—Los tenemos —dijo excitado Narayan.— Hay un grupo de objetos que parecen asteroides a… ciento doce millones de kilómetros del sol. Eso son tres cuartos de una unidad astronómica. La mitad del radio de la Esfera. Como estaba previsto.
La pantalla geodésica del Asura Nama se parcheó de diagramas y gráficos de ordenador.
—¿Cuántos objetos? —preguntó el comandante.
—Cuatro, de aproximadamente doscientos metros de diámetro… —el oficial fue repitiendo los informes que le llegaban— forma de esfera… por el albedo, parecen de roca.
Azmeri pensó un momento.
—Debemos evitar disparar sobre el asteroide en que esté el doctor Chandragupta. ¿Están todos los asteroides en posición? Quiero decir, ¿exactamente en la línea que sugiere el doctor Dohin?
—No, mi comandante, sólo uno de ellos. Los otros están dispersos, con una decena de kilómetros de separación entre ellos.
—Excelente. Mientras no se demuestre lo contrario, supondremos que Chandragupta está en el «foco del espejo», por así decir.
El comandante consultó el holotanque donde aparecían las posiciones de las naves.
—La más cercana es la fragata Javiyah. Avíseles que preparen un disparo de particulas hacia el más alejado de esos asteroides. Envíen un mensaje a esos bichos: «comuníquense con nosotros o dispararemos».
Los dos mensajes fueron enviados, el primero codificado en pocos segundos por el ordenador. Mientras iban en camino, el comandante mandó otro, en audio y también sin codificar:
—Doctor Chandragupta: ¿puede oírnos? Si no puede transmitir, afirme con la cabeza.
—Será un espectáculo; —susurró Dohin al oído de Lilith— una cabeza de cuatrocientos millones de kilómetros de alto, moviéndose más rápida que la luz.
Pasaron los segundos y los minutos. El silencio era más largo que el retraso debido a la velocidad de las ondas. En la Esfera, Jonás no parecía haber oído nada; sólo desvió incómodamente los ojos a ambos lados.
Nada.
El comandante Azmeri aspiró con lentitud.
—Ordene a la Javiyah que dispare.