A los noventa y seis días de la partida de la flota, se produjo la cita con el rickshaw. Lilith y Dohin observaron el acoplamiento desde el puente del navío de línea imperial Asura Nama.
El rickshaw apareció como un punto diminuto sobre la negrura del espacio intergaláctico. En estos momentos, la velocidad de la flota era de un cuarto de la de la luz, la misma que la de un rickshaw; uno y otra se aproximaban con lentitud calculada.
Aquella hazaña impresionaba a Lilith; recordar que una colisión con un cuerpo en reposo, aunque fuera un grano de arena, liberaría tanta energía como una bomba de fusión… Lilith no sabía las suficientes matemáticas para calcularla, y temía preguntárselo a Kot Dohin. Debía confiar en el blindaje antiabrasivo del Asura Nama y las defensas láser para cuerpos mayores.
Pero el pensar en la velocidad le trajo otra idea a la mente.
—Kot, —preguntó a su compañero— ¿qué hay de la relatividad? ¿Cuál es ahora nuestro atraso?
—¿Atraso? Bueno, —Dohin, siendo físico, no podía aceptar aquella forma descuidada de expresarlo— no estamos ni atrasados ni adelantados respecto a nada, porque no hay forma de ponernos de acuerdo con un observador en Cakravartinloka (supongo que a eso te refieres) sobre qué momento es «ahora»… —advirtió un imperceptible resoplido de la bióloga—. Pero, respecto a un observador en Cakravartinloka, un segundo para él equivale a…
Calculó con su ordenador de bolsillo.
—… 0'97 segundos de tiempo de a bordo. Pero igual podíamos decir lo mismo a la inversa, ya que la inexistencia de la simultaneidad…
—Gracias —Lilith le estrechó el antebrazo para suavizar su rudeza.
—Si quieres saber nuestro «atraso» como dices, multiplica el período que sea por 0'97. Un mes es unos.. —calculó de nuevo— veintinueve días. Cuando alcancemos nuestra máxima velocidad, el factor será 0'87.
—Y cuando volvamos, ¿cuál será el deslizamiento temporal? —preguntó Lilith.
—Es difícil de decir, porque la velocidad no es constante. Si quieres puedo hacer la integral.. —alzó su ordenador de bolsillo.
—No, gracias, no te molestes.
—No es necesario —esta vez era el comandante Azmeri, sentado en el sillón de mando—. Ya lo hemos calculado. Si seguimos el plan de vuelo previsto, nuestro cronómetro atrasará cinco meses y unos veintiséis días, aproximadamente, según nuestra «Kavih Yantra[65] 3600».
El comandante palmeó con afecto la terminal del ordenador.
—Cosa que resulta muy conveniente; —añadió, con una sonrisa— porque la paga se computa en tiempo de la base. Casi medio año estándar de sueldo extra. Por eso, en los viajes de alta aceleración, no se dan primas de servicio peligroso.
Los oficiales de puente emitieron una risa cortés. El comandante continuó:
—Miren aquí, esto les interesará.
Señaló una «ventana» en la pantalla, en la que aparecía una esfera luminosa dibujada por ordenador. La mitad era azul, la otra roja, y un cinturón blanco las separaba. El azul y el rojo palidecían en las proximidades de esta banda blanca.
—¿Saben lo que es eso? —ambos cientificos negaron—. La imagen es en falso color. Nuestros ojos no pueden verla, pero es la radiación de fondo.
Dohin silbó. Lilith sabía lo que era: una tenue emisión de microondas, residuo de la «Gran Explosión» que dio origen al Universo.
—¡Y nuestra velocidad la desplaza al rojo o al azul! —gritó excitado Dohin—. Es fantástico.
—En efecto, y muy útil —dijo el comandante—. Nos proporciona un punto de referencia para medir nuestra velocidad con gran exactitud.
—Desde luego; —completó Dohin, dirigiéndose a Lilith— el desplazamiento al rojo o al azul depende de la velocidad. Y la casi total isotropía de la radiación de fondo proporciona un sistema de coordenadas independiente del movimiento de las estrellas. ¡Extraordinario!
Lilith apenas pudo seguir la explicación de Kot.
—La Marina ha hecho un gran trabajo con la intercepción del rickshaw —dijo.
—Ya puede decirlo —dijo el comandante Azmeri—. Calcular la órbita de un rickshaw y ajustar la nuestra a la suya, teniendo en cuenta los límites de precisión de los instrumentos, es muy difícil. Y no digamos hacer todos los cálculos corregidos para nuestro tiempo relativo… Un pequeño error nos habría alejado tanto que no podríamos detectar al rickshaw.
»Pero sólo nos corresponde parte del mérito. Los matemáticos banjaras hicieron la mayor parte del trabajo previo.
—Son ellos quienes poseen los mejores matemáticos del Imperio, —añadió Dohin— y los mejores ordenadores. Ya quisiera yo disponer de algo parecido.
Quizás porque no se hallaba directamente interesada por la astrofísica, Lilith creyó entender que las palabras del comandante ocultaban algo.
—¿Ha colaborado la Marina Imperial antes con ellos? —preguntó, afectando indiferencia.
—Oh, claro; —repuso el comandante— esto de aproximar dos naves que se mueven a una fracción de luz, es un juego que la Marina Imperial ha practicado muchas veces. Es el único medio de abastecer una nave de fusión en territorio hostil. Claro, no es algo que vaya difundiendo a los cuatro vientos…
—Entiendo. Comandante, ¿es posible que yo visite el rickshaw?
El comandante Azmeri carraspeó, no deseando contrariar a sus visitantes.
—Doctora, trasvasar la carga y el combustible es un proceso engorroso. Los hombres están muy ocupados. No sería…
Hizo un gesto de impotencia.
—Oh, disculpe; —cuando Lilith decidía ser diplomática, era suave como la miel— pero quizás no le hayan informado de que yo participé en la investigación de los rickshaws destruidos. Y también el doctor Dohin.
—¡Ah! Claro, ese es uno de los motivos por el que están ustedes aquí.
—Exacto —sonrió Lilith—. Desde entonces no han habido más destrucciones. Pero quisiéramos comprobar la eficacia de mi… llamémosle vacuna.
Sin darle importancia, Lilith hablaba en plural, dando a entender que quería a Kot Dohin a su lado. Continuó.
—Por otro lado, conozco a esos bichos. Los he estudiado mucho tiempo. Si por casualidad está infectado, sería peligroso para sus hombres. Podemos reconocer el grado de peligro, si lo hay.
—No se hable más; —se decidió el comandante— daré orden de que dispongan mi chalupa a sus órdenes. ¿Tiene usted entrenamiento EV[66]? Oh, desde luego, ya recuerdo. Bien, dispónganse para dentro de dos horas.
La chalupa era un típico transbordador estándar BG/SA (baja gravedad, sin atmósfera). Tenía forma de un poco estético lagarto de cabeza triangular, con cuatro cortas y gruesas patas, que eran los cohetes de aterrizaje y control de actitud. El cuerpo era un módulo intercambiable, en este caso para transporte de personal. En la popa se encontraba el pequeño y potente impulsor iónico.
El piloto era un marino especialista, un hombre delgado y de piel marrón-negra. Lilith conocía bien este tipo de vehículos, que había utilizado durante su trabajo con los rickshaws siniestrados y los juggernauts, y en diferentes mandalas antes y después; por ello se acomodó en el puesto de copiloto.
A través de las ventanillas, pudo ver un gran número de naves auxiliares de diferentes tipos que se dirigían al rickshaw: gabarras espacio-espacio, con o sin motor, remolcadores, bombeadores, portatubos, otros transbordadores similares a la chalupa…
Frente a las navecillas se extendía el más impresionante producto de la tecnología imperial: un rickshaw, una nave automatizada de un kilómetro de largo, equipada para el transporte de diversos cargamentos: sólidos, graneles, líquidos, gases licuados… cualquier cosa imaginable. No llevaba motor principal, sólo pequeños impulsores iónicos para el adrizamiento.
El pequeño cilindro fue creciendo y creciendo hasta llenar la portilla: un enorme muro de metal, que no obstante se doblaría bajo su propio peso en gravedad normal.
La chalupa sobrevoló el casco del rickshaw como si fuera la superficie de una luna. Los pequeños detalles, invisibles a distancia, eran enormes portalones y grúas que desestibaban la carga, según las instrucciones del ordenador del rickshaw. Frenar los contenedores de mercancías era asunto del sistema planetario de destino, mediante una combinación de velas de luz y lásers con base asteroide. De allí se enviaban a los consignatarios receptores.
El piloto se posó en un punto del casco. Varias naves se habían posado cerca o iban a hacerlo.
—Aquí ya pueden salir, doctora —dijo el marino—. Llamaré al teniente…
—No hace falta, gracias —le cortó Lilith—. Conozco los planos de un rickshaw, aunque nunca he estado en uno.
—Pero…
—No se preocupe. Si necesito ayuda, llamaré por radio.
El marino pensó un momento.
—De acuerdo, doctora. La oirá alguno de los nuestros. Hay algunos cerca de esta zona.
—Gracias. ¿Cómo entramos? —dijo Lilith.
—Es fácil. ¿Ve usted esa escotilla? Se abre manualmente.
Lo suponía, pensó Lilith.
—Vamos, Kot, a equiparnos.
Los cientificos se cubrieron la piel con el spray de trajes: un líquido que se solidificaba y extendía como una delgada cutícula semitransparente; una segunda piel resistente al vacío, y un casco esférico. Se cubrieron con monos térmicos sobre la espuma sólida, ya que el rickshaw se encontraba sólo a unas decenas de grados absolutos. Mientras se colocaban los tanques, Lilith oyó al marino hablar por radio.
Ya protegidos, abrieron la pequeña cámara de aire de la chalupa. Lilith y Dohin flotaron sobre el casco del rickshaw, sujetos con sus arneses de seguridad.
La escotilla se abrió sin dificultad. Una bocanada de helio les empujó levemente, y entraron a través de la pequeña esclusa en una enorme y bien iluminada bodega. Se hallaba subdividida en un laberinto de pasarelas y cubiertas constituidas por un débil entramado de alambre: por supuesto, el rickshaw nunca aceleraba a más de un centésimo de «g», ni se encontraba sometido a gravedad. Aquellas cubiertas no necesitaban soportar el peso de la carga.
Un marino flotó hacia ellos, impulsándose con una pistola de gas.
—Ah, teniente… Jasagar, no debía haberse molestado.
—No es molestia —dijo el oficial—. Es nuestro deber asegurarnos de nuestros invitados.
—Gracias. ¿Puede guiarnos? Creo que estamos en la bodega número cuatro. Carga embalada. Pero es un laberinto.
—En efecto —dijo Jasagar, con leve asombro—. Es fácil perderse si se desconocen las indicaciones. Bien, ¿necesita algo?
—¿Qué están descargando aquí?
—Desestibando —rectificó suavemente Jasagar—. Sacar la carga fuera del casco de una nave es desestibar; bajarla al terreno es descargar. Estamos desestibando provisiones.
Señaló a un grupo de marinos que hacían descender un enorme tractor-waldo. Como la máquina no tenía peso, un grupo de marinos la hacían bajar tirando con poleas. La escena era levemente cómica: el tractor parecía un dirigible de grotesca forma.
Dohin parecía divertido.
—Provisiones congeladas a diez grados absolutos. ¿Cómo las descongelan? Si les echan agua hirviendo…
—Si hay cintamanis en este rickshaw, —interrumpió Lilith— deberían estar aquí. Materia rica en carbono.
El oficial miró aprensivamente en torno. Incluso Kot Dohin lo hizo, pese a que él ya se hallaba familiarizado con aquellas increíbles criaturas del vacío.
—Pero antes veremos si está «vacunado».
Sacó el instrumento que había preparado: un diminuto cromatógrafo de gases, un aparato compacto y sensible, capaz de identificar un millar de compuestos distintos en concentraciones mínimas. El oficial miraba con interés.
El cromatógrafo presentó una serie de lecturas en su monitor.
—Helio, por supuesto. Noventa y nueve por ciento… —leyó la biólogo—. Pero lo interesante es el uno por ciento. ¡Ah, aquí está!
El aparato mostraba, entre otras la línea:
ADXN con hipoxantina.... 1.3E-10
—No hay mucho; —dijo Jasagar— una parte entre diez mil millones.
—Basta con eso —aseguró Lilith—. El rickshaw está protegido. No obstante, mejor será buscar cintamanis encapsulados. Por favor, teniente, guíenos.
—¿Qué se supone debemos buscar? —preguntó Jasagar.
—Objetos del tamaño de los dos puños, con facetas geométricas, de color gris ceroso —le informó Lilith—. Hay que tener los ojos atentos.
Flotaron por aquel laberinto; colosales estanterías de varios metros de alto separaban cajas de tres o cuatro metros de lado. Los corredores eran bastante amplios, para permitir el paso de máquinas. Lilith tenía la sensación de ser una mosca volando en un supermercado de gigantes.
Las cajas estaban preparadas para soportar el vacío, y los embalajes se hallaban «paletizados en origen»: en sus bases habían una especie de listones paralelos a las propias bases de las cajas, con una separación de un decímetro; de este modo, las horquillas elevadoras podían aferrarlas y manipularlas sin la intervención del brazo humano.
Muy opuesto a la tradición de la Marina, pensó divertida Lilith. De repente vio moverse algo sobre ella: una especie de araña de metal, colgada de un riel.
—¿Qué es eso? —exclamó.
—Oh, un simple robot de inspección —Jasagar se sentía divertido ante su sobresalto—. Se encargan del mantenimiento del rickshaw. ¿No lo sabía?
—No me acordé —dijo Lilith.
—Lástima que no le podamos preguntar si ha visto cintamanis últimamente —dijo Kot Dohin. Aquello hizo recordar al teniente Jasagar lo que le inquietaba.
—Bueno, los robots nos ignorarán. Sigamos.
Inspeccionaron aquellas enormes cajas, arriba y abajo. Lilith pensó que había pocas probabilidades de encontrar cintamanis. Había miles de rickshaws. Las probabilidades eran increíblemente pequeñas.
Pero algo le decía que aquel rickshaw llevaba «polizones». Quizás era instinto femenino.
—¿Hay muchas bodegas como esta? —preguntó impaciente Dohin.
—Quince, aunque once de ellas son tanques de hidrógeno licuado —fue Jasagar quien contestó—. No es recomendable entrar, sólo meteremos un robot bombero de control remoto.
—¿Qué pasa, temen que se incendie? —se sorprendió Dohin.
—¿Sin oxígeno? —rió el teniente—. No me ha comprendido. El robot bombero es el que revisa o maneja las bombas. Para bombear el hidrógeno líquido, o trasvasarlo a otro tanque para mantener equilibrada la nave.
—¡Ah! —dijo el físico, ligeramente avergonzado ante la plancha.
Siguieron inspeccionando, mirando con atención en torno suyo. De repente, Jasagar dijo:
—¿Qué es eso? —con voz más aguda de lo que hubiera deseado.
«Eso» era unas cajas sobre las que había incrustados unos objetos sospechosos… los «objetos del tamaño de los dos puños, con facetas geométricas, de color gris ceroso» que había descrito Lilith. Debía haber un centenar.
—Cintamanis —confirmó Lilith.
—Pero… entonces… —dijo Jasagar—, ¿está infectado?
—No. La sustancia que hay el la atmósfera del rickshaw, el ADXN, lo mantiene inactivo —dijo Lilith
Despegó uno con la mano y lo golpeó contra la pared, rompiéndolo en mil pedazos.
—¿Lo ve? Si estuviese activo, parecería una gelatina gris, viscosa, que destruiría todo a su paso con un potente ácido.
Jasagar no parecía hallar convincentes las palabras de la bióloga, que añadió:
—Me alegra comunicarle que el paciente está salvado. Teniente, nosotros sacaremos a estos bichos de aquí, y mientras, sugiero que inspeccione las cajas antes de que las carguen (o estiben) en la flota, para que no nos llevemos una desagradable sorpresa. Nuestras naves no tienen ADXN en su atmósfera. Ahora que ya sabe cómo son…
Jasagar asintió.
—Desde luego. Instruiré a mis hombres, y les mandaré un robot para que les ayude con esto, aunque… cuando quieran regresar, sigan las indicaciones. Las flechas amarillas señalan la proa, las verdes hacia el exterior del casco. Rodéenlo, y no tardarán en hallar alguna escotilla. Están numeradas. Si tienen problemas…
—Llamaremos. Gracias —dijo con voz cálida Lilith—. Creo que no tendremos problemas. Recuerdo el número de la escotilla por la que entramos.
El teniente Jasagar voló en dirección a sus hombres. Lilith examinó una de las cajas.
—Vamos, Kot, hay que sacar esta porquería.
Los cintamanis habían llegado a corroer parte del embalaje, antes de quedar inactivados. Varios paquetes que contenía se hallaban también corroídos. Lilith cogió uno y miró la etiqueta.
—Menos mal que sólo son unos pocos —comentó alegremente Dohin—. Gracias al «Jarabe Milagroso de la doctora Firishta», prodigiosa cura para naves espaciales enfermas de «cintamanitis aguda». Siempre he pensado…
—Kot: —dijo Lilith, con más aspereza de la necesaria— recuerda que tus comentarios jocosos los oye por radio la mitad de la tripulación, y me temo que los estamos distrayendo en su trabajo. Piensa en silencio. O mejor, desconecta el transmisor y enchufa el cable a mi radio.
—Oh —la biólogo hacía justamente eso. Algo sorprendido, Dohin lo hizo también.
Una vez unidos, como dos hermanos siameses que compartieran el cordón umbilical, el tono de voz de Lilith se volvió grave, casi acusador:
—¡Lo sospechaba! Kot, mira esta etiqueta.
El físico lo hizo, perplejo. Decía:
SERVICIO DE INTENDENCIA DE LA MARINA IMPERIAL
Contenido:
HAMBURGUESAS CON SALSA AGRIDULCE (2 unidades)
Composición:
Agua: 10 %
Peso seco (sin cenizas)
Hidratos de carbono: 50,15 %
Grasas: 10,20 %
Proteínas: 39,64 %
Vitaminas: 0,01 %
Peso: 235 gr.
Contenido energético: 6,2 Kcal/gr
Fecha de envasado: 4590 dfi.[67]
—No acabo de entender… —dijo Kot—. A no ser que nos encontremos ante una mente sádica y pervertida. ¡Hamburguesas con salsa agridulce! Deberíamos dejarlo a los cintamanis. Nunca invadirían otro rickshaw.
—Por favor, Kot, estoy hablando en serio —dijo irritada Lilith—. Mira la fecha de envasado. Este paquete tiene cuatrocientos años.
—Más a mi favor. Condenar a nuestros much.. —Kot abandonó su ironía—. Pero si esta expedición… Un momento, ¡tiene que ser un error! Quizás se traspusieron el 9 y el 5.
—¿Y esto? —Lilith sacó otros paquetes de comida—. Pollo con arroz pilaf. Envasado en 4585. Ensalada de pescado: 4579. Es toda la partida. ¿Te das cuenta? —exclamó triunfante Lilith—. El Sistema Cadena no es una simple vía comercial.
—¿Y todo eso lo acabas de descubrir en un momento? —Dohin estaba estupefacto.
—Empecé a sospechar cuando el comandante Azmeri nos habló de sus «jueguecitos» con los banjara. Entonces pensé… ¿cómo no se te ocurrió a ti antes? —exclamó irritada—. ¿Abastecer dos rickshaws en tan pocos meses? ¿Moviéndose a un cuarto de luz? ¡Por Kamsa, tú eres el físico, no yo!
—¡Kamsa y Putana! —fue el turno de exclamar de Dohin—. Todo encaja. ¿Cómo mantener sometidas las provincias? Con naves de fusión. Pero éstas necesitan hidrógeno enriquecido en deuterio. ¿Cómo conseguirlo en el espacio yavana, o el espacio angriff?
Agitado, Dohin siguió pensando en voz alta.
—No conocen la fusión controlada. Se las arreglan con veleros de luz. De modo que… el Sistema Cadena es una inmensa tapadera, de algunos rickshaws que son transportes militares. ¡Una idea brillante!
—Las naves ni siquiera tienen que decelerar para abastecerse —continuó Lilith—. Y eso pone a los rickshaws a salvo. ¿Qué enemigo del Imperio puede interceptar un objeto moviéndose a un cuarto de luz?
—Ninguno —afirmó Dohin—. ¿Cuántos rickshaws de éstos crees que hay? ¿Uno entre cinco? ¿Uno entre tres?
—No lo sé. Lo que sí está claro es que hemos descubierto el secreto militar mejor guardado del Imperio. Mejor guardado que los microchips, la fusión controlada o las armas de haz de particulas —la mujer rió—. Eso explica muchas cosas. ¿Por qué todos se pusieron tan nerviosos cuando fue destruido el primer rickshaw?
Dohin no respondió. Todo un Imperio estelar temblando porque un animalejo de menos de cien gramos de peso había confundido una nave espacial con su bocado favorito… era una idea demasiado disparatada. Pero así era.