LA FLOTA VI

La flota aliada se deslizaba a un cincuenta por ciento de la velocidad de la luz.

Desde las portillas de observación del Asura Nama se contemplaba un paisaje inalterable; parecían viajar por un negro túnel a cuyos extremos se arracimaban las estrellas. A proa, su color se había desplazado hacia el azul; a popa, se habían vuelto más rojas, como acero al rojo cereza. La luz no puede moverse más rápido que la luz; un fotón que choca con una retina que se mueve a gran velocidad en sentido contrario sigue moviéndose a la misma velocidad, aunque gana energía, desplazándose hacia el azul.

Lilith pasó horas enteras ante las portillas, imaginándose los fotones como pequeños y luminosos balines, cargados de energía, que azotaban su rostro en un etéreo viento silencioso que arrojaba su pelo hacia atrás.

Sin embargo, todo acababa por aburrirla. Al principio, cuando no estaba en su camarote viendo una película o leyendo, iba a visitar a Kot Dohin; pero se había cansado de oír el kitar. En ocasiones paseaba por los corredores hasta conocerlos de memoria, aprovechando la cómoda seudogravedad inducida por el giro. A veces hacía experimentos con la fuerza de Coriolis. Inventó un juego que consistía en introducir una pelota de goma en el interior de una cesta, que no se hallaba alineada en la dirección de caída. El juego se hizo famoso en el Asura Nama, y algunos de los marinos lo practicaron con tanta asiduidad que llegaron a ser verdaderos expertos. Pero Lilith ya había perdido el interés por el juego mucho antes.

La bióloga ya tenía experiencia en viajes espaciales, sabía que éstos resultaban más tediosos para los pasajeros que para la marinería, que tenían un trabajo que hacer.

Recordó entonces a alguien que quizás se encontrara tan desocupado como ella misma o Dohin. Por lo que sabía, los infantes de marina sufrían tanto de aburrimiento como los pasajeros; su misión no comenzaría hasta llegar al destino. Mientras tanto, desde el punto de vista de los marinos, pasajeros e infantes eran algo semejante al lastre.

De modo que la bióloga encaminó sus pasos hacia el sector del Asura Nama ocupado por la infantería, y se plantó frente al camarote del comandante Chan Zar.

Después de dieciocho meses de viaje, pensó, sólo busco a alguien con quien hablar… sólo eso. Dohin y yo hemos agotado todos los temas posibles, y además

Y además, y esto no se sentía muy dispuesta a admitirlo ni siquiera para sí misma, sentía una rara atracción por el ksatrya. Quizás fuera sólo un interés puramente académico por las culturas yavanas…

Esta vez llamó suavemente con los nudillos y entró al oír «¡Adelante!» Chan Zar estaba tras una estrecha mesa, y no pareció en absoluto sorprendido al verla.

—Doctora —saludó con una breve inclinación de cabeza, sin abandonar lo que estaba haciendo. Señaló hacia un asiento con una mano, y volvió a concentrarse en su tarea.

El ksatrya había llenado un largo vaso con un líquido ambarino. Junto a él tenía una bandeja repleta de hielo picado, en el que introdujo su mano, desenterrando a un pequeño y feo animalito, con aspecto de lagarto color gris.

Sostuvo al animal sobre el vaso, y con un fino estilete dorado le practicó una incisión en el cuello. Un espeso líquido verdoso goteó de la herida. Chan apretó hábilmente con los dedos, exprimiendo la glándula hasta la última gota. En el líquido ambarino flotaban ahora algunas nubes verdes que se iban diluyendo lentamente.

Lilith observó toda la operación, entre intrigada, interesada y asqueada. Chan Zar alzó la vista hacia ella.

—¿Le apetece una copa de akwavit de Krishnaloka? Destilado por los monjes Vendanenses, para la mesa de Su Divina Gracia —preguntó.

—¿Por qué no de ese brebaje que se ha preparado? —Lilith se sentía de ánimo retador.

—Es usted muy valiente, doctora —dijo el ksatrya con una seca sonrisa. Lilith se la devolvió.

—Simplemente me gusta probarlo todo.

—¿Todo?

—Todo.

Chan Zar se levantó y sirvió una copa del fuerte licor de Krishnaloka; preparado, se decía, según una fórmula secreta, que incluía un centenar de plantas aromáticas.

—Me temo que en este caso no va a ser posible; —suspiró de un modo que a Lilith le pareció poco sincero— esta bebida es tabú para las mujeres.

Le entregó la copa de akwavit a la bióloga. Tomó su propio vaso, elevándolo en un brindis burlón, y lo apuró de un trago. Lilith hizo lo mismo con el aromático licor. Si Chan Zar iba a jugar al macho dominante, ella no se hallaba dispuesta a dejarse impresionar.

—Eso es veneno de ragda, ¿verdad? —depositó su vaso sobre la mesa.— Por curiosidad, ¿estaba vivo?

—Sí, naturalmente. El ragda se aletarga con el frío, y sólo despierta cuando el hielo se funde en primavera.

Lilith asintió profesionalmente.

—Claro; de otro modo, el veneno no se conservaría. Pero ¿qué era el líquido ámbar?

—Plasma sanguíneo.

A pesar de su estudiada frialdad, Lilith estuvo a punto de vomitar el akwavit. Chan Zar rió estruendosamente, algo que Lilith jamás había visto hacer a un ksatrya.

—Relájese, doctora. Ya pasó el tiempo en que bebíamos en cráneos la sangre de los enemigos. Actualmente, la khora se prepara con plasma animal (debidamente esterilizado y libre de anticuerpos); sólo contiene unos pocos centimetros cúbicos de sangre humana por litro, procedente de donantes voluntarios.

—El progreso llega a todas partes —dijo Lilith.— ¿Qué sentido tiene beber ese… líquido?

—La khora es la bebida ritual que enardece el daksa y prepara al ksatrya para el combate; el veneno de ragda es mortal administrado por vía intravenosa. Sin embargo, sus efectos son más suaves cuando es bebido. Al principio, ligeramente euforizante; luego el efecto se desvanece, dejando una insensibilidad anestésica.

—Algo muy útil para un guerrero —observó Lilith, aún en su papel de cientifico objetivo.

—En efecto; y el plasma sanguíneo, como usted sabe, es una sustancia muy nutritiva; contiene agua, sales minerales, glucosa, proteínas. Se ha dado el caso de ksatryas que han permanecido semanas en su puesto de combate, alimentándose exclusivamente de khora.

—Ahora me explico por qué los ksatryas sois tan valientes; —dijo Lilith irónicamente— varias semanas bebiendo ese mejunje, harían desear la muerte a cualquiera.

Chan Zar frunció repentinamente el ceño. Aquello le había ofendido más de lo que Lilith había esperado.

Mujer, sería conveniente que no hablaras de temas que no alcanzas a comprender.

A su vez, Lilith enrojeció de ira ante el tono con que la había llamado «mujer», como si fuera una de sus hembras-vegetal.

—A esta «mujer» no podrá callarla fácilmente, ni cegarla, ni enterrarla en vida para que se dedique únicamente a la cría de cachorros ksatryas…

Chan Zar parpadeó sorprendido. Hizo un gesto conciliador.

—Ya le comenté en una ocasión que no estamos preparados para tratar a las mujeres como iguales. Es nuestra tradición y nuestro modo de educarnos. Ni siquiera los que, como yo, hemos viajado fuera de Ksatryaloka, pueden evitar caer en modos aprendidos durante la mayor parte de nuestra vida.

—Creo que no fue una buena idea venir aquí, comandante —Lilith habló con fría formalidad.

—Por una vez estamos de acuerdo, doctora —dijo Chan Zar, igualmente frío. Se sirvió un vaso de akwavit, sin ofrecerle a ella.

Lilith se levantó y se dirigió hacia la puerta, pero antes de abrirla se volvió de nuevo hacia Chan Zar.

—Ustedes son admirados por mucha gente del Imperio. Los nobles guerreros yavanas frente a los decadentes nagarakas perfumados, y todo eso. Representan el mejor ejemplo de virtudes castrenses, forman una auténtica sociedad-cuartel. Disciplina, camaradería, voluntad de sacrificio… todo esto unido a una actitud estoica y ascética ante a la vida. Qué error, ¿verdad? Qué gran error.

—¿Error? ¿A qué se refiere? —dijo el ksatrya sin comprender.

—¿Por qué están tan preocupados por el caso de Chait Rai?

—Ya se lo expliqué, ¿recuerda?

—Sí, aunque hay algo que me sorprendió luego, al pensarlo. ¿Por qué una reacción tan estudiada? Todos ustedes sabían lo que debían hacer con Chait Rai. Dígame, por favor, ¿tienen ustedes leyes que tipifiquen los delitos de deserción, sedición, traición, etc., con las penas adecuadas en cada caso?

—Por supuesto; —respondió rígidamente Chan Zar— un farman[73] dictado por nuestro Samiti, hace mil cuatrocientos años.

Sin proponérselo, Chan Zar había dejado escapar un detalle muy importante, como Lilith señaló de inmediato.

—Ah, entiendo. Hace mil cuatrocientos años. Eso es, más o menos, dos siglos después de la conquista del Límite. Cuando Ksatryaloka tuvo sus primeros contactos con el Imperio.

—No entiendo qué tiene que ver la fecha con… —el comandante frunció el ceño, sin comprender.

—Comandante, las leyes de una sociedad prohíben toda práctica que esa sociedad considera mala. Pero, para que haya una ley que la prohíba, antes debe existir la práctica…

—Cállese —la voz de Chan Zar era baja, aunque cargada de furia.

Lilith se detuvo un momento, pero continuó con igual intensidad.

—Creía que la suya era una sociedad de héroes anónimos. ¿Acaso el comportamiento de Chait Rai es excepcional? ¿Acaso tienen problemas de disciplina cuando sus héroes se alejan mucho de casa?

Lilith esperó, pero Chan Zar guardó un hermético silencio.

—Recuerde al infante que intentó violarme: el mundo exterior tiene muchas tentaciones —continuó la bióloga.— Y los ksatryas no están lo bastante curtidos como para resistirlas… porque nunca han tenido que sufrirlas. ¿Cuántos Chaits Rais han tenido ya? ¿Cuántos ksatryas optaron por romper las cadenas del pasado?

Chan Zar seguía en silencio.

—Muchos, probablemente —dijo Lilith.— Tienen un verdadero problema de disciplina, ¿no es así?

—Salga de aquí, doctora —las palabras salían una a una entre las apretadas mandíbulas de Chan Zar.— El daksa no me obliga a escuchar todas esas estúpidas elucubraciones de una mujer romaka.

Lilith salió dando un portazo. A pesar de todo, sonreía. Le encantaba decir la última palabra en una discusión.