CAKRAVARTINLOKA III

La habitación era espaciosa, aunque no muy grande, para ser la habitación favorita de Kharole. Cuando Kautalya entró en ella, acompañado de Yusuf, los dos infantes de marina saludaron militarmente al anciano peswha. Este inclinó la cabeza en respuesta.

—Por favor, doctor, siéntese —la mano de Kautalya, venosa y arrugada por la edad, señaló hacia unas butacas. Se volvió a hablar con los infantes. Estos llevaban vistosos uniformes amarillo crema, blanco y dorado, aunque tenían el inconfundible aspecto de los soldados de la Utsarpini—. El Chattrapati vendrá de inmediato.

Yusuf asintió. Tímidamente, se sentó al borde de la butaca que había elegido y observó la estancia.

El techo tenía más de cuatro metros de alto. Las cuatro paredes se hallaban revestidas de estanterías, de arriba a abajo; allí se ordenaban libros de todos los tamaños, formas y colores, algunos de ellos muy antiguos. Aunque también había videocintas y microlibros más recientes. Una galería, a la que se accedía por una escalera, permitía alcanzar los estantes más altos.

Una mesa de despacho y un sobrio sillón giratorio se encontraban al lado del ventanal, recibiendo luz por el lado izquierdo. El resto del mobiliario lo formaban una mesa móvil con equipo de visión-sonido, un proyector de microlibros, y tres butacones de estructura cromada, tapizados en piel. Estaban un poco amontonados, lo que sugería que aquel espacio había sido pensado para un butacón, o a lo sumo dos.

Yusuf tosió ligeramente, sin saber qué decir. Justo entonces entró Khan Kharole. El exobiólogo se puso en pie.

Pese a vestir como un ciudadano común, sin uniforme y sin la coraza con el emblema de su clan, Kharole tenía una dignidad personal que llamaba la atención aun para quien no lo conocía. Se debía en parte, pensaba Yusuf, a su estatura y anchas espaldas. Su panza, debida a sus tareas sedentarias y su afición a la buena mesa, no disminuía su prestancia.

El líder de la Utsarpini se detuvo a susurrar unas palabras a los infantes. Estos dieron un taconazo, y abandonaron la estancia. Kharole pasó el brazo con afecto sobre los hombros de Kautalya, mientras ambos caminaban hacia el lugar donde se hallaba Yusuf.

—Por favor, Sanser y Yusuf, sentaos; estoy con vosotros en un segundo.

Se dirigió a la estantería y tomó un grueso libro, dirigiéndose hacia sus huéspedes. Cuando se acercó, Yusuf leyó el título: La Guerra Santa y el Bhagavad Gita, por Su Divina Gracia Srila Bhagavata. Yusuf no pudo evitar alzar las cejas; notándolo, Kharole sonrió.

—No es malo rendir un homenaje a un enemigo digno… sobre todo cuando está muerto. A propósito, mis tantrins de confianza me han dicho que esta biblioteca está razonablemente a salvo de escuchas.

Abrió el volumen, extendiéndolo hacia Yusuf. Las páginas habían sido troqueladas, y en el hueco resultante había…

—¿Un purito, doctor?

—¡Chattrapati! —Kautalya se sentía a la vez apenado y preocupado—. Sabéis perfectamente que vuestro médico os ha prohibido absolutamente… ahora entiendo por qué pasáis tantas horas en la biblioteca.

Kharole guiñó levemente un ojo a sus invitados.

—Guárdame el secreto, viejo amigo, ante ese pelmazo de matasanos; parece creer que todas las cosas buenas de la vida, o son vikarma, o engordan, o enferman, o las tres cosas a la vez. Sus discursos empiezan a parecerse a los de quien ya sabes.

Golpeó con las yemas de los dedos sobre la cubierta del libro.

—De todos modos no me paso las horas inmerso en la humofilia —señaló con un amplio gesto los estantes de libros—. Además, sólo quería que nuestro invitado probara uno de estos cigarros de Vidvanloka.

Yusuf tomó uno, oliéndolo.

—Gracias, parece bueno —dijo, aunque en realidad no entendía de tabacos.

—Es bueno. Los mejores de la Utsarpini; me los manda mi hijo por correo diplomático.

Encendió uno, con una profunda satisfacción.

—En el Imperio no hay nada así. Aquí no sois felices si no añadís algún colorante o conservante o espesante o aromatizante (y otros muchos «ante») sintético a todo lo que consumís. Habéis perdido el gusto por los placeres sencillos, querido doctor, y eso es grave, muy grave.

Yusuf encendió su puro, dando una cautelosa chupada. Preguntó:

—¿Más grave que nuestro Emperador?

Kharole sonrió, repantigándose en su sillón.

—Precisamente quería preguntarle qué opinión le merece su soberano.

Yusuf tosió. Puso el puro de lado.

—¿Mi opinión? Bueno, en ciertos ambientes, sería calificada de «lesa majestad». En otros, de un diagnóstico clínico. No entiendo cómo pudisteis elegir a alguien así.

—No había mucho donde elegir. Whoraide hizo una poda espectacular del árbol genealógico imperial, y las ramitas supervivientes estaban, o bien podridas, o bien excesivamente saludables. La única opción era la propia Whoraide… o Patrihara. Y Whoraide merecía tanta confianza como una serpiente irritada.

—Y Patrihara es más fácil de manejar.

Kautalya sonrió; Kharole soltó una carcajada.

—¿Has oído, Sanser? ¡Me encanta este romaka! «Más fácil de manejar». Sí, doctor, es más fácil de manejar que Whoraide. Ese es el problema. ¡Todos lo manejan!

»Antes, no tenía más manía que el sexo en masa. Asunto de cien o doscientas ganikas. Pero ahora ha adquirido la manía de la religión. Mejor dicho, sigue conservado la antigua; pero, debido sin duda a la influencia de sus gurus espirituales, la ha restringido a la Emperatriz. Pobre muchacha.

Sacudió la cabeza. Yusuf dio otra precavida chupada a su puro. Tosió de nuevo.

—La Hermandad ha conseguido meter algunos tentáculos aquí. ¿Cómo habéis podido consentirlo?

—¿Cree que mi poder es absoluto? ¿Que mi posición aquí es absolutamente estable?

—Debería serlo, con todos esos infantes de la Utsarpini aquí, en la Capital.

Kharole sacudió la cabeza.

—La Hermandad tenía tentáculos aquí antes que yo. Tenía, y tiene, partidarios en las varnas bajas. Y, si el ejemplo del Emperador cunde, también lo tendrá entre las altas.

»Ello no es algo que deba preocuparme, todo lo más me obliga a la cautela. Lo cierto es que he sobreestimado a mis viejos amigos los acaryas; este intento es bastante pobre por su parte. En tiempos de Su Divina Gracia Srila, la Hermandad jamás hubiera caído tan bajo. ¡Oh, no!, el viejo SDG no escatimaba nada: si yo…, uh, hubiese influido tanto en el Imperio como ahora, nos calificaría a mí y mis partidarios de atma hanah[53], habría alzado el estándarte de «muerte al infiel», y luchado con todos sus recursos en soldados, dinero o persuasión. A veces casi lo echo de menos.

Soltó una risita ahogada.

—En cambio, ese khara con túnica de Moisés Kovoor, sólo sabe urdir intrigas baratas (eso sobre todo) y escribir opúsculos como «La teoría de la evolución y sus peligros para el karma».

Rió. Yusuf también lo hizo, mientras chupaba de nuevo del cigarro. Esta vez logró no toser.

—Yo no subestimaría a la Hermandad, Chattrapati. Ahora el Emperador conoce los detalles del viaje a la Esfera, y seguramente también el acarya Andham, su consejero espiritual. Y pronto toda la Hermandad.

—De momento, no me preocupa. Cuando las noticias lleguen a Krishnaloka, los nuestros ya habrán llegado a la Esfera —Kharole rió de nuevo entre dientes—. ¿Sabe lo último que se les ha ocurrido a los santos acaryas? Han persuadido al Emperador de que lo están hechizando.

Yusuf se atragantó con el humo.

—¿Y los… cof, Hermanos lo creen? —dijo con un hilillo de voz.

—Al menos, Su Divina Gracia parece creerlo. Todo empezó con una radharani[54] del monasterio de Sambhavat; quien afirmó que un hechicero yavana, en Vaikunthaloka, estaba invocando a Putana para que lo sedujera con sueños eróticos, ¡como si Patrihara los necesitase! La radharani se presentó en el Palacio Imperial desgreñada y gritando, y no hubo manera de detenerla. El Emperador se escondió bajo la alfombra de su dormitorio. Dado que Vaikunthaloka es un planeta de la Utsarpini, todos temían lo peor.

»Desde entonces, el Emperador fue espaciando las sesiones de sexo en masa. Y creo que eso les dio la idea…

»Al cabo de poco tiempo, un sanyasin[55] mendicante, de nombre Apasi Hayama, tuvo otra revelación «divina». Se decía que había una conspiración en la Corte para que no pudiera engendrar un heredero. Supuestamente, alguien estaba colocando trozos de sesos y riñones de un ajusticiado en el consomé de pavo al vino blanco, que Patrihara toma todos los días. Tomaba, más bien.

La cara de Yusuf podría servir como modelo escultórico para indicar «asombro asqueado».

—Ni que decir tiene, los santos Hermanos se tomaron muy a pecho el asunto. Y lo gracioso es que Patrihara, que hasta entonces se tomaba tranquilamente este peculiar caldo, estuvo a punto de ingresar en el samsara con los remedios que le dieron: beber un litro de aceite consagrado en ayunas… embadurnarse el pelo de estiércol de vaca… comer trozos de papel escritos con versículos de las Sastras… purgas de mostaza.

»En vista de los métodos sutiles no funcionaban, emplearon otros más fuertes. Llamaron al mejor exorcista del Imperio, un tal Hermano Paribhuh Kayamait de Dureloka. Un tipo de más de dos metros, con unas frondosas barbas y melenas y un tremendo vozarrón, con el que atormentó al Emperador días y noches, invocando a todos los demonios conocidos, de la A a la Z. Estos no se dieron por aludidos y, bueno, entonces vino lo mejor…

El estupefacto Yusuf dio otra chupada al cigarro.

—Tras revelarse inútil esta cura, el Emperador sufrió un ataque de fiebre. Permaneció en coma varios días. Y a los Hermanos no se les ocurrió nada mejor que colocar en la cama, a su lado, el cuerpo incorrupto de San Ismas Bagav Aymiyama, muerto hace dos mil años, aproximadamente.

—¡Por Kamsa y Herodes!

—¿Puede usted imaginar los gritos que dio Patrihara, cuando al fin despertó?

—La imaginación no me llega a tanto… —sonrió Yusuf.

—La cosa hizo más reír que otra cosa a la gente. ¿Espera que me preocupe de estos individuos? —se encogió de hombros—. No. Cuando logren sacar algo coherente al Emperador, nuestra flota ya estará allí. Y usted volverá a la Esfera, doctor Yusuf, si lo desea.

—Sí, Chattrapati, lo deseo —dijo Yusuf con voz firme.

—He visto las filmaciones, —comentó Kharole— pero quizás eso no sea suficiente. Usted estuvo allí; dígame, ¿cómo es?

Yusuf suspiró. Dejó el cigarro en el cenicero.

—Chattrapati, no hay palabras para describirlo. Los adjetivos «grande», «enorme», etc., no significan nada aplicados a la Esfera. El mar es enorme, el cielo es grande; sin embargo, son insignificantes comparados con la Esfera. La Esfera es acintya[56]… no hay otra palabra para describirla.

—No importa, inténtelo.

—De lejos, la Esfera parece… quiero decir, no parece algo artificial. Es como… un sistema planetario o un sol múltiple. Un objeto astronómico. Creo que no sé describirlo mejor.

—Hasta ahora lo hace bien. Continúe.

—Vista de cerca, no se aprecian sus proporciones. Está formada por asteroides, billones de ellos en órbitas en torno a un sol. Los asteroides están cubiertos por árboles. Árboles, adaptados al vacío, como habréis visto en las fotos.

»En la casi ingravidez de estos asteroides, sus tallos se extienden kilómetros y kilómetros, pese a no ser más gruesos que un brazo o pierna. Cada asteroide parece una bola de pelusa verde, visto de lejos. Los árboles se extienden hasta casi tocar el vecino. Forman un muro que intercepta la luz casi al cien por cien.

—¿Y por dentro?

—Por dentro… ¿habéis conocido a alguien que haya crecido toda su vida en una mandala? La primera vez que viaja a un planeta y ve el cielo, se queja de vértigo y de «sentirse encerrado» bajo una cúpula inmensa. A pesar de que mira a las estrellas sin vértigo. No es la grandeza lo que predomina, sino la sensación de sentirse confinado.

Kharole se frotó la barbilla.

—Construida por nuestros antepasados, los prajapatis[57].

—Sí; hace veinticinco millones de años. En la Galaxia. Demolieron su sistema solar para construirla… como sabéis, las distancias estelares en la Galaxia son tan enormes que el esfuerzo era rentable.

Kharole asintió.

—Parece una solución lógica, dada la situación.

—¡Lógica!… Bueno, sí. Disponen de la energía de su sol, y de espacio vital casi ilimitado. Su superficie…

—Sí, con un radio de doscientos veinticinco millones de kilómetros… bueno, es para pensarlo. Y luego llegó aquí, a Akasa-puspa. Quiero decir, Akasa-puspa llegó a ellos.

—Sí; los cúmulos globulares, algunos de ellos, tienen órbitas que intersectan el disco de la Galaxia. Akasa-puspa tarda doscientos millones de años en describirla. En ese momento, puede capturar o perder estrellas.

Kharole se pellizcó la barba.

—Todo eso sucedió hace veinticinco millones de años. Y, si está usted en lo cierto, esos bichos colmeneros han mantenido una civilización ininterrumpida. ¿Qué clase de civilización es ahora? ¿Por qué fingen ser animales? Está claro que, si ellos lo hubieran deseado, no hubieran permitido que usted examinase sus cerebros.

Yusuf suspiró de nuevo. Lentamente cogió el puro y aspiró para reavivar el fuego.

—Chattrapati, son preguntas que me he hecho y nos hemos hecho todos los que estuvimos allí. La única respuesta que encontramos es clara y contundente: no lo sabemos.

Kharole asintió firmemente, como si hubiese sido una respuesta menos negativa.

—Bien, encontraremos las respuestas, ¿no es así, Sanser?

—Sí, Chattrapati. La flota partirá dentro de no más de dos meses.

Yusuf casi se había olvidado de la presencia del peswha. Su pequeña y delgada figura pasaba fácilmente desapercibida, pero el cientifico no dudó de que sus ojos vivaces no se perdían ningún detalle de lo que allí sucedía.

—Excelente —dijo Kharole, inclinándose hacia adelante como para levantarse—. Cuando sus paisanos quieren ser eficientes, doctor, por Devaki que lo son. Por cierto, ¿tiene alguna idea de qué personas deberían acompañarle?

—Supongo que deberíamos llevar a tantas de las que estuvieron allí antes como sea posible. El comandante Job, Hari Pramantha, Lilith, Kot Dohin…

—Yo había pensado una lista parecida. El comandante Job Isvaradeva se encuentra en la Marina de la Utsarpini. A propósito, ahora es el almirante Isvaradeva. Mi hijo no puede prescindir de él. Es el único de sus jefes que conoce las naves de fusión imperiales. Lilith Firishta… Kautalya, creo que está aquí.

—Sí, Chattrapati, en la mandala de Svayambhuh.

—Puedes contar con ella y con el doctor Kot Dohin. Los demás oficiales de la Vajra… a algunos de ellos los he mantenido cerca. El único que no hemos podido localizar es el reverendo Hari Pramantha. Me hizo un buen servicio, pero le pedí que desapareciera una temporada. Y lo hizo tan bien que mis agentes no han podido encontrarle.

Fue una pena, pensó Kharole, pero sólo él hubiera podido llegar hasta Srila sin despertar sospechas. Ningún Hermano sospecharía que otro Hermano hubiera asesinado al Jagad-Guru. Donde quiera que estés, Hari, espero que estés a salvo.

—Creo que con Lilith y Kot Dohin será suficiente; en realidad, ardo en deseos de verlos de nuevo.

—Bien, pues pronto se encontrará de nuevo con sus amigos, doctor.

Se puso en pie. Los otros le imitaron.

—Si necesita más personal, doctor, haga una lista y tráigala a Kautalya. Todos tenemos que trabajar duro a partir de ahora. Dos meses, recuerde.