13

¡Lo había jurado! No volvería a ocurrir.

Jane y sus dos hijos fueron conducidos secretamente a Escocia. Al norte de Glasgow, a una aislada casa de la campiña de Dunblane. Víctor ya no se fiaba de los recintos sin-comparación-en-cuanto-a-la-seguridad ni de las garantías del MI6 o del gobierno británico. Prefería, en su lugar, utilizar su propio dinero y contratar los servicios de antiguos soldados seleccionados por él mismo convirtiendo la casa y los terrenos en una pequeña pero impenetrable fortaleza. No toleró ni las sugerencias ni las objeciones o excusas de Teague. Le estaban persiguiendo unas fuerzas que no podía comprender, un enemigo incontrolado que no pertenecía a la guerra y, sin embargo, formaba parte de ella.

Se preguntó si seguiría ocurriendo lo mismo durante todo el resto de su vida. Madre de Cristo, ¿por qué no le creían? ¿Cómo podría llegar hasta los fanáticos y asesinos para gritarles su negativa? ¡No sabía nada! ¡Nada! Un tren había abandonado Salónica hacía tres años, al amanecer del día nueve de diciembre de 1939, ¡y él no sabía nada! Sólo conocía su existencia. ¡Nada más!

—¿Tiene usted intención de permanecer aquí hasta que finalice la guerra? —preguntó Teague que se había trasladado a Dunblane a pasar el día.

Paseaban por los jardines de la parte de atrás de la casa, en presencia del elevado muro de ladrillo y de los guardianes. Llevaban cinco meses sin verse, si bien Víctor había permitido que le dirigieran llamadas a través de teléfonos cuyas líneas no pudieran interceptarse. Era una parte principalísima de Loch Torridon; sus conocimientos eran de vital importancia.

—No tiene usted poder sobre mí, Alec. No soy británico. No le he jurado obediencia.

—Jamás creí que fuera necesario. A pesar de lo cual, le convertí en comandante —dijo Teague sonriendo.

—¿Sin haber sido jamás alistado en el servicio? —preguntó Víctor echándose a reír—. Deshonra usted la tradición militar.

—En modo alguno. Consigo que se hagan las cosas. —El general de brigada se detuvo. Se inclinó para arrancar una larga hoja de hierba y volvió a incorporarse mirando a Fontine—. Stone no puede hacerlo solo.

—¿Por qué no? Usted y yo hablamos varias veces por semana. Le digo lo que puedo. Stone da curso a las decisiones. Me parece un convenio muy razonable.

—No es lo mismo y usted lo sabe.

—No tendrá más remedio que ser así. No puedo combatir en dos guerras —dijo Fontine deteniéndose a pensar—. Savarone tenía razón.

—¿Quién?

—Mi padre. Debió saber que lo que había en aquel tren era susceptible de convertir en enemigos a unos hombres que lucharan por una común supervivencia.

Habían llegado al final del camino. Un guardián se encontraba a unos treinta metros de distancia de pie junto al muro; sonrió y acarició el pelaje de un gran danés atado a una correa que había empezado a gruñir al percibir la presencia de un extraño.

—Un día tendrá que resolverse —dijo Teague—. Usted, Jane, los niños: no pueden vivir con todo eso durante el resto de sus vidas.

—Eso mismo me he repetido yo incontables veces. Pero no estoy muy seguro de que pueda lograrse.

—Tal vez yo sí lo esté. Por lo menos, estoy dispuesto a intentarlo. Y tengo a mi disposición el mejor servicio de espionaje que existe.

Víctor le miró con interés.

—¿Por dónde empezaría usted?

—La pregunta no es por dónde sino cuándo.

—¿Cuándo entonces?

—Cuando esta guerra haya terminado.

—Por favor, Alec. Ya basta de palabras y de estrategias. O triquiñuelas.

—No será una triquiñuela. Un simple acuerdo de lo más sencillo. Le necesito. La guerra ha adquirido un nuevo sesgo; Loch Torridon entra en su fase más importante. Tengo el propósito de encargarme de que se cumpla el objetivo.

—Usted está obsesionado.

—Lo mismo que usted. Y con mucha razón. Pero no averiguará nada acerca de «Salónica», por cierto, ésta es la denominación en clave que le ha asignado Brevourt, hasta que esta guerra se haya ganado, puedo darle mi palabra. Y esta guerra se ganará.

Fontine miró a Teague a los ojos.

—Quiero hechos, no retórica.

—Muy bien. Conocemos identidades que usted no conoce y que, por su propia seguridad y la de su familia, no pienso revelarle.

—¿El hombre del automóvil? En Kensington, Campo di Fiori. ¿El del mechón blanco? ¿El verdugo?

—Sí.

Víctor contuvo el aliento tratando de controlar un impulso casi arrollador de asir al inglés y sacarle las palabras a la fuerza.

—Me ha enseñado usted a matar; sería capaz de matarle a usted por eso.

—¿Y con qué objeto? Le he protegido con mi vida y usted lo sabe. La cuestión es que está inmovilizado. Bajo control. Si es que, efectivamente, fue el verdugo.

Víctor respiró hondo. Le dolían los músculos de la mandíbula a causa de la tensión.

—¿Qué otras identidades?

—Dos superiores del patriarcado. A través de Brevourt. Dirigen la orden de Jénope.

—Entonces son responsables de lo del condado de Oxford. Dios mío, ¿cómo puede usted…?

—No lo son —le interrumpió Teague rápidamente—. Se horrorizaron, si ello fuera posible, más que nosotros. Según se nos informó, lo que menos querían era que usted muriera.

—¡El hombre que guió a aquellos aviones era un sacerdote! ¡De Jénope!

—O alguien que lo parecía.

—Se mató —dijo Fontine suavemente— según la forma prescrita.

—Nadie sabe la cantidad de fanáticos que puede haber.

—Prosiga —dijo Víctor retrocediendo por el camino y alejándose del guardián y el perro.

—Se trata de la peor clase de extremistas. Son unos místicos; creen que están participando en una guerra santa. Su guerra les permite únicamente la confrontación violenta, no la negociación. Pero conocemos los puntos de presión, aquellos cuya palabra no puede desobedecerse. Podemos provocar una confrontación a través de las presiones de Whitehall, en caso necesario, y exigir una resolución que, por lo menos, le elimine a usted de sus objetivos… de una vez por todas. Eso no puede usted conseguirlo por sí mismo. Nosotros sí podemos. ¿Regresará usted?

—Si lo hago, ¿se pondrá en marcha todo este proceso? ¿Formaré parte de los planes?

—Lo organizaremos con la misma precisión con que organizamos la operación Loch Torridon.

—¿Se ha mantenido en Londres mi tapadera en perfecto estado?

—No tiene ni la menor abolladura. Se encuentra usted en algún lugar de Gales. Todas nuestras llamadas telefónicas se desvían hacia la zona de Swansea y desde allí se canalizan hacia el norte. La correspondencia se envía regularmente a un apartado de correos de la localidad de Gwynliffen donde se introduce en otros sobres y se devuelve sólo a mí. En estos momentos, si Stone me necesitara, efectuaría la llamada a un número de Swansea.

—¿Nadie sabe dónde estamos? ¿Nadie?

—Ni siquiera Churchill.

—Hablaré con Jane.

—Una cosa —dijo Teague rozando con la mano el brazo de Fontine—. Le he dado mi palabra a Brevourt. No efectuará usted ningún otro viaje al otro lado del canal.

—Jane se alegrará.

La operación Loch Torridon alcanzó un éxito extraordinario. El principio del mal-manejo-a-toda-costa se convirtió en una espina clavada en el buche alemán.

En las imprentas de Mannheim 130 000 ejemplares del Manuel de Preceptos de Ocupación salieron de las prensas con todas las restricciones más importantes ilegibles. Los envíos a las fábricas Messerschmidt de Francfort eran desviados a las cadenas de montaje de Stukas en Leipzig. En Kalach, en el frente ruso, se descubrió que tres cuartas partes de los equipos radiofónicos funcionaban según calibraciones de frecuencia variables. En las plantas Krupp de Essen unos cálculos erróneos de ingeniería dieron por resultado un mal funcionamiento de los mecanismos de disparo de todos los cañones del calibre 712. En Cracovia, Polonia, en unas fábricas de uniformes se pasó por alto un proceso químico de saturación y se distribuyeron 200 000 unidades sometidas a inflamabilidad instantánea. En Turín, Italia, donde los alemanes dirigían las factorías aeronáuticas, se realizaron unos proyectos que provocaban cansancio metálico al cabo de veinte horas de vuelo; escuadrillas enteras se desintegraron estructuralmente en pleno aire.

A finales de abril de 1944, la operación Loch Torridon empezó a concentrarse en las patrullas costeras de toda Normandía. Se organizó una estrategia capaz de alterar los horarios de las patrullas elaborados por el personal naval alemán de la base de Ponte de Barfleur. El general de brigada Teague transmitió el explosivo informe al cuartel general supremo del mando aliado y lo entregó personalmente a Dwight Eisenhower.

Las patrullas costeras alemanas de antes del amanecer serán alejadas de las zonas de Normandía en el transcurso de los primeros once días de junio. Éste será el objetivo de calendario.

Repito: del 1 de junio al 11 de junio.

El comandante supremo respondió adecuadamente:

—Que Dios me maldiga si no…

Se llevó a cabo la operación Overlord y los ejércitos invasores prosiguieron su avance. Bajo Badoglio y Grandi se negociaron en Lisboa las líneas generales de la colaboración italiana.

Fue un viaje que Alec Teague le permitió al comandante Fontine. Éste se lo había ganado con creces.

En una pequeña estancia de Lisboa un fatigado Badoglio se entrevistó con Víctor.

—Conque es el hijo de Fontini-Cristi quien nos trae el ultimátum. Me imagino que ello debe producirle a usted cierta satisfacción.

—No —repuso Víctor llanamente—. Simplemente desprecio.

26 de julio de 1944

WOLFSSCHANZE, PRUSIA ORIENTAL

(Extractos de la investigación de la Gestapo relativa al intento de asesinato de Adolf Hitler en el cuartel general del Alto Mando de Wolfsschanze. Documentación retirada y destruida).

Los ayudantes del traidor general Claus von Stauffenberg han confesado. Han descrito una vasta conspiración en la que se hallaban implicados los generales Olbricht, von Falkenhausen, Hoepner y, posiblemente, Kluge y Rommel. La conspiración no se hubiera podido coordinar sin la asistencia enemiga. Se habían evitado todos los canales normales de comunicación. Se empleó una cadena de correos desconocidos y se ha descubierto una denominación en clave de la que no se había oído hablar con anterioridad. Es de origen escocés y se trata del nombre de un distrito o una aldea: Loch Torridon… Hemos capturado…

Alec Teague se encontraba de pie frente al mapa de la pared de su despacho. Fontine permanecía sentado con aire abatido en un sillón junto al escritorio de Teague con los ojos clavados en el general de brigada que se hallaba al otro lado de la estancia.

—Era un juego —dijo Teague—. Y lo hemos perdido. No siempre se puede ganar. Usted ha perdido pocas veces, eso es lo malo, no está acostumbrado a ello. —Retiró tres alfileres del mapa y regresó a su escritorio. Se sentó lentamente y se restregó los ojos—. Loch Torridon ha sido una operación extremadamente eficaz. Tenemos muchas razones para sentirnos orgullosos.

—¿Lo dice usted en pasado? —preguntó Fontine sorprendido.

—Sí. La ofensiva aliada por tierra hacia el Rhin iniciará su máximo esfuerzo el primero de octubre. El Mando Supremo no quiere complicaciones; se tienen previstas muchas deserciones. Nosotros somos una complicación, posiblemente un perjuicio. Loch Torridon se irá extinguiendo por fases en el transcurso de los dos próximos meses. Y terminará a finales de septiembre.

Víctor contempló al general de brigada Teague mientras éste le comunicaba la noticia. Una parte del viejo soldado estaba muriendo con las palabras. Resultaba doloroso contemplar a Alec. Loch Torridon había constituido el momento de máximo brillo de su sol militar; jamás podría llegar más lejos y no estaban excluidas las envidias en relación con su final. Pero se habían adoptado unas decisiones que eran irrevocables y no cabía pensar en la posibilidad de oponerse a ellas. Teague era un soldado.

Fontine examinó sus propios pensamientos. Al principio, no había experimentado ni alivio ni depresión; más bien una sensación de suspensión, como si el tiempo se hubiera detenido de repente. Después, lenta y dolorosamente, se produjo una momentánea sensación de: «y ahora, ¿qué? ¿Cuál es mi finalidad? ¿Qué hago?»

Y súbitamente estas vagas preocupaciones fueron sustituidas. Y apareció de nuevo con toda su fuerza la obsesión que jamás se alejaba de su mente. Se levantó del sillón y permaneció de pie frente al escritorio de Alec Teague.

—Existe otra operación que debe organizarse «con toda la precisión de Loch Torridon». Ésta fue su frase.

—Así se hará. Le di a usted mi palabra. Los alemanes no durarán un año; en muchos generales ya se observan inclinaciones a la rendición. Seis, ocho meses, y la guerra habrá terminado. Entonces se organizará la operación «Salónica». Con toda la precisión de Loch Torridon.