El teniente Narayan, astrónomo del Asura Nama levantó la mirada de la pantalla del ordenador y dijo de repente:
—La Esfera no es estable.
—Sí, pero ¿por qué? —contestó Dohin. Viéndolo hablar al oficial pintado de blanco, rojo y negro, Lilith pensó que tenía el aspecto de un guru misionero examinando a uno de sus alumnos primitivos.
—Por las órbitas de los asteroides. Sólo sería estable si fueran coplanarias.
—Es evidente —asintió Dohin. Lilith preguntó:
—Kot, ya sé que es evidente; sin embargo, yo no lo entiendo.
—«Evidente» es una palabra clave —explicó el físico— usada por físicos y matemáticos para indicar que, si lo piensas durante una semana y emborronas quinientas hojas de papel con ecuaciones, al final descubres que es evidente.
»Mira: los asteroides se mueven en órbitas circulares de casi el mismo radio; pero están inclinadas unas respecto de otras, en ángulos que van de cero a cincuenta grados. ¿Qué ocurre con dos asteroides que se mueven en órbitas situadas en el mismo plano, uno de ellos algunos kilómetros más cerca del sol que el otro? ¿Eh?
—No tengo ni idea.
—Hmmm… se mueven a velocidades muy parecidas y en direcciones casi paralelas. Como si estuvieran quietos. Se atraen, chocan muy despacio y se fusionan en uno más grande. Pero ¿qué ocurre entre dos asteroides que se mueven en órbitas inclinadas entre sí?
—¿Qué pasa con ellos?
—Llevarán casi la misma velocidad… pero sus rutas se cortan en ángulo. Si chocan…
—Se pegan un tortazo enorme —dijo la bióloga.
—Es una manera informal de decirlo, aunque así es. Chocan y se fragmentan, pudiendo ser capturados por cuerpos mayores. Si la Esfera se viese abandonada a sí misma, estos dos procesos se repetirían millones de veces. Los asteroides se aglomerarían formando planetas.
—Como un sistema planetario.
—Sí. Por algo los sistemas planetarios están formados como están formados; la diferencia estaría en que los planos de sus órbitas estarían muy inclinados entre sí. Pero en la Esfera no sucede eso, porque algo o alguien la mantiene como está. Los colmeneros deben modificar las órbitas de los asteroides continuamente.
—Muy interesante; —dijo Lilith— pero esos algos o alguienes, alias los colmeneros, siguen sin dar señales de vida. ¡Como la otra vez!
Dohin fue a responder, cuando Narayan atrajo su atención.
—Mi comandante, algo pasa en la Esfera.
Miraron a la gran pantalla geodésica. En efecto, algo pasaba.
Hasta entonces, el resplandor lechoso de la Esfera era perfectamente uniforme. Pero ahora algo estaba cambiando. Aparecían manchas más oscuras y más brillantes.
La zona en lo que sucedía esto representaba la mitad de la Esfera, aproximadamente. El resto mantenía su uniformidad.
—Doctora Firishta, ¿puede explicarnos esto? —preguntó el comandante.
Lilith vaciló. Su seguridad de «esferóloga experta» estaba sufriendo un serio revés.
—Pues… en la anterior expedición no sucedió nada parecido… supongo que los árboles deben estar cerrando sus hojas, pero… ¿para qué? La iluminación es constante.
—¿Y por qué sucede en toda la Esfera a la vez? —se preguntó inesperadamente Dohin.— Un fenómeno así debe estar dirigido…
—Perdone, doctor, —interrumpió el teniente Narayan— pero no es en toda la Esfera. Sólo la mitad.
—Aun así, ¿quién coordina todo eso?
—A mí me preocupa el «para qué», no el «quién» —dijo el comandante Azmeri.
Su voz era algo más áspera de lo que deseaba. Aquellos civiles no le estaban siendo de mucha ayuda.
Las manchas oscuras se volvían más y más oscuras, en tanto que las claras se volvían más claras. O quizá nos parecen más brillantes por contraste, pensó Dohin.
A medida que las zonas oscuras se oscurecían más, empezó a percibirse ciertas regularidades.
Más contraste; siguió pensando el físico. Como si fuera una… ¡pero claro!
—Eso es una fotografía —exclamó. Le miraron con expresión neutra.— ¿No les recuerda cómo va apareciendo la imagen al revelar una fotografía?
—¡Una imagen! —dijo el comandante Azmeri.— Es… un rostro.
—Como esas estampas piadosas —añadió Dohin— en las que aparecen manchas oscuras aparentemente caóticas; al mirarlas de lejos se produce un «click» en nuestro cerebro y se convierten en la cara de Jesucristo o la Virgen Devaki.
Aunque a una escala inconcebiblemente mayor, pensó. ¡Qué no daría la Hermandad por una estampa así!
—Pero… ¿el rostro de quién? —preguntó alguien. Todos examinaban con estupor aquella inmensa cara.
La colosal imagen era ya mucho más nítida; los diferentes matices de gris creaban una ilusión de relieve, y por fin los rasgos fueron reconocibles.
Eso que lleva en la mejilla… pensó Lilith; parece un dibujo de la doble hélice. Como el tatuaje de… Y entonces lo reconoció.
—¡Por el Profeta Inmortal! —gritó.
El Asura Nama era una diminuta mota de polvo flotando frente a la nariz de la imagen de Jonás Chandragupta.
En el puente de la Manyu todos trabajaban frenéticamente. Una vez localizado el reptador, habían encontrado la Ciudades móviles. Los surcos que dejaban sus orugas eran visibles en el telescopio. ¡Increíble! Los datos se acumulaban: velocidad de las Ciudades, tamaños, producción de calor, estimaciones de población…
La nave había descendido a una órbita inferior. Una tarea nada fácil, teniendo que esquivar los radios de aquella cosa, Jambudvida. En Akasa-puspa, con sólo una babel por planeta, la cosa era más sencilla. El ordenador de la nave echaba humo.
De vez en cuando, lanzaban una mirada furtiva a aquel rostro de trescientos millones de kilómetros de ancho y cuatrocientos millones de alto.
Oannes contempló sin aliento las imágenes que Vidya le mostraba de la Esfera.
—La pantalla de cine más grande de la historia…
—¿Significa eso que nuestro ex-camarada sigue con vida? —preguntó Vidya.— ¿Por qué, si no, reproducir su imagen?
Oannes no respondió, pero silbó un antiguo ruego delfiniano a los poderes del Mar para que así fuera.