El martes por la mañana cuando Siobhan entró en el Departamento de Investigación Criminal con una bolsa de papeles y un vaso de café, vio a alguien sentado a su mesa mirando el ordenador: Derek Linford nada menos. En la pantalla aparecía un nuevo mensaje: VEO QUE HA VUELTO TU AMADO.
—Supongo que no lo has puesto tú —dijo Linford.
—No —contestó Siobhan dejando el bolso.
—¿Crees que se refiere a mí?
Siobhan abrió la tapa del vaso y dio un sorbo de café.
—¿Sabes quién es el autor? —preguntó Linford, y ella negó con la cabeza—. Ya veo que no te sorprende, así que me imagino que no debe ser el primero.
—Exacto. Bien, si no te importa dejarme la silla…
—Ah, perdona —dijo Linford levantándose.
—No pasa nada —dijo ella sentándose y pulsando el ratón para que desapareciera el salvapantallas.
—¿Apagaste la pantalla ayer antes de irte? —inquirió Linford molestamente arrimado a ella.
—Para ahorrar energía —contestó Siobhan.
—Pues entonces alguien ha puesto en marcha el ordenador.
—Eso parece.
—Alguien que sabía tu contraseña.
—Todos conocemos la contraseña de los demás —dijo Siobhan— pues como no hay bastantes ordenadores tenemos que compartirlos.
—Por todos te refieres exactamente…
—Vamos a dejarlo, Derek —dijo ella mirándole.
Comenzaba a llegar la gente. El inspector jefe Pryde comprobó si estaba al día el Manual, la «Biblia»; Phyllida Hawes se puso a repasar llamadas de una lista a partir de la mitad; la víspera había puesto los ojos en blanco en dirección a Siobhan dándole a entender que aquellos chiflados no eran precisamente la parte más apasionante de la investigación. Gill Templer llamó a Grant Hood a su despacho; seguramente para tratar sobre la coordinación con los medios de comunicación, que era su especialidad.
Linford retrocedió medio paso.
—¿Qué plan de trabajo tienes hoy? —preguntó.
«Tenerte a un metro de distancia», pensó en responder ella, pero lo que dijo fue:
—Taxis. ¿Y tú?
Linford apoyó las manos en el lateral de la mesa.
—Voy a revisar los asuntos económicos del muerto, que son bastante liosos… —La miró fijamente—. Tienes cara de cansada.
—Muchas gracias.
—¿Estuviste de juerga anoche?
—Yo soy una juerguista empedernida.
—¿Ah, sí? Yo últimamente no salgo mucho… —Aguardó a que dijera algo, pero Siobhan simplemente soplaba el café, pese a que estaba más que tibio—. Sí —prosiguió Linford—, los chanchullos financieros del señor Marber van a dar trabajo. Seis cuentas bancarias, cartera de inversiones, valores…
—¿Tiene propiedades?
—La casa de Edimburgo y la villa de la Toscana.
—Qué bien viven algunos.
—Hummm, no me importaría nada pasar una semana en la Toscana.
—Yo me contentaría con una semana en mi casa tumbada en el sofá.
—Te contentas con poco, Siobhan.
—Gracias por el voto de confianza.
Linford no captó el tono en que lo decía.
—Mediante una pequeña anomalía en los extractos del banco…
—¿Qué? —preguntó Siobhan a pesar de que era una provocación en broma.
Phyllida Hawes colgó, apuntó otro nombre y siguió con sus anotaciones.
—En una de sus cuentas —prosiguió Linford— aparecen pagos trimestrales a una agencia de alquileres.
—¿Una agencia de alquileres? —preguntó Siobhan, y vio que él asentía—. ¿Cuál?
—¿Qué importancia tiene? —replicó él ceñudo.
—Puede tenerla. Resulta que fui ayer a Alquileres MGC para hablar con el propietario, Big Ger Cafferty.
—¿Cafferty? ¿No era uno de los clientes de Marber?
—Por eso me interesó —contestó Siobhan asintiendo con la cabeza.
—Sí, a mí también; quiero decir, ¿por qué iba a necesitar alquilar un piso una persona con tanto dinero como Marber?
—Y la respuesta es…
—Aún no he llegado ahí —dijo él—. Un momento —añadió, y volvió a su mesa, la que antes era de Rebus, y empezó a remover papeles.
Siobhan tenía también que rebuscar entre los suyos, pero pensó que el inspector Pryde podía tener los datos.
—¿Qué desea, Siobhan? —preguntó este al verla acercarse a su mesa.
—Se trata del taxi que llevó a la víctima a casa, señor. ¿De qué empresa era?
Pryde no necesitó buscarlo; es lo que a ella le gustaba de aquel hombre, y se preguntó si se llevaría trabajo a casa por las noches para aprenderse de memoria hechos y cifras. Era un Manual de Investigación Criminal de carne y hueso.
—El taxista se llama Sammy Wallace; tiene antecedentes por allanamiento de morada, pero de hace años. Hemos comprobado en los archivos y parece que está limpio.
—¿Para qué compañía trabaja?
—Para MG Private Hire.
—¿El dueño es Big Ger Cafferty?
Pryde la miró sin parpadear. Apretaba contra su pecho una tablilla sujetapapeles y tamborileaba con los dedos sobre ella.
—No creo —dijo.
—¿Puedo comprobarlo?
—Hágalo. Ayer habló con Cafferty…
Siobhan asintió con la cabeza.
—Y ahora Linford me dice que hay una agencia de alquileres que recibía unos pagos periódicos del señor Marber —añadió.
Pryde hizo una O con la boca.
—Bien; compruébelo —dijo.
—Sí, señor.
Cruzó la sala y vio que Linford continuaba buscando entre los papeles. En ese momento se acercó a ella Grant Hood con una página fotocopiada del libro de invitados de Marber.
—¿Qué crees que pone ahí? —le preguntó.
Siobhan miró la firma.
—Marlowe, podría ser.
—Sólo que no había ningún Marlowe en la lista de invitados —soltó él espirando ruidosamente.
—¿Templer te ha ordenado hacer la lista de los que asistieron a la inauguración? —aventuró Siobhan.
Hood asintió.
—Ya la tengo casi completa, pero hay algunos nombres que no sabemos a quiénes pertenecen. Y hay invitados que no encontramos en la lista. Ven y echa una ojeada.
Fue con él a su mesa y Hood abrió un archivo del ordenador. En la pantalla apareció la planta de la galería con unas crucecitas que representaban los invitados. Con otro clic del ratón cambió la perspectiva y las cruces se convirtieron en figuras que se desplazaban por el local con movimientos espasmódicos.
—Es lo último en programas —dijo él.
—Es increíble, Grant. ¿Has trabajado en ello el fin de semana?
Él asintió con la cabeza, ufano de su obra como un niño.
—¿Y exactamente, qué es lo que añade al total de nuestros conocimientos?
Hood la miró y comprendió que le tomaba el pelo.
—Vete a la mierda, Siobhan.
Ella sonrió sin replicar.
—¿Cafferty es uno de esos palotes?
Hood hizo otro clic y apareció en la pantalla una lista de descripciones de los testigos.
—Ahí tienes a Cafferty —dijo.
Siobhan leyó en la columna: fornido, pelo canoso, chaqueta de cuero negro más adecuada para un hombre con la mitad de años que él.
—Sí, ese es él —asintió dando una palmadita a Hood en el hombro antes de alejarse a buscar un listín telefónico, momento en que hizo su entrada Davie Hynds.
Pryde consultó el reloj, frunció el entrecejo; Hynds cruzó la sala cabizbajo y vio a Siobhan en la mesa de George Silvers con un tomo de las Páginas Amarillas hecho trizas.
—Había un atasco en el puente George IV que está en obras —dijo.
—Lo tendré en cuenta para mañana.
Vio que el listín estaba abierto por la sección de empresas de taxis.
—¿Buscas pluriempleo?
—Busco MG Private Hire —contestó ella—. La empresa del taxista que llevó a casa a Marber después de la inauguración.
Hynds asintió, mientras miraba por encima del hombro de Siobhan cómo esta pasaba el dedo por la página.
—MG Cabs —dijo Siobhan dando con el dedo—. Está en Lochend.
—¿Es Cafferty el dueño? —preguntó él.
—No lo sé —contestó ella—. Él tiene una empresa de taxis en Gorgie. Se llama algo así como Exclusive Cars —añadió volviendo a señalar con el dedo—. ¿Qué crees que querrá decir MG?
—A lo mejor los taxis son en realidad coches deportivos.
—Despierta, Davie. ¿No te acuerdas de su agencia de alquileres? Se llama MGC, y mira estas siglas de la empresa de taxis: MG Cabs.
—Sí, otra vez MGC —admitió Hynds.
—No creas que estoy aquí sólo de adorno.
—Pero eso no quiere decir que el dueño sea Cafferty.
—Tal vez la manera más rápida de saberlo es preguntárselo a él mismo —dijo Siobhan volviendo a su mesa y descolgando el teléfono—. ¿Eres Donna? —preguntó cuando contestaron—. Donna, soy Siobhan Clarke, de la policía, la que estuvo ayer. ¿Cree que podría hablar con su jefe? —dijo alzando la vista hacia Hynds, que miraba su café con codicia—. ¿Ah, sí? ¿Quiere decirle que me llame? —añadió dándole el número—. Mientras tanto, ¿no sabría decirme si el señor Cafferty es propietario de una empresa llamada MG Cabs? —Siobhan arrimó el café a Hynds y asintió con la cabeza cuando él la miró; él sonrió agradecido y tomó un par de sorbos—. Bueno, gracias de todos modos —concluyó ella colgando.
—No me digas que ha huido del país —dijo Hynds.
—La secretaria no sabe dónde está y ha tenido que anular las citas de la mañana.
—¿Es asunto que pueda interesarnos?
Siobhan se encogió de hombros.
—Le daremos el beneficio de la duda —dijo—, pero si no llama, iremos a ver.
Derek Linford se acercó a la mesa con una hoja en la mano.
—Buenos días, Derek —dijo Hynds sin que Linford le hiciera caso.
—Aquí está —dijo Linford tendiendo el papel a Siobhan.
La empresa se llamaba Superlative Property Management; Siobhan mostró el nombre a Hynds.
—¿Te dicen algo las siglas? —preguntó.
Él negó con la cabeza y ella se volvió hacia Linford.
—Bueno, ¿y por qué pagaba el señor Marber a esta empresa dos mil libras trimestrales?
—Eso no lo sé todavía —contestó Linford—. Iré hoy mismo a hablar con ellos.
—Me interesaría saber qué te dicen.
—No te preocupes, tú serás la primera en saberlo.
Siobhan notó que se ruborizaba por el modo en que él lo había dicho, y trató de ocultarlo tras el envase de cartón del café.
—Sería interesante averiguar quién es en realidad el propietario de esa firma —comentó Hynds.
Linford le fulminó con la mirada.
—Gracias por el consejo, agente Hynds —dijo.
Hynds se encogió de hombros, se irguió sobre la punta de los pies y volvió a apoyar los talones en el suelo.
—Esto hay que coordinarlo —dijo Siobhan—. Da la impresión de que Cafferty es el dueño de la empresa del taxi que llevó a Marber a casa. Por otra parte, tiene una agencia de alquiler de pisos. Puede ser casualidad, pero de todos modos…
Linford asintió con la cabeza.
—Hoy antes de marcharnos tendremos una sentada a ver qué hemos averiguado —dijo.
Siobhan hizo un gesto de aprobación y, sin más, Linford volvió a su mesa.
—Hay que ver la simpatía que me tiene —dijo Hynds en voz baja—. Es evidente que no le caigo muy bien.
Siobhan quiso contener una mueca, pero al no conseguirlo volvió la cabeza hacia la mesa de Linford esperando que no la viera; este, que la estaba mirando directamente, le devolvió la radiante sonrisa que creyó que le dedicaba.
«Dios mío, ¿por qué me pasan a mí estas cosas?», pensó ella.
—¿Recuerdas los pisos que vimos ayer anunciados en Alquileres MGC? —preguntó a Hynds—. Costaban unas cuatrocientas libras al mes; mil doscientas al trimestre.
—El alquiler de Marber era mucho más caro —comentó Hynds—. ¿De qué demonios será?
—Seguro que de un almacén no. —Siobhan hizo una pausa y añadió—: Ya verás cómo Derek nos lo dice.
—Te lo dirá a ti —replicó Hynds sin poder ocultar cierta amargura, o celos, quizá.
«Dios mío», volvió a pensar Siobhan.
—¿Cuántas veces tengo que decirlo?
El taxista Sammy Wallace estaba en uno de los cuartos de interrogatorio de Saint Leonard con las mangas de la camisa a cuadros subidas dejando al descubierto unos brazos llenos de los más variados tatuajes, desde trabajos con la tinta de un azul desvaído hasta obras más profesionales de águilas y cardos. El pelo negro y sucio le caía en rizos sobre las orejas y le colgaba hasta más abajo del cuello. Era ancho de espaldas y tenía cicatrices en el rostro y en el dorso de las manos.
—¿Cuánto tiempo hace que salió de la cárcel, señor Wallace? —preguntó Hynds.
Wallace se puso en pie de pronto.
—¡Eh! ¡Pare el carro ahora mismo! No voy a consentir que me llenen de mierda por el simple hecho de que no encuentran a otro a quien cargarle el muerto.
—Muy elocuente su exposición —comentó Siobhan pausadamente—. ¿Le importaría sentarse, señor Wallace?
El taxista volvió a la silla a regañadientes mientras Siobhan hojeaba su expediente sin leerlo realmente.
—¿Cuánto tiempo hace que trabaja en MG Cabs?
—Tres años.
—Así que obtuvo ese empleo poco después de salir en libertad.
—Bueno, es que aquella semana había pocas ofertas para neurocirujanos.
Siobhan esbozó una sonrisa casi imperceptible.
—En ese aspecto, el señor Cafferty es muy comprensivo, ¿no es cierto? No rehusa ayudar a los expresidiarios.
—¿Quién?
—Me refiero a que, como él también ha estado en la cárcel, es natural que… —Siobhan interrumpió la frase como si acabase de asimilar la pregunta del taxista—. Su jefe, el señor Cafferty —añadió. Él le dio ese empleo, ¿no es cierto?
Wallace miró a uno y otro repetidas veces.
—No conozco a ningún Cafferty.
—Morris Gerald Cafferty —dijo Hynds—. MG Cabs lleva sus iniciales.
—Y yo tengo las iniciales de Stevie Wonder y no soy un pianista ciego.
Siobhan sonrió otra vez, con menos ganas que la primera.
—Con todo respeto, señor Wallace, su juego no nos sirve. Cualquiera que haya estado en la cárcel ha oído hablar de Big Ger Cafferty. Hace mal simulando que no conoce ese nombre.
—¿Big Ger? Claro que he oído hablar de Big Ger, pero no de ese Morris que han dicho. Ni siquiera conozco su apellido.
—¿Nunca va a la oficina de la empresa?
—Miren, que yo sepa, MG Cabs la lleva mi jefa, Ellen Dempsey. Ella es quien me encarga los servicios.
—¿Su jefe es una mujer? —preguntó Hynds.
Wallace le miró y Hynds carraspeó como si reconociera que era una pregunta tonta.
—¿Cuál es su número de teléfono? —preguntó Siobhan sacando el móvil.
—El de MG —contestó el taxista; se lo dio y ella marcó las cifras.
Contestaron de inmediato:
—MG Cabs, diga.
—¿La señora Dempsey? —contestó Siobhan.
Hubo una pausa.
—¿Quién llama? —preguntó la voz en tono más seco.
—Señora Dempsey, soy la sargento Clarke del Departamento de Investigación Criminal de Saint Leonard. En estos momentos estoy interrogando a Samuel Wallace, uno de sus conductores.
—Dios mío, otra vez no. ¿Cuántas veces hemos de contarles la historia?
—Hasta que creamos que disponemos de cuanta información sea necesaria.
—Bueno, usted dirá.
—¿Puede decirme a qué responde el nombre de MG Cabs?
—¿Cómo?
—Las siglas de MG, ¿qué quieren decir?
—Son las del coche deportivo.
—¿Por algún motivo en concreto?
—Porque me gustan. MG pretende dar a entender que el taxi va a llegar más rápido.
—¿Sólo por eso?
—No sé qué tiene esto que…
—¿Ha oído hablar alguna vez de Morris Gerald Cafferty, Big Ger?
—Tiene una empresa de taxis en el West End, Exclusive Cars, que hace muchos servicios de primera.
—¿De primera?
—Para ejecutivos y hombres de negocios. Van a recogerlos con Mercedes al aeropuerto.
Siobhan miró a Sammy Wallace tratando de imaginárselo con visera y guantes blancos.
—Bien, gracias por la información.
—Sigo sin entender por qué…
—¿Tiene idea de quién llamó a MG Cabs?
—¿A qué llamada se refiere?
—A la que pidieron un taxi para el señor Marber.
—Supongo que la haría él mismo.
—No hay constancia. Hemos comprobado todas sus llamadas con la compañía telefónica.
—¿Y qué quiere que haga yo?
—Ha muerto una persona, señora Dempsey.
—Bueno, hay muchos otros clientes, sargento Clarke…
—Bien, gracias de nuevo por su ayuda —dijo Siobhan con frialdad—. Adiós.
Cortó la comunicación y dejó el móvil en la mesa, entre sus manos. Wallace tenía las suyas abiertas sobre la mesa con la palma hacia abajo y los dedos separados.
—¿Y bien? —dijo.
Siobhan cogió un bolígrafo y jugueteó un instante con él.
—Creo que eso es todo de momento, señor Wallace. Agente Hynds, acompañe al señor Wallace.
Cuando Hynds regresó preguntó qué explicación había dado Ellen Dempsey y se echó a reír con sarcasmo.
—Y eso que yo te lo decía en broma…
—Claro, los MG son rápidos y deportivos —apostilló Siobhan asintiendo despacio con la cabeza.
—Lo serán —dijo Hynds—, pero el taxi del señor Wallace es un Ford Kreg oxidado. Y, además, cuando salió de aquí estaban poniéndole una multa.
—Me imagino que no le habrá hecho gracia.
Hynds se sentó.
—Supongo que no —dijo mirando cómo Siobhan jugueteaba con el bolígrafo—. Bueno, ¿y ahora qué hacemos?
En la puerta apareció un policía de uniforme.
—Ustedes verán, pero tienen que desalojar este cuarto dentro de cinco minutos —dijo el agente antes de entrar para meter cuatro sillas metálicas.
—Pero ¿esto qué es? —preguntó Hynds.
—Debe de ser una invasión —dijo Siobhan.
Y de pronto recordó de quién y por qué.