Cuando Rebus volvió a la sala de trabajo, el equipo se hallaba reunido en torno a Archie Tennant, que estaba sentado. Los demás, de pie tras él, miraban por encima de sus hombros unos papeles que Tennant leía.
—¿Qué es eso? —preguntó Rebus quitándose la chaqueta.
—El informe sobre Richard Dickie Diamond —contestó Tennant interrumpiendo la lectura—. Lo han enviado por fax sus «amigos» de Lothian y Borders.
—Qué extraña eficacia en ellos —comentó Rebus mirando por la ventana un coche que salía hacia la carretera. Quizás era Strathern que regresaba, porque se veía un chófer y un pasajero en el asiento de atrás.
—Menudo tipo era tu Dickie —añadió Francis Gray.
—No era «mi» Dickie —replicó Rebus.
—Pero tú le conocías y le detuviste unas cuantas veces, ¿no?
Rebus asintió. Era inútil negarlo. Fue a sentarse al extremo opuesto de la mesa.
—Me había parecido escuchar que casi no habías oído hablar de él, John —añadió Gray con mirada burlona mientras Tennant pasaba otra hoja.
—No había acabado de leer esa página —protestó Tam Barclay.
—Porque eres más lento que un caracol —comentó Gray mientras Tennant tendía la hoja a Barclay.
—Creo haber dicho que yo no le conocía mucho —explicó Rebus contestando a Gray.
—Pues le detuviste en dos ocasiones.
—Francis, he detenido a mucha gente y no por ello son mis amigos del alma. Sé que apuñaló a un tipo en una discoteca y que echó gasolina en el buzón de otro y que esto último nunca llegó a los tribunales.
—No nos dices nada que no sepamos —comentó Jazz McCullough.
—Tal vez porque tú eres muy listo, Jazz.
McCullough alzó la vista y los demás le secundaron.
—¿Qué te pasa, John? ¿Eres el hombre del mes, o qué? —espetó Stu Sutherland.
—Quizás Andrea no acaba de rendirse a sus encantos —añadió Francis Gray.
Rebus le miró a los ojos y a continuación lanzó un suspiro contenido seguido de una sonrisa de contrición.
—Lo siento, chicos. Perdonad que me haya pasado.
—Que es precisamente por lo que usted está aquí —recordó Tennant—. ¿Este tipo no volvió nunca más a aparecer? —preguntó señalando el expediente con el dedo.
Rebus se encogió de hombros.
—¿Y desapareció antes de que pudiera intervenir el Departamento de Investigación Criminal de Glasgow?
Rebus volvió a encogerse de hombros.
—¿Se escapó o desapareció del mapa? —preguntó Allan Ward.
—Baja de la higuera, Allan —dijo Gray.
Rebus los observó; no parecían llevarse muy bien y se preguntó si Allan Ward no estaría maduro para delatar a sus secuaces. Lo dudaba. Por otra parte, de los tres supuestos sinvergüenzas, era él quien más verde estaba, desde luego.
—Allan tiene razón —dijo Tam Barclay—. A lo mejor a Diamond le mataron. Pero, de todos modos, da la impresión de que sabía algo o tenía miedo de que alguien pensara que lo sabía.
Rebus tuvo que admitir que Barclay se había tomado aquella mañana las vitaminas para el cerebro. Tennant señaló de nuevo el expediente.
—Esto es agua pasada —comentó—. No añade nada nuevo sobre lo que haya podido ser de Diamond todos estos años.
—Podríamos difundir su descripción para ver si saben algo en otra demarcación —dijo Jazz McCullough.
—Buena idea —comentó Tennant.
—Pero lo que sí nos dice el expediente —añadió Francis Gray— es con quién se relacionaba Dickie Diamond. Un tipo como él que se mueve de aquí para allá es alguien que sabe cosas. En aquel entonces quizá no quisiera decir nada, pero con el tiempo transcurrido…
—¿Quiere interrogar a sus cómplices? —preguntó Tennant.
—No estaría mal. A medida que pasan los años, las cosas se comentan.
—Podríamos pedir a Lothian y a Borders que…
Gray cortó de plano la sugerencia de Stu Sutherland.
—Yo creo que nuestros amigos del este andarán muy ocupados. ¿No es cierto, John? —añadió mirando a Rebus.
Rebus asintió.
—Ahora tienen la investigación del caso Marber —dijo.
—Un caso no menos interesante en el que resulta que John se le fue la mano otra vez —dijo Gray.
Algunos sonrieron y Gray cambió de sitio en la mesa para poder mirar de frente a Tennant.
—Bien, ¿qué piensa, señor? ¿Merece la pena o no dedicar un par de días al misterioso Edimburgo? Tendría que decidirlo usted, no nosotros —añadió abriendo los brazos y encogiéndose de hombros.
—Tal vez un par de medios días —dijo Tennant al fin—. Bien, ¿qué más tenemos que comprobar?
Luego resultó que al final de aquel día sabrían algo más. Pero primero asistieron a las clases del cursillo y a la hora del almuerzo, en la cantina, arreciaron los comentarios y las conversaciones y todos se alegraron de que los jefazos hubieran puesto fin a su visita a la academia. Tennant parecía extrañamente apagado y Rebus se preguntaba si en el fondo de su corazón no le habría complacido que hubieran hecho acto de presencia en su «espectáculo». Le había cruzado por la mente la idea de que Tennant estuviera en el ajo. Habría sido más fácil justificar su incorporación más tarde al curso si los jefazos tenían un enlace dentro. Y, además, surgía aquella molesta duda acerca de la «casualidad» de que el caso que les habían asignado para estudio fuese uno en el que él había intervenido.
Y Francis Gray también.
¿No sería Gray un topo introducido por Strathern? No podía desechar la idea de un doble juego. La lasaña se le había quedado fría y convertida en una masa informe amarilla y roja bordeada de grasa color naranja. Cuanto más la miraba, más parecían disiparse los colores.
—¿Es que no tienes apetito? —preguntó Allan Ward.
—¿La quieres tú? —respondió Rebus, pero Ward dijo que no.
—La verdad, parece una placenta.
Al ver que su observación surtía efecto, Allan Ward sonrió con suficiencia desde detrás de un tenedor lleno de jamón.
Después de la comida, parte de los alumnos iba a uno de los campos de fútbol y otros a dar un paseo por los jardines, pero los del grupo salvaje fueron a gestión de delincuencia para aprender a exponer un Manual de Investigación Criminal que, en palabras de su autor, era «la Biblia de la investigación rigurosa y bien hecha», en la que se detallaban las vías y los procedimientos seguidos que demostraban que el equipo investigador se había esforzado al máximo.
Para Rebus era burocracia.
La siguiente clase fue entomología forense, de la que salieron en tropel en cuanto terminó.
—Se me revuelve el estómago sólo de pensar en esas cosas —dijo Tam Barclay, refiriéndose a la proyección de diapositivas sobre el tema.
Luego, hizo un guiño y sonrió. En la planta de abajo ya había algunos espatarrados en los sillones de la zona de descanso frotándose la frente y con los ojos cerrados, pero Rebus y Ward continuaron escalera abajo para salir a fumar un cigarrillo.
—Es un tema que se te queda grabado —añadió Ward, dándole las gracias por el fuego con una inclinación de cabeza.
—Desde luego, te da que pensar —comentó Rebus.
Les habían mostrado primeros planos de cadáveres putrefactos con bichos e insectos; les explicaron que por medio de los gusanos podía determinarse el momento de la muerte, y les proyectaron en la pantalla cuerpos de ahogados flotando en el agua, y figuras humanas reducidas a poco más que helado de vainilla y frambuesa derretido.
Rebus pensó en la lasaña y dio otra calada al cigarrillo.
—Lo que sucede es que nos hacemos unos miserables conformistas, Allan. Con el tiempo nos volvemos cínicos e incluso gandules; no vemos más que a los jefes controlando nuestro trabajo y el montón de papeleo, y perdemos de vista el objetivo concreto de nuestra profesión —dijo Rebus mirando al joven compañero—. ¿Tú qué crees?
—Es un trabajo, John. Yo entré en el cuerpo porque no me admitían en ninguna parte.
—Estoy seguro de que eso no es verdad.
Ward reflexionó un instante y luego sacudió la ceniza del pitillo.
—Bah, tal vez no. Pero a veces me lo parece.
Rebus asintió.
—Me da la impresión de que tienes a Francis encima de ti demasiado tiempo.
Ward levantó la vista tan rápido que Rebus pensó si no habría sido excesivamente brusco al abordar el tema, pero Ward esbozó una sonrisa irónica.
—Bueno, hago como si oyera llover —replicó.
—¿Os conocéis bien?
—Realmente no.
—Es que me da la impresión de que Gray no actúa así con los otros.
Ward alzó un dedo.
—No seas tonto. Trabajamos juntos en un caso, pero eso no quiere decir que seamos amigos ni nada.
—Comprendo. Pero como no sois completamente desconocidos, él se cree con derecho a tomarte un poco el pelo, ¿no?
—Exacto.
Rebus dio otra calada y expulsó el humo. Miraba a lo lejos como si viese algo interesante en el campo de fútbol.
—¿En qué caso trabajasteis juntos? —preguntó.
—En el de un traficante de Glasgow…, una especie de gángster.
—¿De Glasgow?
—Bueno, era un tipo que tenía tentáculos por todas partes.
—¿Tan al sur que llegaba hasta vuestra demarcación?
—Ah, sí. Stranraer es paso obligado hacia Irlanda, ¿sabes? Y por allí van y vienen armas, drogas y dinero, como si fuera un ping-pong.
—¿Cómo se llamaba el tipo? ¿Le conozco yo?
—No, ya no. Está muerto. —Rebus aguardó algún gesto por parte de Ward, una pausa o un brillo en los ojos, pero este sin inmutarse añadió—: Se llamaba Bernie Johns.
Rebus fingió que repasaba en su memoria.
—¿Uno que murió en la cárcel? —preguntó.
Ward asintió con la cabeza.
—La verdad es que se lo merecía —dijo.
—En Edimburgo tenemos uno como él.
—¿Cafferty? —dijo Ward—. Sí, he oído hablar de ese cabrón. ¿No interviniste tú para que le metieran entre rejas?
—Sí, pero no ha estado mucho tiempo —dijo Rebus aplastando la colilla con la suela del zapato—. ¿Así que no te importa que Gray te tome el pelo?
—No te preocupes tanto por mí, John —replicó Ward dándole una palmada en el hombro—. Francis Gray sabe hasta dónde puede llegar y no voy a dejar que se pase de la raya —añadió dándose la vuelta para marcharse, pero se detuvo. Rebus sintió un hormigueo en el hombro que le había tocado—. ¿Serás nuestro guía en Edimburgo para que lo pasemos bien?
—Haré lo que pueda.
Ward asintió. No había desaparecido el acero de su mirada y Rebus se preguntó si desaparecía alguna vez; estaba seguro de que había que andarse con cuidado, pero no dejaba de darle vueltas a la manera de hacer de él un aliado.
—¿Entras?
—Ahora voy —contestó Rebus, pensando en fumar otro cigarrillo, aunque desechó la idea.
Del campo de fútbol llegaban gritos y en la línea de banda se alzaban muchos brazos. Un jugador rodó por el suelo.
«Vienen a Edimburgo», murmuró Rebus para sí. Luego negó despacio con la cabeza. Era él quien tenía que seguir de cerca a los del grupo salvaje, y ahora irrumpían ellos en su territorio para fisgar y preguntar detalles sobre Dickie Diamond. Desechó aquellos pensamientos con un gesto de la mano, cogió el móvil y llamó a Siobhan; pero no contestaba.
—Típico de ella —musitó, y optó por llamar a Jean.
Ella le dijo que estaba comprando en el Herbolario de Napier, lo que le hizo sonreír porque Jean creía en la homeopatía y tenía en el cuarto de baño un armarito lleno de remedios a base de hierbas y a él, incluso, le había hecho tomar alguno cuando tuvo la gripe; y parecía que funcionaban. Pero siempre que abría el armarito, Rebus tenía la impresión de que se podría usar la mitad de los tarros para hacer un plato al curry o un estofado.
—Ríe cuanto quieras, pero a ver quién de los dos está más sano —le decía ella muchas veces.
Jean le preguntó cuándo iban a verse y él contestó que no estaba seguro, pero no mencionó que su trabajo le llevaría a Edimburgo antes de lo previsto para no suscitar expectativas en Jean; si quedaban podría ser que hubiera que anular la cita a última hora. Mejor que no lo supiera.
—Esta noche voy a casa de Denise —dijo ella.
—Me alegro de que no me guardes ausencia.
—Tú eres quien me ha dejado, no yo.
—Es mi trabajo, Jean.
—Sí, claro. —Rebus oyó un suspiro—. ¿Qué tal el fin de semana?
—Tranquilo. Ordené el piso y fregué…
—¿Te emborrachaste como una cuba?
—Esa acusación sería fácilmente recusada ante un tribunal.
—¿Porque me costaría mucho encontrar testigos?
—Nada más que alegar, señoría. ¿Qué tal la boda?
—Ojalá hubieses venido. ¿Nos veremos cuando vengas a Edimburgo?
—Por supuesto.
—¿Y será pronto?
—No sabría decirte, Jean…
—Bueno… Cuídate.
—¿No es lo que hago siempre? —replicó él concluyendo la conversación con un «adiós» antes de que ella replicara.
Dentro, en la zona de descanso, vio que el grupo estaba muy animado. Archie Tennant permanecía de pie con los brazos cruzados y la barbilla hundida en el pecho como sumido en una profunda meditación, Tam Barclay gesticulaba para llamar la atención sobre lo que estaba explicando sin dejar meter baza a Stu Sutherland ni a Jazz McCullough, y parecía que Allan Ward acababa de unirse al grupo, pues preguntaba de qué hablaban; sólo Francis Gray, impasible en uno de los sofás con las piernas cruzadas, balanceaba su reluciente zapato negro de un lado a otro cual batuta dirigiendo a los intérpretes.
Rebus, sin decir nada, se abrió paso rozando a Ward y se sentó junto a Gray. Por la ventana entraba un rayo de sol poniente que proyectaba sobre la pared una sombra exageradamente alargada del grupo. Rebus pensó que, más que una orquesta, realmente parecía un espectáculo de títeres.
Pero siguió callado; al advertir que el móvil de Gray reposaba en su abultada entrepierna sacó el suyo y comprobó que era más viejo y pesado. Seguramente estaría anticuado. Había llevado a la tienda a arreglar un modelo anterior pero le dijeron que era mejor comprar uno nuevo.
Gray observaba también el teléfono de Rebus.
—He tenido una llamada —dijo.
—Debe de haber sido interesante —comentó Rebus mirando al grupo.
Gray asintió despacio.
—Me debían un par de favores y llamé a Glasgow para decir que queríamos saber algo sobre Rico Lomax.
—¿Y?
—Que me llamaron…
—¡Bueno, bueno! —exclamó Archie Tennant alzando de pronto los brazos—. Cálmense, ¿de acuerdo?
Cesó el barullo y Tennant, mirándolos sucesivamente, bajó los brazos.
—Bien; respecto a esa nueva información… —añadió mirando a Gray—. ¿El informador suyo es fidedigno al cien por cien?
—Es fiable —respondió Gray encogiéndose de hombros.
—¿Cuál es esa nueva información? —preguntó Ward, y Sutherland y Barclay comenzaron a contestarle a la vez hasta que Tennant les mandó callar.
—Bien, así que ahora resulta que el pub donde Rico estuvo bebiendo la noche en que le mataron era por aquel entonces propiedad de un tal Chib Kelly, quien como sabemos comenzó a acostarse con la viuda de Rico poco después.
—¿Cuándo exactamente?
—¿Tiene alguna relevancia?
—¿Lo sabían los investigadores de entonces…?
Todos hacían preguntas y una vez más Tennant impuso silencio y miró a Gray.
—Bien, Francis, ¿sabían este dato quienes investigaron el caso en su momento?
—Ni idea —contestó Gray.
—¿Recuerda alguno de ustedes haber tropezado con ese detalle particular en los expedientes del caso? —dijo Tennant mirando en círculo, pero todos negaron con la cabeza—. La pregunta crucial, por tanto, sería: ¿es relevante para el caso?
—Podría serlo.
—Tiene que serlo.
—Se trata de un crimen pasional.
—Decididamente.
Tennant reflexionó de nuevo y dejó que sus voces le resbalasen.
—Tendríamos que hablar con ese Chib, profesor.
Tennant miró a quien lo había dicho: John Rebus.
—Sí, claro —dijo Ward—. Seguro que se confiesa culpable —añadió con sorna.
—Es lo pertinente —replicó Rebus, repitiendo la expresión que les habían repetido hasta la saciedad en la clase de gestión de delincuencia.
—John tiene razón —dijo Gray mirando a Tennant—. En una investigación real tendríamos que hacer interrogatorios cara a cara a la gente; no estar aquí sentados como críos castigados en la escuela.
—Tengo entendido que su problema concreto, inspector Gray, fueron los interrogatorios —dijo Tennant con frialdad.
—Puede ser, pero me ha dado buenos resultados estos últimos veinte años.
—Tal vez no por mucho más tiempo.
La réplica flotó entre los dos como una amenaza.
—Es de lógica intentar hablar con él —dijo Rebus—. Al fin y al cabo, esto no es un examen teórico sino un caso real.
—No mostraste tanto entusiasmo en su momento en Edimburgo, John —dijo Jazz McCullough metiendo las manos en los bolsillos.
—Es verdad lo que dice Jazz —añadió Gray mirando a Rebus—. ¿Nos ocultas algo, John?
Rebus sintió ganas de agarrar a Gray y espetarle: «¿Qué es lo que sabes?», pero guardó el móvil y apoyó los codos en las rodillas.
—Quizá tengo ganas de un viaje al salvaje oeste —dijo.
—¿Quién ha dicho que tú vienes? —inquirió Ward.
—No veo la necesidad de que nos juntemos todos en un cuarto con Chib Kelly —comentó Stu Sutherland.
—¿Qué pasa, es demasiado trabajo para ti, Stu? —se mofó Ward.
—Así no vamos a ninguna parte —chilló Tennant—. Ya que el inspector Rebus se muestra de pronto tan preocupado y partidario de «hacer las cosas bien», lo primero es ver si realmente la conjetura es sólida. Lo que significa revisar esos expedientes a ver si en alguna nota se menciona que Chib Kelly era propietario… Por cierto, ¿cómo se llamaba el pub?
—The Claymore —dijo Gray—. Pero ahora es el Dog and Bone y ha subido de categoría.
—¿Kelly sigue siendo el dueño? —preguntó Rebus.
Gray negó con la cabeza.
—Ahora es de una cadena inglesa y está todo lleno de estanterías con libros y cosas. Parece una tienda más que un bar.
—Lo que debemos hacer —dijo Tennant— es volver a mirar esos expedientes a ver qué encontramos.
—Podríamos dedicar a eso un par de horas —dijo Gray consultando el reloj.
—¿Tiene planes para esta noche, Francis? —preguntó Tennant.
—John va a llevarnos a Edimburgo a dar una vuelta —comentó Gray dando una fuerte palmada a Rebus en el hombro—. No hay que apoltronarse, ¿verdad, John?
Rebus no contestó ni oyó los comentarios de «Estupendo» ni «Buena idea». Estaba concentrado en Francis Gray, pensando qué demonios se traería entre manos.