—Entonces, ¿por qué está usted aquí? —dijo Andrea Thomson juntando las manos y apoyando la barbilla en las puntas de los dedos.
Para aquella reunión le habían cedido un despacho en la jefatura de Fettes, el mismo que utilizaba cuando había policías en Edimburgo que necesitaban asesoramiento psicológico.
—¿Es porque se siente frustrada en relación con algún éxito?
—¿He dicho yo eso?
—Me da la impresión de que es lo que trataba de decir. ¿Me equivoco?
—No lo sé… Yo pensaba que la de policía era una profesión relacionada con eso de hacer cumplir la ley y todo lo que enseñan en Tulliallan.
—¿Y ahora?
Thomson había cogido el bolígrafo, aunque sólo como gesto superfluo porque no haría anotaciones hasta después de la entrevista.
—¿Ahora? —Siobhan se encogió de hombros—. No estoy segura de que esas leyes funcionen realmente.
—¿Ni aun cuando se logra solucionar un caso?
—¿Eso cree que he conseguido?
—Ha resuelto el caso, ¿no es cierto? Un hombre inocente ha salido de la cárcel. A mí no me parece un mal resultado.
—Quizá no.
—¿O lo dice por lo de los medios y los fines? ¿Cree que es ahí donde falla el sistema?
—Tal vez el fallo esté en mí. Tal vez yo no estoy a la altura…
—¿De qué?
Siobhan volvió a encogerse de hombros.
—Del juego limpio, quizás.
Thomson examinó el bolígrafo.
—Ha visto morir a una persona y eso debe de haberle afectado.
—Únicamente porque he dejado que me afectara.
—Porque es humana.
—No sé adónde nos lleva todo esto —replicó ella negando con la cabeza.
—Nadie le ha reprochado nada, sargento Clarke. Más bien al contrario.
—Sin merecerlo.
—Todos nos vemos de pronto ante cosas que no creemos merecer —dijo Thomson sonriendo— y la mayoría de nosotros las acepta como llovidas del cielo. De momento su carrera es un éxito. ¿Es ese el problema tal vez? ¿No querer asumir un éxito tan fácil? ¿Quiere ser una inadaptada, una persona que vulnera las reglas con cierta impunidad? —Hizo una pausa—. ¿Acaso quiere ser como el inspector Rebus?
—Sé perfectamente que Rebus es irrepetible.
—De todas formas…
Siobhan reflexionó un instante pero acabó por encogerse de hombros por tercera vez.
—Bien, dígame qué es lo que le gusta de su trabajo —añadió Andrea Thomson inclinándose sobre la mesa, fingiendo auténtico interés.
Siobhan caviló sin precipitarse.
—La música, el chocolate, el fútbol y la bebida —contestó mirando el reloj—. Con un poco de suerte, al salir de aquí, podré hacer tres de esas cosas.
La sonrisa profesional de Thomson se nubló perceptiblemente.
—Me gusta también hacer largos viajes en coche y comer pizzas entregadas a domicilio —añadió Siobhan para romper el hielo.
—¿Y en cuanto a relaciones?
—¿Qué pasa con las relaciones?
—¿Mantiene actualmente alguna relación especial?
—Sólo con mi trabajo, señorita Thomson. Y no estoy muy convencida de que siga queriéndome.
—¿Y qué piensa hacer al respecto, sargento Clarke?
—No lo sé…, quizá llevármelo a la cama y darle chocolatinas con nueces. Era un recurso que antes me daba buen resultado.
Cuando Thomson levantó la vista de su bolígrafo azul vio que Siobhan sonreía.
—Creo que por hoy basta —dijo la psicóloga.
—Es posible —dijo Siobhan levantándose—. Gracias. Me siento mucho mejor.
—Y yo me siento con ganas de comerme una enorme chocolatina —añadió Andrea Thomson.
—Todavía estará abierta la cantina.
—Pues, ¿a qué esperamos? —preguntó Thomson guardando el bloc tamaño folio en el bolso.