LA FLOTA V

El Nrisimha no era exactamente un crucero de recreo. Sin embargo, la mesa del comandante es la mesa del comandante. La cena consistió en ensalada de camarones con salsa de yogurt; picadillo de carne y setas; cordero al horno, con guarnición de arroz con piñones y pasas, y como postre, un helado de mango acompañado de nata y jalea de limón.

—El jefe de cocina se ha superado a sí mismo —dijo Yusuf, tomando un sorbo de té. Le gustaban aquellas reuniones. La monotonía de los días sólo se veía interrumpida por las conversaciones de sobremesa.

—Ya puede usted decirlo —dijo el almirante Paryagat—. El comandante Zalfiqar no tiene problemas en caminar por un planeta de baja gravedad: le basta con cinco o seis comidas para adquirir el peso suficiente.

Una carcajada remató la frase. Los oficiales reunidos parecían salir de un salón aristocrático; llevaban sus formales uniformes blancos y las caras pintadas de verde pálido, cian, magenta, o kaki. Yusuf, al contrario, era el único que no llevaba pinturas corporales. Aquellos rostros parecían salirse de las normas de indumentaria de la Marina.

Cuando se lo preguntó al almirante, éste sonrió.

—Se trata de una tradición de la III Flota; siempre se nos permite más libertad en cuestiones de adorno… ¿conoce la historia?

—Me temo que no, almirante, aunque me gustaría conocerla.

—Verá, la costumbre se remonta a hace dos mil años, durante el intento de usurpación de Grodna Golgonoza, cuando lanzó su célebre ataque sorpresa durante el Vedi. La flota tuvo que partir en medio de una fiesta, todos los marinos con sus mejores galas, y no tuvieron tiempo de quitarse los maquillajes… entonces era una auténtica tintura de piel, muy difícil de borrar. De modo que entraron en combate y ganaron una batalla pintados de colorines. En honor a su heróico servicio, se les autorizó a ir pintados al combate. Ya verá usted los diseños; cada uno se esfuerza en lograr unos efectos más terribles. La flota parecerá llevar una tripulación de caníbales.

Se sirvió una copa de aguardiente de manzana. Yusuf no dijo nada; aquello acababa de recordarle el objetivo de aquella flota. Pintados o no, los colmeneros no se dejarían impresionar, probablemente.

El almirante se dio cuenta.

—Y… ese lugar al que vamos. He oído decir que hicieron ustedes descubrimientos extraordinarios sobre el origen de la humanidad.

—Así es; —se animó Yusuf— para un biólogo, la Esfera es un paraíso.

—Pero entonces, ¿es cierto lo que se dice sobre la evolución y eso? —apuntó el comandante Zalfiqar—. Recuerdo que los acaryas se enfurecen cada vez que se nombra el tema.

—El viaje anterior nos dio las pruebas que nos faltaban —afirmó Yusuf—. Ya no tenemos dudas; la vida bhutani, incluyéndonos a los humanos, no se desarrolló en Akasa-puspa, sino que se originó en la Tierra… y en la Galaxia. Luego, Akasa-puspa capturó la Tierra, y la humanidad se esparció por nuestro cúmulo.

—¿Pero los antiguos humanos llevaron también animales, plantas, todo eso? Resulta difícil imaginarse que se tomaran tanta molestia —dijo el almirante.

—Oh, claro que se la tomaron —dijo Yusuf—. Para empezar, debían llevar con ellos plantas alimenticias y animales domésticos, ¿verdad? Pero no era sólo eso. Iban a colonizar planetas sin vida, totalmente estériles. De modo que tuvieron que llevar consigo microbios del suelo.

»Muchas plantas necesitan insectos que polinicen sus flores. Y hay insectos del suelo que descomponen los restos vegetales. Por supuesto, también tuvieron que llevarse plancton para los océanos. Para producir oxígeno, y para alimento de los peces. Y también plantas textiles, tintóreas, árboles maderables, plantas medicinales… por no hablar de plantas de adorno o animalitos domésticos criados por gusto. En fin, tuvieron que trasplantar auténticos ecosistemas. La mayoría de los seres vivos dependen unos de otros para sobrevivir. Se equilibran.

—Y, una vez llegados a un planeta habitable, los microbios e insectos y esas cosas crecerían sin control.

—Sí, lo que exigía introducir depredadores para controlarlos.

—No obstante, —dijo el teniente Valadeva— hay planetas que nunca han sido habitados por humanos. Y en ellos hay vida bhutani.

—Esos fueron los fracasos —rectificó Yusuf—. Lugares en donde la biosfera importada no logró establecerse de la manera esperada, y los colonos murieron. A pesar de esto las especies introducidas sobrevivieron; buscaron nuevos equilibrios. Muchas plantas cultivadas o animales domésticos se volvieron salvajes de nuevo, encontrando nichos ecológicos vacíos, y se diversificaron en cientos de especies, ocupándolos.

—Se me ocurre —dijo pensativo el teniente Jilath, oficial artillero— que pudieron aprovechar para dejar en casa las especies más peligrosas.

—Está usted en lo cierto —dijo Yusuf—. Pero los animales más peligrosos no son siempre los más grandes. Porque hubo otra colonización, esta impremeditada: huevos de insecto, esporas, o semillas, llevados inadvertidamente por los humanos, en sus ropas, cuerpos, calzado, etc. Toda la vida bhutani tiene este origen: organismos llevados por el hombre, voluntariamente o no.

—¡Vaya! —exclamó el comandante Zalfiqar—. ¿No se les ocurrió esterilizarse antes de partir de la Tierra?

—Lo hicieron, —respondió Yusuf— pero no bastó. Es muy difícil esterilizar un cuerpo humano sin matarlo. Llevamos un verdadero zoológico de bacterias en la piel, boca, intestino… el hombre, sabiéndolo o no, es el mayor agente propagador de vida.

—Eso es verdad —corroboró el teniente Oggiana, oficial médico—. Incluso con las precauciones y cuarentenas que se toman modernamente en las babilonias del Imperio, siempre hay enfermedades que pueden esparcirse de un planeta a otro. Es el principal problema médico de una nave espacial: enfermedades poco familiares en cada lugar que tocamos.

—Y, si alguno de ustedes es coleccionista de mariposas, insectos o plantas, —añadió Yusuf, de un humor más ligero— los alrededores de las babeles son un sitio estupendo para cazar especies exóticas.

Una risa discreta acompañó la declaración del biólogo.

—¿Y su viaje a la Esfera les permitió comprobar todas esas cosas? —preguntó el teniente Amridar, segundo oficial.

—En efecto. Allí encontramos no sólo pruebas fósiles de la antigüedad de la vida bhutani, sino especies que llenan los huecos entre nuestras especies. Este era uno de las principales objeciones a la teoría de la evolución.

El teniente Amridar miró su reloj.

—Con su permiso, mi comandante, debo abandonarles; mi guardia empieza dentro de cinco minutos —se puso en pie, saludando.

—Vaya, teniente Amridar, y que tenga buen servicio —contestó el comandante Zalfiqar.

El teniente Amridar se retiró. El oficial médico dijo alegremente:

—Bueno, señores; ¿qué me dicen de una partida de yoket?