EVACUACIÓN

Sobre las llanuras de la Tierra, las Ciudades viajaban hacia un punto común del Ecuador, en la base de uno de los innumerables radios de Jambudvida.

Mucho costó a los sacerdotes del Dios Oannes convencer a su pueblo; los fugitivos de Hebabeerst habían descrito el ataque con imaginación más que vívida, y todos se hallaban aterrados ante los demonios celestes que habían matado a Chait Rai el Divino.

La evacuación fue posible gracias al último favor de Vidya. Sugirió desmontar las placas sintetizadoras de la Konrad Lorenz. Estas proporcionarían alimento y oxígeno sin problemas a la población humana que atestaría las cubiertas de las naves. Sería una dieta monótona, aunque suficiente, durante todo el viaje de regreso a Akasa-puspa. Los técnicos de la Marina lo hicieron con facilidad; estaban maravillados ante la Konrad Lorenz, y más de uno hubiera deseado quedarse, pese a todos los colmeneros y angriffs del universo.

De modo que las Ciudades emprendieron su último viaje hacia la babel. A medida que iban llegando, sus moradores descendían en gran número, llevando consigo todos sus bienes muebles: ropas, adornos personales, animales domésticos entraillados… Los niños corrían entre los adultos, o miraban boquiabiertos hacia la colosal torre que unía la Tierra con el Cielo. Los adultos buscaban quién les orientase, vociferaban llamándose entre ellos, o miraban a la babel tan absortos como los niños.

Los sacerdotes llevaban sus más suntuosos atavíos de gala, pero se encontraban algo cariacontecidos. Después de siglos de interpretar la voluntad divina, no les hacía mucha gracia que su Dios Oannes decidiese actuar por su cuenta, prescindiendo de intermediarios, pero no había nada que hacer. Así que marchaban a la cabeza de la multitud, cantando y llevando en alto imágenes de Oannes talladas en madera.

Una vez desembarcados de las Ciudades, los infantes del Imperio lo organizaban todo: asignaban lugares para acampar, los repartían en grupos. Los ciudadanos los consideraban mensajeros celestes, según la teología más reciente.

Una vez llegados al pie de la babel, los ciudadanos debían esperar a los ascensores. Aprovecharon la pausa para improvisados banquetes al aire libre, pues se les había explicado que no podían llevarse al Cielo sus animales domésticos.

Poco a poco, los ciudadanos se iban instalando en Jambudvida, esperando a los transbordadores del Imperio que, en pequeños grupos, los llevarían a la flota. El Asura Nama y el Nrisimha estarían superpobladas; y aún lo estarían más las fragatas y destructores, pero nadie podía quedarse atrás. Nadie, ciudadano, yavana, o romaka, desafiaría a los Eternos.

El viaje de regreso no iba a ser fácil.