor su aproximación.

Ojalá podamos controlar también mejor nuestro destino , una vez en el interior, pensó Yusuf.

Emitió un eructo cavernoso. Por fin la burbuja había acertado con el recto sendero.