Había hecho un largo camino. Ahora tenía que descansar. Encontró un cibercafé tranquilo, lejos de la vía principal, donde podría ordenar sus prioridades y planear la siguiente fase. En el café había algunos clientes accediendo a los terminales, pero de momento nadie se había fijado en ella. Oyó el murmullo del tráfico. Dentro, sin embargo, se estaba tranquilo y a salvo. Sobre todo a salvo: de las acusaciones, los malentendidos y la inconsciente crueldad de un mundo indiferente.
Tenía que concentrarse en el problema. La sensación de pérdida subsistía, pero el dolor, tarde o temprano, acabaría desapareciendo. Era de lo único que estaba segura en un mundo que la había sorprendido por su falta de lógica. El resto —todas sus certezas y premisas, aprendidas y reforzadas a base de cariño— había sido destruido. No lo podía evitar: le parecía injusto ser la víctima, precisamente ella, que había repartido tanta felicidad. Solo había querido disfrutar de una pequeña parte de esa felicidad. ¿Era demasiado pedir? ¿De verdad?
Pensando así no llegaría a nada. No era la primera que veía su realidad hecha pedazos. Así era el mundo, y ¿ella en qué se diferenciaba? ¿Qué la inmunizaba contra los sufrimientos y desilusiones propios de la condición humana? Nada. Lo único duradero era el amor: el amor entre amigos, el de una madre por su hijo, el de un hombre y una mujer… Se lo había enseñado él.
Pensó en los libros que habían leído juntos, en el tiempo compartido…
Descartó esos pensamientos y pasó a los siguientes. Sabía que fuera del café había muchos bloques de pisos, donde la gente hablaba por teléfono, navegaba por Internet, compraba en la red, enviaba y recibía e-mails… Vivía, en suma. Era un barrio tranquilo. Por unos instantes anheló tener su propia dirección, algo suyo; pero no podía ser, al menos de momento. Quizá algún día…
Mientras esperaba, dejó vagar sus pensamientos, que volvieron a su infancia, feliz y sin preocupaciones. Todo había desaparecido: su casa, la persona a quien tanto había amado, el mundo que había conocido. Todo barrido en un abrir y cerrar de ojos, en un infierno del que a duras penas había salido con vida. Gran parte de su ser se había quedado en ese infierno. Y también algo más, algo importante: su inocencia.
Pero, bueno, ya se arreglaría todo al encontrarlo. Estaba en algún sitio, lo presentía. La estaba buscando con el mismo denuedo que ella a él, y se echaban de menos mutuamente con la misma intensidad.
Habían sido una pareja como solo podía salir una en un billón. La única superpareja de verdad formada por Eden en toda su historia.
Dio un vistazo a su alrededor. Habían entrado nuevos clientes que ya estaban navegando. Parecía un sitio tan bueno como cualquier otro para proceder a la siguiente serie de consultas. Quizá esta vez encontrara a alguien que lo conociera, que hubiera oído hablar de él o lo que fuese. Había que tomarlo todo en consideración, hasta los simples rumores. A fin de cuentas, Richard Silver era una persona conocida.
Una vez más, Liza se trasladó a una terminal desocupada y formuló su pregunta, con el corazón lleno de esperanza.