AGRADECIMIENTOS

El de escritor es el oficio más solitario que existe. Y eso es algo que desde el primer momento aceptamos quienes elegimos ganarnos la vida de este modo. Imagino que si quisiéramos conocer gente trabajaríamos como guías turísticos o pianistas de hotel. Sin embargo, con esta novela quise hacer un experimento: probar si se podía escribir en compañía. Y he descubierto que sí, porque nunca me he sentido más acompañado que durante el tiempo que me ha llevado la escritura de esta novela, gracias a dos personas muy especiales para mí.

Una de ellas es mi amigo y colega Lorenzo Luengo, que ha velado esta novela como si fuese suya, leyendo cada entrega que yo le enviaba con atención e imparcialidad, dándome consejos sobre la trama y los personajes, detalles sobre la época, aliento cuando me sentía falto de fuerzas y prestándome su fe en el proyecto cuando la mía titubeaba. Su desinteresada ayuda no solo me ha servido para aprender a escribir una novela, sino para comprender lo que significa la palabra amistad. Por eso no puedo más que agradecérselo añadiendo su nombre a estas páginas que tanto le deben, aparte de regalarle el mono ardilla del que se ha encaprichado.

La otra persona es mi novia Sonia, que me ha velado a mí mientras la escribía. Aunque no la leyó hasta que la terminé, fue paciente y sensible testigo de cómo su argumento germinaba y crecía hasta adquirir su forma definitiva, porque las novelas no solo se fraguan sobre el papel, sino también en los paseos por los parques o en las cafeterías. Ella fue quien invistió mi mundo de la calma que necesitaba, y suya fue la mano que tomó la mía para ayudarme a buscar la salida cada vez que me extraviaba en el laberinto de mi propia obra.

Esta novela, por todo lo dicho, les pertenece a ellos tanto como a mí, pues sin su ayuda jamás hubiese podido escribirla. Los errores son exclusivamente míos, pero sus logros, de haberlos, son también suyos. Espero que nunca dejen de estar a mi lado para compartir las alegrías que este libro nos traiga.