El 20 de diciembre Vorontsov escribió la carta siguiente al ministro de la Guerra Chemyshov. La carta estaba en francés:
No le escribí por el último correo, mi querido Príncipe, porque deseaba ante todo decidir qué íbamos a hacer con Hadji Murat, y porque durante dos o tres días no anduve muy bien de salud. En mi última carta le di cuenta de su llegada aquí. Llegó a Tiflis el 8. Al día siguiente le conocí, y durante ocho o nueve días he hablado a diario con él; he venido pensando en lo que podría hacer por nosotros en el futuro y, especialmente, en lo que nosotros deberíamos hacer por él ahora, ya que está sumamente preocupado por la suerte de su familia y dice con toda muestra de sinceridad que mientras su familia siga en manos de Shamil está paralizado y será incapaz de servimos y demostrar su gratitud por la amabilidad con que le hemos acogido y el perdón que le hemos brindado. La falta de noticias respecto de los seres que le son queridos provoca en él un estado febril, y las personas que he designado para que aquí vivan con él me aseguran que no duerme de noche, apenas come, reza sin cesar y sólo pide permiso para pasear a caballo con varios cosacos, única diversión que le es posible y ejercicio indispensable para quien está desde hace largo tiempo habituado a ello. Todos los días viene a verme para saber si tengo alguna noticia de su familia, y me ruega que reúna en nuestros diversos frentes a todos los prisioneros que están en nuestro poder para proponer a Shamil un canje, al que él, por propia cuenta, añadirá algún dinero. Hay gente que se lo facilitaría para tal fin. Me repite continuamente: «Salve a mi familia y deme luego la posibilidad de servir a ustedes (con preferencia en la línea Lezguina, según su opinión), y si en el plazo de un mes no les presto grandes servicios, castíguenme como mejor les parezca».
Yo le he contestado que todo eso me parece muy justo, y que hay entre nosotros mucha gente que no tendría confianza en él si sus familiares permaneciesen en la montaña y no con nosotros en calidad de rehenes; que yo haré todo lo posible para congregar a los prisioneros en nuestros frentes, y que no teniendo derecho, de acuerdo con nuestros reglamentos, a darle dinero para el rescate de los suyos, además del que él mismo pueda agenciarse, quizá yo podría, sin embargo, encontrar otros medios de ayudarle. Después de esto le dije cándidamente que, a mi modo de ver, Shamil de ningún modo le devolvería a su familia; que quizá declarase abiertamente que sí lo haría, prometiéndole un perdón completo y la restitución de sus anteriores prerrogativas, y amenazándole, en caso de no hacerlo, con matar a su madre, a su esposa y a sus seis hijos. Le pedí que me dijera con franqueza qué haría si recibiera semejante propuesta de Shamil. Hadji Murat alzó los ojos y los brazos al cielo y me respondió que todo estaba en manos de Dios, pero que nunca se sometería a su enemigo porque estaba plenamente seguro de que Shamil no le perdonaría y no tardaría en matarle. En cuanto a la aniquilación de su familia, no creía que Shamil obraría tan ligeramente: en primer lugar, para no hacer de él un enemigo aún más audaz y peligroso; y en segundo, porque en Daghestan había muchas personas, y aún muy influyentes, que disuadirían a Shamil de ello. Finalmente me repitió varias veces que, cualquiera que fuese la voluntad de Dios en cuanto al futuro, de momento sólo le preocupaba el rescate de su familia; que en nombre de Dios me rogaba que le ayudase permitiéndole volver a la zona de Chechnya donde, por mediación y con el beneplácito, de nuestras autoridades podría establecer contacto con su familia, obtener noticias continuas de su verdadera situación y pensar en el modo de ponerla en libertad. Dice que muchas personas, e incluso algunos cabecillas de esa región hostil, están más o menos ligadas a él y que entre toda esa población —la sometida a los rusos o la que permanece neutral— le sería fácil, con nuestra ayuda, establecer relaciones muy útiles a los propósitos que persigue noche y día, el logro de los cuales le devolvería la calma y le brindaría la posibilidad de obrar en provecho nuestro y merecer nuestra confianza. Pide que se le envíe de nuevo a Grozny con un convoy de veinte o treinta cosacos valientes que le protegieran a él y nos garantizaran a nosotros la rectitud de sus intenciones.
Comprenderá usted, mi querido Príncipe, que todo esto me tiene perplejo, ya que, haga lo que haga, pesa sobre mí una gran responsabilidad. Sería imprudente en sumo grado fiarse plenamente de él; pero si quisiéramos privarle de todo medio de fuga tendríamos que encerrarle, lo que en mi opinión sería injusto e impolítico. Medida semejante, que rápidamente se difundiría por todo el Daghestan, nos perjudicaría mucho, disuadiendo a aquéllos —y son muchos— que más o menos abiertamente están dispuestos a enfrentarse con Shamil y que, por lo tanto, se interesan en cómo tratamos al más valiente y audaz servidor del Imam, que se ha visto obligado a entregarse a nosotros. Tan pronto como tratásemos a Hadji Murat como prisionero, se perdería todo el efecto benéfico de su rompimiento con Shamil.
Así pues, creo haber obrado como no tenía más remedio que obrar, consciente, sin embargo, de que se me podría acusar de haber cometido un grave error si a Hadji Murat se le ocurriera fugarse de nuevo. En el servicio, y sobre todo en situaciones tan complicadas como ésta, es difícil, por no decir imposible, seguir un camino enteramente recto sin riesgo de equivocarse y sin aceptar responsabilidades; pero una vez escogido el camino que parece recto, hay que seguir por él, pase lo que pase.
Le ruego, mi querido Príncipe, que someta esto a la consideración de Su Majestad el Emperador, y quedaré contento si nuestro Augusto Soberano tiene a bien aprobar mi conducta. Todo lo que arriba dejo consignado se lo he manifestado también por escrito a los generales Zavalovski y Kozlovski, para un contacto inmediato de Kozlovski con Hadji Murat. A este último le he advertido que, sin permiso del general Kozlovski, no puede hacer nada ni puede desplazarse a ninguna parte. Le he explicado que en todo caso sería mejor para nosotros que saliera con nuestro convoy, porque de lo contrario Shamil hará correr la voz de que le tenemos encerrado; pero en tal caso le he hecho prometer que no irá a Vozdviyhensk, porque mi hijo, a quien al principio se rindió y a quien considera como su kunak (amigo), no manda en ese lugar, de lo que podrían resultar erróneas interpretaciones. Por otra parte, Vozdviyhensk está demasiado cerca de lugares enemigos muy populosos, mientras que para las relaciones que desea establecer con sus fieles, Grozny es de todo punto preferible.
Además de veinte cosacos escogidos que, según su propio requerimiento, no se apartarán un paso de él, le he enviado al capitán de caballería Loris-Melikov, oficial valioso, distinguido y muy inteligente, que habla tártaro, conoce bien a Hadji Murat y en quien éste, al parecer, tiene también plena confianza. Por otra parte, durante los diez días que Hadji Murat ha pasado aquí, ha vivido en la misma casa que el teniente coronel príncipe Tarhanov, comandante del distrito de Shushin, que se encuentra aquí por motivos de servicio; es hombre de grandísimo mérito en quien tengo entera confianza. También él se ha ganado la de Hadji Murat, y es sólo por su mediación, ya que habla admirablemente el tártaro, por lo que hemos podido analizar los asuntos más delicados y confidenciales.
He hablado con Tarhanov del caso de Hadji Murat y él está de pleno acuerdo conmigo en que, o bien había que hacer lo que yo he hecho, o bien había que encarcelar a Hadji Murat y vigilarle de acuerdo con las medidas más severas —porque si se le trata sin consideración será difícil custodiarle—, o bien alejarle por completo del país. Pero estas dos últimas medidas no sólo anularían la ventaja que supone para nosotros la querella entre Hadji Murat y Shamil, sino que pondrían fin irremediablemente a toda expansión del descontento y a la posibilidad de un alzamiento de los montañeses contra el poder de Shamil. El príncipe Tarhanov me ha dicho que él no duda de la buena fe de Hadji Murat y que éste está convencido de que Shamil no le perdonará nunca y le matará, a pesar de la promesa de perdón. Lo único que puede preocupar a Tarhanov en sus relaciones con Hadji Murat es el fuerte apego de éste a su religión; y no oculta que Shamil puede influir sobre él en ese particular. Pero, como ya digo más arriba, nunca convencerá a Hadji Murat de que no lo matará, bien en seguida o bien algún tiempo después de su regreso.
He aquí, querido Príncipe, todo lo que quería decirle sobre este episodio en los asuntos de aquí.