—¿Qué sabes del comandante Azmeri? —preguntó Lilith a Kot Dohin.
Hacia el décimo cuarto mes de viaje (tiempo de a bordo), Lilith ya se hallaba harta del confinamiento. Trataba de matar el aburrimiento conversando con Dohin, aunque últimamente sus conversaciones tendían a repetirse.
Lilith y Kot eran los únicos ocupantes de la sala de recreo, y estaban mirando sin el menor interés la pantalla del televisor. Se estaba proyectando una deleznable película de aventuras titulada Los piratas del planeta sangriento (o tal vez fuese El planeta de los piratas sangrientos ). Finalmente Lilith lo apagó. Pero el título le había recordado algo que había oído; un rumor lo bastante raro como para interesarla.
Kot Dohin era aficionado al kitar, y se distraía tocando música, cosa que le ayudaba a pasar el tiempo. Pellizcó una cuerda.
—¿A qué te refieres? —preguntó. Lilith vaciló.
—He oído rumores…
—¿Rumores? ¿De qué clase?
—De que… —señaló la pantalla apagada—. Bien, de que ha sido pirata.
—¿Pirata? —Dohin se echó a reír—. ¿Crees que va a secuestrarnos y pedir un rescate?
Lilith resopló. Un año y dos meses confinada en aquella lata de conserva la afectaban más que a sus compañeros.
—No, eso es absurdo. ¿Podría sobornar a todos los oficiales de la flota para desertar? Aparte de que… bueno, ¿quién sería el tonto que pagase por dos cientificos? Es sólo curiosidad femenina.
Dijo esta última frase con especial ironía.
—Bueno, querida; —dijo el físico, apretando una clavija— vivimos tiempos revueltos y la frontera entre la ley y el delito es tan vaga como… la interfase líquido-gas en el punto crítico. Yo también lo he oído; quizás conocerías la respuesta si hablases más a menudo con los oficiales.
Lilith no contestó de momento.
—Ser una de las pocas mujeres a bordo —dijo al fin— exige tacto y diplomacia.
—Y tú no te destacas por eso, precisamente; —se burló Dohin— aún recuerdo con qué «tacto y diplomacia» arreglaste el asunto del infante… bueno, bueno, no te enfades…
Pellizcó otra cuerda y continuó.
—En cuanto al comandante, lo que yo he oído decir es que fue corsario, no pirata, al servicio de Kharole. Tuvo mucha fama en su ambiente, según se dice; fue uno de los pocos que logró robar una nave de fusión del Imperio. Kharole lo seleccionó porque es el único de sus oficiales con experiencia en esta clase de naves.
»De todos modos, se trata de un asunto que nadie prefiere indagar muy a fondo. Tengo la impresión de que mis informantes tampoco tienen la conciencia muy limpia; recuerda que el Imperio concede también patentes de corso.
—¿Qué diferencia hay entre un pirata y un corsario? —preguntó Lilith.
—Un pirata es el que asalta a mano armada naves espaciales, para robarlas y secuestrar a tripulantes y pasajeros. Un fuera de la ley.
»Un corsario, a diferencia de un pirata, está dentro de la ley. En teoría, una nave corsaria es una nave mercante armada que hostiliza el tráfico enemigo. La patente de corso le autoriza a incautarse de bienes o retener súbditos enemigos, a cambio de una parte del botín. El resto pertenece al estado que otorga la patente.
Lilith se sentía asqueada.
—«Incautarse» en lugar de «robar». «Retener» en lugar de «secuestrar». ¿Hay diferencia real? Resulta difícil de creer que un Imperio civilizado…
—Ah, Lilith, tú y yo vivimos y trabajamos en torres de marfil con aire acondicionado —suspiró Dohin—. Estoy enterándome de cosas increíbles. A nadie le gusta admitirlo; sin embargo, piénsalo un momento…
»Supón que gobiernas un planeta y estás en guerra con otro planeta, y no tienes suficientes naves de guerra, ni dinero para pagarlas. ¿Qué haces si un armador se te queja de sus pérdidas, debido a que una nave enemiga le ha confiscado un cargamento?
»Pues esto: le concedes lo que llaman una “comisión de represalia”, que le autoriza a saquear a un mercante enemigo. Tú recaudas como impuestos un diez o un quince por ciento del valor del cargamento requisado; la “pobre víctima” se resarce del robo, y causas daño a la economía enemiga sin necesidad de mandar allí a tus tropas y sin gastar un solo karmi. ¡Todos contentos!
—Excepto los armadores del mercante enemigo desplumado —contestó Lilith.
—Oh, claro. El armador enemigo irá a su gobierno, pedirá otra comisión de represalia y, bueno, ya está montado el cisco. Ante el creciente deterioro de la economía, ambos gobiernos abren la mano y conceden patentes de corso a todo el que la pide. Y los capitanes mercantes descubren que el corso es una actividad lucrativa, hasta que un buen día… ¿qué hace un capitán corsario cuando escasean las naves enemigas y él tiene que pagar sueldos, víveres, mantenimiento, derechos portuarios y todo eso? Las naves son caras.
—Hace de tripas corazón y se dedica a robar las naves de su bando. ¡Kamsa y Putana!
—Exacto. Siempre puede encontrar una excusa. Digamos que uno de tus capitanes corsarios ha capturado una nave; examina sus documentos y la lista de embarque. Descubre que la nave apresada está matriculada en el planeta A, el cargamento pertenece a un súbdito del planeta B, el capitán es del planeta C, la tripulación es del planeta D, y la nave pertenece a un armador del planeta E… según sean las relaciones diplomáticas entre tu planeta y A, B, C, D y E, el apresamiento será legítimo o no. La cuestión jurídica puede complicarse mucho; los abogados que entienden de estos pleitos se compran magníficos palacetes en mandalas de recreo.
Lilith se hallaba atónita. No sospechaba la existencia de todo este turbio submundo.
—Increíble. Así, los corsarios legales se convierten gradualmente en piratas ilegales.
—Y la frontera puede cruzarse en ambas direcciones. ¿Qué ocurre si los piratas se dedican a expoliar a toda nave que pescan? Puedes atacar sus bases… si tienes naves y tienes paz con tus vecinos. Si no, puedes concederles patentes de corso a cambio de que no te ataquen, legalizando su situación y haciéndote con una flota mercenaria. Y, si de vez en cuando saquean uno de tus mercantes, bueno, qué se le va a hacer…
»O, si tu economía te lo permite, puedes ofrecerles una amnistía y alistarlos en tu bando como marinos de guerra regulares, con paga. Que es lo que ha hecho Kharole, aunque también lo hemos hecho nosotros muchas veces.
—Pero ningún corsario vende su botín en un planeta o mandala civilizados. Vamos, creo yo.
Dohin rasgueó las cuerdas.
—Estás en lo cierto. La piratería y el corso son asuntos fronterizos. Donde el olor a mierda no llega a las finas narices de la capital. Los piratas sólo van a las grandes capitales bajo nombre falso, cuando se han forrado bien (cosa que sucede raras veces; la piratería no es un negocio demasiado boyante), y allí blanquean su dinero. O los llevan cargados de cadenas, para ser ahorcados —Dohin soltó una risita—. En algunos casos han ocurrido ambas cosas.
—Pero los adhyaksas fronterizos…
—Ellos son los menos interesados en acabar con la piratería. Los planetas de la periferia a menudo están demasiado aislados, más aún las mandalas; necesitan productos o materiales que no pueden conseguir por sí mismos. Y existen contrabandistas que compran el botín a precios razonables. El contramaestre de una nave pirata, que es quien lleva la contabilidad, tiene sus contactos.
—Ya veo; igual que los ladrones y los peristas.
—Eso es. De modo que, si a un planeta llega una nave con la bodega llena de miniordenadores, por ejemplo, y no ha cometido actos de violencia en ese lugar… los barandas locales extienden la mano, miran hacia otro lado, y se cuidan mucho de hacer preguntas embarazosas.
—Y la mierda se sigue acumulando —exclamó Lilith—. ¡Qué desfachatez!
—No los culpes demasiado. A menudo se trata de planetas dejados de la mano de Dios, donde el sueldo de los mahamatras y adhyaksas es pequeño, les llega tarde, o no llega. En ese caso, la honradez es un lujo muy costoso.
—¿Y nadie tiene interés en acabar con la piratería? ¿Nadie?
—No tanto. Los días de los piratas están contados sólo con la paz, cuando las naciones están interesadas en su desarrollo comercial. Los anteriores adversarios se ponen de acuerdo en atacarlos. Las flotas de guerra destruyen sus escondrijos y escoltan a los mercantes; y un pirata en sus cabales no ataca a una nave de guerra.
»Por otro lado, en tiempo de paz se puede combatir mejor la corrupción administrativa. Sin botín que robar y, lo que es peor, sin protectores, los piratas quedan en la miseria. Incluso puedes contratar a algunos para que liquiden a sus antiguos compinches, por un precio módico.
»Así que —concluyó Dohin, pulsando suavemente otra cuerda— no te escandalices mucho por la carrera de algunos oficiales de esta flota, porque la gente que tapó sus fechorías tiene más culpa. Piensa en ellos como en simples mercenarios.
Espero que no sean como Chait Rai, pensó Lilith. Luego tuvo un pensamiento que le hizo reír.
—¿Qué te hace gracia? —dijo asombrado el físico.
—De niña, yo quería ser pirata cuando fuera mayor —explicó Lilith, aún riendo—. Comisiones de represalia…, documentos de la nave…, listas de embarque…, contabilidad del botín…, nunca sospeché que ser pirata llevara tanta burocracia.